Tuesday, December 21, 2010

ELEFANTE BLANCO (Acerca de la fusión de las secretarías de educación y cultura)


Esta mañana, en Profética, Casa de la Lectura, se llevó a cabo una conferencia de prensa en relación con los insistentes rumores acerca del plan que la nueva administración, encabezada por Rafael Moreno Valle, tiene de fusionar las secretarías de educación y cultura.
Los funcionarios electos no han desmentido ni confirmado dichos rumores, se dijo a las once de la mañana en el patio de la casa ubicada en la esquina de la 3 sur y 7 poniente. Se habló de arrebatar a los ciudadanos parte de su patrimonio, el cultural.
Y estoy de acuerdo. La educación y la cultura, si bien son muy cercanos, requieren, creo, de instituciones independientes para su atención, ¿por qué fusionarlos? No sería por motivos económicos, está visto: así lo comprueba el plan de dividir la Secretaría de Administración y Finanzas en dos, o el de crear la Oficina de la Gubernatura (?).
En este país, la mayoría de los estudiantes están reprobados: no hay comprensión de la lectura –de hecho no hay lectura, y las actividades extraescolares, llámese tareas, van destinadas a que no haya lectura, al menos por placer–, las operaciones básicas representan un problema, se retiran de los libros de texto pasajes básicos de la Historia de México, como sucede con la época colonial, en esas mismas páginas se adulteran ilustraciones, como en el mural El paso de Bering, del artista Iker Larrauri, en fin; hay varios puntos que podrían mejorarse en los programas educativos.
Si hablamos de quienes se encargan de impartir las clases, los profesores, el escenario tampoco es muy bueno, pues prácticamente son vistos como votantes y nada más, como un cuerpo amorfo que engrosa las filas de quien en determinado momento convenga a la líder de su sindicato, Elba Esther Gordillo. Para esta persona, los profesores son una masa que puede movilizar.
Lo que prevalece en la educación es la política por encima de la educación misma. Y es conveniente para los gobiernos: un pueblo adormecido por los programas de la televisión abierta, por la deficiente educación que se imparte, es un material dúctil para fabricar con él lo que le plazca al ocupante en turno de las oficinas de gobierno.
Por otro lado, pareciera que la cultura es de los aspectos que menos importa a quien está en el poder. Así lo comprueban la no asistencia a reuniones para escuchar a los creadores, por ejemplo, o las casi nulas propuestas de un candidato, cualquiera, en el ámbito cultural.
Y digo pareciera, porque también ese no interés podría significar lo contrario.
En la literatura, por poner un ejemplo, cabe cualquier aspecto de la vida real: la ficción es un reflejo del mundo. El cine es otro espejo de la realidad: aquí cabría citar la película “V for vendetta” (V de venganza, en español). Dentro de la trama, se dice que los artistas usan la mentira para decir una verdad. Esto sería otro equivalente de la ficción como reflejo del mundo, de lo que pasa en él, de lo que sus habitantes piensan y sienten y hacen.
La percepción del pueblo, en general, es que la política es una maraña sucia, algo que sirve para que muy pocos ganen poder y abran otra cuenta más en un banco extranjero. La política, como parte de la realidad, también puede verse reflejada en la ficción. Y si el hipotético usuario de la cultura se asoma a ella, y si empieza a preguntar, y si empieza a pensar, a cuestionar la información que recibe por parte de los medios de comunicación…
Tal vez la educación y la cultura sí sean rubros importantes, después de todo: importante mantener su perfil bajo, en el caso de la educación; importante hacer un elefante blanco del nuevo instituto o subsecretaría, como se rumora que quieren hacerlo.

Saturday, November 27, 2010

ELLA, ¿HUMBERT?


La seductora de doce años, la del nombre de tres sílabas o sólo una: Lo. La Lolita de Nabokov, la escrita en 1955, la novela que escandalizó y en la cual se basaron dos películas. La ninfa sobre la cual descansa una antología editada en el 2005 por la Universidad Autónoma de Puebla. A esa primera convocatoria de Jorge Arturo Abascal Andrade respondieron catorce autores, quienes formaron la trama del libro De párvulas bocas, retratando al personaje desde distintas miradas.
Ahora, el mismo compilador hace un segundo llamado. La consigna, tejer la figura invertida de aquel primer volumen. Y así nos encontramos con Volver a los diecisiete, libro coeditado por Ediciones de Educación y Cultura, Duermevela, el Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla, Profética, Casa de la Lectura y UNARTE, en el que si bien más de un personaje se distancia de la imagen de una lolita –lolito–, persiste la seducción, ese algo de un hombre joven que atrae a una mujer mayor.
Y como antes lo hicieran Alejandro Meneses, José Sánchez Carbó, Alejandro Badillo, Guillermo Samperio, el propio Jorge Arturo Abascal, entre otros escritores, trece autoras, entre ellas Beatriz Meyer, Iris García, Isabel González, Beatriz Espejo, acudieron para construir no al Lolito de una manera estricta, sino al personaje masculino siempre más joven, al “antídoto eficaz contra el hastío” en la mayoría de los casos.
Nos encontramos, sin embargo, con dos cuentos que se apegan más al personaje creado por Nabokov: “Boca de viuda” y “Un trato”. En ambos, Beatriz Meyer e Iris García respectivamente, ofrecen a nuestros ojos la relación entre un niño de doce, trece años, y una mujer mayor de cuarenta. En “Boca de viuda”, desde una tercera persona alejada en el tiempo, el niño seduce para luego rechazar en un matrimonio arreglado por el marido de ella antes de su muerte. Con gran sentido del humor, Beatriz Meyer nos entrega los recuerdos de una familia en la que las mujeres heredaron “cierto gusto por los jovencitos” y los varones, desde chiquitos, “corren detrás de cualquier viuda de boca golosa”.
“Un trato” es un momento que nos recuerda a la Lolita conciente de la muerte de su madre. El consuelo de un abrazo, la ternura –la atracción, en este particular– que despierta el acto de bañar a un niño en la prostituta que bien podría ser su abuela.
Luego, texto a texto, el Lolito se va deshaciendo de las amarras de ese título, gana un poco de edad. En algunos se conserva algo de la intención de la novela, como el adolescente que le coquetea a una persona mayor en “Tarde de café”, de Paloma Villalobos, o el viaje en la narración de Amelia Domínguez, “La ceiba”, que relata un trayecto en camión, en taxi, al final del cual la mujer descubre a un “muchachillo que no tendría ni 18 años”, empleado de hotel con quien termina teniendo una relación más duradera, la que deseó para sí Humbert–Humbert.
“Maldita luna” toca otro de los aspectos de la novela: la obsesión por una persona a la que no se puede tener. En la obra de Nabokov la causa es la muerte: Humbert desarrolla su deseo gracias a la búsqueda de una nueva Annabel, su amiga de infancia y adolescencia muerta hace mucho. En este cuento la causa es un tabú; una mujer que busca a su hijo de veintipocos a través de otros cuerpos, incesto triangulado.
Y si bien otras pieles envuelven al Lolito y lo despojan de ese título –hombres de treinta que cuelgan un anuncio en el periódico, recomendados de veintiuno, mulatos vagabundos, masajistas a domicilio, estudiantes de veinticuatro a quienes se ofrece un “último aliento de mujer”, un modelo sin edad–, en cada cuento persiste la seducción; no la que emana de un adolescente, un casi niño, y que atrae a la mujer de cuarenta o más, sino la que encierra el querer alejarse de la soledad –incluso de una sentencia de muerte gracias a una enfermedad terminal–, el intentar llenar un vacío con una cita conseguida por medio del periódico, con clases de pintura luego de enviudar, con paseos sin rumbo mientras el marido asiste a un “desayuno para hombres solos, culminación de ajustes y contratos”.
Goteos rojos en una existencia gris, momentos en los que se sonríe “como si todavía tuviera diecisiete y aún la vida fuera una promesa”, es lo que destilan las páginas de esta antología, siempre de la mano de un personaje que no es del todo un “lolito”.

