Tuesday, August 29, 2006

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES...

Los magistrados más rápidos del Oeste, uno del PAN le responderá a Fox... Para que se nos olvide un rato eso, unos chistes -al mejor estilo de Catón:
La maestra pregunta a los alumnos a qué se dedica su papá: "Mi papá es doctor, el mío albañil, el mío licenciado..."
-¿Y el tuyo, Pepito?
-Trabaja en un table dance y es striper en un bar...
Silencio. Luego la maestra le pregunta que si es cierto.
-No, la verdad es que trabaja en el equipo de campaña de Calderón, pero me dio pena decirlo...

Otro...
Un tipo promete pagar por cada chapulín que le lleven. Cuando tiene una fila larga, empieza a revisar a los insectos:
-Chapulina... chapulina... chapulina... chapulina... (siento una semejanza con la revisión de los 300 casos en tres horas, je...)

A SANGRE FRÍA

El autor, Truman Capote, combinó el ser periodista y escritor al publicar esta novela en 1965. A sangre fría inaugura un género literario, bautizado por la crítica como “non fiction novel”.
El libro narra la historia de cuatro asesinatos cometidos en un pequeño pueblo llamado Holcomb, donde hasta mediados de noviembre de 1959, no había pasado nada extraordinario. “Como la corriente del río, como los conductores que pasaban por la carretera, como los trenes amarillos que bajaban por los raíles de Santa Fe, el drama, los acontecimientos excepcionales, nunca se habían detenido allí”. Capote comienza situando al lector en el ambiente del pueblo: granjas, un banco en ruinas, convertido en departamentos, una pequeña oficina de correos, hombres de botas y sombrero, de mezclilla, que acuden a la iglesia y cuidan sus árboles frutales.
Perry Smith y Richard Hickock son los asesinos, siembran la desconfianza en la población, huyen a México, regresan a Kansas y terminan en la horca. A lo largo del libro se nota el exhaustivo trabajo de investigación del autor, de la clasificación de los datos hasta lograr una trama prácticamente lineal. Incluso podría pensarse que Capote mismo está dentro de su novela, que aparece al final como un reportero tan amigo de Hickock como de Smith, y presencia la ejecución de ambos –bastante cruel en opinión de una servidora: la horca.
La justificación que se da para matar a cuatro personas, la familia Clutter, es el desequilibrio que presentan Richard y Perry, enojados con la sociedad que no los ha tratado bien, en el caso de Perry, y de cierto accidente que tuvo Richard, tal vez con algunas secuelas mentales. El enojo de Perry se hace latente cuando tiene que arrodillarse para buscar una moneda que ha rodado debajo de un mueble. Hasta esa situación llega al no encontrar ninguna caja fuerte, como le habían dicho a Richard; después comete los cuatro asesinatos.
Hay momentos excelentes, como cuando describe la cabeza envuelta de los cadáveres como un capullo o el fuego verdeoro del trigo a medio crecer, el de los acontecimientos que pasan de largo, como si fueran autos o ferrocarriles.
El final, con el detective Dewey en el cementerio, visitando a su padre, nos dice que la vida sigue. Dejar a los muertos y seguir, como lo hace la amiga de Nancy Clutter –una de las personas asesinadas–, Susan Kidwell, quien visita la tumba de los Clutter y le dice al detective que el novio de su amiga muerta se ha casado. Termina también con la añoranza de lo que hubiera sido Nancy, una joven parecida a la que se fue tan de prisa. “Se fue hacia los árboles, de vuelta a casa, dejando tras de sí el ancho cielo, el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado”.
Al final de la película "Capote", se menciona que el escritor nunca volvió a publicar algo, ni siquiera terminó una obra. A sangre fría es una novela ampliamente recomendable, de fácil lectura y frases sorprendentes entre algunas a veces coloquiales, de leyes o de diagnósticos psiquiátricos.

Thursday, August 24, 2006

FOTOGRAFÍA.


