Thursday, December 22, 2005

ATMÓSFERAS GEMELAS.


Hoy quiero comparar dos canciones –excelentes canciones– de dos de mis compositores favoritos, a mi parecer los mejores cantautores latinos, junto con Franco de Vita: “Bar”, contenida en el nuevo disco de Ricardo Arjona, “Adentro”, y “La flor del frío”, de Robi Draco Rosa, canción de 1996 del disco “Vagabundo”.
En ambos temas se recrea un bar a media luz, tabaco y rostros hechos de sombras. En los dos un cantante actua en el lugar. Una canción recurrente (Bar), junto a otra que es la única que tiene el cantante y cada noche la interpreta (La flor del frío).
Ricardo Arjona habla de una mujer quue siempre lo escuchaba cantar, de la que él se enamoró. Un día ella no regresó. Él sigue en la vieja tarima, consumiéndose, perdiendo la voz. tal vez el bar sólo esté a medias, muy pocos siguen yendo a oír al hombre que se apoya en el piano para no caer.
Robi Draco también actúa detrás de un piano. Él sólo canta una canción y la escasa gente le aplaude. Él también habla de un amor, dos personajes que se esconden entre las paredes de una casa, señalados, luego perdonados. En este tema imagino a dos hombres escondiéndose, tal vez Rimbaud y Paul Verlaine, dado los gustos literarios de Draco. En este caso, la atmósfera del bar es perfecta, aderezada por la melancólica y, podría decirse, si la comparamos con los cánones, desafinada voz de Draco, unas rechiflas al inicio de la canción y escasos aplausos al final.
La atmósfera que rodea a la de Ricardo Arjona es menos densa y creo que se rompe un poco al mencionar el nombre de la mujer ausente: Dolores.
En ambos casos excelentes canciones, cantautores talentosísimos, cada uno en su estilo.
Otros discos de Robi Draco Rosa: Frío, Libertad del alma, Mad Love, Songbirds and Roosters. Ricardo Arjona: Galería Caribe, Solo, Vivo, Animal Nocturno, Historias.

Monday, December 19, 2005

RECOMENDACIÓN.

Hoy quiero recomendarles el nuevo disco de Ricardo Arjona, "Adentro". En especial, la canción "Bar", es un excelente trabajo de composición. Recrea atmósferas llenas de humo, de velas apagadas. Primordialmente es una canción sobre el tiempo, sobre una mancha que ocupa una silla, el lugar de una persona que un día no llegó a escuchar cantar al personaje y que aún no ha vuelto.
Otro tema interesante es el de "Mojado", que habla sobre los indocumentados que cruzan la frontera hacia Estados Unidos. En esta canción participa el grupo Intocable.
Un buen disco, y los dejo con trozos de mi canción preferida: "Y allí se sentaba ella, allí se enamoró de mí, allí en esa silla ella, un día se aburrió de mí..."

Wednesday, December 14, 2005

FIN DE AÑO.


Es buen tiempo para pensar un poco y escribir otro tanto sobre lo que nos trae cada fin de año. Dirán, sí, trae paz, niños comiendo dulces azulosos, familias alrededor de una mesa cundida, árboles iluminados de los que cuelgan esferas rojas y plateadas, guirnaldas colgando de nuestra puerta y bailes desde el anochecer hasta que el cielo tiene pincelazos anaranjados. O lo anterior, exceptuando la mesa, el baile, los dulces, los árboles y las guirnaldas: sólo la compañía de los padres, hijos, primos, abuelos, amigos...
A veces el fin de año es la duplicación de nuestra soledad.
Las fiestas de fin de año traen rostros que viven en otra dimensión, cuya puerta de acceso es un epitafio en la cripta, un pequeño compartimento encerrado dentro de la iglesia, una fotografía en la repisa. Nos humedecen los ojos y cierran la garganta, nos estrangulan por dentro. Esperan que dibujemos una imitación de sonrisa, que nos sumerjamos en piscinas de sidra y vodka, que, a solas, la sonrisa estalle al no poder congelarse un segundo más en nuestro rostro.
Y es a solas cuando llegan esas visitas transparentes, las personas hechas de sales de plata emergen de fotos, se posicionan dentro de la cabeza y repiten momentos en nuestra compañía: caminar de madrugada en busca de un taxi, pláticas entre vasos llenos de refresco y alcohol, lectura de historias metidas en papel tamaño carta. Nos hacen sentir de nuevo que nos necesitan, les llevamos un libro hasta el sillón, las ayudamos a ponerse en pie, ofrecemos nuestros brazos para que no regresen al suelo, sonreímos ante lo que ya no puede leer ni caminar, ante quien ya no está y no volverá a estar nunca; aunque nuestra mente los forjara de agua y tierra, ¿qué haríamos? Un maniquí que no podría responder a nuestros brazos abiertos, a los hola suspendidos como plumas en el aire.
Trae, repito, los ojos húmedos y el rostro deformado, el querer cerrar la puerta para que los trineos se estrellen en el jardín; ganas de mutilar los cuernos de los renos, el marfil en elefantes, la joroba del camello y golpear con martillos la herradura en los caballos, convertir cada esfera en pedacitos brillantes, bajo los zapatos, de estar acompañados por nuestra sombra y no felicitar a nadie (¿por qué?), de que la arena en los relojes caiga hacia arriba, las manecillas giren a la izquierda y que esos cuerpos vuelvan a tener peso y volumen, que el sol los duplique de nuevo sobre los adoquines y sus pasos generen eco a nuestro lado.
El fin de año también es ganas de apagar el día e incinerar pétalos rojos. De visitar las regiones oscuras que, a decir de varios, ocupan nueve planos por debajo de la tierra. Quedarnos allí, levantando mantas hechas de pelusa para buscar caras surcadas de sol y tiempo, otras apresadas entre anteojos rectangulares. Preguntando a cada persona dónde están, si los han visto leyendo con los pies apoyados en una mesa y el bastón al lado, o en un bar de fuentes secas y televisores encendidos en canales de música. Conteniendo el aliento y la decepción al ver majillas de calcio y dientes como estacas, no encontrar a quienes esperábamos.
A veces, en los casos más extremos, aumentan las ganas de abrir el propio cuello y dejar que esa pesadez invada la atmósfera, liberar los sollozos para que vayan a disolverse a un río; jalar del gatillo, apretar el nudo, respirar agua para después volver a esos mismos rostros, a verlos. Allí, se podría pensar, sí los saludaremos, nos meteremos en su abrazo y nuestros ojos se unirán a su mirada... ¿y si no es así? ¿Si flotáramos hechos nubes, alejados por los continentes, el ecuador y los usos horarios? ¿Valdría la pena?
Debe pensarse que la noche de San Silvestre no sólo es la muerte de un lapso de 365 días; también podría convertirse en la muerte de tejidos y músculos, en la nota sensacionalista de la sección policiaca, en la reafirmación de que la escencia, el soplo que habita este frasco en constante descomposición llamado cuerpo, hace tiempo que se evaporó.

Tuesday, December 13, 2005

¿NOVELA O PELÍCULA?


La mayoría de las veces, si no es que todas, las novelas adaptadas a la pantalla grande resultan bastante alejadas de la idea impresa en el libro. Cuántas no se han hecho de Drácula o Frankenstain, donde ambos personajes son hasta cierto punto caricaturescos, siempre mostrando los colmillos, abriendo la capa o caminando como si tuvieran una tabla en la espalda.
En el caso de la novela de Mary Shelley, que por cierto, antes de leer nunca me hubiera imaginado que fue escrita por una mujer, pues creo que no eran los temas comunes manejados por las mujeres en el siglo XIX, la película más apegada a la novela es la protagonizada por Robert de Niro y Kenneth Branagh en 1994. El director y actor inglés nacido en 1960 logra una atmósfera gris, opresiva, completamente tétrica, creo, mayor que la que rodea a la historia en la novela. Cambia algunos detalles, por ejemplo, la muerte de Justine, en la novela es ejecutada por la muerte del hermano menor de Víctor. Su muerte en la película es más atroz: imagínense un salto en bunjee sin resorte, donde la persona es asegurada por el cuello. La escena es terrible: la turba se apodera de la chica, la llevan hasta la azotea de la prisión, y la lanzan con un nudo en el cuello. Su cuerpo pende unos instantes, ante la mirada de su madre, Víctor y Elizabeth, y las pedradas que lanzan manos anónimas, personas que la creen asesina de un niño de seis o siete años.
Otra parte que difiere con la trama del libro, es el renacimiento de Elizabeth, quien desde antes del ataque de Robert de Niro, el monstruo creación de su novio, era vestida y peinada de una manera muy tétrica: el maquillaje pálido contrastando con un cabello ensortijado y en desorden, los vestidos de colores cenizos, cada detalle apuntalando esa atmósfera deprimente, que culmina con Branagh bailando con algo similar a un maniquí remendado y sin peluca, gira entre escenas del baile de despedida, antes de partir hacia la universidad: Elizabeth recién nacida.
Tanto libro como película encierran lo mismo: ¿qué se hace ante algo que se quería, se consiguió, y ahora no sabemos para qué sirve? La escena en que Branagh y de Niro se sostienen en un salón inundado de líquido amniótico, de Niro desnudo y Branagh casi, Víctor para poner de pie a su creación, la que luego cuelga entre cadenas, aparentemente muerto. Kenneth Branagh lo mira exhausto, hace algunas anotaciones en su diario. Ya tiene lo ansiado por tanto tiempo, lo que su obsesión por la muerte lo motivó a crear... ¿y ahora qué?
Excelente película, magníficas actuaciones –incluyendo escenas hechas para el beneplácito de las admiradoras de Robert de Niro y Kenneth Branagh–. En lo personal, prefiero la película; donde la atmósfera está perfectamente lograda.

