Thursday, December 28, 2006

EL SANTO DEL PUEBLO (fragmento)

No quiero ir, pero soy su último descandiente. Avanzo. Nadie camina junto a mí, sólo un óvalo negro bajo la mañana. Volteo, las puertas cerradas en ambos lados de la calle. Ni un susurro, los aullidos de los perros. El camino a la iglesia es mucho más largo cada marzo, me jala de los tobillos, provoca tropiezos.La iglesia. El atrio es un montón de sombreros, cabezas pequeñas, trenzas a modo de corona y rebozos descoloridos. Una hilera de ropones delante de la entrada, tan blancos como los claveles, rosas y alcatraces que traen de la ciudad, que miran hacia el altar y los pasillos. No es necesario empujar hombros, los cuerpos se apartan al roce de mi bastón sobre la tierra seca. Desde mi juventud transcurro por el mismo año: los sombreros alzados, las miradas se despeñan, me tocan los pies. Rostros de niños sin bautizar, sonrisas amarillas y negruzcas, incompletas. Voces parecidas a silencios me ruegan por la cosecha, por el hijo enfermo: “Si señala hacia el cielo, si me ve, el sol de mañana calentará a mi niño”. Evito sus ojos, las súplicas son de humo, ni siquiera agitan las hojas de los eucaliptos.De pronto un jalón. El ardor me hace voltear. Un hombre tiene una mecha pequeña, gris, entre los dedos, y la pone en la mano de un espectro de mujer.–Perdone usted, tata, dicen que las reliquias son buen remedio para males incurables.–Mi niña suda gotas como de hielo, habla cuando está sola en el jacal. No pude traerla, ahora tendré que esperar hasta el otro año para bautizarla.Quedo delante de las dos miradas negras un momento, me froto la coronilla y vuelvo a caminar. La iglesia. Llego al altar sin ver la explosión de blancos, vuelta a la derecha, sigue la capilla dedicada al más antiguo de mis abuelos, la banca recién barnizada, sólo para mí. Podría recorrer la ruta aun estando ciego. Un mechón, pienso con la barbilla enterrada en el pecho, antes fue recoger la tierra debajo de mis pasos, rasgarme la camisa y acariciar el bastón; seguro después querrán un ojo o mi último latido.Me siento ante un espejo de madera: mi antepasado cubierto con pliegues blancos y azules, de rodillas, junto al índice levantado de Jesús. La barba rala y los pómulos huesudos de cuando yo era joven. Atrás, el enorme Cristo, mural de plumas. Volteo. Las tres bancas detrás de mí están vacías. Más allá, la gente que colmaba el atrio llena los asientos, el pasillo, se pone de puntitas para ver la imagen de mi abuelo, al sacristán, que toca las baldosas con una rodilla antes de encender las dos velas del altar.La gente le abre paso al nuevo sacerdote, a una fila de mujeres con envoltorios blancos entre los brazos. El hombre sigue hasta el retablo color oro, ellas se reparten en las bancas reservadas. La ceremonia anual del bautismo.El sacerdote es nuevo en el pueblo. Llegó a principios de semana. Su primera ceremonia fue el entierro del viejo padre José. El sacristán mira con el entrecejo fruncido, el hombre de casulla verde levanta los brazos y tropieza a lo largo del sermón tantas veces pronunciado por el padre José. Habla hacia la cúpula de mosaicos turquesa y ultramar, lleno de espacios en blanco, amarillo y negro –ángeles alrededor de la aureola de mi abuelo–. Cierra los ojos, se queda en silencio. Sonrío, de seguro olvidó la siguiente palabra.Esto no va a durar mucho; después de misa, entre bocado y bocado, las mujeres se encargarán de tejer la historia de mi familia, que se limita a la del beato considerado santo. Y el sacerdote joven, de cabellos escasos, me llamará a la sacristía al terminar el desayuno, preguntará si es cierto, si en verdad Jesucristo bajó de entre las plumas para bautizar a mi antiguo pariente, cuántos milagros se le atribuyen y en qué situación está la causa para canonizarlo. Yo asentiré. Y de nuevo perderé mi nombre para ser el último pariente del santo, el tata.

ALEJANDRO BADILLO EN LETRALIA

López alzó la vista para evaluar a través de las ventanas la decoración del bar, los asientos pequeños, de colores tristes, abandonados a la promesa de algún cliente. Una cerveza en la barra acompañaba la soledad de un cenicero libre de colillas. Comprobó una vez más el ligero temblor de la puerta, el letrero rojo de “Open” que se movía como péndulo, indicando la reciente salida de una persona. Haciendo sombra con la mano, aguzó la vista para tratar de distinguir a alguien y, al encontrar asientos vacíos, penumbras al fondo, removidas apenas por la silueta del barman, sintió malestar, como si el bar hubiera estado abarrotado minutos antes y los clientes, prevenidos de su llegada, acabaran tragos con rapidez, pagaran cuentas entre manoteos para salir al mediodía y evaporarse con displicencia en las calles. Pensó en las formas vagas de ese domingo, en la noche que le había regalado un insomnio presentido en los destellos del televisor sobre su rostro, justo al final de la película para desvelados. Asomado en la ventana, había acompañado en silencio los últimos restos de la noche como fantasma, testigo de la claridad que avanzaba sobre el horizonte de techos y antenas, que luego iba a fundirse en la humedad de la madrugada. Resignado, se metió en la regadera con la cabeza pesada y los ojos vueltos rendijas. Se vistió, preparó un café mientras a su alrededor los ruidos provenientes de los otros departamentos echaban a andar el sutil mecanismo de los domingos. Bajó las escaleras. En la esquina compró el periódico. Leyendo el pie de foto de un edificio coronado en llamas, recordó que ese día el Café Bagdad cerraba sus puertas. Se había enterado el viernes por la tarde, cuando en una visita a la farmacia de al lado, vio un cartel en la puerta: “Cerramos el domingo por remodelación”. Las palabras en el periódico perdieron sentido. Inmóvil, en medio de la banqueta, enfrentó la tarea de decidir el rumbo de la mañana. Le pareció absurdo regresar al departamento, no podía hacerlo porque volver ahí significaría ir a la cama en busca del sueño perdido y, al no encontrarlo, completaría sin querer el círculo de la derrota. Compró un sándwich para burlar el hambre y vagó por el centro de la ciudad. Rodeado de edificios antiguos, abandonó la idea de una ruta precisa y caminó confiado a la sorpresa de una esquina inesperada, echar la suerte a callejones deshabitados, jugar a seguir los pasos de alguna persona. Así, encontró varias tortugas amontonadas en una tienda de mascotas, dejó que un ave amaestrada le revelara el futuro y finalmente —más por inercia del recorrido que por un interés genuino— fue a unirse al escaso público de un mago ambulante. Más tarde, sentado en el parque a donde su madre lo llevaba cuando era niño, se sintió extraño ante la gente que lo veía columpiar los pies, como si de esa forma buscara una alternativa a su vida en el departamento. Observó las puntas polvosas de sus zapatos: había agotado las sorpresas del día y era hora de regresar al departamento. Fue en el camino de vuelta, cuando esperaba junto a una línea de gente el rojo del semáforo, que reparó en ese bar pequeño, con apariencia de haber sido metido a fuerza entre la enorme zapatería y la tienda de electrodomésticos. Pasaba por esa calle todos los días y le sorprendió darse cuenta de que el bar había estado siempre ahí, de que víctima de su propia cotidianeidad se había estado disolviendo en su mirada hasta volverse invisible. Estuvo indeciso frente al “Bar 10”. El letrero de “open” —ya inmóvil— esperaba cualquier empujón para volver a su vaivén.
Para leer más de este excelente cuento: www.letralia.com
Un saludo a todos, y que el Año Nuevo nos traiga mucha inspiración, lecturas, cuentos, cerveza, y lo que quiera cada quien!!!!!

Monday, December 18, 2006

FANTASMAS DE NAVIDAD

El primero te visita. Arranca las sábanas, cobijo de tu piel de hielo, y obliga a mirar desde la ventana helada. Tu aliento redobla la nieve, segundo cristal. Las imágenes llegan desdibujadas, atraviesan el hielo líquido que escurre de tus ojos. Mira, la orden apoyada en un dedo largo, da raíz sin alimento. Una boca muda ha depositado tu próxima acción sin agitar la lengua. Obedeces. Dentro, un árbol de telarañas plateadas y ramas vencidas por un peso de esferas de hilo, donde no se refleja ni la campana más próxima. Camas sin pliegues, extendidas en el gris de los muros, y cajas de aire junto al tronco sin savia, sin corteza. Apartas los ojos como si asistieras a la copulación entre dos equinos; no quieres ver las sombras que se arrastran por la habitación blanquísima. Finges no conocer el ruido de sus pies al caminar. La voz de ese ser de savia podrida te guía sin que la escuches. Caminas sobre calendarios sin hojas hasta el lugar donde los pinos huelen y abrazan cajas de moños dorados y azules, donde más figuras cruzan delante de ti, detrás, a un lado, a través de tu pecho, sin hacer caso de tus latidos a medio fuego, de que tienes sombra y respiras.
De pronto el ser de savia se convierte en uno de cera derritiéndose, los mechones en su cabeza arden sin ennegrecer. Las mismas guirnaldas de pino, el mismo olor a flores rojas, deshojándose eternamente, una mano que las recoge. Arrancas cada adorno, te vuelves, gritas sin voz. Un bulto dentro de la garganta, la respiración es ornamental. Tu corazón está silencioso. Solo. Alguien fue aliviado de la carga que significa el tiempo, el arrastrar los pasos, el levantar un dedo, la mano para saludarte, el depositar un beso antes de decir adiós, por la madrugada. El cuerpo de cera sólo posee la voz de las gotas recorriendo su cuerpo. Con la podredumbre se fue su facultad de ordenar, de hablarte. Únicamente alarga la mano y te lleva ante otra habitación, tan vacía como la que acaban de abandonar. Eres un trozo de cera, él te ha contagiado de ese derretirse sin desaparecer. Ahora la orden sale de tus propios labios. Los cierras, los dientes son barrotes. La palabra se escurre. Mira. Quien te dio esa instrucción no existe, no lo reconoces. Un tirón, arrancas el brazo entero. Es un hilacho desmadejado a tus pies. Se convierte en raíz, se enreda para penetrar tu piel antes de alcanzar tus hombros. No miras. Lo sabes. La misma habitación desierta, las mismas sombras deambulando por el gris de las paredes, los pinos marchitos y las esferas opacas. Hielo con sabor a duraznos podridos. Aunque eres libre de órdenes no hay razón alguna para celebrar.