Aunque parezcan más antiguas, son de principios de los sesenta... Lo que hace la atmósfera -en este caso, el marco ondulante...
Fotografías tomadas en Chalma, el protagonista, Miguel Castañeda (mi pá...)

Thursday, August 17, 2006

MIRANDO EL RELOJ

También entré en una casa abandonada. Llamaron mi atención los muros con restos de blanco entre la pintura azul y melón, ramas como zarzas arañando el techo, un portón altísimo. Entonces supe que había estado buscando a la persona equivocada. La Ángela del título universitario vivía sólo en la imagen oval. Quizá la nueva tenga la cabeza blanca y rala, pensé, a lo mejor sus senos son globos sin aire, alimentaron a una nueva Ángela de padre desconocido.
Después de dibujar una larga clave morse en la alfombra de polvo, de atravesar cortinajes hechos con telarañas y capullos albinos, vi una figura derramada al final de la última habitación. Es ella, pensé sin acercarme.Sólo la adiviné entre los gajos de noche que goteaban desde un tragaluz. Aquella figura hecha como con trapos viejos no podía ser Ángela. Parecía remendar sus tobillos, tener las manos atadas a las patas de la silla. Miré sus hombros, alas de murciélago plegadas, ocultándome la cabeza. Adelanté un pie; yo mismo le daría consuelo a su cuerpo dolorido. Escuché un sollozo, con murmullos me ordenaba permanecer en mi sitio. Tal vez estuvo escondida allí desde el primer día, cuando abandonó mi almohada; quiso que sólo el aire, las paredes de la antigua casa, atestiguaran su desmadejarse, su volverse suspiros de un minuto antes.
No me importó. Yo era ese que había dormido cobijado por su aliento, quien la ayudó a memorizar el alfabeto hecho para gente con los ojos en los dedos; no cualquier extraño sin un lugar donde dormir o buscando un muro para confirmar su existencia por medio de peces y olas de aerosol turquesa. Me recibiría con la espalda erguida y los brazos extendidos a medias de una marioneta.Sumé pasos, alargué la mano al sentir su respiración perfumándome el cuello. Mi Ángela se convirtió en una sábana hecha de pliegues grises. Resbaló después de tocarla, descubrió la mitad de un rostro de niña, pintura inconclusa apoyada en el caballete con las patas rotas. Hebras negras. Los ojos, acorralados, eran dos enormes escarabajos buscando una salida hacia el lino libre de óleo. Daban al cuadro el aspecto de una obra terminada.
Voces de algún probable vigilante. Me quedé quieto, no porque temiera la reacción del hombre –arrojarme la luz de su linterna, arrestarme por invasión de propiedad privada–, sino embebido en la observación de mis dedos. Ángela gritaría si los apoyara en su cuello. Luego, carreras a la cocina, a los números de emergencia pegados junto a la ventana, al teléfono. “Ayúdenme, un viejo se metió en mi casa”. Y yo acorralado entre el refrigerador y la puerta, buscando debajo de mis arrugas el rostro con el que ella me conoció, el que recuerda.Salí cuando las linternas alumbraban otros sitios: agujeros de rata, pastizales donde antes había alfombras y sillones. Pensé en la niña de óleo. Decidí volver a preguntar fotografía en mano. Si la antigua táctica no funcionaba, después de pegar carteles y recorrer casas sin gente, me sentaría a esperarla en cualquier bar donde sirvieran agua quina con vodka y el dos por uno durara desde el mediodía hasta la madrugada. A fuerzas aparecería una tarde junto a la barra.