Thursday, December 08, 2005

¿A DÓNDE IRÁ?


A veces quisiera seguir la tapia, averiguar hasta dónde está el final, dónde me llevará. Sentir los adobes deshaciéndose entre mis dedos, pegados a la pared, a su rugosidad, sin pensar en lo que dejo atrás, o si tengo que volver.

Tuesday, December 06, 2005

EXTRA, EXTRA!!!!!!!!! (Marianito voceador)

Imperativo comprar el último número de la revista Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla, y la de Erinias, de la Escuela Libre de Psicología. En la primera, aparece un cuento de Alejandro Meneses, Una noche en Cholula. Además, el famosísimo cuento El Caso Max Power, del famoso escritor poblano-chilango Alejandro Badillo. Ambos muy recomendables.
En Erinias, una entrevista sobre su visión de la literatura, y un artículo pequeño, sobre la muerte, escrito por él mismo.
Y quién lo pensaría. De cualquier manera uno muere, de hecho es lo único que se tiene seguro cuando se patalea por primera vez fuera de la matriz. Pero nunca se imagina que tan joven, ni las circunstancias.
Perdón, la melancolía nos gana en estas fechas; las ausencias, los huecos que no se pueden llenar con nada, con nadie. De hecho creo que es lo único que está presente al 100%, ni las luces, ni los regalos o la comida, tal vez ni siquiera los buenos deseos. En cada lugar siempre hay lágrimas y el consabido, lugar común de novelas, nudo en la garganta, que creo yo no llega a explicar la masa sólida que aprisiona por dentro del cuello.
Bueno, celebren mucho, beban bastante, lloren un poco y compren las dos revistas.

Thursday, December 01, 2005

CRÍTICA CINEMATOGRÁFICA.


Hace poco vi de nuevo una película llamada Azahares para tu boda, de 1950. Se trata de un dramón kilométrico donde la historia empieza antes de la revolución, y termina alrededor de la época en que fue filmada. Para no hacer el cuento largo, se trata de los impedimentos que una pareja tiene para casarse –por ejemplo diferencias de credo, pues él, Eduardo Noriega, no cree en el matrimonio por la iglesia–. Total que nunca se casan, ella, Marga López, envejece cuidando a sus padres y al final, él muere en casa de ella.
Algo común, pero recién descubrí que además está mal hecha. Sí, de veras, pues a lo largo de la película se dan múltiples referencias históricas, como el inicio de la Revolución –en la que participa el novio de Marga–, la guerra civil española, de mediados de los 30’s, la intervención estadounidense en la Segunda Guerra Mundial –y con ellos el escuadrón 201 mexicano–, a finales de 1941.
Lo inverosímil llega al ver la caracterización de los actores. Al momento de la guerra española, los personajes han tenido un envejecimiento de aparentemente 40 años, cuando según el inicio de la historia, sólo han pasado unos 25 años. Además, en ese momento de la historia, un grupo de niños juega en la calle con Joaquín Pardavé, y su vestuario es completamente de los años cincuenta: pantalones de pinzas, un poco anchos, algunos con tirantes.Saludos y seguiremos descubriendo detalles en las películas.

EL PERFUME.


Del autor Patrick Süskind, la novela El Perfume, de 1985. Aunque ya había tenido algunos comentarios sobre ella, apenas tuve la oportunidad de leerla. A lo largo del libro están presentes los olores, siempre los olores, ya sean agradables o desagradables, como de jazmines, rosas, pescado, queso o sudor, se hace constantemente referencia a los aromas. El personaje, un hombre dotado de olfato biónico, al principio es un niño a quien no aceptan ni las nodrizas, por la absoluta falta de un olor corporal. Luego se emplea como aprendiz de perfumería. En la mayor parte del libro se mencionan diversos métodos para extraer el perfume a flores y otras plantas, como la destilación al principio, y la absorción por medio de grasa de cerdo y vaca hacia el final.
El personaje, Jean–Baptiste Grenouille, guarda en su memoria cada olor, de lo que se vale para pedir empleo a Baldini, maestro perfumero, como su aprendiz. Elabora e imita perfumes ayudándose de la extensísima base de datos que guarda en el cerebro. Comete su primer asesinato antes de llegar con Baldini, aproximadamente a los quince años de edad, cuando trabajaba con Grimal, curtidor de pieles. Llega hasta el otro lado del Sena atraído por una fragancia nunca antes percibida, emanada por una muchacha que pela ciruelas amarillas en la oscuridad. Y le aprisiona el cuello hasta que ella deja de respirar, para después olfatearla.
Unos siete años después –los cuales pasa en una caverna de la montaña, después de renunciar al puesto con Baldini, huyendo del olor de los seres humanos–, llega a su nariz un perfume similar al de aquella muchacha. Es una niña a la que planea quitarle el olor en dos años más, cuando madure. En tanto se emplea con una viuda y continúa aprendiendo el oficio. Ahora está obsesionado por tener un aroma, pues su cuerpo carece de él por completo. Para elaborar su preciado perfume mata a dos docenas de doncellas antes de asesinar a la elegida, aunque su padre la lleva fuera de la ciudad.
La novela termina con la muerte de Grenouille a su regreso a París, quien en posesión del perfume largo tiempo deseado, se planta en medio de un grupo de hombres y mujeres que, atraídos por el olor, el cual les induce a estimar y desear al personaje, lo destrozan, comen su carne y pelean por tener un trozo de su ropa.
Después de la muerte de la última doncella, la principal, lo descubren y justo antes de la ejecución en una cruz, tanto autoridades como población terminan amándolo, deseándolo –lo que logra que él pierda el conocimiento, pues se da cuenta que nunca tendrá un olor propio, y esa falta de olor lo asfixia–, retirando todos los cargos, vaya hasta el padre de la víctima principal lo lleva a su casa y le ruega ser su hijo. Así se rindieron ante el perfume elaborado con la última escencia de las veinticinco doncellas.
La ejecución hubiera estado fuera de la atmósfera, llena de oscuridad y discreción que rodean al personaje, de olores. En todo momento lo primordial fueron los olores: el olor lo salvó la primera vez, el olor movió a otras personas a matarlo, el olor fue la motivación para asesinar, fue parido entre olores y él, era el único que carecía por completo de un perfume.
Una novela excelente, una primera novela de este autor alemán que recomiendo leer, que se ha convertido en otra de mis favoritas.

Monday, November 28, 2005

AMORES DE SEGUNDA MANO.

Hace poco tuve la oportunidad de leer el libro Amores de segunda mano, del autor Enrique Serna. Me lo prestó una amiga –gracias Maribel–, después de que ya me habían platicado de la obra. Once cuentos en los que los personajes, por así decirlo, se resignan a no tener algo que ansiaban, y terminan conformándose con algo más.
En el cuento inaugural, El alimento del artista, la voz narrativa es la de una mujer que, al principio, actúa una relación sexual ante el público, y termina teniendo relaciones verdaderas a la vista del hombre que la escucha, y le pide que por lo menos aplauda cuando terminen. Los relatos que más me sorprendieron, Hombre con minotauro en el pecho y La extremaunción. En el primero, un niño llega a pedirle un autógrafo a Picasso. Él pensó, como al final sucedió, que alguien querría comerciar con la firma si la estampaba en cualquier papel, así que le dibujó un minotauro en el pecho. No se atreverían a vender al niño. Pero se equivocó, pues durante algún tiempo el minotauro fue expuesto y visto por mucha gente, comprado por personas que odiaban el arte. Al final, nos enteramos que el personaje está narrando su desgracia desde prisión, pues borró el autógrafo de Picasso –creyó que era dueño de su cuerpo–, que ya se había convertido en patrimonio del pueblo por ser una obra artística.
En La extremaunción, el personaje es un sacerdote que en el pasado intentó casarse con la sobrina de una moribunda quien, más que oponerse, sedujo al personaje, para después correrlo pretextando que él había sido quien intentó seducirla. Al final, en vez de recibir la extremaunción, la mujer muere después de que el sacerdote tiene un encuentro sexual con ella y le hace saber que esa es su extremaunción.
Eufemia es un cuento de decepciones amorosas, en el que el personaje, una sirvienta que estudia mecanografía y aspira a ser la mejor secretaria, se enamora del hombre que repara la máquina de escribir que le presta su patrona. Él la deja después de prometerle matrimonio. Ella viaja por diferentes poblaciones haciendo escritos y cartas. El relato empieza y termina con dos aspectos de la misma escena: al inicio, Eufemia escribe una melosa carta que intenta dictarle una muchacha enamorada de un soldado, y al final, él recibe la noticia del abandono de la muchacha. Ya que perdió el amor, Eufemia se conforma con el sentimiento de amargura que le quedó.
Los textos que completan Amores de segunda mano son: El desvalido Roger, La última visita, Borges y el ultraísmo, Amor propio, El coleccionista de culpas, La noche ajena –un original relato sobre cómo se le oculta a alguien que es ciego– y La gloria de la repetición.
Es un libro muy ameno, el cual recomiendo leer.