Friday, December 15, 2006

ALEJO CARPENTIER

Carpentier, como él mismo se considera, era un hombre de su tiempo. Decidió abordar la realidad americana descubriendo en todo su fantástica existencia la majestuosidad de un continente donde lo maravilloso podría encontrarse a cada paso, desde la incontenible Haití, hasta el Gran Río (Orinoco), incluyendo, por supuesto, toda la riqueza expresiva de Cuba y el Caribe, escenarios principales de sus novelas.Escritor universal, proporcionó con su apropiación de América, a través de lo real maravilloso y su escritura barroca, una nueva línea creadora que lo hacen trascender en su narrativa, indicando nuevos caminos en la novela latinoamericana. Periodista, músicólogo, crítico de arte, permitió una comunicación entre el Viejo Continente y América en materia de cultura. Nace el 26 de diciembre de 1904 en la calle Maloja, La Habana. Su padre, Jorge Julián Carpentier, francés, arquitecto; su madre, Lina Vamont, profesora de Idiomas, de origen ruso. Desde muy pequeño tiene inclinaciones hacia la música. Sus primeros años lo pasa en una finca en las afueras de la ciudad. En 1917 ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y estudia teoría musical. Ya en 1921 preparó su entrada en la escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, aunque abandona los estudios con posterioridad. Su vinculación al periodismo comienza en 1922 en La Discusión, una carrera que lo va a acompañar por el resto de su vida. Integra el Grupo Minorista en 1923 y forma parte de la Protesta de los Trece. Es en 1927 firma el Manifiesto Minorista y en julio de este mismo año sufre prisión por siete meses, acusado de comunista. Protagoniza en 1928 una sorprendente fuga a Francia con pasaporte del poeta francés Robert Denos. En Francia trabaja como periodista, colabora con importantes publicaciones y es el momento en que decide estudiar a profundidad América, hecho que le toma ocho años de su vida. Escribe libretos para ballet. Comienza su trabajo en la radio en Poste Parisien, la estación más importante de la época en París. Publica en Madrid su primera novela ¡Écue-Yamba-O! De 1933 a 1939 dirige los estudios Foniric. En 1939 regresa a Cuba y produce y dirige programas radiales hasta 1945. En 1942 es seleccionado el autor dramático del año por la Agrupación de la Crónica Radial Impresa. Viaja a Haití con su esposa Lilia Esteban y Louis Jover; fue un viaje de descubrimiento del mundo americano, de lo que llamó lo real maravilloso. Después de su viaje a México en 1944 realiza importantes investigaciones musicales. Publica La música en Cuba en México (1945). 1949 es el año en que publica en México El reino de este mundo. Inicia el 1ro. de junio en El Nacional de Caracas la sección Letra y Solfa que se mantendrá hasta 1961. Se imprime en México Los pasos perdidos (1953), para muchos su obra consagratoria. Con este libro gana el premio al mejor libro extranjero, otorgado por los mejores críticos literarios de París. En Buenos Aires se edita El acoso (1956). Publica en 1958 Guerra del tiempo. Regresa a Cuba en 1959 para manifestar su eterno compromiso con La Revolución Cubana. Es nombrado Subdirector de Cultura del Gobierno Revolucionario de Cuba (1960). El siglo de las luces ve la luz en México en 1962. Es designado ministro consejero de la Embajada de Cuba en París. Publica en París Literatura y conciencia política en América Latina que incluye los ensayos de Tientos y diferencias con excepción de «La ciudad de las columnas».En 1972 se edita en Barcelona El derecho de asilo. Concierto barroco y El recurso del método son publicados en México en 1974. Es en este mismo año que recibe un extenso homenaje en Cuba por su setenta aniversario. Recibe el título de Doctor Honoris Causa en Lengua y Literatura hispánicas, otorgado por la Universidad de La Habana el 3 de enero de 1975. Se le confiere el Premio Mundial Cino del Duca y su retribución monetaria la dona al Partido Comunista de Cuba. En 1976 le es conferida la más alta distinción que concede el Consejo Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la Universidad de Kansas, el título de Honorary Fellow. Es electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. En 1978 la más alta distinción literaria de España, el Premio Miguel de Cervantes y Saavedra, es recibida por Carpentier de manos del rey Juan Carlos. Dona al Partido Comunista la retribución material del premio.La Editorial Siglo XXI publica La consagración de la primavera en 1979. El arpa y la sombra se edita en México, España y Argentina.Recibe el Premio Medicis Extranjero por El arpa y la sombra. Es el más alto reconocimiento con que premia Francia a escritores extranjeros.Fallece en París el 24 de abril de 1980.

Thursday, December 14, 2006

TERCER ALMA (fragmento)

Entonces fui el varón que mi padre quería como primer hijo. No me arrodillé ni tiré orquídeas junto a la caída de agua. Esperé la muerte del día bajo el golpe de la cascada, sin comer, desnuda, adormecida por el crujir de la ayahuasca entre los dientes.
Mis ojos avanzaron hasta perderse entre los arbustos. Y descubrí al poseedor de los rugidos que los mantenían de par en par. Dos jaguares blanco y azul. Las garras eran astillas de luna; la piel, un lago donde se asomaban las estrellas. Los cuerpos más cercanos con cada nuevo rugido. Pude ver cómo el más pequeño hundía la pata en el costado del mayor, cómo brotaban lamentos y polvo índigo de la herida.
Al principio pensé huir, pero me acerqué y lo acaricié. Su lengua raspó mis mejillas. El otro jaguar saltó sobre mí. Entonces la brisa los metió en mis dedos. Vi a mi padre a través de sus ojos amarillos. Sus cabellos se teñían de negro. El itipi de cada día atado a la cintura. Sonrió. Un dardo que luego depositó en mi mano partió sus labios en dos. Entró en mi pecho antes de poder responder a su sonrisa. Un nuevo templo le pertenecía.
Regresé a la aldea contando los pasos. Miré mis huellas, no habían aumentado de tamaño. Tampoco tenía dos sombras. Antes de llegar a la choza, mi madre me dio un abrazo. Nunca vuelvas a irte, dijo y se metió como si escuchara la voz de papá. Yo detrás de ella. Arrojó un leño a la fogata. Afuera, gritos, aullidos exigiendo la cabeza de un guerrero, un kakaram.
Salí. Le cerré el paso a los hombres.
–Quiero ir–. Vieron la pequeñez de mis puños, el cielo asomado al techo de hojas enormes, sus rostros con líneas negras; nunca la mirada delante de ellos. La de una mujer. Silencio, debí repetir mi petición.
–No hables con la voz de un kakaram–. Desviaron su avance y se alejaron sin voltear, con la cabeza baja.

Wednesday, November 22, 2006

PRESENTACIÓN DE LIBRO

Presentación del libro
La distancia hasta el espejo
Judith Castañeda Suarí


Premio Nacional de Literatura Joven
Salvador Gallardo Dávalos 2005
Categoría: Narrativa.


Presentan:
José Prats Sariol
Alejandro Badillo
Sergio Rosas


Sábado 25 de noviembre
Profética. Casa de lectura.
3 Sur # 701. Centro
18:00 Hrs.

Tuesday, November 07, 2006

FELICITACIONES

Desde aquí quiero felicitar a un integrante distinguido de la banda menesiana, uno de los escritores jóvenes más talentosos que conozco. Alejandro Badillo, ¡¡¡felicidades por la mención en el concurso de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción!!! La literatura comienza a hacerte justicia, mi estimado... Muchas felicidades, de nuevo. Este es el principio de los muchos premios que seguramente vienen para ti.
Esperamos la correspondiente borrachera -que en mi caso, se construirá con sidral, coca, sprite (marcas registradas) o una de esas "bebidas espirituosas" (je)

Monday, November 06, 2006

CONTESTACIÓN


Sí fue cierto, el jade se astilló, las plumas giran en aires extraños a tus pulmones, el copal se eleva hasta nubes que nunca habías visto. Piernas corren, brazos empujan los hilos azules al cielo, bocas resoplan en cuernos marinos, encerrados entre edificios rectos, blancos, de balcones, lonas plásticas y vidrio, rodeados de cajas que llevan la voz al otro lado de la montaña y encierran un instante del movimiento, de gente que no sabe a cuál punto cardinal se dirigen primero, que no entiende sus palabras.
La flor se marchitó en la tierra hace mucho; ahora está muerta, ahora es una copia de la que fue, ahora no tiene raíces ni necesita de agua. Y sin embargo sigue de pie. El oro está destruido, hasta los dioses han despertado. Lo sabías, poeta, rey, no seremos para siempre en la tierra. El sueño no se alarga eternamente. Un día este tiempo también despertará, como despertó el pasado.

Wednesday, November 01, 2006

DÍA DE MUERTOS EN MÉXICO


Tanto para los prehispánicos, como en la cristiandad, la muerte es sólo un paso para llegar a otro mundo –al Paraíso, al temido Infierno, en el caso de los católicos, al Mictlan, el lugar azteca de los muertos, el reino del Señor de Trono de Huesos.
El destino del hombre puede seguir diferentes senderos pero siempre terminará en el punto de la muerte. El momento está rodeado de bruma sólida y negra. No es posible regresar de ella, tampoco echar una ojeada; por eso se le teme tanto. En México se acostumbra burlarse un poco de ella, y hay un día señalado.
La celebración mexicana de Muertos, el día 2 de noviembre, está catalogada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dentro de las festividades está la colocación de ofrendas a los difuntos con objetos personales, comida que les agradara, botellas de licor, calaveras de azúcar, pan en forma de huesos tendidos en un círculo, fotografías, velas, papel picado, cruces y copal.
Esta tradición se ha fundido irremediablemente con la religión católica impuesta por los conquistadores, pero su raíz es prehispánica.
La fiesta de muertos, se celebraba al inicio de las cosechas. Era el primer banquete después de la época de escasez, e incluso se convidaba a los muertos. Otro posible origen está en las ofrendas dadas a un muerto en el instante de su funeral. Mantas de algodón, esclavos sacrificados en la pira funeraria, para continuar su servicio en la otra vida, en el “lugar sin puertas ni ventanas”, diría Salvador de Madariaga en su obra, comida, el xoitzcuintli, perro que ayuda al alma a cruzar las aguas del río Chiconahuapan, eran los presentes otorgados a emperadores, a los señores principales y a sus mujeres y parientes. Unos días después del entierro se realizaba una segunda ofrenda: más esclavos, copal, mantas y comida, pues tal vez la anterior estuviera por terminarse.
Esta tradición la recoge el historiador español Salvador de Madariaga (1886-1978) en su novela de corte histórico El corazón de piedra verde, donde nos presenta muchas de las tradiciones del pueblo azteca, retrata los sacrificios humanos, cuya finalidad era dar fuerza a los dioses por medio de su sangre, retribuirles la vida que corría a través de su corazón, y donde también hace un contraste entre las culturas chocantes –un poco tendencioso, dicho sea de paso, por la nacionalidad del autor. La visión de un vencido difiere bastante.
En la actualidad, las celebraciones se hacen en el panteón, sentados en la cripta del abuelo, del padre, de los hijos, se come con ellos, se reza, se limpia la lápida, el altar se coloca en casa. Las ceremonias más famosas mundialmente son las que se llevan a cabo en Patzcuaro, Michoacán, en el pueblo de Mixquic, en el Estado de México.
Las letras también hacen referencia a la muerte, además de las famosas calaveras, antiguamente llamadas panteones. Desde épocas prehispánicas, poetas se refieren al hombre como un ser temporal, un ejemplo, Netzahualcoyotl (1391-1472), el rey poeta:
Somos mortales,
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra…
Como una pintura,
todos nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra…
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro,
también allá iréis
al lugar de los descansos.
Tendremos que despertar,
nadie habrá de quedar.
Otra vertiente literaria del Día de Muertos son las famosas calaveras, que se empezaron a realizar a finales del siglo XIX, y permitían burlarse de los políticos –que desde siempre han sido una lacra, ni hablar–. Muchas eran anónimas, las más aventadas. Muchas eran incautadas y quemadas por las autoridades. Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera. Las calaveras se acompañaron de grabados, como los del mexicano José Guadalupe Posada, creador de la famosa Calavera Catrina. Los textos se repartían en papeles dados de mano, en periódicos.
Y bueno, hoy, aludiendo a este aspecto de la tradición, y de paseo por el Centro Histórico de la capital poblana, viendo ofrendas dedicadas a las culturas indígenas en desaparición al Papa, a Benito Juárez, algunas con más detalles prehispánicos que otras, veo que regresaron las calaveras puestas en hojas y repartidas a la gente con el título: Calaveras peligrosas, renegadas y rijosas. Están, por supuesto, dedicadas a la finísima persona que es nuestro honorable presidente saliente, Vicentito Fox y su muy querida Martita… (fuchi!). Aquí una probada:
En este sexenio gacho
en que prometió de tocho
ya no queda ni un hilacho,
ni tele changarro y vocho…

“–Tu castigo,pues, Vicente,
será implacable y sin fin:
te condeno, eternamente,
a ser gobernado por ti…”
(Creo que esto es un signo de que la represión está regresando a posarse sobre el pueblo, de nuevo).