Sunday, November 07, 2010

PERDÓN


No sé si mañana, si los cinco días funestos hagan morir al sol, si vuelva a nombrar cosas con el teclado y las yemas, no sé si haya mañana. Hoy pido perdón por atreverme a pensar que nadie notaría al intruso en mi sombra, por moverme de mi hueco, por pensar que podía ir a otro lado, que mis piernas eran libres y no tenían por qué estar en la misma ratonera, en el rincón a ellas destinado. No sé si haya mañana para las palabras, para mis palabras de papel y tinta y cursores y vagabundos y porcelanas rotas y enormes ingenuidades. No sé. Tal vez hoy por la noche, a la hora de los fantasmas, a lo mejor mañana la corriente de su sangre reanuda el paso, escuchándose sus palpitaciones. Pero mañana no cuenta, es de calendario, una hoja rota o sin pasar. Hoy un peso mayor vence mis hombros. Hoy inclino la cabeza y pido perdón. Perdón.

Monday, September 27, 2010

LOS DAMNIFICADOS DEL LUNES


Ocho pesos podría no significar una cantidad grande. Podría. También es cierto que tanto refacciones automotrices como combustibles aumentan su precio –la gasolina cada mes–. Pero esto aplicado al transporte público se anula. Ocho pesos el pasaje porque los gastos de operación han aumentado y se hace necesario el aumento. No, no y no.

Una subida de tres pesos significan, por lo menos, seis pesos a diario (todos los que vamos a algún lado tenemos que regresar, ¿o no?); para una familia en la que más de dos van a la escuela haciendo uso del transporte público, ya es otra cosa. Y ni se diga si se utiliza más de una ruta para dicho traslado.

Tres pesos es un aumento del sesenta por ciento en base a la tarifa actual.

Y el argumento de tanto gasto, pobres mártires que pagan un aumento mensual de gasolina sin percibir mayores ingresos, sacrificando sus raquíticas ganancias en bien de los usuarios (hay que hacer un altar al concesionario, tan bueno, él, tan santo), de igual modo se va por el caño: quien asume dichos gastos, así como las famosas mordidas, son los choferes. El dueño de la ruta extiende la manita y a cambio recibe una cuenta de mil pesitos, o dos mil, dependerá de la ruta, por unidad, por turno. Así que las cuentas, pues nada más no salen.

Tanto choferes como usuarios en general, estamos debajo de la bota, perdón, de la pezuña de un asno que sólo sabe extender la mano y contar billetes. Por causa de ellos es el mal servicio del transporte público: las corretizas entre unidades, el que en cuanto pones medio pie fuera del estribo arrancan, el ir más apretados que en una lata de sardinas con una etiqueta de 50% más producto gratis. Para los hombres –y algunas mujeres– al volante son los insultos que deberían dirigirse a los contadores de dinero que, seguro, viven como mínimo en la Vista y ni por asomo harían uso de sus propias unidades. Se les ensucia el Armani.

Hoy, gracias a estos burros, a quienes ya se les hizo imposible, según ellos, sostener la misma tarifa ante al alza de combustibles y refacciones, se pudo ver en las calles de Puebla paradas atiborradas. Hombres, mujeres, mirando hacia el final de la calle, el reloj, caminando y volviendo a regresar. Los damnificados del lunes. Y se dijera que es una causa justa; no lo es. Aumentar de una manera tan abusiva, por decir lo menos, un servicio básico para la gran mayoría de la gente, ni por asomo es una causa que justifique hacer marchas y paros que trastoquen a terceros. Son millonarios queriendo aumentar su cuenta en el banco o queriendo cambiar el modelo del año pasado. Y esos no tienen ningún derecho de hacer paros.