Saturday, November 26, 2005

MESA REDONDA CON DRACO ROSA.

Una entrevista que encontré, de uno de mis cantantes favoritos. Tomada del diario El Nuevo Día, de Puerto Rico. 22 de octubre de 2005.

Había grabadora, libreta y cámaras. Pero esta vez las preguntas no las hizo un periodista, sino un grupo de empleados y amigos de El Nuevo Día, que se reunieron ayer en la redacción de este diario para participar de una mesa redonda con el cantante Draco Cornellius Rosa. A tan sólo horas de comenzar una nueva función de su concierto Draco Live, que repite esta noche, el cantante conversó sin parar.
¿Cómo te sientes con esta nueva serie de conciertos?
Tocar en el Centro de Bellas Artes ha sido extraño y positivo. Desde pequeño estuve ahí con Menudo y regresar ahora es como llegar a la Luna. Esta será la última vez que toque en mucho tiempo, porque me voy a grabar y decidí no regresar hasta el 2007 ó 2008.
¿Cómo comparas la experiencia de estar en una sala pequeña como el Centro de Bellas Artes y un coliseo?
A veces me deprimen los coliseos, aunque la última vez la pasé muy bien. Siempre queda cierto vacío porque hay mucha gente y uno no puede verlos a todos. En Bellas Artes puedo mirar los ojos de la gente y eso se siente bien.
Después de hacer la película “Salsa”, ¿tienes planes de regresar al mundo del cine?
“En esa película conocí a mi esposa, la pasé bien y luego seguí un camino complicado. Es curioso, porque hace un tiempo me llamó el director Robert Rodríguez y hablamos de su visión. Tenemos una mentalidad similar y sí me interesa hacer algo. Estamos comunicándonos, porque hay un proyecto con Quentin Tarantino y otras cosas, pero estamos decidiendo qué se va a hacer.
¿Por qué el cambio de nombre de Robi a Draco?
De pequeño me nombraron Robert Edward y lo encontré extraño. Hace muchos años me enteré que hay maneras de cambiar los nombres y así lo hice. Antes de diciembre 6, cuando salga mi nuevo dvd voy a hacer un ritual para- sin ser muy mórbido- enterrar a Robi. Voy a resucitar a Draco, pues hay mucha gente- incluyendo mis hijos- que simplemente me conocen como Draco. Mi pasaporte, mi licencia y certificados están bajo Draco. Mis padres no se molestaron con el cambio porque sigo siendo Rosa.
A muchos artistas no les gusta mezclarse con la política, ¿porqué a ti te interesa el tema?
Es algo natural, siempre he sido bastante sincero. Si veo alguna injusticia soy el primero que me paro a protestar. Muchas veces pierdo oportunidades, pero tu espíritu no te lo pueden quitar y eso para mí no tiene precio.
Si una organización te hiciera un acercamiento para luchar por el ideal de Puerto Rico o las causas que crees, ¿trabajarías con ellos?
Todo depende de si encuentro un aliado con quien pueda sentir confianza. Solo no me atrevo caminar por esos mundos porque soy muy radical, por supuesto sin violencia. Por eso necesitaría el apoyo de otras personas para todo lo que tenga que ver con “the land of Borinquen”.
¿Cómo percibes a Puerto Rico desde la distancia?
Es difícil... con la muerte de Filiberto me llamaron cuando comenzó el rumor en la radio y estaba pendiente. Después que él murió mi hijo Revel me preguntó quién era Filiberto y fue la primera vez que lloré frente a mi nene mayor. Esa situación me mata adentro y por supuesto que desde lejos el País me mueve mucho. Es lo único que uno tiene.
Por poner un ejemplo, uno va a Singapur sabiendo que se han hecho estudios comparativos sobre la realidad de la colonia. Regreso y en mis locuras digo... ¿cómo va a ser que con tanta gente inteligente todavía seamos una colonia? No creo en ser completamente independiente de un sistema. Nos necesitamos, no creo en caminar solos. El Che se equivocó cuando se fue solo a Bolivia y lo mataron, pero tampoco creo en el sistema actual. ¿La solución? No la tengo, pero espero estar vivo y ver que vamos a trascender esta realidad.
¿Tienes algún proyecto creativo actual relacionado a las artes visuales?
Me interesa apoyar el arte. Estoy un poquito frustrado con un museo en Puerto Rico pues hicimos gestiones para que trajeran la obra del artista Jean- Michel Basquiat, quien tiene un trabajo impresionante. No se ha hecho nada aún cuando su exposición está viajando por el mundo, pero la burocracia de estos lugares no lo ha permitido.
¿Has tenido oportunidad de escuchar el nuevo disco de Ricky Martin?
No lo he escuchado y dudo que lo vaya a escuchar. No es nada personal, simplemente porque tampoco he escuchado lo último de U2. Hay gente que hace música por unas razones, para lograr ciertas cosas... Le deseo lo mejor, pero simplemente es algo que no voy a hacer. No escucho música contemporánea, del reggaetón lo único que reconozco es Tego Calderón, Voltio y Residente Calle 13.
¿Cómo cambió tu vida al ser padre?
Mucho, con esto de la mortalidad uno piensa más las cosas. Por otra parte, me interesa mucho expandir la familia. Ahora no es el momento, porque para la mujer puede ser muy difícil, pero sí me encantaría tener 10 ó 15 hijos.
¿Tus hijos te han preguntado que significan sus nombres?
Ellos lo entienden muy bien porque es positivo. Revel significa revelación, no es de rebeldía. El segundo, Redamo proviene del latín y significa el regreso del amor.

EN LA INTERNET.

Revisando algunas páginas, me encontré de nuevo con una muy interesante, que ya había visto en ocasiones anteriores: www.aviondepapel.com En ella hay varios artículos sobre escritores, Poe, García Márquez, entre otros. Hoy quiero recomendárselas y aunque para la literatura no existe ninguna receta o fórmúla mágica, creo que es una buena guía para quienes quieren quebrarse un poco la cabeza, sentarse ante una hoja sin habitantes.
Aquí un fragmento de lo que se puede encontrar en esta página:

Los primeros vuelos literarios acaban en aterrizajes forzosos llenos de abstracciones. El piloto entra en la cabina del avión y se sienta frente a un cuadro de mandos lleno de lucecitas de imaginación y de manivelas de prisas que desembocan en sustantivos y verbos abstractos, en lugar de contar y atrapar mil palabras con una imagen empática.
Al piloto novel le entra vértigo de mirar hacia la literatura visual desde lo alto de la cabina, tanto que no cuenta su historia, sino que la explica y la llena de reflexiones, sin mostrar en una escena las manías del personaje, sus obsesiones, su entorno.
Los vuelos previos están sobrecargados de verbos sin contenido, en lugar de verbos de acción; los primeros párrafos deben llenarse de objetos y colores, de acciones y detalles peculiares que hagan que el lector sobrevuele la ficción contada.
Tal y como lo narra la metáfora de Michael Ende en "Una historia interminable", donde su protagonista era absorbido por el libro mientras leía. Así deberían ser los textos literarios, así tiene que sentirse el lector: entusiasmado por la lectura, con el piloto automático puesto y volando ante el placer de la ficción.
La literatura es un arte dirigido al sentido de la vista para evocar mediante palabras lo que no se escucha, lo que no se huele, lo que no se saborea. El discurso visual atrapa con palabras, entra por los ojos y se derrama por el resto de sentidos.
"Mientras cose, una madre descubre que su hijo ha madurado". Esta reflexión no es literatura. Todos los manuales de futuros aviadores recogen una escena de "Cien años de Soledad" de Gabriel García Márquez, quien muestra -no explica- cómo una madre descubre un día cómo su hijo abandona la pubertad. El escritor colombiano nos regala este fragmento mágico lleno de objetos, acciones y sensaciones:
Sentada en el mecedor de mimbre, con la labor interrumpida en el regazo, Amaranta contemplaba a Aureliano José con el mentón embadurnado de espuma, afilando la navaja barbera en la penca para afeitarse por primera vez. Se sangró las espinillas, se cortó el labio superior tratando de modelarse un bigote de pelusas rubias, y después de todo aquello quedó igual que antes, pero el laborioso proceso le dejó a Amaranta la impresión de que en aquel instante había empezado a envejecer: -Eres idéntico a Aureliano cuando tenía tu edad -dijo-. Ya eres un hombre.
Las personas estamos acostumbradas a la imagen, porque se acerca y asemeja a la realidad y porque apenas exige contarla. Sin embargo, las palabras se asocian a los objetos tangibles que designan y por su ambigüedad, o por su contenido abstracto, no siempre muestran la realidad concreta a la que está acostumbrado el lector.
El cuento resuelve con palabras este problema, dado que de manera breve crea una ecuación literaria perpetua: a menor extensión mayor intensidad.
Julio Cortázar dedicó a Antoni Tàpies un cuento llamado Graffiti en el que el autor argentino muestra la desesperación y angustia de su personaje ahogado en ginebra. Cómo lo cuenta y con tal brevedad es uno de los regalos de la literatura:
Volviste al alba, después de que las patrullas ralearon en su sordo drenaje, y en el resto de la puerta dibujaste un rápido paisaje con velas y tamajales; de no mirarlo bien se hubiera dicho un juego de líneas al azar, pero ella sabría mirarlo. Esa noche escapaste por poco de una pareja de policías, en tu departamento bebiste ginebra tras ginebra y le hablaste, le dijiste todo lo que te venía a la boca con otro dibujo sonoro, otro puerto con velas, la imaginaste morena y silenciosa, le elegiste labios y senos, la quisiste un poco.
Grafitti, en Queremos tanto a Glenda de Julio Cortázar.
Así es, la estrechez de las ficciones crea intensidad en la historia narrada, y si no, no hay más que recordar aquellos cuentos maternales antes de acostarnos en los que parecía que estuviéramos viviendo las andanzas de Caperucita Roja y del Lobo Feroz, del Gato con Botas y del marqués de Carabás.
Esta es una de las grandes herramientas del oficio de aviador, sobrevolar la literatura con una buena visibilidad de palabra: personajes y lugares llenos de detalles peculiares, pequeñas acciones en menoscabo de las reflexiones, objetos cromáticos y palpables, párrafos llenos de olores y sabores.
Después de un vuelo previo, el buen aviador revisa sus textos con la ilusión de atrapar al lector en una imagen evocadora, sin la necesidad de mil palabras, de mil reflexiones. Con la certeza de pilotar con visibilidad.