ALTAR

Sin flores,
sin velas ni papel naranja.
Sin el segundo aprisionado en un papel,
detrás del vidrio.
Sin dulces,
sin vino, sin agua,
sin un rectángulo pegado a cenizas,
nota que dice: “Te extraño”,
“Quiero que regreses”.

Sólo lágrimas;
el altar dentro de mi pecho.
Tus mejillas sembradas en el recuerdo
y tu mano tocándome.

Sólo tú;
transparente,
aliento sin boca.

Escucho el eco de tus pasos
a un lado del bastón,
tus huellas junto a mis pies.

Mi cara no es la misma;
preguntas por aquella sonrisa.
Se ha refugiado en otros labios
–no importa si vecinos, si fuera del mundo.

La sonrisa encontrará el camino de regreso
si quieres quedarte,
si vuelves a cobijarme
–contesto a las palabras del aire,
respuesta que se tiende sobre la mesa,
que sostiene mi ofrenda.

Tuesday, October 31, 2006

Yo...


Cavo hasta las profundidades. Montañas de piel roja y venas desinfladas a mis pies, en una playa blanca, donde los agujeros se hacen con dagas y trozos de plomo y pólvora. Mis manos se hunden hasta encontrarme, hasta sacarme por los hombros, como a alguien que estuvo a punto de secar el mar con sólo abrir la boca. Allí está. Aún los quince, los dieciséis, los ojos enrojecidos, la cabeza baja, siempre buscándose la sombra con los párpados entornados, siempre evitando ojos ajenos, sorda a voces que no son la propia. Todavía respira. Y pensé que me toparía con los labios grises y las uñas convertidas en las raíces de un pirul sin ramas. Su corazón sigue bombeando sangre aunque le haya prestado las arterias a otro cuerpo, también suyo; un cuerpo plantado en el tiempo venidero. Despierta, al fin. Me observa sin verme, la mirada detrás de mi hombro, las comisuras casi tocándole la barbilla. Allí siguen los fantasmas.
Y vuelvo a sentir ese anudarse de las cuerdas vocales, esa cuerda aprisionando la pared interior del cuello al instante de la caída. Ella sonríe. Ahora está sana; está sana porque me ha contagiado. Prefiero aprisionar su garganta, volver a hundirla en las profundidades rojas, enredarla entre aquellas lianas sin aire que saqué para buscarla. Dejar que se ahogue.
El hoyo está suturado. Hilo casi transparente, tan fino como las huellas que deja la araña entre dos ramas vecinas. Lo toco sin sentirlo, pronto su color se pierde. Intento imitarla, sonreír, sonreírme en las marismas. No puedo. El espejo me devuelve el rostro de cuando tenía quince años. He terminado por desenterrarme.

Thursday, October 26, 2006

CAZADORES DE CABEZAS DEL AMAZONAS

Relato de las experiencias vividas por el autor, un estadounidense que llevado por sus ansias de aventura se trasladó a finales del siglo XIX al Alto Amazonas. Su estancia en la selva amazónica fue interesantísima y así nos lo cuenta en primera persona: fue el primer hombre blanco que exploró determinados afluentes del Amazonas, sufrió el ataque de los murciélagos vampiros, entró en contacto con los jíbaros, cazadores de cabezas que nunca habían visto a un hombre blanco, encontró "un arroyo de agua hirviendo donde se hacían huevos duros en cinco minutos" y una región donde no se podía hablar en voz alta porque se desataban aguaceros torrenciales. Regresó a Nueva York en 1901 y publicó el libro en 1923.
Fritz W. Up de Graff nació en 1873 en los EE.UU. Ingeniero de profesión, estuvo en Ecuador interesado en la modernización industrial de ese país. Desde allí inició un viaje de aventuras por el Amazonas por una ruta que todavía hoy es considera como muy peligrosa. Volvió a Nueva York para más tarde trabajar como ingeniero de minas en México, Norteamérica, Cuba y España. Murió en 1927 en un accidente de coche. Cuatro años antes había publicado su obra Cazadores de cabezas del Amazonas.
Se trata de un extraordinario libro de aventuras, ameno y entretenido. Cuenta con un prólogo de Marcos Giralt Torrente.
Dirigido a lectores aficionados a los libros de viajes y de aventuras, a la historia así como a la antropología.

LAS CALAVERAS

Son una especie de epitafio–epigrama en forma de verso, dedicado el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, a los amigos, a los políticos en general.
En un principio las calaveras se llamaban "panteones", y nacieron en el siglo XIX como una forma de crítica a personajes de la política. Se publicaban en periódicos, revistas y en hojas sueltas, y se vendían al público el 2 de noviembre.
Las mejores, es decir, las más aventadas, eran anónimas. En esos casos la policía las confiscaba y destruía.
Una de las más antiguas es de 1885, y apareció en "La patria ilustrada", periódico conservador de la época porfiriana, dedicada a Ignacio M. Altamirano (novelista y poeta mexicano nacido en Tixtla, en 1834, de ascendencia indígena):
Con talento soberano
en vida manejó el estro,
mas no pasó de maestro
el maestro Altamirano.
Más tarde, las calaveras fueron ilustradas por José Guadalupe Posada, grabador mexicano conocido por sus caricaturas sociales. Posada sólo ilustraba, no escribía los versos. Se le reconocen casi 200 calaveras, pero los textos sobre Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Victoriano Huerta, entre otros que ilustró, están perdidos.
Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera:
Este pintor eminente,
cultivador del feísmo,
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo. (1929, del "Fantoche")
En 1939 se fundó el taller de gráfica popular con los mejores grabadores mexicanos, y una de sus actividades era la edición de calaveras:
Boticarios y medicinas.
Listas van y listas vienen,
y las medicinas tienen
precios exhorbitantes.
Cualquier dolor de barriga
cuesta un dolor de cabeza
y total nadie se alivia.
La muerte, que noes tan tonta,
ya puso su botiquita
que es una preciosidad...
(Por supuesto con licencia
de los de salubridad). (1942)
En la década de los cuarentas volvieron a aparecer las calaveras aludiendo a personajes de la política, como el presidente Miguel Alemán. Y también volvieron los textos anónimos, hojitas que circulaban de mano en mano, aludiendo a Gustavo Díaz Ordaz, al PRI, a Luis Echeverría:
Echeverría, Echeverría,
yaces en la tumba fría:
te mataron los patrones,
te enterró tu poli–cía.

Thursday, October 12, 2006

RELACIÓN ACERCA DE LAS ANTIGÜEDADES DE LOS INDIOS


La Relación del fraile Jerónimo Ramón Pané terminada de componer a fines de 1498, es considerada por algunos el primer libro escrito en el Nuevo Mundo. Pero su importancia no radica solamente en esto. Es también la primera descripción de la religiosidad de los indios taínos, habitantes naturales de Santo Domingo.
Fray Ramón Pané, "pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo" como él mismo se presenta, llegó a la Isla en compañía de Colón en su segundo viaje en 1494. Después de vivir un año en el fuerte de la Magdalena, por indicación de Colón y con el fin de aprender la lengua se trasladó a vivir con el cacique Guarionex. Durante casi dos años permaneció con este cacique hasta que decepcionado porque éste abandonaba las enseñanzas cristianas, se trasladó a vivir con el cacique Mabiatué que manifestaba su deseo de adherirse al cristianismo. Durante tres años permanece Pané con este cacique, el cual "continúa con buena voluntad, diciendo que quiere ser cristiano".
Se piensa que Pané habría entregado su manuscrito a Colón, quien habiendo llegado a la Española en 1498, volvía a España en agosto de 1500. En España el manuscrito fue visto y usado por al menos tres personas: Pedro Martir de Anglería quien lo incluye en la primera de sus Decadas del nuevo Mundo. Fray Bartolomé de Las Casas que lo extracta e incluye en su Apologética historia de las Indias. El hijo de Colón, don Hernando que lo reproduce íntegro en la Historia del Almirante don Cristobal Colón.
El manuscrito de Pané después de esto desaparece.

¿DE CUÁL RAZA?


El 12 de octubre se celebra un aniversario más del encontronazo entre dos continentes. Cristóbal Colón abrió una nueva ruta para quienes vinieron después. En 1508, en Puerto Rico Juan Ponce de León y Diego Velázquez en Cuba. 1519 señaló la llegada de Cortés a México, y 1530 vio a Francisco Pizarro llegando al Perú.
A partir de entonces la historia de América es similar: trabajo en minas y plantaciones bajo el pie español, muerte a causa de las larguísimas jornadas, de la mala alimentación (en Perú, se reanudó el uso de la hoja de coca, ya no para fines ceremoniales, como antes, sino para trabajar más con menos alimento, como es el caso de los mitayos en las minas de Potosí, donde extrajeron plata hasta agotar el yacimiento).
Las consecuencias de la población indígena, prontamente mermada, se extendieron hasta el continente africano, a la “Costa de los Esclavos”: Guinea, Senegal, Gambia, etc., donde los mismos negros secuestraban a miembros de tribus ajenas por las ganacias prometidas, y los entregaban a los europeos, quienes se encargaban de transportarlos a las nuevas colonias y venderlos a plantaciones en las que eran sometidos a jornadas larguísimas, a ocasionales torturas por cualquier razón, y donde quedaban sentenciados a unos siete u ocho años más de vida.
La esclavitud, conquista y tributos no eran desconocidos para las culturas precolombinas. En Perú, los incas conquistaron un enorme territorio, hasta el actual Chile, y acostumbraban alejar de su lugar a los integrantes de los pueblos sometidos, con la intensión de evitar revueltas.
En México, el imperio azteca alargó los dedos hasta las costas y fue uno de los más importantes de Mesoamérica. Su riqueza más bien procedía de los tributos. Ellos conquistaban un pueblo y se contentaban con exigir impuestos; les permitían vivir en el mismo sitio, el cacique local seguía mandando, sólo subordinado a las órdenes del emperador, los dejaban adorar a sus propios dioses –incluso adoptaron a algunos de éstos–. Había esclavos, sí, pero no eran considerados objetos, como en el derecho romano: podían tener bienes, sus hijos nacían libres, incluso podían a su vez tener esclavos. Las clases sociales estaban muy marcadas, pero el noble tenía mayores responsabilidades y se le trataba con más severidad que a un macehual o plebeyo: el delito de embriaguez en público, que en el hombre común significaba una reprimenda y la vergüenza de tener la cabeza afeitada, era la pena de muerte para un noble.
Su enorme religiosidad ayudó a su caída, Quetzalcoatl regresando como lo prometió. Al igual que en los demás territorios conquistados trabajaron para el enriquecimiento de los españoles, entregaron los frutos de su tierra, su tierra misma, a manos extrañas, vieron cómo los antiguos dioses, los códices guardianes de su historia, se convertían en arena o alimentaban hogares, cómo las piedras grabadas, las pirámides, se desgajaban para traer ciudades ajenas, cómo las mujeres parían niños que no eran indios ni españoles.
Y entonces viene de regreso la pregunta: ¿De cuál raza?

