Tuesday, October 31, 2006

Yo...


Cavo hasta las profundidades. Montañas de piel roja y venas desinfladas a mis pies, en una playa blanca, donde los agujeros se hacen con dagas y trozos de plomo y pólvora. Mis manos se hunden hasta encontrarme, hasta sacarme por los hombros, como a alguien que estuvo a punto de secar el mar con sólo abrir la boca. Allí está. Aún los quince, los dieciséis, los ojos enrojecidos, la cabeza baja, siempre buscándose la sombra con los párpados entornados, siempre evitando ojos ajenos, sorda a voces que no son la propia. Todavía respira. Y pensé que me toparía con los labios grises y las uñas convertidas en las raíces de un pirul sin ramas. Su corazón sigue bombeando sangre aunque le haya prestado las arterias a otro cuerpo, también suyo; un cuerpo plantado en el tiempo venidero. Despierta, al fin. Me observa sin verme, la mirada detrás de mi hombro, las comisuras casi tocándole la barbilla. Allí siguen los fantasmas.
Y vuelvo a sentir ese anudarse de las cuerdas vocales, esa cuerda aprisionando la pared interior del cuello al instante de la caída. Ella sonríe. Ahora está sana; está sana porque me ha contagiado. Prefiero aprisionar su garganta, volver a hundirla en las profundidades rojas, enredarla entre aquellas lianas sin aire que saqué para buscarla. Dejar que se ahogue.
El hoyo está suturado. Hilo casi transparente, tan fino como las huellas que deja la araña entre dos ramas vecinas. Lo toco sin sentirlo, pronto su color se pierde. Intento imitarla, sonreír, sonreírme en las marismas. No puedo. El espejo me devuelve el rostro de cuando tenía quince años. He terminado por desenterrarme.

Thursday, October 26, 2006

CAZADORES DE CABEZAS DEL AMAZONAS

Relato de las experiencias vividas por el autor, un estadounidense que llevado por sus ansias de aventura se trasladó a finales del siglo XIX al Alto Amazonas. Su estancia en la selva amazónica fue interesantísima y así nos lo cuenta en primera persona: fue el primer hombre blanco que exploró determinados afluentes del Amazonas, sufrió el ataque de los murciélagos vampiros, entró en contacto con los jíbaros, cazadores de cabezas que nunca habían visto a un hombre blanco, encontró "un arroyo de agua hirviendo donde se hacían huevos duros en cinco minutos" y una región donde no se podía hablar en voz alta porque se desataban aguaceros torrenciales. Regresó a Nueva York en 1901 y publicó el libro en 1923.
Fritz W. Up de Graff nació en 1873 en los EE.UU. Ingeniero de profesión, estuvo en Ecuador interesado en la modernización industrial de ese país. Desde allí inició un viaje de aventuras por el Amazonas por una ruta que todavía hoy es considera como muy peligrosa. Volvió a Nueva York para más tarde trabajar como ingeniero de minas en México, Norteamérica, Cuba y España. Murió en 1927 en un accidente de coche. Cuatro años antes había publicado su obra Cazadores de cabezas del Amazonas.
Se trata de un extraordinario libro de aventuras, ameno y entretenido. Cuenta con un prólogo de Marcos Giralt Torrente.
Dirigido a lectores aficionados a los libros de viajes y de aventuras, a la historia así como a la antropología.

LAS CALAVERAS

Son una especie de epitafio–epigrama en forma de verso, dedicado el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, a los amigos, a los políticos en general.
En un principio las calaveras se llamaban "panteones", y nacieron en el siglo XIX como una forma de crítica a personajes de la política. Se publicaban en periódicos, revistas y en hojas sueltas, y se vendían al público el 2 de noviembre.
Las mejores, es decir, las más aventadas, eran anónimas. En esos casos la policía las confiscaba y destruía.
Una de las más antiguas es de 1885, y apareció en "La patria ilustrada", periódico conservador de la época porfiriana, dedicada a Ignacio M. Altamirano (novelista y poeta mexicano nacido en Tixtla, en 1834, de ascendencia indígena):
Con talento soberano
en vida manejó el estro,
mas no pasó de maestro
el maestro Altamirano.
Más tarde, las calaveras fueron ilustradas por José Guadalupe Posada, grabador mexicano conocido por sus caricaturas sociales. Posada sólo ilustraba, no escribía los versos. Se le reconocen casi 200 calaveras, pero los textos sobre Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Victoriano Huerta, entre otros que ilustró, están perdidos.
Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera:
Este pintor eminente,
cultivador del feísmo,
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo. (1929, del "Fantoche")
En 1939 se fundó el taller de gráfica popular con los mejores grabadores mexicanos, y una de sus actividades era la edición de calaveras:
Boticarios y medicinas.
Listas van y listas vienen,
y las medicinas tienen
precios exhorbitantes.
Cualquier dolor de barriga
cuesta un dolor de cabeza
y total nadie se alivia.
La muerte, que noes tan tonta,
ya puso su botiquita
que es una preciosidad...
(Por supuesto con licencia
de los de salubridad). (1942)
En la década de los cuarentas volvieron a aparecer las calaveras aludiendo a personajes de la política, como el presidente Miguel Alemán. Y también volvieron los textos anónimos, hojitas que circulaban de mano en mano, aludiendo a Gustavo Díaz Ordaz, al PRI, a Luis Echeverría:
Echeverría, Echeverría,
yaces en la tumba fría:
te mataron los patrones,
te enterró tu poli–cía.