Les deseo vuelos sin turbulencia.

Monday, November 21, 2005

MINIFICCIONES.

Amantes hasta el fin
Sus encuentros se hicieron cada vez más frecuentes. Él se refugiaba entre los muslos de ella. Ella sentía congelársele la espalda, apoyada sobre el frío del mármol.
Esa noche, la invocación de una medium los interrumpió. Cesaron las caricias y cada quien regresó a su tumba.


Viajero
Está amaneciendo. Después de presenciar batallas en la cumbre del mundo y pescar sirenas que al cantar llevan a los navegantes hacia la Gran Catarata, regresa a su cuerpo dormido para abrir los ojos antes que suene el despertador.

NOCHE ADENTRO.

Hoy tuve la oportunidad de adquirir el libro "Noche Adentro", de la colección Asteriscos de la Universidad Autónoma de Puebla -donde Meneses publicó su primer libro en 1987, Días extraños- póstumo de Alejandro Meneses, que recopila nueve cuentos de sus libros anteriores Días Extraños, Ángela y los ciegos y Vidas lejanas.
Transcribo lo que está impreso en la solapa de la contraportada, teniendo como fondo una fotografía reciente de Alejandro.
(...) La narrativa, los cuentos en especial, requieren no sólo de imaginación, sino de una buena dosis de sentido poético, de la musicalidad del lenguaje. A veces, los narradores se olvidan de esto: la prosa también es un ritmo, del lenguaje y del tiempo verbal. La inteligencia del escritor de cuentos se muestra cuando elige la estructura, la manera de encontrar una historia. Podríamos decir que ésa es la base del "estilo personal" de narrar.
(Prefiero los cuentos) que no siguen esa monserga valadeciana del planteamiento, nudo y solución. Prefiero la ambigüedad a la certeza, a la vía única. Tal vez eso sólo sea justo en los cuentos policiacos. No me agrada el canon ni las recetas, porque equivalen a una "discriminación" literaria, a intolerancias tarugas que sólo entienden el mundo, la realidad a partir de seguridades y métodos, cosas que, de ninguna manera, explican el mundo. Si se ha logrado descifrar el universo a punta de ecuaciones -la consabida E=mc2-, no se ha logrado lo equivalente con el alma, ni la vida.
Alejandro Meneses.

Profe, en estos casi cinco meses no he dejado de extrañarte.

Wednesday, November 16, 2005

SALVADOR GALLARDO DÁVALOS.

La ceremonia de premiación del Concurso de Literatura Jóven Salvador Gallardo Dávalos se llevó a cabo en el Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes "Fraguas", el pasado viernes 11 de noviembre, a las 8:00 P.M.
Tuve la suerte de resultar ganadora en la modalida de narrativa, con un volumen de cinco cuentos, "La distancia hasta el espejo".
El mismo día, a las siete de la noche, se hizo la presentación del libro de los ganadores del año pasado, estando presente Karen Ortiz, quien resultó ganadora con la obra Muerte encuentra una mujer, cuentos donde el personaje es el mismo, en diferentes épocas, Manuela. En cada uno de los cuentos, Manuela se refiere a la relación que guarda con otras personas.
Tengo que agradecer a Alejandro Meneses, el mejor cuentista de México, por sus enseñanzas, su guía (profe, desde aquí, donde estés, espero que te sientas orgulloso de tu alumna. Quiero volver a verte); también a Bety Meyer y a mis amigos, Alejandro Badillo, Elías, Sergio, en fin a los talentosos escritores que conocí en los talleres de cuento.
Ahora esperaré el próximo año la publicación del volumen de cuentos, junto al ganador de poesía, Jorge Saucedo, de Guadalupe Nuevo León. Desde aquí también una felicitación para él.

AL FINALIZAR LA TORMENTA.