Tuesday, October 03, 2006

ABRIR UNA CAJA


Siete kilos. Fue abrirla y encontrarme como con otra persona. Es raro verme por primera vez dentro de una cubierta blanca, ajena a la computadora, a mis dedos armados con el bolígrafo, llevando ideas hasta la piel de un cuaderno escolar. Esos libros me vieron como verían a un extraño, a cualquier posible comprador desde un estante de librería.
Y soy yo, una parte de mi mente descansa en esas páginas sin blanquear, aunque crea que es un autor desconocido, nuevo, abriendo un sendero entre hombros viejos, apretados.

Thursday, September 28, 2006

EL LIBERTINO

Estrenada a principios de septiembre, esta excelente película cuenta con las actuaciones de Johnny Deep y John Malkovich –doble garantía–. Habla acerca de la caída del segundo conde de Rochester, poeta libertino inglés del siglo XVII.
Inicio y final son una especie de prólogo y epílogo, donde Johnny Deep, cabellos largos y ondulados, camisa amplia y mirada de quien retará a duelo a un hombre, se sumerge en la oscuridad y se lleva a los labios una copa metálica. “No les gustaré... Muéstrenme la agonía de Jesucristo y montaré a la cruz, guardaré los clavos para mis propias palmas... ¿Me aprecian... ahora?”
Durante dos horas somos testigos de cómo la muerte, vestida de remedio para la sífilis, se tiende en un cuerpo de 33 años y lo aprisiona. John Wilmot, quien revive dentro de Johnny Deep, se desmadeja poco a poco al principio, se siente atraído por una actriz de teatro, Elizabeth Barry, que se muestra como el principio del declive, como una pendiente de la que no se puede regresar y desemboca en aguas revueltas. La película es una combinación del Cyrano de Bergerac y de Amistades peligrosas.
Los diálogos tienen su toque literario, como cuando John está instruyendo a Elizabeth Barry. “Si tiras un pañuelo en escena, regresará para asfixiarte”. Ese pañuelo podría ceñir el cuello de alguien, cubrir un beso o estar simplemente sobre la tarima. Es un objeto también mecionado en un texto, un cuento, una novela, puede usarse o ser atmósfera, así como también lo es la fotografía, ese aire antiguo que le da el no estar tan definida, el ser bruma con algunas sombras colgadas a veces, el desvanecer ligeramente al personaje silencioso y dejar definido a quien está haciendo uso de la palabra, los colores en cierta manera deslavados, opacos.
Del mismo modo hay algún análisis del comportamiento humano, como en la escena donde un pintor hará un retrato familiar. Él, de pie, bostezando, como siempre, pidiendo vino; su esposa sentada. El retrato será de alguien que pretende conocer a sus numerosos antepasados, que se vanagloria del apellido que lleva, una consecuencia de la vanidad.
Wilmot no quería un amorío con Elizabeth Barry, no quería hacerla su amante sino su esposa –de hecho comienza su relación con ella sin tener sexo, una diferencia con el resto de las mujeres que lo rodean–, pero ella sólo ama el teatro, quiere que el público la llore a la hora de su muerte, la extrañe hasta la próxima función.
Lo mismo logra Johnny Deep con gran maestría. Su rostro suelta migajas y el alma de quien está sentado al otro lado de la pantalla pronto se vuelve líquida, salina. Lo vemos caminando a cuatro piernas en un senado, pidiendo justicia para el hermano católico del rey Carlos II –encarnado por John Malkovich, quien también es uno de los productores–, en los hombros de su sirviente, con el cabello casi al rape, vulnerable, sentado en un sillón, casi ciego, orinando –¿sangre, mercurio?– sin poder contenerse y con lo que le queda de de rostro arrugado por el dolor, con los ojos enrojecidos que retienen lágrimas. Cuando el rey lo encuentra después de detener una obra de teatro, lo ve como un curandero que vende remedios falsos en compañía de su sirviente y de una prostituta, y lo condena a ser él mismo hasta el final de su vida, no tan lejano.
El libertino –o El decadente, a mi parecer un mal título en español–, no debe verse como una moraleja: “Si tienes una vida discipada y una conducta lasciva, terminarás mal”; la muerte del personaje, excelentemente actuada por Johnny, sólo es una consecuencia; mala, por supuesto, pero es algo que John Wilmot eligió, aceptó, y podría decirse que hasta buscó.

Friday, September 08, 2006

CUENTOS NEGROS

Cuando se publicaron por primera vez en 1936, Alejo Carpentier, no vaciló en llamar los Cuentos negros de Cuba, una obra maestra, por considerar que aportaban un acento nuevo de deslumbradora originalidad a la literatura cubana. Lydia Cabrera escucha con oídos de Huracán las voces del Caribe, y en Cuentos negros de Cuba se ofrecen historias que explican las pasiones de los yoruba; o que por ejemplo presentan la mitología del hombre-tigre o del hombre-toro. En pocas palabras, los cuentos recogen detalles sobre la religión, la magia, las supersticiones y valoraciones del mundo que ha sido llamado "el blanquinegro cubano".

Thursday, September 07, 2006

¿A QUIÉN LE IMPORTA?

Sólo unos cuantos españoles se sintieron interesados por conocer aspectos de la cultura que doblegaron, uno de ellos, Fray Bernardino de Sahagún, quien en su Historia General de las Cosas de la Nueva España reunió datos acerca de las deidades aztecas, de sus ceremonias, de las costumbres y de la historia de la conquista, con el fin de ayudar a cristianizar los territorios vencidos: la Nueva España.
Sahagún compuso doce libros en nahuatl y español, ayudado por indígenas, los que fueron enviados a Felipe II. Tardó veinte años clasificando su información. En la actualidad corresponden, en parte, al Códice Florentino, cuyo primer folio fue arrancado.
“... tras concluirse que el códice debió mandarse a España en 1578, se sugiere que Felipe II lo enviase como regalo de bodas al gran duque de Toscana, Francisco I. En apoyo de su tesis Marchetti muestra los fuertes lazos existentes entre el duque y el monarca, el conocido interés de aquél por las ciencias naturales, y la referencia a un ‘riccisimo libro de Spagna’ que se encuentra en una carta fechada a 12 de octubre de 1579, dirigida al duque por el naturalista boloñés Ulisse Aldrovandi. El habérsele cortado nítidamente el primer folio del códice, donde... estaría la carta dedicatoria a Fray Rodrigo de Sequera, sirve como un argumento más”.
(Historia General de las Cosas de la Nueva España, tomo 1. Crónicas de América, Ediciones y Distribuciones Promo Libro, S.A. de C.V., pág. 25).
A los antiguos conquistadores sólo les preocupó imponerse, el dominio y las ganancias; ningunearon incluso el trabajo de sus propia gente, enviándolo como presente a un duque italiano. Esto también se refleja en los intérpretes indios, por ejemplo Doña Marina, la Malinche. Ella sabía nahuatl y aprendió el español para poder traducirle a Hernán Cortés cada palabra.
El aspecto de la poca importancia que se le dio a las viejas costumbres de los indígenas, se retoma en una parte del filme 1492, La conquista del Paraíso, donde un aliado seguramente taíno, abandona a Cristóbal Colón –Gerard Depardieu, en una de sus acostumbradas excelentes actuaciones– diciéndole que nunca aprendió a hablar su lengua –aunque en lo personal dudo que las acciones o el comportamiento de Colón hayan sido tal y como fueron presentadas en la cinta, en eso no creo que se equivocaran.
La literatura, de igual forma, revela la poca importancia conferida a los conquistados. Un ejemplo está en El corazón de piedra verde, novela del historiador español Salvador de Madariaga, se escribe ycpalli por icpalli –trono con respaldo, sólo permitido a los gobernantes–, tzitzimitles por tzitzimimes –los seres que devorarían a los sobrevivientes después de la muerte del Quinto Sol–, y Tlaculteutl por Tlazolteotl, la diosa azteca de la fecundidad.

Tuesday, August 29, 2006

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES...

Los magistrados más rápidos del Oeste, uno del PAN le responderá a Fox... Para que se nos olvide un rato eso, unos chistes -al mejor estilo de Catón:
La maestra pregunta a los alumnos a qué se dedica su papá: "Mi papá es doctor, el mío albañil, el mío licenciado..."
-¿Y el tuyo, Pepito?
-Trabaja en un table dance y es striper en un bar...
Silencio. Luego la maestra le pregunta que si es cierto.
-No, la verdad es que trabaja en el equipo de campaña de Calderón, pero me dio pena decirlo...

Otro...
Un tipo promete pagar por cada chapulín que le lleven. Cuando tiene una fila larga, empieza a revisar a los insectos:
-Chapulina... chapulina... chapulina... chapulina... (siento una semejanza con la revisión de los 300 casos en tres horas, je...)

A SANGRE FRÍA

El autor, Truman Capote, combinó el ser periodista y escritor al publicar esta novela en 1965. A sangre fría inaugura un género literario, bautizado por la crítica como “non fiction novel”.
El libro narra la historia de cuatro asesinatos cometidos en un pequeño pueblo llamado Holcomb, donde hasta mediados de noviembre de 1959, no había pasado nada extraordinario. “Como la corriente del río, como los conductores que pasaban por la carretera, como los trenes amarillos que bajaban por los raíles de Santa Fe, el drama, los acontecimientos excepcionales, nunca se habían detenido allí”. Capote comienza situando al lector en el ambiente del pueblo: granjas, un banco en ruinas, convertido en departamentos, una pequeña oficina de correos, hombres de botas y sombrero, de mezclilla, que acuden a la iglesia y cuidan sus árboles frutales.
Perry Smith y Richard Hickock son los asesinos, siembran la desconfianza en la población, huyen a México, regresan a Kansas y terminan en la horca. A lo largo del libro se nota el exhaustivo trabajo de investigación del autor, de la clasificación de los datos hasta lograr una trama prácticamente lineal. Incluso podría pensarse que Capote mismo está dentro de su novela, que aparece al final como un reportero tan amigo de Hickock como de Smith, y presencia la ejecución de ambos –bastante cruel en opinión de una servidora: la horca.
La justificación que se da para matar a cuatro personas, la familia Clutter, es el desequilibrio que presentan Richard y Perry, enojados con la sociedad que no los ha tratado bien, en el caso de Perry, y de cierto accidente que tuvo Richard, tal vez con algunas secuelas mentales. El enojo de Perry se hace latente cuando tiene que arrodillarse para buscar una moneda que ha rodado debajo de un mueble. Hasta esa situación llega al no encontrar ninguna caja fuerte, como le habían dicho a Richard; después comete los cuatro asesinatos.
Hay momentos excelentes, como cuando describe la cabeza envuelta de los cadáveres como un capullo o el fuego verdeoro del trigo a medio crecer, el de los acontecimientos que pasan de largo, como si fueran autos o ferrocarriles.
El final, con el detective Dewey en el cementerio, visitando a su padre, nos dice que la vida sigue. Dejar a los muertos y seguir, como lo hace la amiga de Nancy Clutter –una de las personas asesinadas–, Susan Kidwell, quien visita la tumba de los Clutter y le dice al detective que el novio de su amiga muerta se ha casado. Termina también con la añoranza de lo que hubiera sido Nancy, una joven parecida a la que se fue tan de prisa. “Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado”.
Al final de la película "Capote", se menciona que el escritor nunca volvió a publicar algo, ni siquiera terminó una obra. A sangre fría es una novela ampliamente recomendable, de fácil lectura y frases sorprendentes entre algunas a veces coloquiales, de leyes o de diagnósticos psiquiátricos.

Thursday, August 24, 2006

FOTOGRAFÍA.


Aunque parezcan más antiguas, son de principios de los sesenta... Lo que hace la atmósfera -en este caso, el marco ondulante...
Fotografías tomadas en Chalma, el protagonista, Miguel Castañeda (mi pá...)