También gracias a estos casi mártires de los gasolinazos es que mucha gente tuvo que hacer un gasto que no estaba previsto: taxi (y me incluyo en este grupo). Cincuenta pesos, por ejemplo, que tal vez no se tienen o que se asignaron a otro gasto. Es eso o llegar con retardo a los centros de trabajo (si es que se tiene ese privilegio, tan escaso en este sexenio del mini presidente de la nariz de Pinocho), o faltar porque el reglamento dice que después de cierto tiempo de tolerancia lo que procede es regresar al trabajador a su casa, pues llegó tarde.

¿Qué hacer en el país de no pasa nada? Seguro la gente rascará un poco de aquí y de allá –en donde haya grasita, como lo dijo hace tiempo alguna insigne legisladora panista, de cuyo nombre no me quiero acordar, pero que es lo mismo, pues para el caso, políticos son (María Teresa Ortuño es el nombre con la que la bautizaron, crédito a San Google)–, y afrontar el gasto. Como siempre. El castigo es para la base de la pirámide; también como siempre. A ver hasta cuándo.

Friday, September 03, 2010

EXPOSICIÓN "VOLCANES: EXPLOSIONES DE POBLANIDAD"


Gracias al Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, por la invitación, y felicitaciones por la idea de juntar letras y pintura en un solo espacio. Esta es mi participación. La exposición estará en las Galerías del Palacio Municipal hasta el 26 de septiembre.




El latido del volcán
Judith Castañeda Suarí

I
Es suyo el sueño del volcán. Hoy quiere aguardiente y chiles; el tiempero lo lee, no necesita reportes meteorológicos ni sísmicos. Pasa las páginas rojas, interpreta y luego sube a la caverna.
Pero no encabeza la procesión; camina delante de él una voz como de magma –la de tiemperos viejos, la propia–: ojalá no haya pedido también un traje nuevo, dice, con grietas, o en vez de agua lloverá fuego sobre el maizal.

II
El tiempero no puede irse. ¿Luego quién va a traducir las palabras de Don Gregorio?; viene mayo, hay que darle semillas, comida, un pantalón nuevo tal vez. Los hombres lo jalan, lo empujan. Y él aún se defiende, aún levanta polvaredas con los pies. Y sigue quejándose.
En el autobús nadie escucha al viejo, nadie piensa en la entrada al Tlalocan ni en un dador de agua. Su nieto ayuda a subirlo, después se sacude el polvo de las manos y pone un pie en el estribo.

III
Retira los ojos del cielo, gris de pulsaciones. Se vuelve hacia la ciudad. Los tendederos extienden las alas, alguna obra negra. Y se le va la sonrisa. Allá debe estar, pero no lo distingue. Su tiempero. Exhala, una bocanada más que traza moretones en la tierra, cenizas en el horizonte ahora sin cumbres de la ciudad.

IV
A los pies de los hombres les falla la memoria, confunden las ropas del ayuntamiento con las de la caverna, y hacen una procesión a la ciudad.
La cumbre mira las espaldas. Y recuerda el sueño de agua y su antiguo traje de velas, de plumas, de senderos hacia lo alto; ahora el mismo sueño lleva fertilizantes, tuberías. Por eso ella atesora cada gota. Por eso su corazón se hizo blanco. No importa si el pecho de la mujer dormida a su lado se agita, el hielo no se derretirá. Y no volverá a llover.

Saturday, July 31, 2010

UNA TRENZA


Más que agradecida con Eve Gil por esta bella trenza. Aquí el enlace a su blog La Trenza de Sor Juana:

http://trenzamocha.blogspot.com/2010/07/el-deja-vu-de-holofernes.html

Sunday, July 04, 2010

A CINCO AÑOS... Y LA NOSTALGIA NO SE VA


Algo que dejó el FIP de noviembre...



Imágenes

Sí, estuviste. Volviste a caminar por las calles del centro, en la Casa del Escritor, a donde nos mudamos dos años antes de tu muerte. Y te vi dentro. No en el salón de los talleres, en la planta alta, al final del pasillo, sino en el de conferencias, el de las presentaciones de libros. Me miraste un rato desde la pared. Los anteojos, el último volumen que presentaste en Profética –una antología–, tus amigos de la universidad hace unos veinte años. Sí, eras tú, lástima que sólo fuera bidimensional. Te seguimos extrañando. Tus alumnos, yo, la improvisada de todas las mesas.
Escribí un texto corto, algo sobre la vida de los ojos, la mirada, y cómo la deslizamos en las líneas de una libreta, junto al bolígrafo, al lápiz, o a lo largo y ancho de la página de la computadora. Qué viste, cómo lo viste, recordé de los talleres contigo. Un cuento de Ángela y los ciegos para cerrar los quince o veinticinco minutos.
Sí, ensayé una noche antes, ese día por la mañana, medí el tiempo mirando las manecillas. También respiré profundo y me emocione al verte en el muro. Sonreí. Escuché atenta la ponencia de Diana Hernández, compañera y amiga tuya de universidad: era su tesis de maestría, que rescata tu obra.
Para lo que no estaba lista era para tu voz. Nunca lo intuí. El presentimiento llegó casi como un golpe, enfundado en traje negro de amenaza. Diana guardaba unas cinco horas de grabaciones acerca de ti y tuyas, dijo, y buscando un fragmento para su participación, siempre le llegaba un instante del cuento El fin de la noche. De Días extraños. Y sí, derribaste los bloques puestos a mi alrededor. Te metiste en mi voz. La estiraste, le dibujaste fisuras en algunos momentos, las que traté de brincar, de rellenar con argamasa de pausas y respiraciones. Y no pude. El principio del libro en el que a lo largo de los cuentos el personaje–narrador nunca logra comprender ni alcanzar a su prima, por momentos breves, cayó en esas fisuras abiertas con tu voz minutos antes. A gotas, apenas, pero el rumor de agua llegó más allá de la mesa.
Estuviste, como lo pensé antes de llegar. Pero no esperaba verte y escucharte. Y fue peor sabiendo que esas imágenes y esa voz no salían de alguien con sombra y brazos y piernas. Es cierto, aunque seguimos sintiendo tus pasos y tu mano en autores jóvenes, alumnos tuyos que intentan llevar vida a tu muerte (Alejandro Badillo y sus dos publicaciones casi simultáneas, Elías D’Alva, quien recordó los talleres sentado a mi derecha), no volveremos a verte como antes, cada jueves, o los miércoles, o los martes, leyendo en la mesa de la esquina. Sólo en fotografías, sólo en grabaciones de audiocasette. Sólo dentro de nosotros y en nuestros cuentos.