No tengo idea de cómo llegué a esta colonia de obreros que viajan en bicicleta desde antes que amanezca. Abandono el refugio que fue la portería de la vecindad y me alejo. Aire frío en la nariz. Junto al camino, senderos de hojas color ocre que la lluvia arrancó. Arriba, techo de nubes anaranjadas del amanecer, cercano a los de madera y lámina.
Ayer salí de nuestro departamento con lo puesto. No quise traer nada que me lo recordara. Esperé en la esquina un taxi que llegó después de media hora. El que volvió a empapar mis zapatos con el lodo de un bache, que me llevaría a casa de Fabiola –no pensaba regresar con mi tía y sus “no quería decir te lo dije, pero te lo dije” que entre sonrisas, muestran su placa de dientes perfectos–. Bajé frente al zaguán plateado lleno de grafittis negros. Dos billetes en la mano del conductor, “quédese con el cambio”. Sacó el brazo antes de dar vuelta en la esquina. Toqué el timbre una, cinco veces. Me cansé de llamar, mi amiga no vive donde recordaba.
Caminé hasta esta vecindad. Me senté junto al portón. Del interior salieron varios hombres con bufandas cubriéndoles la nariz. Subieron a sus bicicletas sin detenerse. Había dejado de llover. Venus se encendió junto a la luna. En la acera, dos sombras cosidas a mis pies; el alumbrado público. Miré mi reloj, faltaba muy poco para las once. A las once sonó la alarma de una fábrica lejana. Varios hombres regresaron pedaleando sin prisa.
Pies que golpeaban las baldosas del patio. Escapó un grito. Otro. Madera azotada. Cerré los ojos. Dientes apretados. Tapé mis oídos. No podía soportar, tampoco moverme. La cabeza me estallaba, giraba sobre mis hombros. Voces y pasos mezclados. Pulsaciones a cada lado de la frente. Los portazos rompían mis tímpanos. Cada ruido se entrelazaba con su doble. Las imágenes frente a un espejo de tiempo.
Una niña corre. Se detiene antes de llegar al portón donde la observo. Tiene las piernas llenas de lodo. Los zapatos mojados, sus pies nadan dentro de ellos. El vestido rosa no la protege de los golpes del viento. Rostro sucio de nueve años, cabello largo en desorden, lágrimas bajo sus ojos negros. Ella soy yo. Soy yo. Soy ella...
Una voz dentro de mi mente... “¿Qué tienes nena?”
No es nada, sólo que papá ha vuelto a pegarle a mamá. “¿Y qué vas a hacer?” Quisiera defenderla, pero soy muy pequeña. Él le pidió dinero para comprar caguamas. Se ha tomado cinco desde ayer, quién sabe dónde le caben tantas. Mami trabajó toda la semana hasta tarde para juntar lo de la renta.
La niña solloza. Espalda contra la pared descascarada. Un abrazo. Intenta callar ante la portera (reprimo lágrimas en el pecho de señorita del DIF). No puede. No encuentra refugio en el estambre olivo del chal. Los vecinos entran derribando la endeble puerta de lámina. Dentro se oyen gritos, forcejeos: “Pa’qué se meten, ¿quién chingaos los llamó?... ¡Fuiste tú pendeja!... ¡Suéltenme cabrones!...” El público fuera del portón es cada vez más numeroso. Únicamente yo permanezco con los ojos cerrados, aunque no ajena como quisiera.
Entre dos hombres sacan a su papá. A mi papá lo llevan a la delegación. Los cargan de los brazos. Sus pies abren surcos en el lodo. Tras ellos, una mujer intenta esconder su cara amoratada con las mangas sucias del suéter. Las ojeras de mamá entre mechones pajizos de cabello. Lo defiende. Llora. Toma de los hombros a los policías y los jala del uniforme, “nomás era un susto, ¿verdad que sí?”, sonríe nerviosa, observa a los vecinos.
Intento hablarle. Preguntar algo que nunca me quedó claro: pero mamá, si te pegó. Tú dices que te caíste siempre que te pega, ¿por qué lo defiendes? Tengo nueve años y estoy llorando. Nadie hace caso de mi voz.
Intenté consolar a la mujer del rostro amoratado. Puse mi mano sobre su cabeza entrecana. Ella se volvió intentando sonreír y yo regresé a sentarme fuera del portón. No era mamá.
–No debes quedarte aquí. Ven conmigo, estarás mejor.
La niña siguió a la mujer que la llevaba de la mano. Se perdieron detrás de una puerta. De nuevo todo quedó atrás. La noche cubrió voces, pasos. Al fin pude abrir los ojos y respirar tranquila. El dolor en las sienes se diluyó. Unas gotas finísimas volvieron a resbalar por paredes y techos, sobre la tela roja de mi impermeable. Sentí algo de calor entre el frío. Zapatos marrón con la plantilla asomándose por la punta, junto a mí. Levanté los ojos, una mujer de cabello desaliñado. Era la portera, me ofreció un rincón para pasar la noche, té de tila.
–Gracias señora, pero tengo que irme.
Dijo que la siguiera.
–Por la mañana podrá irse, señorita. Ahora es peligroso–. Unas risas y el ruido de botellas descorchándose me hicieron entrar en su cuarto, detrás de ella.
Tomé el líquido humeante. Se alejó con el pozuelo vacío y la espalda cubierta con el chal. Me acomodé en un sillón. El impermeable rojo de cobija. Las rodillas dobladas. La niña del vestido rosa estaba sentada a la mesa, sus pies sin alcanzar el suelo. Remojaba un pan dentro de un pozuelo igual al mío. Intenté sonreírle, pero no tuve valor para encontrame con sus ojos. Me miró, había dejado de llorar. Sus párpados estaban enrojecidos, hinchados. Al acercarme, liberó las lágrimas que retenía. Su rostro se deshizo entre mis brazos. Voy a cuidar a mi mamá, dijo sin que el llanto le impidiera tejer la frase completa, mientras crecía hasta convertirse en una mujer de veintisiete años, egresada de ingeniería química. Yo volví a ser esa niña de nueve años que aparenta ser más pequeña, que aunque intenta ser fuerte al ahogar sus sollozos sobre el pecho de la universitaria, le moja el saco negro con sus lágrimas.
Regresé al sillón y dormité durante toda la noche. Un hormigueo constante recorría mis piernas desde los tobillos. Abría los ojos con cada tic-tac del pequeño reloj de pilas colocado sobre una cómoda. Los cerraba queriendo eliminar cada recuerdo que asaltó mi mente.
No pude.
Ayer llegué tarde de trabajar. El día fue fatal. Los resultados del análisis del lote de ácido se perdieron. Mi jefe gritaba, perdió el avión a Estados Unidos. Las diez horas en el laboratorio se convirtieron en años. La salida no fue mejor. Gruesas gotas de agua se estrellaron en el parabrisas. Fuera del estacionamiento ningún auto se movía. Los cláxones no paraban de sonar. Me uní a ellos en su intento por acelerar el tiempo.
Encendí el radio. Tenemos información de que hubo un accidente en el boulevard Hermanos Serdán. Al parecer un autobús se estrelló contra la reja de la Normal. Todavía no sabemos si hubo lesionados. La lluvia también provocó una carambola. Elementos de vialidad ya están en el lugar de los hechos. A los automovilistas que se encuentran en la zona les recomendamos tener precaución y paciencia, escuché entre estática en el noticiario. Así que un accidente convirtió la calle en una sala de conciertos. Cambié de estación. Tropicales, inglés, radio hablada... Preferí apagarlo.
Mis dedos tamborileando en el volante. Un claxon. Gotas frente a los triángulos de luz. La fila no podía avanzar. Me estaba poniendo nerviosa. Hace dos meses que intento dejar de fumar. Cuando empezó mi afición por el cigarro, mi tía me decía: ¿por qué no lees las letras chiquitas hija?, dicen que es causa de cáncer y enfisema pulmonar. Como si no lo supieras. Aun así fue imposible dejar de pensar en el humo fabricando entramados que ascienden y se deshilachan con el viento. No pude evitarlo. Mi mano abrió la guantera esperando encotrar la cajetilla que había dejado hace una semana. Copia de las llaves del zaguán. Papeles del laboratorio. Una botellita de vodka de doscientos mililitros semivacía. Abrí la ventana y la arrojé, golpeó el cofre de un auto antes de romperse en el asfalto. El conductor gritó algo que no pude entender (otra vez una méndiga botella). Nunca encontré los cigarros. ¡Diablos! El semáforo en verde. Con una linterna, el de tránsito me indicó que podía avanzar. Estaba cerca del departamento. Hundí el acelerador al tener frente a mí la calle despejada.
Observé la ventana casi oscura, las cortinas sin cerrar. Un resplandor temblaba. Me costó trabajo abrir, la lluvia había apretado la chapa. El pasillo vacío. Por debajo de las puertas escapaba luz. Subí las escaleras hasta el tercer piso arrastrando los pies. En el último descanso me quité los zapatos.
Abrí la puerta y encendí la luz.
Entonces algo conocido, remoto, volvió. De cada rincón se desprendía el olor a alcohol, a tabaco. La televisión al máximo volumen. Envolturas metálicas tapizando la alfombra. Ceniceros cundidos. Botellas sobre la mesa de centro y entre mis manuales del laboratorio manchados de grasa. Vidrio ámbar y verde con bordes puntiagudos. Largas. Cúbicas. Aunque no quisiera me sé casi todas las bebidas que contuvieron. Tequila, vodka, ron. Los disparos en la película no cesaban. Y desparramado en el sofá, él. Zapatos mal puestos. Camisa de fuera. Cabellos en desorden. Me miraba con los ojos todavía enrojecidos. “Lily... sho...” Las palabras enredándosele en la lengua. Di un portazo.
Entré en la recámara. Otra vez azoté la puerta. Él no tardaría en aparecer, lo conozco. Cada fin de semana que lo sorprendo ebrio se repite la misma escena. Seguí mi rutina de cuando llego del trabajo: guardé mi bolsa, sentada frente al tocador, comencé a desmaquillarme. Miré el fondo del espejo, que me devolvió mi habitación invertida y su figura apoyándose en el umbral.
–¿Qué tienes?
–Nada... Hombres. Se creen que con diez litros de etanol en la cabezota son más hombres... Imbécil.
–¿Qué dijiste?
–Lo que oíste.
Silencio. Se acercó trastabillando, con las manos crispadas. Me empujó a la cama, la colcha roja de estampado escocés revuelta. Desabrochó su camisa. Busqué con la mirada algo con qué defenderme. Rodé hasta llegar junto al buró. Tiré la lámpara. Un bolígrafo, libreta de direcciones. Allí estaba, en el suelo. Una botella de cristal verde que terminó hecha añicos sobre los grabados de la cabecera. La empuñé con ambas manos. Temblaban. Las astillas lo apuntaban. Parecían trozos de metal atraídos por el campo magnético de su cuello. Cada vez más cerca. Rozaban las venas saltadas. Era el grueso cuello de papá. Era su cuerpo de enorme barriga, sus barbas crecidas durante las tres noches de juerga. Con la actitud de siempre que regresaba: quiero el dinero, dámelo o lo busco. Pero yo no era mamá. No permanecería a su lado. Yo no abandonaría a la niña. No iba a permitir que cada noche me hablara a golpes. Yo me defendería. Si era necesario lo degollaría. Un poco más cerca. Sólo un poco más cerca...
De pronto se evaporó. Apareció mi novio en su sitio, en su tiempo. Delgado, la camisa abierta. Temeroso e inmóvil. La espalda contra el espejo del tocador, queriendo zambullirse. Ojos desmesuradamente abiertos. Los efectos del alcohol se evaporaron. Vi que al otro lado del tocador mi arma cortaba las venas de su cuello. Su cuerpo de enorme barriga caía, enrojeciendo con su sangre la alfombra de la otra habitación, también mía. Yo jadeaba. Mi mano rompía sobre su rostro todas las botellas que encontraba. No quería que en ese montón de carne deforme reconocieran a mi padre. Después de llorar ante su rostro desfigurado, destendía la cama y lo cubría con la colcha. Me alejaba dejando la puerta abierta y una veladora encendida.
Pero de este lado no era papá. No... Dudé.
Sólo se escuchaba nuestra respiración agitada y en el pasillo, una llave entrando en una cerradura anónima.
–Lily, bájala por favor. Tenemos que hablar–, se defendía extendiendo un brazo frente a su rostro.
Lo imaginé junto a sus amigos de la universidad como en otras reuniones en las que estuve presente. En lugar de terminar la tesis, necesaria para un ascenso en la farmaceútica, hablaban de sus experiencias después de concluir las prácticas profesionales. Arrasaban con el licor y las frituras del OXXO de la esquina. Seguramente salieron del departamento arrastrándose como si no tuvieran piernas, dejando detrás una huella continua de alcohol.
Para mí no había nada de qué hablar. Solté la botella rota y salí de la recámara. Dijo algo pero no le entendí. Tampoco me interesaba. Un nuevo portazo.
Desde la esquina, vi su sombra alejarse y volver junto a la ventana más de tres veces. Correr las cortinas, asomarse. Una canción que no pude reconocer en el radio. ¿Qué estaría haciendo? Sonreí, creo que de veras lo asusté. No sería capaz de seguirme. Hasta que varios mechones revueltos cubrieron mis ojos, me di cuenta que estaba empapada. Me puse el impermeable que llevaba bajo el brazo.
Lo conocí en la facultad de ciencias químicas. Yo, en la fila que esperaba ante una de las ventanillas. Iba a inscribirme. Él caminaba hacia la salida. Me apartaron mi lugar desde las seis de la mañana, si no, escuché que decía. Volteamos al mismo tiempo. Le sonreí abrazada a la documentación.
Después de mi examen profesional, de la deliberación, asomaba los ojos entre los hombros de los miembros del jurado. Observaba mi traje azul marino y beige, usado por primera vez. El rostro expectante. Aprobada por unanimidad. Me abrazó junto a mi tía, también emocionada. Ella lloraba, besaba su medalla de la Virgen de Guadalupe. “Gracias, gracias Dios mío...” Apretaba la cadena plateada. La celebración, música y comida para tres en el departamento.
Ocho de la noche. Habíamos apagado el radio, era hora de la telenovela de mi tía. Los platos untados de salsa en el fregadero. Siete cervezas habían sido suficientes para hacerlo reír sin parar. Su rostro junto a mis labios. Su aliento golpeándome los pómulos, las rodillas temblando. Dimos vueltas y se derrumbó sobre una silla. Felicidades nena. ¿Sabes?, yo también quiero titularme pronto. Haré mi tesis, dijo. No le contesté, tampoco dibujé una sonrisa que festejara el título de ingeniero químico. Mi tía roncaba frente al televisor encendido, con las manos en el regazo y la cabeza reposando en su hombro derecho. Yo sólo tenía nariz para el aliento etílico, ojos para su posición: chueco, piernas abiertas y brazos caídos. Casi dormido, pese a los gritos de la protagonista de la telenovela, que no quería ver de nuevo a su galán, quien capítulos antes la engañó. El mío bostezó. Un beso robado dentro de la pantalla. Mi tía se acomodó en el sillón. La cubrí con su abrigo.
Salí al patio. Un ruido, no supe si en la telenovela o producto del golpe de un cuerpo contra el piso. Quería ver la luna, era el día en que estaba más cerca de la Tierra. Sentada al pie de las escaleras, pensé en mamá. Aunque me negué, en papá. Sentí que él me había acompañado. Que estaba presente en el aliento de mi novio. ¿Por qué? Volteé. Casi podía alcanzar un cráter con la mano. La luna, agujero blanco incrustado en lo negro del cielo sin estrellas. Luminosidad lechosa: nubes. En el departamento, la televisión enmudeció. Una voz ranchera cantaba, otra le hacía los coros más desafinados que he oído. Sentí sus vibraciones viajando por el barandal.
Cuando acepté vivir juntos un tiempo antes de casarnos, sin querer, me convertí en mamá. Él en papá.
El aire difumina las nubes, ahora blancas y de contorno amarillo. El sol calienta, evapora el agua de lluvia. Empiezo a sentir calor, la falta de alimento en el estómago. Preguntando a las mujeres que llevan niños de la mano, llego a la avenida principal. Aquí sí conozco, los camiones que van al centro no paran hasta la gasolinería. Todavía debo caminar diez calles y no hay una tienda abierta. Me gustaría tener un cigarro. Las copas de los árboles son trinos de aves despertando. Del asfalto húmedo asciende vapor. Volteo, no se ve un solo autobús.
Llego. Compro unas galletas en el OXXO.
–¿Algo más? –El dependiente me mira detrás del mostrador, tamborilea los dedos.
Volteo a ver las cajetillas de cigarros. Humedezco mis labios. Cuando voy a contestarle recuerdo que intento dejar de fumar.
–No, gracias.
Los empleados de la gasolinería, uniformes kaki, llenan tanques. Aparece el transporte que me regresará al departamento de mi tía –a sus acostumbrados “te lo dije, Liliana. Te advertí que él no sería capaz de olvidar su vicio por ti. No quisiste escucharme, allá tú”. Ni hablar, le concedo la razón.
Subo con las cuatro monedas para el conductor en la mano y mi desayuno en la bolsa del impermeable. El autobús no avanza, espera que del cielo le caigan pasajeros que lo conviertan en una lata de sardinas. Al fin, después de que los autos en la gasolinería desaparecieron y que piernas, brazos y dedos se rozan en el pasillo, nos vamos.
Calles conocidas empiezan su desfile detrás de la ventanilla abierta. Un hombre duerme con la cabeza junto a la mía. Lo empujo e intento cerrar. Nos detenemos. El semáforo de la esquina de mi departamento. El camellón con el árbol donde grabé su nombre para celebrar el inicio de una relación seria, de algo que tal vez culminaría en matrimonio.
No sé si seguir hasta la casa de mi tía. Me asomo. La sombra que estaba junto a la ventana anoche desapareció. Cuando voy a decidir si bajo, la luz verde nos indica el turno de avanzar. Al levantarme, empujo al hombre que dormitaba. Alguien toca el timbre para mí. “¡Bajan!”, gritan los pasajeros que se apiñan en la puerta trasera. El chofer disminuye el volumen de su radio, “¿van a bajar?”, pregunta y abre. Al poner un pie en la acera, el camión arranca. Camino esquivando los charcos que quedaron de la tormenta de ayer. La alcantarilla está destapada. Huele a amoniaco. Atravieso la calle y acaricio su nombre tallado en el árbol. Todavía no sé si degollarlo o echarle los brazos al cuello.
El zaguán frente a mis ojos. Un jetta rojo se acerca. Reconozco sus placas. Se abre la portezuela. Pude comprar cigarros, pero ya no tengo ganas de fumar. Quiero dejarlo. Pantalón de mezclilla con una mancha roja. Tomó de nuevo, cada fin de semana lo tengo que soportar. Que perdonar. Baja con una bolsa de plástico en la mano. Tensa, en forma de cubo. “¿Y qué vas a hacer?”, una pregunta para una época diferente. Para una situación parecida. Es tequila. Se repite el cuestionamiento: ¿qué vas a hacer? No lo sé, no me preguntes lo que todavía no sé...
Trato de esconderme entre los árboles del camellón, pero él me descubre. Deja su bolsa en el suelo. Nuestros ojos se encuentran. Él sonríe. Levanto la mano.