Thursday, August 17, 2006

MIRANDO EL RELOJ

También entré en una casa abandonada. Llamaron mi atención los muros con restos de blanco entre la pintura azul y melón, ramas como zarzas arañando el techo, un portón altísimo. Entonces supe que había estado buscando a la persona equivocada. La Ángela del título universitario vivía sólo en la imagen oval. Quizá la nueva tenga la cabeza blanca y rala, pensé, a lo mejor sus senos son globos sin aire, alimentaron a una nueva Ángela de padre desconocido.
Después de dibujar una larga clave morse en la alfombra de polvo, de atravesar cortinajes hechos con telarañas y capullos albinos, vi una figura derramada al final de la última habitación. Es ella, pensé sin acercarme.Sólo la adiviné entre los gajos de noche que goteaban desde un tragaluz. Aquella figura hecha como con trapos viejos no podía ser Ángela. Parecía remendar sus tobillos, tener las manos atadas a las patas de la silla. Miré sus hombros, alas de murciélago plegadas, ocultándome la cabeza. Adelanté un pie; yo mismo le daría consuelo a su cuerpo dolorido. Escuché un sollozo, con murmullos me ordenaba permanecer en mi sitio. Tal vez estuvo escondida allí desde el primer día, cuando abandonó mi almohada; quiso que sólo el aire, las paredes de la antigua casa, atestiguaran su desmadejarse, su volverse suspiros de un minuto antes.
No me importó. Yo era ese que había dormido cobijado por su aliento, quien la ayudó a memorizar el alfabeto hecho para gente con los ojos en los dedos; no cualquier extraño sin un lugar donde dormir o buscando un muro para confirmar su existencia por medio de peces y olas de aerosol turquesa. Me recibiría con la espalda erguida y los brazos extendidos a medias de una marioneta.Sumé pasos, alargué la mano al sentir su respiración perfumándome el cuello. Mi Ángela se convirtió en una sábana hecha de pliegues grises. Resbaló después de tocarla, descubrió la mitad de un rostro de niña, pintura inconclusa apoyada en el caballete con las patas rotas. Hebras negras. Los ojos, acorralados, eran dos enormes escarabajos buscando una salida hacia el lino libre de óleo. Daban al cuadro el aspecto de una obra terminada.
Voces de algún probable vigilante. Me quedé quieto, no porque temiera la reacción del hombre –arrojarme la luz de su linterna, arrestarme por invasión de propiedad privada–, sino embebido en la observación de mis dedos. Ángela gritaría si los apoyara en su cuello. Luego, carreras a la cocina, a los números de emergencia pegados junto a la ventana, al teléfono. “Ayúdenme, un viejo se metió en mi casa”. Y yo acorralado entre el refrigerador y la puerta, buscando debajo de mis arrugas el rostro con el que ella me conoció, el que recuerda.Salí cuando las linternas alumbraban otros sitios: agujeros de rata, pastizales donde antes había alfombras y sillones. Pensé en la niña de óleo. Decidí volver a preguntar fotografía en mano. Si la antigua táctica no funcionaba, después de pegar carteles y recorrer casas sin gente, me sentaría a esperarla en cualquier bar donde sirvieran agua quina con vodka y el dos por uno durara desde el mediodía hasta la madrugada. A fuerzas aparecería una tarde junto a la barra.

Tuesday, August 08, 2006

LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES

El autor, Yasunari Kawabata, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1968, y se suicidó en 1972. Su obra La casa de las bellas durmientes, fue escrita en 1961, y trata de un anciano asistente a una especie de casa de citas con la peculiaridad de que las muchachas, muy jóvenes, permanecen dormidas. En el lugar sólo admiten ancianos. Las reglas: no despertarlas, no tocarlas.
El ver a las chicas dormidas provoca en el personaje, Eguchi, un cúmulo de recuerdos: de su esposa, de su hija menor, de otras mujeres. La historia parece instalada en una época más bien antigua. Los árboles con flores blancas, el té, el uso de kimonos, la fragilidad de las chicas dormidas y del cuerpo de los ancianos, le dan ese toque.
Kawabata describe cada detalle de las figuras durmientes, las pone en la intimidad de una habitación que parece sin puerta al quedar cerrada. El final es sorpresivo. Una muerte que se empieza a anunciar poco antes, en el mismo capítulo. No del anciano, quien podría morir por la edad, probablemente, y porque antes ya murió un cliente y fue llevado a otro sitio para que lo encontraran. Muere una de las dos muchachas que están en la habitación con él. La frase de la mujer que atiende la casa “baja, de unos cuarenta y cinco años”, es el toque inhumano, sorpresivo: “Está la otra chica”.
También al final se menciona un automóvil, lo que sitúa la narración en una época actual.
Yukio Mishima, otro escritor japonés también considerado para recibir el Premio Nobel de ese año, escribió sobre Kawabata: “...es un honor para Japón y para la literatura japonesa... Kawabata ha conservado en su propia obra las más frágiles tradiciones japonesas y al mismo tiempo, se ha paseado por los peligrosos senderos de este país que se ha lanzado temerariamente a la modernización...” Mishima se suicidó poco después.
Es un libro que recomiendo, de ágil lectura, con un inicio que invita a seguir leyendo: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada”.

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL SACRIFICIO HUMANO

La práctica de sacrificios humanos ha despertado muchas reacciones de horror y condenación. Menos numerosos han sido, en cambio, los intentos de comprensión de los mismos. En el caso de Mesoamérica abundan las expresiones de rechazo por parte de los cronistas, tanto eclesiásticos como seculares. Hay, sin embargo, más de un testimonio de admiración. Buen ejemplo lo ofrece Fray Bartolomé de las Casas, quien llegó a decir de los antiguos mexicanos que los sacrificios que ofrecían a sus dioses daban testimonio de su gran religiosidad. A lo cual puede añadirse que esa religiosidad implicaba la creencia en que la sangre de los sacrificados –la chalchiuhatl, agua preciosa– fortalecía la vida de los dioses, en particular del Sol. De ese modo se propiciaba la perduración de la presente edad cósmica, diríamos que se redimía a los seres humanos de su destrucción cósmica.
Sobre esto cabe ampliar la reflexión atendiendo a otra creencia de acuerdo con la teología cristiana. Según ella un sacrificio humano y divino ha sido el origen de la redención de todos los hombres y mujeres en la Tierra. En el Concilio de Trento se debatió además el significado último de las siguientes palabras de Jesús en la última cena: “Tomad y comed, este es mi cuerpo” (aplicado al pan, y asimismo en el caso del vino) “esta es mi sangre que será derramada por vosotros. Haced esto en memoria mía”.
Es cierto que algunos se inclinaron por dar un sentido simbólico a estas palabras. En el Concilio, sin embargo, se les adjudicó significación literal y plena. Según esto la “institución de la Eucaristía”, renovada en la misa, constituía verdaderamente la reactualización del sacrificio de la cruz. En consecuencia, para los católicos, no sólo el sacrificio humano y divino de Cristo es fundamento de su fe, sino que asimismo la eucaristía, en el ritual de la misa, es reactualización del sacrificio primordial bajo las especies de pan y vino. Los que no creen esto, son herejes en términos de lo definido en Trento.
¿No es ésta una idea que contrasta con la que tienen los que simplemente se horrorizan ante la sola mención del sacrificio humano o de quienes se empeñan en negar su existencia por considerarlo oprobioso? En el caso de Mesoamérica, como en el del cristianismo, el sacrificio humano es elemento escencial de su realidad cultural. Por ello importa entender su significación más plena: en Mesoamérica, ofrecimiento que redime a los humanos de su destrucción cósmica; en el cristianismo, fundamento de la redención del género humano.

Miguel León–Portilla.

Friday, July 21, 2006

A SOLAS

Ahora no es Marianito voceador, se fue a descansar un rato. Les informo que pueden ir a www.letralia.com y leer A solas, el cuento de Alejandro Badillo, excelente escritor, alumno de Alejandro Meneses, a quien recordamos a un año de su fallecimiento.
Esto es un fragmento de lo que pueden leer. Muy recomendable, con la atmósfera que envuelve muchos de sus cuentos, en este caso, de tanta soledad que le hablamos al gato que ronronea detrás de la puerta, como si estuviéramos inmersos en una pecera. Excelente cuento.
Tres
La lluvia no duró mucho y un viento ligero dispersaba hojas en el patio. Escuchaste los últimos goteos. Un largo maullido cubrió los sonidos y lo seguiste con la vaguedad con que se percibe una forma bajo el agua. Por la ventana, el deambular de un gato se adivinaba en el estremecimiento en los charcos, independiente de las gotas del techo que los estrellaban. De entre las hojas de un geranio salió otro maullido, más fuerte, preámbulo de los ojos ámbar claro que adquirieron peso en la tarde y avanzaron con cautela hacia la puerta. Lo dejaste entrar y la luz dio de lleno en las manchas negras y blancas, en el andar pausado, con reminiscencias de película antigua. El gato saludó con un lamento solidario, alzó la cabeza para reconocer el lugar en el que estaba. Como primer acercamiento rozaste con los dedos las orejas; el gato hizo rendijas los ojos y arqueó la espalda con una lenta caricia. “Mi esposo salió de viaje, se va cada quince días. Ahora debe estar en Buenos Aires”. Te sentiste un poco tonta por hacerlo tu confidente, pero seguiste hablándole por inercia, prolongando la felicidad del encuentro. Lo cargaste para ir al librero. “Este recuerdo es de París” —dijiste cuando pareció interesarse en una diminuta Torre Eiffel. Al tratar de contar la historia del objeto te desconcertó haberla olvidado y en tus palabras sólo hubo generalidades: una mañana fría, gente amontonada en un camión para turistas, las calles de París, vistas desde la altura. El gato ya no atendía tus recuerdos cosmopolitas y se removía en tus brazos atraído por algún olor en la sala, por el caminar duplicado en el otro departamento. El pensamiento fue al hombre de sombrero, imitando tus movimientos, como si de esa forma reclamara una atención a la cual estaba demasiado acostumbrado. Con el gato en brazos fuiste al cuarto por la cámara. Decidida a preservar el acontecimiento la programaste. El gato, voluntarioso, como si de antemano supiera su papel, subió a tu regazo. La cuenta regresiva, acomodar un mechón sobre la oreja, ofrecer una sonrisa feliz y vacía al flash que alumbró sus caras. “Debo de tener un poco de comida para ti”. Él, desde la silla, te vigilaba como un dios antiguo, un poco derrotado pero aún dispuesto a ensayar un orgullo de animal sabio que se traslucía en sus ojos, en la indolencia con que recibía tus atenciones. En la cocina revolviste con las manos la penumbra de los cajones: sopas caducadas, latas cubiertas por finas capas de polvo, sobrevivientes al último invierno. Al regresar el gato se había ido y te tumbaste en la cama, incapaz de buscarlo. Los ojos fueron al vértigo del techo, y ahí, después de reflexionar un instante, descubriste que el gato había existido sólo como la variación de un acto improbable.

Monday, July 10, 2006

ALEJANDRO MENESES, A UN AÑO...

