Sunday, June 13, 2010

ANDAR PÁGINA A PÁGINA

La ciudad, ahora un lugar de papel y letras. Caminamos con los ojos, con las manos, por sus calles–renglones. Ni piedras ni asfalto, la ciudad tiene párrafos en cada esquina, voces tan distintas que comparadas podrían tomar la apariencia del Centro Histórico frente al Triángulo de las Ánimas.
Se trata de la ciudad que nos ofrece el segundo título de la serie Los urbanos, Puebla directo, 15 relatos de la ciudad, una coedición del Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla y la Universidad Autónoma de Puebla.
En sus páginas vamos del boulevard 5 de mayo a la contraesquina de la Catedral, acompañando a estudiantes que llevan en la cabeza una apuesta y una preocupación. Tal vez ambos asistan a la misma facultad, a salones contiguos. Son los primeros relatos, cerca del origen de lo que sería un lugar intermedio entre la nueva ciudad, levantada con la fuerza de los brazos, los escombros y las lágrimas del recién muerto imperio mexica, y el puerto de Veracruz. Junto a los personajes medimos la distancia entre los cines del boulevard y las librerías de la siete. Una pluma blanca en el bolsillo, la cita que abrirá la puerta a la posibilidad de un auto. Los vemos recorrer puntos señalados con tinta en un mapa, igual que al marido de Núñez: el barrio de Santiago. Nuestras manos se llenan de salsa de chile chipotle y crema, como las de él y las de su familia, luego de misa, cuando van a cenar guajolotes en el puesto de La güera, una anciana que desde hace veintitantos años está encorvada friendo panes para prepararlos.
Las capillas de velación Valle de los Ángeles, los portales, son otros rincones fijos, llenos de encuentros: una prima, sus celos, un hombre pasado, el monstruo sagrado de las letras, o su doble. Otros no nos permiten situarlos con exactitud: las oficinas del Seguro Social, un departamento de ubicación céntrica, la costosa universidad privada, una fiesta de políticos. A esos sitios casi fantasmales acuden recuerdos de niño con tropezones y moscas, robos de libros, automovilistas con nombres imposibles de pronunciar, el darse de baja de la carrera para volver al pueblo, fracasado.
Pero siguen siendo lugares, una esquina, un edificio, tienen elevadores, mesas, sillas, quizá jardines, sirven café y cerveza. A diferencia de ellos, en otros relatos la ciudad nos salta desde dos correos electrónicos que narran cómo se va entubando un río. O bien desde un mensaje de voz, o una libreta de viajes.
La libreta la imaginamos pequeña, de esas que retienen sus secretos con un resorte negro, de tapas duras, para llevarse en el bolsillo, en el hueco de la mano, y registrar lo que un ojo extranjero descubre en las calles cercanas al río entubado, en lo barroco de los edificios, en la urbe donde no podrá extraviarse.
Una de las historias sobresale desde detrás de esta contemporaneidad. Siglos idos, tiempos de carruajes, de matrimonios arreglados y sábanas de bodas bordadas a mano, de cinco jornadas entre Veracruz y Puebla.
Estudiantes, viudas, universidades públicas y privadas, trámites en el Seguro Social, congresos literarios, apuestas, empleos no conseguidos, fiestas que intentan romper un record Guiness con su duración, velorios. Mosaicos, al fin, que caben dentro de la ciudad que se nos presenta en la portada de Puebla directo, en escala de grises, con pasos a desnivel, anuncios espectaculares y edificios altísimos, de piel tan diferente a la que empezó a desarrollarse entre ángeles y sueños, y sin embargo con el alma idéntica a la de ese principio, pues pensada para ser un descanso a media ruta hacia el puerto, un lugar de paso, sus calles–páginas continúan abriéndose, cobijando al viajero, dándole hospedaje a los quince narradores de esta antología, a los quince relatos–voces, lejanas unas de las otras.