Tuesday, November 01, 2005

II ENCUENTRO DE MUJERES QUE ESCRIBEN.

Se realizó la semana pasada, en el Centro Histórico de la ciudad de Puebla.
Antes de las dos de la tarde, las autoras que leyeron y hablaron sobre su obra, lo hicieron sobre temas, no podría decir que típicos de mujeres, pero sí muy cercanos a ellas: el lugar donde nacieron, tal vez algunas incluyeron en su obra algo autobiográfico; es decir, temas parecidos. A las doce del día llegó el turno de Beatriz Meyer, nacida en el D.F., quien también utilizó un pasaje de su vida como pretexto para escribir, pero de una manera diferente a las anteriores. Algo violento. Leyó la introducción de una novela inédita, que se basa mucho en el pelo (cabello) de las mujeres para describirlas y desencadenar acciones. Algo diferente de las anteriores participantes.
Luego llegó mi turno. Confieso el pánico escénico, las manos heladas, húmedas, algunos tartamudeos, no sabía bien cómo empezar. Leí un cuento también muy diferente a los anteriores: nada de autobiográfico y sí una preocupación por la isla de Puerto Rico y uno de mis cantantes favoritos, Robi Draco Rosa. El cuento, Vieques, narrado en primera persona, refirièndose a una segunda. La esposa de Draco, que se queda sola, esperándolo, mientras Robi está desaparecido después de la completa ocupación de la isla de Vieques por la marina norteamericana. Intercalo música, las canciones de él, su afición por la pintura, la lectura de Rimbaud. Creo que les gustó a todos. Luego el pánico escénico se fue (claro, ya había pasado al patíbulo, je, je).
Después de la comida, de nuevo a las lecturas, algunas hablaron más de por qué escribían, qué libro estaban por publicar o los publicados anteriormente. Una autora llamada Eve Gil, que confieso no conocer de antes de esa ocasión, leyó un cuento que dobló de risa a cada uno de los presentes, entre los que se encontraban muchos alumnos con libretas sobre las piernas y mochilas: los llevaron a hacer tarea, pobres.
Me emocioné al participar en algo así, y desde ya estoy apuntada para el siguiente año.
Un saludo.

Friday, October 28, 2005

CANCION.

Quiero compartir esta canción con quienes entren a perder un poco de tiempo, del cantautor puertorriqueño Robi Draco Rosa, quien a principios de diciembre lanzará un DVD con sus conciertos más recientes. Un saludo a sus admiradores.

Bandera
Una mano que me guie entre tinieblas.
Una mano que acaricie mis dolores.
Una mano que me dibuje mi camino.
Una mano y el destino
La tierra levanta banderas de guerra.
Y el rio no corre,
y el sabio se esconde.
La tierra levanta banderas de guerra,
y el rio no corre.
La tierra levanta banderas de guerra.
Y el rio no corre,
y el sabio se esconde.
La bella durmiente nunca se despierta,
y el principe lobo miente cuando habla.
La tierra levanta banderas de guerra.
Y el rio no corre,
y el sabio se esconde.
La tierra levanta banderas de guerra,
y el rio no corre

Thursday, October 27, 2005

EL ÚLTIMO MUNDO.