Sunday, June 13, 2010

ANDAR PÁGINA A PÁGINA

La ciudad, ahora un lugar de papel y letras. Caminamos con los ojos, con las manos, por sus calles–renglones. Ni piedras ni asfalto, la ciudad tiene párrafos en cada esquina, voces tan distintas que comparadas podrían tomar la apariencia del Centro Histórico frente al Triángulo de las Ánimas.
Se trata de la ciudad que nos ofrece el segundo título de la serie Los urbanos, Puebla directo, 15 relatos de la ciudad, una coedición del Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla y la Universidad Autónoma de Puebla.
En sus páginas vamos del boulevard 5 de mayo a la contraesquina de la Catedral, acompañando a estudiantes que llevan en la cabeza una apuesta y una preocupación. Tal vez ambos asistan a la misma facultad, a salones contiguos. Son los primeros relatos, cerca del origen de lo que sería un lugar intermedio entre la nueva ciudad, levantada con la fuerza de los brazos, los escombros y las lágrimas del recién muerto imperio mexica, y el puerto de Veracruz. Junto a los personajes medimos la distancia entre los cines del boulevard y las librerías de la siete. Una pluma blanca en el bolsillo, la cita que abrirá la puerta a la posibilidad de un auto. Los vemos recorrer puntos señalados con tinta en un mapa, igual que al marido de Núñez: el barrio de Santiago. Nuestras manos se llenan de salsa de chile chipotle y crema, como las de él y las de su familia, luego de misa, cuando van a cenar guajolotes en el puesto de La güera, una anciana que desde hace veintitantos años está encorvada friendo panes para prepararlos.
Las capillas de velación Valle de los Ángeles, los portales, son otros rincones fijos, llenos de encuentros: una prima, sus celos, un hombre pasado, el monstruo sagrado de las letras, o su doble. Otros no nos permiten situarlos con exactitud: las oficinas del Seguro Social, un departamento de ubicación céntrica, la costosa universidad privada, una fiesta de políticos. A esos sitios casi fantasmales acuden recuerdos de niño con tropezones y moscas, robos de libros, automovilistas con nombres imposibles de pronunciar, el darse de baja de la carrera para volver al pueblo, fracasado.
Pero siguen siendo lugares, una esquina, un edificio, tienen elevadores, mesas, sillas, quizá jardines, sirven café y cerveza. A diferencia de ellos, en otros relatos la ciudad nos salta desde dos correos electrónicos que narran cómo se va entubando un río. O bien desde un mensaje de voz, o una libreta de viajes.
La libreta la imaginamos pequeña, de esas que retienen sus secretos con un resorte negro, de tapas duras, para llevarse en el bolsillo, en el hueco de la mano, y registrar lo que un ojo extranjero descubre en las calles cercanas al río entubado, en lo barroco de los edificios, en la urbe donde no podrá extraviarse.
Una de las historias sobresale desde detrás de esta contemporaneidad. Siglos idos, tiempos de carruajes, de matrimonios arreglados y sábanas de bodas bordadas a mano, de cinco jornadas entre Veracruz y Puebla.
Estudiantes, viudas, universidades públicas y privadas, trámites en el Seguro Social, congresos literarios, apuestas, empleos no conseguidos, fiestas que intentan romper un record Guiness con su duración, velorios. Mosaicos, al fin, que caben dentro de la ciudad que se nos presenta en la portada de Puebla directo, en escala de grises, con pasos a desnivel, anuncios espectaculares y edificios altísimos, de piel tan diferente a la que empezó a desarrollarse entre ángeles y sueños, y sin embargo con el alma idéntica a la de ese principio, pues pensada para ser un descanso a media ruta hacia el puerto, un lugar de paso, sus calles–páginas continúan abriéndose, cobijando al viajero, dándole hospedaje a los quince narradores de esta antología, a los quince relatos–voces, lejanas unas de las otras.

Saturday, April 17, 2010

VIRGINIA WOOLF, ORLANDO, LA LITERATURA...


El lector que haya intimado con las severidades del trabajo de redactar no necesitará pormenores: cómo escribió y le pareció bueno; releyó y le pareció vil: corrigió y rompió; omitió; agregó, conoció el éxtasis, la desesperación; tuvo sus buenas noches y sus malas mañanas; atrapó ideas y las perdió; vio su libro concluido y se le borró; personificó sus héroes mientras comía; los declamó al salir a caminar; rió y lloró; vaciló entre uno y otro estilo; prefirió a veces el heroico y pomposo; otras el directo y sencillo; otras los valles de Tempe; otras los campos de Kent o de Cornwall; y no llegó nunca a saber si era el genio más sublime o el mayor mentecato de la tierra. (pág. 72, edición de Edhasa, 2009)

Porque parece –su caso era una prueba– que escribimos, no con los dedos, sino con todo nuestro ser. El nervio que gobierna la pluma se enreda en cada fibra de nuestro ser, entra en el corazón, traspasa el hígado. (pág. 211, edición de Edhasa, 2009)

¿La Literatura? ¿La Vida? ¿Convertir la una en la otra? ¡Qué monstruosamente difícil! (pag. 248, edición de Edhasa, 2009)