Tuesday, August 08, 2006

LA CASA DE LAS BELLAS DURMIENTES

El autor, Yasunari Kawabata, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1968, y se suicidó en 1972. Su obra La casa de las bellas durmientes, fue escrita en 1961, y trata de un anciano asistente a una especie de casa de citas con la peculiaridad de que las muchachas, muy jóvenes, permanecen dormidas. En el lugar sólo admiten ancianos. Las reglas: no despertarlas, no tocarlas.
El ver a las chicas dormidas provoca en el personaje, Eguchi, un cúmulo de recuerdos: de su esposa, de su hija menor, de otras mujeres. La historia parece instalada en una época más bien antigua. Los árboles con flores blancas, el té, el uso de kimonos, la fragilidad de las chicas dormidas y del cuerpo de los ancianos, le dan ese toque.
Kawabata describe cada detalle de las figuras durmientes, las pone en la intimidad de una habitación que parece sin puerta al quedar cerrada. El final es sorpresivo. Una muerte que se empieza a anunciar poco antes, en el mismo capítulo. No del anciano, quien podría morir por la edad, probablemente, y porque antes ya murió un cliente y fue llevado a otro sitio para que lo encontraran. Muere una de las dos muchachas que están en la habitación con él. La frase de la mujer que atiende la casa “baja, de unos cuarenta y cinco años”, es el toque inhumano, sorpresivo: “Está la otra chica”.
También al final se menciona un automóvil, lo que sitúa la narración en una época actual.
Yukio Mishima, otro escritor japonés también considerado para recibir el Premio Nobel de ese año, escribió sobre Kawabata: “...es un honor para Japón y para la literatura japonesa... Kawabata ha conservado en su propia obra las más frágiles tradiciones japonesas y al mismo tiempo, se ha paseado por los peligrosos senderos de este país que se ha lanzado temerariamente a la modernización...” Mishima se suicidó poco después.
Es un libro que recomiendo, de ágil lectura, con un inicio que invita a seguir leyendo: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada”.

UNA REFLEXIÓN SOBRE EL SACRIFICIO HUMANO

La práctica de sacrificios humanos ha despertado muchas reacciones de horror y condenación. Menos numerosos han sido, en cambio, los intentos de comprensión de los mismos. En el caso de Mesoamérica abundan las expresiones de rechazo por parte de los cronistas, tanto eclesiásticos como seculares. Hay, sin embargo, más de un testimonio de admiración. Buen ejemplo lo ofrece Fray Bartolomé de las Casas, quien llegó a decir de los antiguos mexicanos que los sacrificios que ofrecían a sus dioses daban testimonio de su gran religiosidad. A lo cual puede añadirse que esa religiosidad implicaba la creencia en que la sangre de los sacrificados –la chalchiuhatl, agua preciosa– fortalecía la vida de los dioses, en particular del Sol. De ese modo se propiciaba la perduración de la presente edad cósmica, diríamos que se redimía a los seres humanos de su destrucción cósmica.
Sobre esto cabe ampliar la reflexión atendiendo a otra creencia de acuerdo con la teología cristiana. Según ella un sacrificio humano y divino ha sido el origen de la redención de todos los hombres y mujeres en la Tierra. En el Concilio de Trento se debatió además el significado último de las siguientes palabras de Jesús en la última cena: “Tomad y comed, este es mi cuerpo” (aplicado al pan, y asimismo en el caso del vino) “esta es mi sangre que será derramada por vosotros. Haced esto en memoria mía”.
Es cierto que algunos se inclinaron por dar un sentido simbólico a estas palabras. En el Concilio, sin embargo, se les adjudicó significación literal y plena. Según esto la “institución de la Eucaristía”, renovada en la misa, constituía verdaderamente la reactualización del sacrificio de la cruz. En consecuencia, para los católicos, no sólo el sacrificio humano y divino de Cristo es fundamento de su fe, sino que asimismo la eucaristía, en el ritual de la misa, es reactualización del sacrificio primordial bajo las especies de pan y vino. Los que no creen esto, son herejes en términos de lo definido en Trento.
¿No es ésta una idea que contrasta con la que tienen los que simplemente se horrorizan ante la sola mención del sacrificio humano o de quienes se empeñan en negar su existencia por considerarlo oprobioso? En el caso de Mesoamérica, como en el del cristianismo, el sacrificio humano es elemento escencial de su realidad cultural. Por ello importa entender su significación más plena: en Mesoamérica, ofrecimiento que redime a los humanos de su destrucción cósmica; en el cristianismo, fundamento de la redención del género humano.

Miguel León–Portilla.