Wednesday, November 01, 2006

DÍA DE MUERTOS EN MÉXICO


Tanto para los prehispánicos, como en la cristiandad, la muerte es sólo un paso para llegar a otro mundo –al Paraíso, al temido Infierno, en el caso de los católicos, al Mictlan, el lugar azteca de los muertos, el reino del Señor de Trono de Huesos.
El destino del hombre puede seguir diferentes senderos pero siempre terminará en el punto de la muerte. El momento está rodeado de bruma sólida y negra. No es posible regresar de ella, tampoco echar una ojeada; por eso se le teme tanto. En México se acostumbra burlarse un poco de ella, y hay un día señalado.
La celebración mexicana de Muertos, el día 2 de noviembre, está catalogada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dentro de las festividades está la colocación de ofrendas a los difuntos con objetos personales, comida que les agradara, botellas de licor, calaveras de azúcar, pan en forma de huesos tendidos en un círculo, fotografías, velas, papel picado, cruces y copal.
Esta tradición se ha fundido irremediablemente con la religión católica impuesta por los conquistadores, pero su raíz es prehispánica.
La fiesta de muertos, se celebraba al inicio de las cosechas. Era el primer banquete después de la época de escasez, e incluso se convidaba a los muertos. Otro posible origen está en las ofrendas dadas a un muerto en el instante de su funeral. Mantas de algodón, esclavos sacrificados en la pira funeraria, para continuar su servicio en la otra vida, en el “lugar sin puertas ni ventanas”, diría Salvador de Madariaga en su obra, comida, el xoitzcuintli, perro que ayuda al alma a cruzar las aguas del río Chiconahuapan, eran los presentes otorgados a emperadores, a los señores principales y a sus mujeres y parientes. Unos días después del entierro se realizaba una segunda ofrenda: más esclavos, copal, mantas y comida, pues tal vez la anterior estuviera por terminarse.
Esta tradición la recoge el historiador español Salvador de Madariaga (1886-1978) en su novela de corte histórico El corazón de piedra verde, donde nos presenta muchas de las tradiciones del pueblo azteca, retrata los sacrificios humanos, cuya finalidad era dar fuerza a los dioses por medio de su sangre, retribuirles la vida que corría a través de su corazón, y donde también hace un contraste entre las culturas chocantes –un poco tendencioso, dicho sea de paso, por la nacionalidad del autor. La visión de un vencido difiere bastante.
En la actualidad, las celebraciones se hacen en el panteón, sentados en la cripta del abuelo, del padre, de los hijos, se come con ellos, se reza, se limpia la lápida, el altar se coloca en casa. Las ceremonias más famosas mundialmente son las que se llevan a cabo en Patzcuaro, Michoacán, en el pueblo de Mixquic, en el Estado de México.
Las letras también hacen referencia a la muerte, además de las famosas calaveras, antiguamente llamadas panteones. Desde épocas prehispánicas, poetas se refieren al hombre como un ser temporal, un ejemplo, Netzahualcoyotl (1391-1472), el rey poeta:
Somos mortales,
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra…
Como una pintura,
todos nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra…
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro,
también allá iréis
al lugar de los descansos.
Tendremos que despertar,
nadie habrá de quedar.
Otra vertiente literaria del Día de Muertos son las famosas calaveras, que se empezaron a realizar a finales del siglo XIX, y permitían burlarse de los políticos –que desde siempre han sido una lacra, ni hablar–. Muchas eran anónimas, las más aventadas. Muchas eran incautadas y quemadas por las autoridades. Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera. Las calaveras se acompañaron de grabados, como los del mexicano José Guadalupe Posada, creador de la famosa Calavera Catrina. Los textos se repartían en papeles dados de mano, en periódicos.
Y bueno, hoy, aludiendo a este aspecto de la tradición, y de paseo por el Centro Histórico de la capital poblana, viendo ofrendas dedicadas a las culturas indígenas en desaparición al Papa, a Benito Juárez, algunas con más detalles prehispánicos que otras, veo que regresaron las calaveras puestas en hojas y repartidas a la gente con el título: Calaveras peligrosas, renegadas y rijosas. Están, por supuesto, dedicadas a la finísima persona que es nuestro honorable presidente saliente, Vicentito Fox y su muy querida Martita… (fuchi!). Aquí una probada:
En este sexenio gacho
en que prometió de tocho
ya no queda ni un hilacho,
ni tele changarro y vocho…

“–Tu castigo,pues, Vicente,
será implacable y sin fin:
te condeno, eternamente,
a ser gobernado por ti…”
(Creo que esto es un signo de que la represión está regresando a posarse sobre el pueblo, de nuevo).

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