Saturday, April 03, 2010

SEMANA SANTA... PARA LEER


Del Domingo de Ramos al de Resurrección, estos libros entran muy bien dentro del estante de textos prohibidos. Ni misales ni devocionarios; pero siguen los pasos del que se recuerda cada año, a veces en abril, a veces en marzo. No hablamos de best sellers al mejor estilo de Dan Brown, sino de literatura, de esa que no es necesariamente el éxito de ventas, de esa que no ocupa anaqueles y pirámides casi con nuestra altura en una librería. Tres libros (¿una trinidad?) que abordan a Jesús desde diferentes puntos de vista. Tres autores: uno griego, uno mexicano y uno portugués. Nikos Kazantzakis, Vicente Leñero y José Saramago.
El primero, en orden cronológico, una novela de 1951. La última tentación. Sirvió de base para una película blasfema para muchos. El mismo autor fue excomulgado y no se le otorgó el Premio Nobel de Literatura gracias a los esfuerzos de las autoridades griegas y de la iglesia. En su obra, encontramos a un Jesús que no quiere enfrentar el destino que el dios de sus antepasados le ha impuesto, como una garra de águila en la coronilla. En palabras de Kazantzakis, podríamos compararlo con la liebre temblorosa al fondo del vientre. Jesús tiene miedo. Se rebela. No quiere salvar al mundo. Y hace cuanto puede para demostrárselo a ese dios. Incluso fabricar cruces para ejecutar a los mesías que elija. En esta novela Judas tiene peso no como el villano, el traidor. Él, el gigante pelirrojo, el protagonista de las pesadillas de Jesús, es una especie de sombra, un vigilante de los pasos del “crucificador”, del hijo de María. Se podría decir que tiene poder sobre su vida, pues lleva consigo la tarea de matarlo. Es un zelota. Un guerrillero, contrario al dominio romano en su país. Jesús pone sobre él la tarea de denunciarlo. Así debe ser. Así le ha dicho Dios que vendría la salvación del mundo. Sobre cada página, entre frases comunes e imágenes y metáforas increíbles, flotan filosofías como el adopcionismo o visiones de la iglesia como institución creadora de mitos –los escritos de Mateo, Pablo y sus prédicas por los caminos–, lo que tal vez le haya ocasionado la censura del libro y la excomunión para su autor.
El segundo libro data de 1979. El evangelio de Lucas Gavilán nació de la pluma del mexicano Vicente Leñero. Esta novela trae a Jesús a una época contemporánea en el personaje de Jesucristo Gómez, hijo de María David y José Gómez. Leñero pone en nuestra mente la pregunta ¿cómo sería Jesús si viniera en esta época? Y el también dramaturgo, el autor del guión de la película El crimen del padre Amaro, responde: algo cercano a un activista por los derechos del pueblo, un hombre joven, un hippie que camina sobre unas huellas viejas que llevan su mismo nombre. El Jesucristo de Leñero es alguien que lucha contra las injusticias “inspirado por el Evangelio”. La novela recorre paso por paso el Evangelio de San Lucas, casi calcándolo, y al mismo tiempo adecuando las situaciones al entorno en que se escribió el libro, a la actualidad de 1979. La ruta de este evangelio llevará a Jesucristo Gómez a ser una especie de preso político, muerto luego de dos días de tortura, en los que se confiesa culpable de asaltar un banco, matar a dos policías y de andar “alborotando”.
José Saramago, Premio Nobel de Literatura 1998, es el autor de El Evangelio según Jesucristo, de 1991, en cuyas páginas se trenzan frases que se saborean sobre la lengua, una a una. Entre pasajes a veces llenos de humor, un Lázaro que Jesús no revive porque nadie merece pasar dos veces por la muerte, listas larguísimas de los que morirán por creer en Jesús y de los que morirán por no creer en Jesús, y diálogos integrados al texto por medio de mayúsculas después de una coma, nos topamos con un sentimiento de culpa heredado de padre a hijo –un sueño que José transmite a Jesús luego de su muerte por crucifixión a los treinta y tres años–, con un camino que, al intentar separarse del final señalado por un dios bebedor de sangre de cordero, sigue la ruta que ese enorme dedo le ha señalado, hasta llegar a la cruz. Aquí aparece de nuevo el Jesucristo que reniega de su destino, compañero de Magdalena, como lo es en el ensueño del Jesús de Kazantzakis.
Enanos que eran gigantes pero empequeñecieron por falta de fe, conejos temblorosos, el adopcionismo, la teología de la liberación, hijos resucitados por medio de la madre, viuda con la sangre del muerto en sus venas, un Jesucristo Gómez activista, en desacuerdo con la iglesia como institución, con el gobierno, con los caciques, a veces hasta con esa masa casi sin forma llamada pueblo, ciega, medio atontada, una vasija con arena luminosa que se entierra fuera, cerca de la puerta de entrada, Dios, Jesús y el Diablo reunidos en una barca pequeña, hablando entre la bruma, son excelentes imágenes, salidas de plumas privilegiadas, aunque no concuerden con una época de misas y mantos negros y púrpuras y representaciones a casi treinta grados de temperatura, adornadas con risas falsas, micrófonos y pelucas.

Thursday, April 01, 2010

SEMANA SANTA... PARA VER (2)




Puesta en escena arriesgada, original, basada en la obra de Andrew Lloyd Weber y Tim Rice.