El viernes 7 de julio, en Profética, a las 19:00 hrs. se realizó un homenaje a quien fuera uno de los mejores escritores avecindados en Puebla, Alejandro Meneses, a un año de su fallecimiento.
La velada estuvo a cargo de sus alumnos, amigos, por qué no decirlo, pues Alejandro era más que un maestro: sentía preocupación por nosotros, trataba de conocer las inquietudes de cada quien. También participaron Ediciones de Educación y Cultura –dos rondas de osos y ejemplares del excelente libro póstumo, presentado también en Profética, Tan lejos, tan cerca, casi a mitad de precio.
En las diversas lecturas, Alejandro Badillo, una servidora, Judith Castañeda, Elías D’Alva, Sergio Rosas y el maestro José Prats Sariol, tocaron diferentes aspectos de la vida del amigo: la cocina, el vodka, su eterna oficina instalada en una mesa del ya famoso bar “La Matraca”, ubicado en la contraesquina de la Catedral, su gusto por los autores estadounidenses, las atmósferas que envuelven sus cuentos, algunos de sus temas, como la muerte, aquella larga celebración del final de uno de los tallares en la SOGEM, en el 2004 –la recordó Badillo y los demás sonreímos: un taxi a las once de la noche, después de la lluvia y La Matraca, la ¿comida, cena?, en un restaurant cercano a la zona del Carmen, la caminata a las casi dos de la mañana hasta la 31 Poniente para dejar en su casa a Princesa, otra de sus alumnas, y por supuesto, en mi caso, la desmañanada para estar a las siete en el trabajo...
Alternando textos y canciones, descubrí la faceta de compositor de Meneses (José Alejandro Onorio, sin “H”, diría Sergio Rosas). Fue un gusto escuchar en voz de Carlos Arellano y Luis Benítez canciones como el blues de Los cinco pesos, que conocía de un programa especial, hace prácticamente un año, transmitido por Radio BUAP.
Entre los asistentes, estuvieron familiares y amigos de Alejandro: su madre, la señora Malena, Rosa e Irasema, viudas, su hija Fernanda, Efigenio Morales, Víctor Arellano, Julio Eutiquio Sarabia, Mariano Morales, del Síntesis, con quien tanto tiempo colaboró Meneses, coordinando el suplemento cultural Catedral, Blanca Luz Pulido, Víctor Rojas y Miraceti Jiménez, entre otros, a quienes agradezco su presencia.
Aproximadamente hora y media, y aun así el tiempo no fue la gota que no termina de caer de la llave. Se sintió la presencia de Alejandro en el ambiente, en el rostro de su hermano mayor, tan parecido a él, en el agradecimiento de su madre y sus hermanos, en los recuerdos y la música.
Tal vez Alejandro, el gurú, mi profe, estuvo burlándose, como comentó Carlos Arellano al inicio de una canción, pero no importa; sus alumnos no podíamos dejar pasar de lado el primer año de su ausencia, el agradecimiento a sus consejos, a su compañía, a su persona tan generosa con nosotros, a su sabiduría, a su amistad. Al hecho de que hayamos estado junto a él por algún tiempo, menor en mi caso, a partir de marzo del 2002.
A Meneses, además de lo mucho o poco que sé, lo que he intentado escribir, le debo mi herencia: buenos amigos de quienes también he aprendido y sigo aprendiendo, Alejandro Badillo, el bigardón de Elías, Sergio, Maribel, Betty Meyer, José Prats... Gracias, Meneses, y nos seguiremos viendo cuando abra Días extraños, Tan lejos, tan cerca o Ángela y los ciegos, cuando escoja, ante la computadora o una libreta, qué teclas oprimir, qué trazos formarán el primer párrafo, el título. Cuando dude y te escuche decir: “¿Te cae?”

Tuesday, July 04, 2006

MARIANITO VOCEADOR, DE REGRESO...

Esta vez para anunciar el homenaje a Alejandro Meneses, el viernes 7 de julio en Profética. Habrá lecturas, música de Carlos Arellano, ejemplares del libro póstumo "Tan lejos, tan cerca" y ¡¡osos!!
Les recomiendo que vayan, un rato recordando a quien fuera el MEJOR ESCRITOR y MAESTRO que cualquiera hubiera deseado tener...
Hoy se cumple un año de su muerte, y se le sigue recordando, como se hará durante mucho tiempo. De igual manera su obra no debe quedar guardada en los anaqueles. Libros como Ángela y los ciegos, Casa vacía, Días extraños, son de los que no pueden faltar en ninguna colección.

ALEJANDRO MENESES II


La muerte es el único evento que tenemos seguro en la vida. Es hacia donde nos dirigimos, irremediablemente y sin escalas. La literatura es la vida, decía Alejandro Meneses (Altzayanca, Tlaxcala 1960–Puebla 2005). Y dentro de ese existir alterno de tinta y papel, la muerte también se hace presente con diversos vestidos: la boca de un fusil, la ausencia de quien nos ha acompañado, la vejez entre sábanas de hospital, un veneno pastoso en los labios, un signo de interrogación...
La obra de Meneses no está exenta de muerte. Algo que es común a casi todos sus cuentos es el deceso del padre. En “El barco de cristal” de Días extraños, colección Asteriscos, editado por la Universidad Autónoma de Puebla en 1987, con un telegrama le anuncian al personaje que su padre ha muerto. Su madre. Y diez años después de huir debe regresar a la casa de la playa, de su infancia: “Mi madre en un escueto telegrama me anunciaba la muerte de mi padre. No me dolía. Sólo sentí que las cosas ya no estaban en su sitio, en el lugar en que, al principio forzosamente, después por la costumbre, las había puesto para alejarme de un pasado que me incomodaba. Este reacomodo, que había ocupado los últimos diez años, volvía a descomponerse con la noticia. Desde que había salido de mi casa no volví a ver a mi padre, a mi madre contadas veces, y creía que mis antiguos sentimientos estaban sellados, cauterizados. Nada sentía por ellos y este desamor me daba comodidad”. El personaje, contrariado, tiene que encontrarse con su madre.
Después del velorio, si ese nombre se le puede dar a un momento donde dos personas solas buscan separarse aún más al ir a cerrar una ventana, con una lámpara apagada, incluso con las frases que intentan decirse y no saben cómo, llegan los rezos ante el esposo muerto: “Tristísima cara de oveja, babeante niño idiota, no quiero que descanses. No vas a notar en mi rostro el dulcísimo deseo de arrojar tu cajón por la ventana; las cosas seguirán igual que antes para que te des cuenta que desperdiciaste tu vida de la manera más estúpida, hincándonos con tu odio sin sentido, abarcando nuestras vidas como si la tuya no te bastara. Esperas, ya sé que estás esperando que algo suceda y nos soltemos a llorar, que sientas que nuestro amor, aunque sea impostado, te toca allá donde te encuentras. Pero nada pasa y tu hijo duerme como si no hubieras muerto, y yo me arrodillo ante ti por última vez, para decirte lo largo de mi odio, mi sangre espesa que ya no se mueve y nada siente con tu muerte”.
La mujer escribe cartas como si platicara con el espejo; en una de ellas le comunica a su hijo la decisión de matar a su padre. Está harta de él, de sus ruidos en el baño, de “sapo en su charca, borborigmos densos, eructos, toses y chapaleos de anciano”. Y le pone veneno para ratas en la sopa de avena. Él se da cuenta y de todos modos sigue llevando la cuchara a su boca. Está muerto, desde antes lo estaba, y ahora la mujer lo quemará en el patio trasero. La atmósfera de este cuento se resume en una frase con que el narrador describe la casa: “Lo que me rodeaba tenía la apariencia de esos bodegones oscuros, infinitamente tristes, donde reposan frutos marchitos, acomodados por alguien que no sabe qué hacer con su tristeza”.
En Ángela y los ciegos, libro editado por Cal y Arena en el año 2000, se repite la muerte del padre del personaje y aun más; ese sino se extiende a su prima Ángela, quien llega a la casa de su tía. “–Tu tío se murió anoche...Pensé en el tío que todos los años invitaba, a la viuda y al huérfano, a esa casa de la playa a la que mi tía Mercedes dedicó su vida de gorda bonita”.
Al igual que en “El barco de cristal”, “Ángela y los ciegos” pone de manifiesto una separación entre el personaje y su madre, sólo que esta vez la causa no es por la huida de la casa paterna; la lejanía está dentro de las mismas paredes. Él le dice a su prima: “Espantas a mi madre porque no puede tenerte. Piensa que deberías ser suya. Siempre te quiso pero nunca llegaste a su vientre. Ahora, siempre te estás yendo, nunca acabas por llegar”.
Otra diferencia es que él sí tiene deseos de acercarse, sin lograrlo. “Yo me quedé tras la puerta, rodeado por el resplandor de las ceras; entre ellas, la de mi hermano. Me asomé: Mi madre pasó su mano áspera por el cabello de mi prima. La estrechó contra su pecho, acercándola hasta un sitio al que yo nunca había podido llegar. Mi madre vio mi cara lejana: luz y sombra sobre los rasgos que algún día fueron de mi padre. con la cabeza me señaló la escalera, el mundo exterior, la lluvia. Y se quedaron solas. Como siempre, sin mí”.
Hay trece años de distancia entre Días extraños y la nueva musicalidad que envuelve a cada narración de Ángela y los ciegos, que es una reunión de frases contundentes: “Abrí los anaqueles, revolví el refrigerador donde las verduras, abandonadas, criaban hongos con sabia paciencia; metí la mano en ciertos lugares de la alacena que no visitaba hacía meses: tallarines fosilizados, especias en peligro de extinción, harina convertida en roca, un caramelo, telarañas deshabitadas, el frágil cadáver de un ratón”.
La recopilación Casa vacía, publicada a finales del 2004 por LunArena, recoge algunas de las narraciones que construyen Vidas lejanas (ABZ Editores, 2003), cuyo tiraje se adquirió en su totalidad para las bibliotecas de aula.
En cuentos como “Escalera al cielo”, “Cuaderno de viajes” o “Sequía”, se siente un acercamiento, cierta complicidad, entre el personaje o narrador, y su madre, los tíos. La constante, el padre sigue siendo algo etéreo, algo que se va antes o durante el cuento; incluso algo que no se menciona.
“Cuaderno de viajes” narra esa cercanía que hay entre el abuelo y su nieto, la complicidad del dictar y escribir biografías y crónicas de viajes imaginarios, poemas. De nuevo, el padre muerto. El anciano haciendo un poco las veces de padre; al mismo tiempo es un niño ante la televisón, las caricaturas. Muere al final: “Ahora, como mi padre, ha regresado a esas regiones donde el calor es un mosquito y el frío un mero paisaje blanco. En su biografía no aparecen sus padres, nunca se casó, nunca tuvo hijos, nunca vivió en esta casa y yo, por supuesto, no he nacido. Ni lo haré”.
En “Sequía” intervienen dos voces, padre e hijo. El padre vive con su tío, quien le hereda un rancho pulquero, propiedad que finalmente terminará en manos de don Luis, cacique de ciudad, quien compra el pulque al precio que él fija, y luego es cliente de la carnicería que el padre adquiere con el dinero de la venta del rancho.
A diferencia de otros cuentos, el padre continua vivo al final de la narración. En cambio, la muerte alcanza a don Luis en “un hospital de Puebla”. Quizás Alejandro Meneses pensó en este personaje como una especie de padre, pues tiene cierta simpatía, cierto acercamiento, con el hijo.
En el cuento “Un extraño en el paraíso”, también existe un personaje que tiene cercanía con el narrador. Un asaltante cojo a causa de un balazo detrás de la rodilla, un hombre que mató al padre de aquel casi junto a su cuna. Esta vez el personaje vive con su abuela, abandonado por su madre desde la niñez. Ese “ladrón ridículo, asesino bufo”, lo ayudará a recuperar a su padre a través de un cuaderno azul, pues él no lo conoce: “Por las fotografías que conservo sé que mi padre fue un hombre robusto, de cabello quebrado y labios finos. En todas aparece de corbata, no se la quitaba ni en los días de campo: junto al río y con los pies desnudos pero con corbata. Mi madre se recarga sobre su pecho mientras él mira a otro lado, nunca a la cámara”. Esto último también signo de esa lejanía entre él y su padre.
Los cuentos de Vidas lejanas son atmósferas y metáforas, creo, pensadas durante más de una noche. Decía Alejandro: “Busquen sus propias metáforas, confíen en sus instintos”. De “Escalera al cielo”: “–Va a llover– dijo mi tío Manolo, mirando el cielo pesado que latía y empujaba, lentísimo, su plomo hacia Huamantla. La montaña azul, espumosa de nubes, se derramaba como un vaso lleno sobre las orillas del pueblo”.
¿Qué tanto hay de la biografía de un escritor en su obra? Alejandro Meneses perdió a su padre a una edad muy temprana, de cinco años, acercándose así a su madre. Este sino desafortunadamente se ha alargado hasta alcanzar a sus dos hijas, de diez y seis años de edad. Meneses murió hace casi un año, dejándonos huérfanos también a sus alumnos y amigos. Ahora sólo resta mantenerlo vivo en sus libros, en sus cuentos, tratar de plasmar sus enseñanzas en otros textos, recordar la época en que coincidíamos en “su oficina” y levantar un “oso” a su salud. Él sigue respirando.