Regresamos a algo constructivo, los libros.
Acabo de leer una novela de un autor alemán cuyo nombre, gracias a mi fenomenal memoria, no recuerdo. El título del libro, El último mundo.
Al principio, pareciera que se trata de un hombre, que imagino joven, que, al rumorarse que un poeta ha muerto en el destierro, llega a buscarlo en los confines de la civilización romana. Pero no es así. Más bien trata de una ciudad en la costa, Tomis, a la que las personas llegan a quedarse y decaer, junto con ella, pues es descrita casi como un conjunto de escombros, al inicio sumergidos en la nieve, que poco a poco son engullidos por enredaderas. Me pareció muy recomendable, aunque a veces algo pesada.
Lo que me llamó la atención, fue el no poder situar la historia en un determinado tiempo. Simultáneamente, los nombres (Eco, Cota, Aracné, el emperador Augusto), nos da una idea de tiempo pasado, muy viejo. El entorno ayuda: laderas, casas pobres, ruinas en la montaña, barcos. Pero la mención de algunos detalles, como un camión que cada determinado tiempo pasa por la ciudad, o la proyección de películas en la pared blanca de un establecimiento, nos indican que la época no es tan remota.
Recomandable para leer....

Friday, October 21, 2005

HOY ESTOY EMOCIONADA.

Y es que acabo de ver mi nombre en un cartel. No es el clásico del SE BUSCA, junto a mi rostro y un número. No. En este cartel se anuncia un evento al que nombraron Encuentro de Mujeres que Escriben. Estoy, como lo dice el título, emocionada, pues nunca había tenido esa oportunidad. Así que, todo aquel que se detenga en este sitio, lea, pueda y quiera ir a apoyarme, a arrojarme huevos o jitomates, todo se recibe, el evento será en la 2 oriente # 410, en el Centro Histórico de la ciudad de Puebla.
Sólo espero que el pánico escénico no se apodere de mí, y salga yo corriendo antes de las 12:45, que es la hora en que empieza mi participación.
Muchas gracias, allá los espero y luego les contaré cómo estuvo el ambiente, quienes leyeron y todos los chismes.
Un saludo.

Tuesday, October 18, 2005

DESPUÉS...

De un rato de no visitar mi rincón, aquí estoy de nuevo. Aún no sé de qué tema escribir. Pero quiero felicitar a mi amigo Alejandro, dueño del rincón de los bukowskianos, por su cumpleaños el pasado 14 de octubre, y también agradecerle su amistad y apoyo. Espero que cumpla otros 50, ¡ah, no, perdón, que son 28! Ejem, bueno... que siga deleitándonos con sus escritos y que pronto tengamos noticias del próximo libro (el mío está entregado, a ver si no me lo batean). Y bueno, nada más.

Friday, September 30, 2005

NO TENGO TITULO.

Sigo abriendo este sitio, una vez, otra vez, vuelvo a cerrarlo. Incluso cambio la plantilla para regresar al mismo color beige. No hay ideas en mi cabeza, trato de buscarlas dentro de la pantalla y se me niegan, se esconden en rincones donde no se puede limpiar, se visten de negro y callan junto a una pared negra. Trato de asirlas, de escribir sobre cualquier tema: por qué escribimos, qué tanto influye en la crítica hacia una obra el gusto del lector (creo que es definitivo), qué ideas bullen en cada mente, en la mía...
Pido perdón, la falta de lo que podríamos llamar inspiración, lo que el viento susurra junto a nuestro oído desde el otro lado de la calle, está llevando mis dedos a un paseo por el teclado, a un saltar de letra en letra sin sentido, sin una intención definida, sin saber si estoy escribiendo o sólo aniquilando el reloj, ya sabemos que el tiempo escapa a cualquier atentado, que podemos perderlo, pero él no detiene su andar...
Hay tantos días así, el panorama se cierra, uno cree que no podrá hacerlo, que la Gran Catarata que marcaba el final del mundo en la Edad Media, está en la siguiente esquina, que abrir los ojos a un nuevo sol no sirve de nada y que la memoria del mundo nos tiene en el cajón de archivo muerto. Son espías a sueldo que nos esperan para seguirnos.
Ahora no tengo título para este mensaje, se inmiscuye casi de incógnito el tema, que no es una opinión, una crónica de teatro o del fanatismo, ni un motivo de risa.
Sólo estoy perdiendo el tiempo y, tal vez, haciéndolo perder.

Thursday, September 29, 2005

HOY SE CUMPLEN CINCO MESES.

Y todavía no encuentro qué hacer con la vida.

Monday, September 19, 2005

DOS DÉCADAS.

Hoy se recuerda el terremoto que sacudió la Ciudad de México en 1985.
En ese entonces tenía 10 años y vivía muy cerca del centro. La colonia Obrera. En mi rumbo no pasó gran cosa: no hubo edificios imitación pan de hojaldre, creo que ni muertos. Sólo recuerdo -para que se rían un poco- que me sorprendió en, ¡¡el baño!! Salí, entonces vivía con mi mamá en un departamento muy pequeño, de planta baja. En el pasillo, el movimiento me empujaba contra la pared. Yo, por supuesto, divertida -¡en serio! Nunca había visto algo así-, salí a la calle. Había mucha gente. Las casas se llenaron de cuarteaduras, las banquetas se desprendieron.
Lo que sí se me quedó grabado, cómo una vecindad a dos o tres casas de donde yo vivía, se iba desgajando: las manos del temblor arrancando la fachada a migajas.
Este mensaje, hoy, desea recordar tanto la muerte que se arrastró por las calles de la ciudad, como los brazos de tanta gente que ayudó a sacar cuerpos de los escombros, en muchos casos vivos.
La bandera a media hasta.

Saturday, September 03, 2005

¿JESUCRISTO SUPERESTRELLA, UNA BURLA?

Desde hace mucho he escuchado comentarios sobre si la película "Jesucristo Superestrella" representa una burla para Dios, para la iglesia.
No estoy de acuerdo. Y no porque sea una de mis favoritas -presenta lo mismo totalmente diferente-, porque la música sea de lo mejor y se vaya metiendo en el ánimo hasta que, sin darte cuenta, ya estás haciendo coros para la canción en turno, o porque las voces de Yvonne Elliman, Ted Neeley y Carl Anderson arrancan ocasionales lágrimas, no.
Creo que la razón de que no sea una burla, se presenta desde el inicio. El camión delante de lo que parece una pequeña tormenta de arena, el desierto: el escenario. Los actores que empiezan a bajar la escenografía los vestuarios, que se visten y peinan. Desde este punto de vista, la película no trata de Jesús, sino de un grupo de jóvenes que llegan a representar los últimos días de Jesús.
No es una burla, y la recomiendo para que todo mundo la vea. Excelente película, canciones, voces y bailes.

Friday, September 02, 2005

UNA DE LAS AUSENTES.

Hoy escuché en Radio BUAP un programa especial acerca de Alejandro Meneses, de sus textos, en el que se conjuntaron comentarios de varias personas que lo conocieron, de sus amigos, sus alumnos.
Desde aquí, quiero decir que haber sido alumna de Alejandro fue de lo mejor que me ha pasado. Sabía ser amigo, escuchaba nuestros problemas y nos daba consejos. Muy pronto se ganó el cariño de todos, incluso de los que llevaban poco tiempo de conocerlo, de ir a los talleres.
Él me enseñó todo lo que sé -lo poco que sé-, y siempre le estaré agradecida por haberme tenido paciencia, por ser mi amigo, lo reitero, y por estar allí, inspirando siempre a la escritura, a pensar, a buscar alternativas para una historia mal escrita en un principio.
Podría decir que él era -es- escritor de atmósferas, de sensaciones más que de anécdotas; pero eso ya se ha dicho, todos lo sabemos y por eso lo admiramos. Mejor digamos ¡salud! por Meneses, y que siga vivo siempre en las lecturas, en nuestras historias.
Te extraño, profe, Maestro, y siempre lo haré. No sabes cuánta falta me haces, cuánto extraño tus comentarios acerca de mis cuentos. Bueno, creo que sí lo sabes, pero no quieres decírmelo.

NOVENARIO

Para tener siempre presente la pérdida; para que al seguirla sufriendo, me acompañe.


DÍA UNO
Beso tu mano de
piedra blanca,
aristas doradas.
Brillantes.
Frías.
Con un dedo,
pruebo tu alma hecha de ceniza.

DÍA DOS
Te esperé por la noche.
Dormí
cuando el sol
comenzó a extender sus dedos sobre la tierra.
¿Por qué tardas tanto?

DÍA TRES
Calles.
La Catedral.
Una palabra en el papel.
No puedo olvidar tu ausencia.
La rosa blanca frente a tu rostro
se deshojó.
Dos letras: E y C.
¿Fueron tus dedos?

DÍA CUATRO
Ayer,
pinceladas transparentes.
Hoy,
el trabajo: la fábrica,
igualaciones, peróxido, teñido de algodón.
No hay palabras
–aun ellas son agujeros.

DÍA CINCO
Soñé;
soñé que te soñaba.
Tu nombre
entre palabras de un idioma muerto.
No te vi,
no te he visto.


DÍA SEIS
Reproche:
uso tu partida
para escribir,
¿me lees?
¿Puedes perdonarme?

DÍA SIETE
Muerte de un día,
cambio de nombre:
día de Venus,
día Estrella de la tarde,
cincuenta y dos espacios vacíos
en el calendario,
junto al sábado.