SEMANA SANTA... PARA VER

Wednesday, March 31, 2010

LA ÚLTIMA TENTACIÓN


Pocas obras literarias tienen tan saturada la atmósfera que envuelve sus páginas como esta, escrita en 1951 por un autor excomulgado. Línea a línea, más que el hombre que sangra en el madero, el crucificado sin oponer resistencia alguna, quien parte en dos la cuenta de los años y lleva un sol en la coronilla, se mueven el temor a llegar al peldaño más alto de una misión, la espera de una señal, de un relámpago que ilumine el espacio para el siguiente paso, el reclamo de un pueblo harto de esperar a que lo salven.
Se trata de, para muchos, la obra cumbre del filósofo griego Nikos Kazantzakis. Del libro que inspiró un filme blasfemo. La última tentación. Por encima de la cubierta flotan, al lado de la excomunión de Kazantzakis y la imposibilidad de inhumarlo en un cementerio, los esfuerzos de Grecia para que no se le otorgara el Premio Nobel de Literatura, la propia película, filmada en 1988 bajo la dirección de Martin Scorsese, la antigua doctrina en la que se apoya la obra –el adopcionismo– y el hecho de que el libro figure en la lista de volúmenes prohibidos de la Inquisición.
En el principio nos encontramos con los motivos del autor: la lucha entre el espíritu y la carne, entre lo humano y lo divino. Él mismo lo confiesa en el prefacio. Luego, entre sueños casi reales, premonitorios, en donde reina la virtud por el miedo, los enanos por falta de fe y las almas iguales a tiendas de cambistas, vemos a un hombre construyendo cruces para ejecutar a los mesías que Dios escoge. Así muestra que no desea su amor, su predilección, el cual se materializa en garras de águila clavadas en la coronilla. Se trata de Jesús, o así lo intuimos, pues el narrador lo llama el joven, el hijo del carpintero, el hijo de María, y nunca menciona su nombre sino hasta la página 194 (editorial Debate, España, 1995, edición de bolsillo), cuando se acerca a defender a Magdalena, su prima, la hija del rabino. Es entonces, con cada paso, que el hijo del carpintero se vuelve más ángel, o más santo, con esa túnica blanca cubriéndolo y la multitud detrás.
Es el adopcionismo de principios de la cristiandad, es el Dios de los antepasados, de quienes legaron al pueblo la pregunta “Dios de Israel, Adonay, ¿hasta cuándo?”, que ahora desciende sobre el “crucificador”, dignándose así a responder a quienes repiten el reproche mientras golpean el muro y fruncen los labios. ¿Hasta cuándo? Hasta ahora. No hay más garras de águila clavadas en la coronilla cuando Jesús se abandona a su padre, al poder que lo ha tomado como hijo.
Página tras página, vemos cómo frases comunes sirven de trampolín para imágenes en las que el miedo, el Miedo, es un conejo agazapado y tembloroso en el fondo del vientre de Jesús, el sueño, o mejor dicho la pesadilla, son montañas y gigantes vueltos enanos que cargan la cruz y la corona de espinas, y Lázaro, el muerto vivo y vuelto a matar, es una madeja de lana en la punta del cuchillo de Barrabás, una sábana mojada que se debe retorcer, sacudir y ocultar antes que “su maldito amigo” la encuentre y vuelva a resucitarla.
En la obra de Kazantzakis, Jesús es como ese conejo al fondo del vientre. Sólo sabe que Dios quiere que se levante y hable al pueblo. A cambio le promete el reino de los cielos. Y el joven tiembla: “Sí, sí, tengo miedo… ¿Qué me levante para hablar? ¿Qué puedo decir y cómo? ¡Soy ignorante, te aseguro que no puedo! ¿Qué? ¿El reino de los cielos? Yo me burlo del reino de los cielos. Me gusta la tierra, y te repito que quiero casarme, casarme con Magdalena…” También comete actos que sabe ofenderán al dios de Israel: “…has comprendido bien… lo hago para que me detestes y busques a otro… ¡Sí, sí, lo hago intencionadamente! ¡Y fabricaré cruces durante toda mi vida para que crucifiquen en ellas a los Mesías que tú elijas!”
Dios lo persigue, le entierra las uñas, lo aturde a gritos, a voces, hasta convencerlo. Él lo guiará. Entonces no hay más dolor en la cabeza, y sí un vigilante: Judas, el pelirrojo, el gigante de los sueños de Jesús, el encargado de matarlo por orden de los zelotes. Jesús es una vergüenza para su pueblo, el único que no niega una cruz al romano; por eso debe pagar. El pelirrojo es un gigante que no lo deja solo ni en sueños, que quiere impedir que el hijo de María entregue una cruz más, que lo deja vivir y lo vigila porque quiere cerciorarse de que él es el Mesías tan esperado.
Entre las tentaciones que asedian a Jesús, como si fuera una serpiente que rodea pedruscos y dunas, se arrastra la visión que tiene Nikos Kazantzakis de la Iglesia Católica. Dos pasajes la ilustran por completo. El primero, cuando Jesús se da cuenta de lo que escribe Mateo, quien cree su pluma guiada por la mano de un ángel, y le reclama no confiar verdades al papel: “¡Qué significa todo esto? ¡Son mentiras, mentiras y más mentiras!... Nací en Nazaret y no en Belén, jamás puse los pies en Belén y no me acuerdo de ningún mago; jamás fui a Egipto y ¿quién te reveló las palabras que habría pronunciado la paloma en el momento de mi Bautismo: “Este es mi hijo amado”? Ni siquiera yo las oí. ¿Cómo es posible que tú, que no estabas allí, sepas lo que dijo la paloma?” Mateo le contesta que un ángel se inclina sobre su oído, le dicta, y él escribe: “El ángel me cubre como a un recién nacido y escribo, aunque mejor dicho no escribo sino transcribo lo que me dice. ¿Acaso habría podido escribir por mí mismo todas esas maravillas?” Y Jesús duda.
Luego, en pleno ensueño de matrimonio junto a María, la hermana de Lázaro, el autor griego vuelve a exponer a la tejedora de mitos en la persona de Pablo, “Saúl, el bebedor de sangre humana”. Este hombre rechoncho y calvo recorre el camino que Jesús abandonó, por el que casi lo crucifican. Lleva la palabra del Mesías: “Jesús de Nazaret… no era hijo de José y María, sino de Dios. Bajó a la tierra y tomó un cuerpo de hombre para salvar a los hombres… le apresaron, lo condujeron ante Pilatos y lo crucificaron. Pero al tercer día resucitó y subió al cielo. ¡La muerte ha sido vencida, hermanos; los pecados han sido perdonados y se abrieron las Puertas del Paraíso!”
Pablo asegura que Jesús es un relámpago que habla, que lo vio, que es él quien lo envía a recorrer la tierra para anunciar la Buena Nueva. Jesús lo llama embustero, grita, se descubre: no murió en la cruz ni resucitó, sus padres son María y José. El predicador de caminos lo interrumpe: “Cállate; si los hombres te escucharan se sentirían mutilados de brazos y piernas. En la podredumbre, la injusticia y la pobreza de este mundo, Jesús el Crucificado, Jesús el Resucitado era el único y precioso consuelo del hombre honrado y oprimido. ¿Qué importa que sea mentira o verdad? ¡Basta con que el mundo se salve!... ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la mentira? La verdad es lo que da alas al hombre…”
Más allá de la causa de su censura –la imagen de un Jesús viviendo en matrimonio dos veces, con hijos, artesano de cruces, negándose de palabra y acto al destino que Dios le impone a fuerza de garras y espinas, o el hecho de que la Iglesia se viera reflejada en sus páginas como en un espejo–, de su inclusión en la lista de libros prohibidos, La última tentación, novela considerada blasfema por muchos, genial por otros, es depositaria de una prosa magistral. Por encima de la biografía de su autor y de su visión y pensamiento, se trata de una de las obras cumbres de la literatura universal.