ALEJANDRO MENESES

Dudo en el ángulo desde donde arremeteré a la pantalla. Pienso, oprimo las letras, vuelvo a pensar y borro. Creo que desde tu ausencia sólo disparo teclazos en el agua. De nuevo, a casi trescientos sesenta y cinco días, pongo mi alma, mis recuerdos, frente a mí, trato de tejerlos para ofrecerte unas palabras. La voz de tu última presentación –en vida–, Casa vacía, está cantándome en estos momentos y vuelve a atacar mi garganta, ella sí con eficacia, a recordarme esa llamada de Alejandro Badillo, uno de los amigos que me legaste, preguntándome por ti, si te había visto, si hubo taller el miércoles pasado; al fin diciéndome como si él tampoco lo creyera, como si no fuera él: “Parece que falleció el fin de semana”. Colgué muda. Seguí viajando por la computadora, elucubrando esa última tarea donde alguien hace alarde de sus aptitudes como cocinero y asesino, pero pensando en ti. Temblé, como esta mañana. Efecto retardado. Quise que fuera mentira. Luego repetí el ejercicio de Alejandro, una mala noticia extendiéndose como una mancha, consumiendo tiempo aire, entrando en otros oídos, sacando miradas líquidas.
Después de aquella cita en Profética, en donde estuviste presente por partida triple, espíritu, recuerdos y una fotografía blanco y negro, busqué tu nicho. Debo confesar mi poca habilidad para localizar un pequeño recuadro entre pequeños recuadros de la pared. “Llámame, Meneses, no soy buena para esto”, grité con murmullos. Un ramo de gardenias en mi bolso. No te encontré, y salí con una esperanza: escuchar tus comentarios el próximo miércoles, leer para ti un texto de esos que sólo tu maestría generaba en mi cabeza.
Después de unos días, visité a tu mamá, me metí en su abrazo y te lloré. Luego supe dónde encontrarte. Es para dar risa, necesitar coordenadas en un sitio estrecho y circular, debajo del suelo de la iglesia que está en la colonia Santa María –de los Niños, dirías–. Ante la imposibilidad del ramo de claveles, un pedazo de papel con mala letra en tinta negra: “Te extraño profe”. Y sigo haciéndolo.

Hay maneras de morir sin dejar de respirar, como aquel joven poeta inglés que peleó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y terminó en un hospital psiquiátrico, mencionado por David Huerta en su más reciente visita a Puebla, una lectura a las diez de la mañana después del homenaje a José Lezama Lima, dedicada a ti. Estoy de acuerdo, y sé de otra, tal vez no tan contundente, sino que va matando de a poco, como una enfermedad alojada en el cuerpo desde el instante de nacer, adormecida por el vapor de los medicamentos: voltear y ver una herida roja en lugar de un amigo.
Pensando en esa frase, se podrían cambiar los términos: “Hay maneras de vivir sin emitir latidos”. Y también eres el ejemplo, Alejandro. Como en Cuando sueñe, sueñe usted con eso, abro un libro y me encuentro, no con la “soledad de una flor dibujada en el papel, con palabras venidas de algún rincón de la ciudad”. Las páginas me regresan tu voz hecha letras, tu rostro como celulosa blanqueada. Sigo sorprendiéndome con ese rezo ante el féretro del esposo muerto en la casa de la playa, con una botella que es capaz de guardar una historia que luego repetirá, con una joven maestra de, no para ciegos, en constante búsqueda de la escuela semejante a un edificio con ruedas en lugar de cimientos, con los números de Catedral que guardan trozos de tus Vidas lejanas... Esos son los impulsos de tu corazón, Alejandro, el timbre de tu voz. Tu presencia.
Pero tu lugar se extiende incluso antes del inicio de cada libro, dentro de palabras azules y negras. En los espacios de tinta están guardados saludos, consejos, buenos deseos, “P.D. también para la abuela”. Si las acaricio como si fueran a romperse con un soplo, todavía siento la fuerza de tu mano, el apoyo del bolígrafo en el papel. Para tu voluntad y alma de escritora, para mi querida amiga Judith, autógrafos que la eterna admiradora guardará incluso cuando sean pigmentos en el ala de una mariposa.
Y más allá, guardo tu dirección de correo electrónico entre mis contactos, el único mensaje que me enviaste, tu número telefónico. No los borraré, pero tampoco te escribiré o llamaré otra vez. Me dolería ver esos mensajes de regreso porque no pudieron entregarse, porque la dirección no existe más, escuchar un saludo, una voz diferente a la tuya.
Ángela y los ciegos me obsequia una fotografía, el tiempo anterior al mío coincidiendo con el tuyo. Detrás de un vaso a medias, que adivino de vodka, volteas hacia otro lado, tus manos son escudos sobrepuestos. Tuve dos hipótesis: aplaudías o no querías salir en la instantánea que perpetuaría ese segundo. No acerté con ninguna. Era sólo una plática en tu casa.

La mejor manera de mantenerte respirando es seguir tus enseñanzas. Escribir biografías para los personajes, escuchar la música dentro de un cuento, unir trama y urdimbre de la atmósfera, leer –¿ya leíste Pedro Páramo? No. Entonces tienes tarea–. Seguir los instintos... Lo hago. Varias veces avanzo en la dirección equivocada. Siempre me harás falta en el timón. Pero no te has separado de él por completo. Ahora tu espíritu se encuentra en otros consejos, en los de Beatriz Meyer, en los de José Prats. Ellos me ayudan a mantener el rumbo y tú has pasado al lugar de los ángeles.
Eres uno de los dos que me cuidan. Bueno, de medio tiempo. Primero eres el guardián de tus hijas, de tu mamá. Cuando estoy frente a una libreta, a la pantalla, cuando aventuro mi vida en un concurso, me acompañas.
He tenido suerte en los últimos meses. La frase del futbol, portero sin suerte no es portero, se podría aplicar a mi caso: participante sin suerte no lo es. Sé que mi buena fortuna viene de arriba, donde estás tú, Meneses, tal vez un sitio como La Matraca, con un “oso” en la mano y tu sonrisa detrás de los anteojos. Leyendo mientras en la televisión se grita un gol, una canción a ritmo de tambores. Lamento no poder estar como antes, sentada a la misma mesa, la del rincón, con la cabeza entre las manos y la atención en tus frases, recuento de lecturas, elucubraciones de ejercicios para la próxima sesión (¿te acuerdas? Aquella vez de las tareas personalizadas, cuando entre los presentes dejaron para mí “que se muera el Papa”, la risa no me dejaba atender –yo, ¡qué pena!; tú, ¡ay, sí, qué dolor qué dolor qué pena!– Entonces delimitaste el enorme terreno en espera de mi exploración: “¿Cómo tomarían la noticia en un pueblo perdido en la sierra?” De tus palabras salieron buenas ideas mal acomodadas, un cuento y varias correcciones).

Mayo agoniza. La cuenta regresiva hacia el trescientos sesenta y cinco sigue y no se detendrá en esa cifra. Empieza desde antes del día de tu muerte, el miércoles anterior, cuando sincronizamos los relojes a las siete de la tarde–noche y nos despedimos hasta la siguiente clase; para siempre, aunque lo ignoráramos. Tu fotografía no ha perdido su lugar en mi repisa; ni lo perderá. Como el abuelo, en el primer cuento de la recopilación Casa vacía, has “regresado a esas regiones donde el calor es un mosquito y el frío un mero paisaje blanco. En su biografía no aparecen sus padres, nunca se casó, nunca tuvo hijos, nunca vivió en esta casa...”
A diferencia de él, en esa vida inventada, parte de un cuaderno de viajes, a ti te sobreviven, además de tu familia, los alumnos que intentan escribir un homenaje a tu obra y enseñanzas, que siguen huellas dejadas hace tiempo, hace casi un año, cuando caminabas presuroso por el centro de la ciudad, con un periódico, libros y la mochila de piel al hombro.

Friday, June 30, 2006

MARIANITO VOCEA POR CUARTA OCASION!!!

Esta vez para publicitar el suplemento cultural de Intolerancia diario, Fronda, que mañana sábado publicará textos acerca del excelente escritor y maestro Alejandro Meneses, de Roberto Martinez Garcilazo, del escritor cubano José Prats Sariol... Imperativo a casi un año de la muerte de Alejandro -profe, te extrañaré siempre.
Seguiremos informando...

Wednesday, June 28, 2006

VISIÓN DE LOS VENCIDOS

Tal vez el mejor final que pueda darse a la Visión de los vencidos sea la transcripción de unos cuantos icnocuícatl, cantares tristes, verdaderas elegías, obra de los cuicapicque o poetas nahuas postcortesianos.
El primer icnocuícatl acerca de la Conquista que a continuación se transcribe, proviene de la colección de "Cantares Mexicanos" y probablemente fue compuesto hacia el año de 1523. En él se recuerda con tristeza la forma como se perdió para siempre el pueblo mexica. El siguiente poema es todavía más expresivo. Tomado del manuscrito indígena de 1528, describe con un dramatismo extraordinario cuál era la situación de los sitiados durante el asedio de México-Tenochtitlan.
Finalmente, el tercer poema, que forma parte del grupo de poemas melodramáticos que servían para ser representados. Comprende desde la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan, hasta la derrota final de los mexicas. Aquí tan sólo se transcriben los más dramáticos momentos de la parte final. Estos poemas, con más elocuencia que otros testimonios, muestran ya la herida tremenda que dejó la derrota en el ánimo de los vencidos. Son, usando las palabras de Garibay, uno de los primeros indicios del trauma de la Conquista.
Se ha perdido el pueblo mexica
El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres; la huída es general
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonan la ciudad de México:
el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo...
Con llanto se saludan el Huiznahuácatl Motelhuihtzin.
el Tlailotlácatl Tlacotzin,
el Tlacatecuhtli Oquihtzin . . .
Llorad, amigos míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana.
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco.
Sin recato son llevados Motelhuihtzin y Tlacotzin.
Con cantos se animaban unos a otros en Acachinanco,
ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacan. . .
Los últimos días del sitio de Tenochtitlan
Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos . . .
Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí la arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.
Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.
Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.
Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado . . .
La ruina de tenochcas y tlatelolcas
Afánate, lucha, ¡oh Tlacaltéccatl Temilotzin!:
ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los de las chinampas.
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya viene a cerrar el paso el armero Coyohuehuetzin;
ya salió por el gran camino del Tepeyac el acolhua.
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya se ennegrece el fuego;
ardiendo revienta el tiro,
ya se ha difundido la niebla:
¡Han aprehendido a Cuauhtémoc!
¡Se extiende una brazada de príncipes mexicanos!
¡Es cercado por la guerra el tenochca,
es cercado por la guerra el tlatelolca!
La prisión de Cuauhtémoc
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya se ennegrece el fuego,
ardiendo revienta el tiro:
ya la niebla se ha difundido:
¡Ya aprendieron a Cuauhtemoctzin:
una brazada se extiende de príncipes mexicanos!
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Pasados nueve días son llevados en tumulto a Coyohuacan
Cuauhtemoctzin, Coanacoch, Tetlepanquetzaltzin:
prisioneros son los reyes.
Los confortaba Tlacotzin y les decía:
"Oh sobrinos míos, tened ánimo: con cadenas de oro atados.
prisioneros son los reyes."
Responde el rey Cuauhtemoctzin:
"Oh sobrino mío, estás preso, estás cargado de hierros.
"¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General?
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita!
"¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!
"Por cierto serás esclava, serás persona de otro:
"será forjado el collar, el quetzal será tejido, en Coyohuacan.
"¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General?
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita!
¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!"