Thursday, October 12, 2006

RELACIÓN ACERCA DE LAS ANTIGÜEDADES DE LOS INDIOS


La Relación del fraile Jerónimo Ramón Pané terminada de componer a fines de 1498, es considerada por algunos el primer libro escrito en el Nuevo Mundo. Pero su importancia no radica solamente en esto. Es también la primera descripción de la religiosidad de los indios taínos, habitantes naturales de Santo Domingo.
Fray Ramón Pané, "pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo" como él mismo se presenta, llegó a la Isla en compañía de Colón en su segundo viaje en 1494. Después de vivir un año en el fuerte de la Magdalena, por indicación de Colón y con el fin de aprender la lengua se trasladó a vivir con el cacique Guarionex. Durante casi dos años permaneció con este cacique hasta que decepcionado porque éste abandonaba las enseñanzas cristianas, se trasladó a vivir con el cacique Mabiatué que manifestaba su deseo de adherirse al cristianismo. Durante tres años permanece Pané con este cacique, el cual "continúa con buena voluntad, diciendo que quiere ser cristiano".
Se piensa que Pané habría entregado su manuscrito a Colón, quien habiendo llegado a la Española en 1498, volvía a España en agosto de 1500. En España el manuscrito fue visto y usado por al menos tres personas: Pedro Martir de Anglería quien lo incluye en la primera de sus Decadas del nuevo Mundo. Fray Bartolomé de Las Casas que lo extracta e incluye en su Apologética historia de las Indias. El hijo de Colón, don Hernando que lo reproduce íntegro en la Historia del Almirante don Cristobal Colón.
El manuscrito de Pané después de esto desaparece.

¿DE CUÁL RAZA?


El 12 de octubre se celebra un aniversario más del encontronazo entre dos continentes. Cristóbal Colón abrió una nueva ruta para quienes vinieron después. En 1508, en Puerto Rico Juan Ponce de León y Diego Velázquez en Cuba. 1519 señaló la llegada de Cortés a México, y 1530 vio a Francisco Pizarro llegando al Perú.
A partir de entonces la historia de América es similar: trabajo en minas y plantaciones bajo el pie español, muerte a causa de las larguísimas jornadas, de la mala alimentación (en Perú, se reanudó el uso de la hoja de coca, ya no para fines ceremoniales, como antes, sino para trabajar más con menos alimento, como es el caso de los mitayos en las minas de Potosí, donde extrajeron plata hasta agotar el yacimiento).
Las consecuencias de la población indígena, prontamente mermada, se extendieron hasta el continente africano, a la “Costa de los Esclavos”: Guinea, Senegal, Gambia, etc., donde los mismos negros secuestraban a miembros de tribus ajenas por las ganacias prometidas, y los entregaban a los europeos, quienes se encargaban de transportarlos a las nuevas colonias y venderlos a plantaciones en las que eran sometidos a jornadas larguísimas, a ocasionales torturas por cualquier razón, y donde quedaban sentenciados a unos siete u ocho años más de vida.
La esclavitud, conquista y tributos no eran desconocidos para las culturas precolombinas. En Perú, los incas conquistaron un enorme territorio, hasta el actual Chile, y acostumbraban alejar de su lugar a los integrantes de los pueblos sometidos, con la intensión de evitar revueltas.
En México, el imperio azteca alargó los dedos hasta las costas y fue uno de los más importantes de Mesoamérica. Su riqueza más bien procedía de los tributos. Ellos conquistaban un pueblo y se contentaban con exigir impuestos; les permitían vivir en el mismo sitio, el cacique local seguía mandando, sólo subordinado a las órdenes del emperador, los dejaban adorar a sus propios dioses –incluso adoptaron a algunos de éstos–. Había esclavos, sí, pero no eran considerados objetos, como en el derecho romano: podían tener bienes, sus hijos nacían libres, incluso podían a su vez tener esclavos. Las clases sociales estaban muy marcadas, pero el noble tenía mayores responsabilidades y se le trataba con más severidad que a un macehual o plebeyo: el delito de embriaguez en público, que en el hombre común significaba una reprimenda y la vergüenza de tener la cabeza afeitada, era la pena de muerte para un noble.
Su enorme religiosidad ayudó a su caída, Quetzalcoatl regresando como lo prometió. Al igual que en los demás territorios conquistados trabajaron para el enriquecimiento de los españoles, entregaron los frutos de su tierra, su tierra misma, a manos extrañas, vieron cómo los antiguos dioses, los códices guardianes de su historia, se convertían en arena o alimentaban hogares, cómo las piedras grabadas, las pirámides, se desgajaban para traer ciudades ajenas, cómo las mujeres parían niños que no eran indios ni españoles.
Y entonces viene de regreso la pregunta: ¿De cuál raza?

Tuesday, October 03, 2006

ABRIR UNA CAJA


Siete kilos. Fue abrirla y encontrarme como con otra persona. Es raro verme por primera vez dentro de una cubierta blanca, ajena a la computadora, a mis dedos armados con el bolígrafo, llevando ideas hasta la piel de un cuaderno escolar. Esos libros me vieron como verían a un extraño, a cualquier posible comprador desde un estante de librería.
Y soy yo, una parte de mi mente descansa en esas páginas sin blanquear, aunque crea que es un autor desconocido, nuevo, abriendo un sendero entre hombros viejos, apretados.