Sunday, March 07, 2010

UNA CITA EN EL LIBRO "LOS CONDENADOS DE LA TIERRA"


Les armes miraculeuses (Et les chiens se taissaient) (fragmento)
Aimé Césaire

EL REBELDE (duramente)
Mi apellido: ofendido; mi nombre: humillado; mi estado civil: la rebeldía; mi edad: la edad de piedra.

LA MADRE
Mi raza: la raza humana. Mi religión: la fraternidad.

EL REBELDE
Mi raza: la raza caída. Mi religión…
Pero no serás tú quien la prepares con tu desarme… soy yo con mi rebeldía y mis pobres puños cerrados y mi cabeza hirsuta.
(Muy tranquilo).
Me acuerdo de un día de noviembre; no tenía seis meses [mi hijo] cuando el amo entró en la casucha fuliginosa como una luna de abril y palpó sus pequeños miembros musculosos, era un amo muy bueno, paseaba en una caricia sus dedos gruesos por la carita llena de hoyuelos. Sus ojos azules reían y su boca le decía cosas azucaradas: será una buena pieza, dijo mirándome, y decía otras cosas amables, el amo, que había que empezar temprano, que veinte años no eran demasiados para hacer un buen cristiano y un buen esclavo, buen súbdito y leal, un buen capataz, con la mirada viva y el brazo firme. Y aquel hombre especulaba sobre la cuna de mi hijo, una cuna de capataz.
Nos arrastramos con el cuchillo en la mano…

LA MADRE
¡Ay! tú morirás.

EL REBELDE
Muerto… lo he matado con mis propias manos…
Sí: de muerte fecunda y fértil…
era de noche. Nos arrastramos entre las cañas.
Los cuchillos reían bajo las estrellas, pero no nos importaban las estrellas.
Las cañas nos pintaban la cara de arroyos de hojas verdes.

LA MADRE
Yo había soñado con un hijo que cerrara los ojos de su madre.

EL REBELDE
Yo he decidido abrir bajo otro sol los ojos de mi hijo.

LA MADRE
… Oh, hijo mío… de muerte mala y perniciosa.

EL REBELDE
Madre, de muerte vivaz y suntuosa.

LA MADRE
por haber amado demasiado…

EL REBELDE
por haber amado demasiado…

LA MADRE
Evítame todo esto, me asfixian tus ataduras. Sangro por tus heridas.

EL REBELDE
Y a mí el mundo no me da cuartel… No hay en el mundo un pobre tipo linchado, un pobre hombre torturado, en el que no sea yo asesinado y humillado.

LA MADRE
Dios del cielo, líbralo.

EL REBELDE
Corazón mío, tú no me librarás de mis recuerdos…
Era una noche de noviembre…
Y súbitamente los clamores iluminaron el silencio.
Nos habíamos movido, los esclavos; nosotros, el abono; nosotros, las bestias amarradas al poste de la paciencia.
Corríamos como arrebatados; sonaron los tiros… Golpeamos. El sudor y la sangre nos refrescaban. Golpeamos entre los gritos y los gritos se hicieron más estridentes y un gran clamor se elevó hacia el este, eran los barracones que ardían y la llama lamía suavemente nuestras mejillas.
Entonces asaltamos la casa del amo.
Tiraban desde las ventanas.
Forzamos las puertas.
La alcoba del amo estaba abierta de par en par. La alcoba del amo estaba brillantemente iluminada, y el amo estaba allí muy tranquilo… y los nuestros se detuvieron… era el amo. Yo entré. Eres tú, me dijo, muy tranquilo… Era yo, sí soy yo, le dije, el buen esclavo, el fiel esclavo, el esclavo esclavo, y de súbito sus ojos fueron dos alimañas asustadas en días de lluvia… lo herí, chorreó la sangre: es el único bautismo que recuerdo.