Wednesday, June 21, 2006

¿GUERREROS AZTECAS?

El partido de hoy me recordó una frase que escuché en la televisión: "Debajo de cada guerrero azteca se esconde un ratoncito asustado que quiere regresar con su mamá". Creo que estoy de acuerdo. Sólo hay que ver el rostro de Omar Bravo ante la posibilidad de anotar un penalty. Sudaba nervios y la falló.
Dijeron los comentaristas que se tuvo confianza; yo tengo otra teoría: el jugador nacional quiso ver su nombre anotado junto a los líderes goleadores. Es cierto, lleva dos, pero podría llevar tres. En ese momento no pensó en el equipo, sino en sí mismo, en la gloria personal. Mal. ¡¡Que regresen las entradas!!
Ahora sólo resta esperar a Argentina, uno de los favoritos para llevarse el título... ojalá no nos hagan pomada.
Seguiremos informando...

Thursday, June 15, 2006

EXTRA, EXTRA!!!! (Marianito debe descansar)

Unos anuncios:
El próximo miércoles 5 de julio, a las 6 de la tarde en la Casa del Escritor, se realizará un homenaje a Alejandro Meneses, a un año de su fallecimiento (aunque pasen muchos, se le extrañará como en el primer minuto).
Y bueno, también aprovecho para meter un gol y anunciar la próxima aparición de un cuento de mi autoría, el próximo sábado en Catedral, suplemento cultural del periódico Síntesis.
Seguiremos informando...

Wednesday, June 14, 2006

LITERATURA PREHISPÁNICA

Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar:
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.

En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer, llegan a abrir sus corolas nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: da algunas flores y se seca.

¿Conque he de irme, cual flores que fenecen?
¿Nada será mi nombre alguna vez?
¿Nada dejaré en pos de mí en la tierra?

En vano nací, en vano vine a brotar en la tierra:
soy un desdichado, aunque nací y broté en la tierra:
digo: “¿Qué harán los hijos que van a sobrevivir?”


En los caminos yacen dardos rotos;
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas
y están las paredes manchadas de sesos.
Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido,
y si las bebíamos, eran agua de salitre.
Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad
y nos quedabba por herencia una red de agujeros.
En los escudos estuvo nuestro resguardo,
pero los escudos no detienen la desolación.
Hemos comido panes de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
pedazos de adobe, lagartijas, ratones,
y tierra hecha polvo y aun los gusanos.


Historia de la Ciudad de México. Tomo 1. Fernando Benítez. SALVAT Mexicana, 1984. Págs. 30 y111.

Friday, June 09, 2006

ALEMANIA 2006.


Hoy se inició el Mundial de Fútbol Alemania 2006 muy temprano, hacia las nueve de la mañana. Fue grato descubrir a Juan Villoro entre los comentaristas de televisión (en Televisa). Escritor mexicano, necaxista, integrante del jurado en el concurso del Goethe Institut–Mexiko “Fútbol y Literatura”. Acaba de publicar su libro Dios es redondo.
Estuvo hablando acerca del estadio de Munich, construido con inversión pública y privada, donde se celebró la ceremonia de inauguración tomando elementos tradicionales de Alemania y un toque de música africana. Il Divo y Toni Braxton interpretaron el tema oficial del campeonato.
Un minuto de silencio en memoria del padre de Oswaldo Sánchez, fallecido hace apenas unos días, y de familiares de otros participantes. El partido inicial, Alemania enfrentando a Costa Rica, quien desde el inicio se vio apabullado por el equipo local. A los cinco minutos los ticos perdían uno por cero y a los doce aprovecharon un error para el momentáneo empate vía Wanchope. Después de noventa minutos, el 4–2, el estadio animando a su equipo, una zona roja detrás de la portería, anotaciones muy sufridas por parte de Costa Rica, un golazo, el cuarto de la selección anfitriona, intentos europeos en tiempo de compensación. Un buen inicio de mundial, con goles, atacando, diferente a otros años, a marcadores apretados, de empate.
Algo emotivo, que, creo, no se había presentado en otras aperturas, es el desfile de campeones de diferentes mundiales, los uruguayos del ‘30 y del ’50, brasileños, italianos de 1934 –celebrado en Italia, de difíciles condiciones para los visitantes a causa del fascismo y Benito Mussolini–, ingleses, alemanes, argentinos... Hombres canosos, de traje oscuro, un brasileño en silla de ruedas, el Rey Pelé entre sus compatriotas. Se hicieron algunos comentarios acerca de inauguraciones pasadas, y me llamó la atención el que se refirió a México ’86, elementos prehispánicos diseñados básicamente para la transmisión televisiva, mientras los aficionados en el Azteca no sabían lo que pasaba. Mal, pudiendo mostrar aspectos de la cultura mexica en el estadio, en vivo. Ojalá hubiera otra oportunidad, pero sinceramente lo dudo mucho...
Refiriéndose al equipo alemán, Villoro mencionó que un buen número de jugadores son nacionalizados. Hombres polacos, uno de ellos autor del excelente segundo gol para marcar el 2–1 a favor de los locales, un perfecto trapecio formado ante la portería.
Dos opiniones: ojalá que la pérdida sufrida por el portero titular de la selección mexicana no afecte su desempeño, que al contrario, aliente a los jugadores a honrar esa memoria en la cancha. La otra, acerca de la canción, de la cual ignoro el título. Creo que la mejor, la que tiene la trayectoria del balón inscrita en cada nota, las gradas hirviendo, hasta ahora, es “La copa de la vida”, interpretada por Ricky Martin en Francia 1998, y encargada por la FIFA a uno de los más importantes cantautores latinos: el también puertorriqueño Robi Draco Rosa.
Es agradable cada cuatro años ver cómo el mundo se reune alrededor de un esférico, sobre alfombras listadas, y se olvidan de enfrentamientos bélicos –en el Corea–Japón Estados Unidos e Irán saliendo de la mano (ahora los estadounidenses tienen al país musulmán en la mira), en la actualidad, el grupo A con Alemania y Polonia, recordamos el Holocausto y la ocupación alemana en el país vecino, las ruinas, el ghetto de Varsovia, Auschwitz, las chimeneas lanzando cenizas humanas–; ver, como lo dijera el tema de México ’86, “el mundo unido por un balón”.

Wednesday, May 31, 2006

¡¡¡EXTRA, EXTRA!!! (Marianito voceador, tercera entrega)

Se le informa al público en general que el sábado 3 de junio, en el suplemento cultural del periódico Síntesis, Catedral, aparecerá un cuento de Alejandro Badillo, alumno sobresaliente de los talleres de Alejandro Meneses... López, su otro yo... Imperativo conocer la obra de tan insigne escritor joven.
Seguiremos informando.

ALEJANDRO MENESES


A casi un año de la terrible noticia de su fallecimiento tan repentino, empiezan los homenajes en torno al excelente maestro y escritor poblano–tlaxcalteca Alejandro Meneses, autor de Días extraños, Ángela y los ciegos, Vidas lejanas, del póstumo Tan lejos, tan cerca, y de las recopilaciones Casa vacía y Noche adentro.
Ayer, 30 de mayo, se le dedicó un pequeño homenaje en el marco de la Feria del Libro, en el edificio Carolino de la Universidad Autónoma de Puebla. El evento, que incialmente sería precidido por el poeta Julio Eutiquio Sarabia y el director del diario Síntesis, Mariano Morales Corona, ambos amigos de Alejandro, tuvo como presentadores a Óscar López, de Radio–BUAP, y a Carlos Contreras, director de Fomento Editorial de la Universidad Autónoma de Puebla. En este evento se hizo entrega de un reconocimiento a Mariana Elena Cuautle –no María Elena, como lo dijo el señor Contreras–, madre de Alejandro. Pautado para las seis de la tarde, comenzó aproximadamente a las seis con veinte minutos. Después de una lectura por parte de Oscar, de un texto de Mariano Morales, quien por cuestiones de trabajo no pudo asistir al homenaje, y del director de Fomento Editorial, se le entregó una placa a la señora Malena, como muchos la conocemos.
En mi opinión el homenaje fue pequeño no sólo en cuestión de tiempo, pues no duró arriba de veinte minutos o media hora, sino también en la importancia que se debe otorgar a cualquier evento. Esto lo digo recordando el texto leído por Carlos Contreras, el director de Fomento Editorial de la Universidad Autónoma de Puebla. Desde un inicio me parecieron conocidas frases como “Autodidacta asombroso, fue muy buen traductor del inglés sin haber nunca visitado ningún país angloparlante... Aprendió el idioma oyendo rock, viendo películas y leyendo a los clásicos estadounidenses en su lengua... Melómano de corazón y de talante bailador...”
Después de despedirme de la señora Malena, de Alejandro Badillo y Maribel Cacique, alumnos aventajados en los talleres de cuento a cargo de Meneses, y de Abigail, busqué los números que el suplemento cultural del periódico Síntesis, Catedral, publicó después de hacerse público el fallecimiento de Meneses, con fechas de 9 y 16 de julio del 2005, números 671 y 672.
Curiosamente, en el 671, firmado con (JLBA), aparecen la mayor parte de los párrafos leídos por Contreras, quien nunca señaló al autor. Incluso en una de las solapas de la recopilación Noche adentro, hay un texto que se refiere al autodidacta y traductor del inglés, al talante bailador, y está firmado por José Luis Benítez Armas –nombre que corresponde a las iniciales en el suplemento Catedral.
Lo anterior, aunado al comentario que me hizo un asistente –antes de entrar, escuchó decir al director de Fomento Editorial, poco más o menos “ahorita te lo reviso, nada más déjame echar una firmita”–, me habla del carácter de “relleno”con que los organizadores trataron el homenaje. De la escasa importancia que para ellos tuvo.
Señores, un autor que dio tanto a la literatura, un amigo y maestro como Alejandro Meneses, merece ser recordado con eventos serios y también con la difusión de su obra. Sus libros se sacan a la venta prácticamente en la Feria del Libro –a $15; cómprenlos, de veras son excelentes–. Me aventuro a decir que casi nadie los va a buscar hasta la editorial, cuya entrada está a un costado de la farmacia universitaria Alexander Fleming de la 2 norte, entre 14 y 16 oriente. Deberían preocuparse más por la distribución de los que pertenecen a Fomento Editorial de la UAP, Días extraños de 1987, la recopilación Noche adentro del 2005, y la antología de cuentos de Lolitas De párvulas bocas –coedición con Siena Editores– del mismo año, en la que Alejandro participó con el cuento “La bella vida” –incluido posteriormente en Tan lejos, tan cerca–, los tres de Colección Asteriscos.
Estaremos atentos ahora que se acerca el cuatro de julio, primer aniversario de la muerte de Alejandro Meneses, el maestro, el autor, el amigo, cuyo hueco nadie puede ni podrá llenar.