MIRADA


Los ojos desmenuzan el mundo. Lo separan. Colores, estados de la materia, luminosidad, tamaño. Avanzan delante de nosotros mismos. La mirada. También es ella la que nos toma de la mano y va guiándonos hasta el punto final de un libro, de una historia, una realidad alterna. Sobrevuela cuentos, novelas, y los teje en el mundo, fuera de la página.
La mirada era fundamental en los talleres de cuento que impartía Alejandro Meneses. En el Instituto Cultural Poblano, en la Casa del Escritor, en PlantAlta, nos pedía ver nuestras narraciones. Velo, qué viste, cómo lo viste, frases frecuentes. Él mismo guiaba nuestra mirada a veces, en los ejercicios que nosotros llamábamos tarea. El punto de vista desde la primera persona del plural, alguien planea un asesinato mientras cocina, la muerte de un pontífice y cómo lo tomarían en un pueblo que ni siquiera aparece en los mapas…
Sí, seguimos viendo a Alejandro Meneses. En sus tardes de la Matraca, donde martes y jueves leía en la mesa de la esquina, o en la de la izquierda, donde la ciudad todavía se asoma a una pared y dos tiempos. Vemos su mano sobre la de sus alumnos del taller y el taller fuera del taller, sobre la nuestra, en las publicaciones que de esos herederos empiezan a aparecer. Y al fin, lo vemos en los cuatro depositarios de papel que guardan su mirada. Sus libros. La Universidad Autónoma de Puebla, Cal y Arena, ABZ Editores, Ediciones de Educación y Cultura. Días extraños, Ángela y los ciegos, Vidas lejanas y Tan lejos, tan cerca, nos entregan cuentos donde la muerte trae de vuelta a la playa a un hijo, donde un hombre está destinado a perseguir a su prima sin alcanzarla nunca, donde su estado natal, Tlaxcala, muestra sembradíos y pueblos polvorientos, escenarios de Rulfo en los que seguramente Alejandro sigue dibujando huellas de tenis y observando el mundo a través de la mica de sus anteojos, con esas pupilas siempre a punto de la risa.

Sunday, February 07, 2010

MARIPOSA DE ALAS ROTAS


Lo vemos desde arriba, desde un cielo gris a causa del humo. Lejos. Somos lluvia, las cuerdas de un arpa. Allá, sobre el asfalto, un cuerpo derramado, con tres tiros y las últimas gotas de aliento. Unos brazos lo sostienen, confundidos entre hebras negras, larguísimas. Asistimos a la agonía de una mujer, al llanto de su esposo, quien sólo puede observar cómo se escapa la vida de su compañera, igual que una mariposa.
Y si de verdad fingimos ser lluvia y nos precipitamos sobre ella, podremos distinguir que su vientre herido es un capullo negro. Que dentro de él se resguardan dos niñas, como si de un escudo se tratara. Son sus hijas, de once y cuatro años. Violeta y Lu. Para ellas se ha levantado una casa donde conviven la tecnología del internet y la tradición de un biombo o un bonsái. Una burbuja anormal, leeríamos en la mente de los vecinos, de los padres de los compañeros de escuela, de las autoridades. Si tuviésemos ese poder. Pero sólo somos miradas pendientes de las páginas de un libro de tapas con tonos rosados.
En él, las frases parecen flores color melón que el viento acomoda para crear ambientes donde ojos enormes, redondos, reflejan rostros de ceños fruncidos, dedos que los traspasarían, si pudieran, para apuntalar una acusación. Los dueños de esos ojos son diferentes. Y eso significa peligro para quienes los rodean.
Entre pétalos que aún flotan cerca del tallo, asistimos al encierro de la niña de cuatro años, Cho, Lu, encierro provocado por su propio cuerpo, bajo la apariencia del Síndrome de Asperger –trastorno de la conducta que combina fases de autismo con hiperactividad–. Fuera de su celda transparente, se le acusa de matar a Toto, amigo suyo en el jardín de niños. Es la “asesina más joven de la historia”. Lo dicen los maestros del centro escolar, los padres de familia, los medios de comunicación, a través de entrevistas de tono amarillo y carreras con micrófonos a modo de espadas.
A partir de la muerte del niño, un encierro sólido se yergue alrededor del transparente consecuencia del síndrome: arresto domiciliario, salidas únicamente a terapia y bajo estricta vigilancia policial. El cerco se hace cada vez más pequeño: los padres de Toto culpan no a su compañera de juegos, sino a su madre, a sus costumbres raras, “extranjeras”, y llegan al punto de querer tomar una vida por otra.
El libro guarda, además, una atmósfera híbrida, en la que la piel se convierte en trazos y el organismo dota al cuerpo con destrezas ajenas a las de un ser humano. Su autora, la sonorense Eve Gil, ha logrado amalgamar mundos distintos en ocasiones anteriores, tomando la realidad que nos entregan cámaras y pantallas, por ejemplo, y llevándola a extremos tan lejanos como posibles: un país en el que la gente interactúa con estrellas de cine y televisión, y tiene la fantasía del buen trabajo y la buena alimentación gracias a un chip instalado en el cerebro (Virtus, editorial Jus, 2008).
En Sho–shan y la Dama Oscura (editorial Suma de Letras, 2009), Eve Gil enlaza el mundo real –donde, gracias al acoso mediático, al doctor Luis Monsalve, padre de Lu, sus pacientes le piden autógrafos “como si fuera Johnny Depp”–, con uno sacado del anime y del manga japonés. Como si atravesaran biombos de papel, Violeta, hermana mayor de Lu, la propia Lu, y su madre, Dagmar Obscura, se mueven en dos realidades paralelas, entrelazadas. Dagmar es producto de la pluma de Jinzaburo Kunikida, un famoso realizador de mangas y animes, profesión que ejercerá Violeta diez años después, quien recurrirá a su diario para crear Sho–shan Z.
Eso será luego, por ahora, como nosotros, observa a la mariposa de alas rotas que es Dagmar. El gris del cielo añade lágrimas a la madrugada. Y las lágrimas, que no terminan de caer, se toman de la mano para volverse cuerdas: las cuerdas de un arpa enorme que las manos del aire tocan para despedir de este mundo a Dagmar Obscura, autora de cuentos infantiles, quien no recuerda nada previo al nacimiento de su hija mayor y festeja su cumpleaños junto a ella. La música arrancada a las cuerdas es un réquiem, se podría decir que es el mismo que escuchamos cuando muere un caballero de Athena. El mismo réquiem. El mismo adiós.