DÍA OCHO
Tu voz de silencios.
Oídos sin tímpano.
Piel hecha de aire.
Hablo.
No oigo, no toco.
Beso tu frente de piedra blanca.
Te dejo volar.

DÍA NUEVE
Pregunta
–a Dios:
¿por qué,
al liberar su cuerpo,
silenciaste mis latidos?

Thursday, September 01, 2005

UN FURIBUNDO CASO DE ENVIDIA.

La envidia puede llevarse a casos extremos.
Estoy hablando de la película "Amadeus", una de mis favoritas. La vi en televisión hace como quince años, o quizá más. Nunca la han vuelto a pasar, ¡en cambio repiten tanta cosa mala! Pero bueno. Hace poco tuve la oportunidad de comprarla en DVD, y no me canso de verla.
En ella, Salieri tiene la inquietud de ser músico, y lo logra a medias, pues trabaja en una corte donde el príncipe no sabe nada de música y lo cree bueno, lo adula. Entonces conoce a quien lo inspiró a seguir esa carrera desde niño: Mozart, quien, sin despeinarse, traduce la voz de Dios (según Salieri) , en tanto él sólo puede componer melodías que tienen como destino el olvido. La envidia lo lleva al crimen, a acosar a Mozart (¿alguien podría decirme por favor si era tan relajiento como lo muestra la película?), a empujarlo hasta la locura al usar un disfraz idéntico al de su padre muerto.
F. Murray Abraham fue acreedor al Oscar por mejor actor en esta película de 1984. En entrevista, el actor dice que llegó a audicionar para otro papel, pero que le pidieron ayudar a un actor que quería interpretar a Mozart. Lo hizo tan bien que se quedó con el protagónico. "Amadeus" es una prueba que se puede hacer una excelente película con un elenco no de súper estrellas -No recuerdo el nombre del actor que interpreta a Mozart; Constanza fue una actriz de teatro, era su primera película-, sino de excelentes actuaciones. Realizada en teatros que vieron la actuación de Mozart.
La frase, creo, central de esta película, es dicha por Salieri, dirigida a Dios: ¿por qué me diste la inquietud, para luego negarme el talento?

Monday, August 29, 2005

HOY HACE CUATRO MESES...

Perdí una de las razones que tenía para vivir. Abue, te extraño. Quisiera que volvieras.

EL EVANGELIO SEGÚN JESUCRISTO.

Acabo de leer un libro que me prestó Alejandro Badillo, famoso escritor poblano nacido en el Distrito Federal, como yo, de José Saramago. El Evangelio según Jesucristo, nos muestra a dos personajes que viven aplastados por la culpa, que se revela con un sueño recurrente que José hereda a su primogénito Jesús. La manera en que está escrita esta novela, me remite a los manuscritos de los Evangelios, casi sin punto y aparte, o seguido. Comas, eso sí, muchas; tampoco guiones de diálogo, éstos se marcan con una letra mayúscula, después de una coma, donde se hace el cambio de interlocutor. La historia es la que conocemos, sólo que desde un punto de vista más humano, José bañado de culpa, un Jesús que piensa que muriendo como el Rey de los Judíos desafía a su Padre, Dios, y que dice a los hombres que perdonen al que vive detrás de las nubes, porque no sabe lo que hará. El diablo nombrado Pastor, la relación con María de Magdala -aquí si se la maneja como prostituta, contraviniendo a otros textos-, quien es la única que cree y apoya a Jesús, por quien dejó el oficio.
En una parte, menciona que las enfermedades son consecuencia de los pecados. Permítaseme un comentario personal. Al principio no estuve de acuerdo con la aseveración, pero analizándola, tal vez tenga razón. Por ejemplo, el SIDA. En algún lugar he escuchado o leído que es un virus puesto en libertad desde un laboratorio, tal vez con la intención de que en ese mismo laboratorio se encuentre la cura y los científicos se vistan de gloria y agradecimiento mundial, de fama y, por supuesto, de fortuna. ¿No es ese un caso de soberbia? Tal vez.
En todo caso, El Evangelio según Jesucristo es una novela excelente, donde el título, en lo personal, me sugirió que Jesús es una persona aparte de Jesucristo, porque si no, ¿quién es el narrador, el que va escribiendo el evangelio?
La novela está añadida a la lista de mis libros favoritos.

Wednesday, August 24, 2005

CON CARIÑO DE UNA ABSTEMIA.

¿Qué les parecería este oscuro porvenir? Algo de mi creación.
Saludos.

EXTINCIÓN
El período de congelación terminó. Primero abre un ojo. Su lengua está pegada al paladar. Se toca la cabeza, el sombrero de lana escocesa no está. La alarma, un médico de uniforme metálico entra, comprueba que el corazón ha salido de su letargo. Junto, el laboratorio. Tubos de ensaye etiquetados, líquido amarillento. Después de que el médico sale, se levanta y toca uno: está tibio. Se asoma al jardín de hologramas, cebada extinguida mientras él dormía. Recuerda el sabor amargo, el líquido frío, como su sangre antes de despertar. Cuando inició el experimento, la cerveza del jueves se le quedó atorada en la garganta, ¿sigue allí? Traga saliva sólida, el sabor que percibe es el de la ceniza.

Saturday, August 20, 2005

A PESAR DE TODO, ESCRIBIR.

Hace unas semanas, en un canal de música (MTV) me topé con un documental que hablaba sobre diarios escritos por jóvenes judíos durante la Segunda Guerra Mundial. En este programa, mencionaron a una chica que deseaba estudiar medicina, y, después de la guerra, se desharía de la libreta que le recordaba los horrores vividos (vivir escondiéndose, ser descubierta y permanecer presa en un campo de concentración nazi). Ella sobrevivió al Holocausto y siguió conservando su diario mucho tiempo después. Dice una frase que da título a este mensaje: a pesar de todo, escribir. A pesar del dolor, de que las páginas la regresaran a la barracas y hornos de cremación. A la muerte entre la que vivió.
En muchas ocasiones, mi maestro Alenadro Meneses (de quien hoy sale publicado un cuento titulado Cosas Veredes en Confabulario, Suplemento Cultural del periódico El Universal) , nos lanzó la pregunta de por qué escribes. ¿Las posibles respuestas? Por los deseos de expresarse, por dar testimonio de hechos presenciados, de la época, por que... No sé.
Yo no he pensado en demasiadas ocasiones por qué escribo, sólo lo hago. Es casi como un reflejo. Creo que escribo por escapar de una realidad que a veces me desagrada, me entristece. En alguna ocasión, en una revista (no me pregunten cuál, porque mi memoria representa la millonésima parte de la de un elefante; pero creo que fue en Crítica, la revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla), leí que no hay ser más libre que el que escribe, aludiendo al Marqués de Sade. Estoy de acuerdo con eso. En el universo de una página vacía, ya sea de papel o encerrada en la pantalla de la computadora, se puede crear lo que se desee, por descabellado o irreal que sea. La página es una extensión del alma del que empuña un bolígrafo, incluso de la realidad. Allí, se pueden visitar países donde brilla el sol mientras uno duerme; se puede estar con la persona que vive sólo en sueños.
Por mi parte, me quedo con el título de este mensaje, con la frase escrita por alguien que conoce el interior del infierno: a pesar de todo, a pesar de todos, escribir.

Wednesday, August 17, 2005

LA BARRERA DE LOS TREINTA.

Ni siquiera los sentí. Me siento igual que otros días.
Un saludo.

Saturday, August 13, 2005

PRUEBA SUPERADA.

Esta fue una prueba superada.

EL DIFICIL TRABAJO DE UNA FAN.

Mi reciente retorno, a esta edad, a las andadas –léase persecuciones o misiones imposibles–, me ha hecho pensar un poco en lo pesado que puede tornarse el seguir, casi asediar, a una persona que desde ahora llamaremos susodicho.
Primero, monitorear canales de televisión, estaciones de radio, esperando horas y comerciales a que el locutor pronuncie el nombre del susodicho –o susodicha– mientras aguantamos canciones que no nos agradan, chistes de los que sólo se ríe quien los cuenta, programas que no tienen otro interés que no sea escuchar un nombre, seguido del mañana aquí, en vivo, promocionando su disco; o, estará en X tienda firmando autógrafos, lleven su cámara, por la tarde, pasado mañana. Incluso, el programa podría obsequiarnos con una entrevista vía telefónica mientras colocan en la pantalla una imagen de archivo. Y de este lado de la pantalla, los gritos, brincos y carreras, las llamadas a otra fan que aún no se ha enterado que el momento de correr llegó, el corazón a punto del paro cardiaco. Las sonrisas y la imaginación.
Segundo, plantarse no afuera de un hotel, sino bajo el sol alto, que no dibuja sombras dónde esconderse de él; ante la mirada de signo de interrogación de los empleados que se dedican a abrir la puerta, a cargarle las maletas a turistas que llegan en taxi –¿qué están esperando éstas aquí?–, con el inminente peligro de, en cualquier momento de mal humor o siguiendo órdenes de alguna mente brillante que teme a las multitudes, ser desalojadas con crueldad, ¡¿por qué no podemos verlo?!
Iré aún más lejos; armadas de cámaras –digitales, con las que cuentan algunos modelos de celular, o a la antigua, obturador, flash y rollo–, fotografías, revistas o posters que tengan impresa la cara del susodicho mostrando una sonrisa como para comercial de pasta de dientes (el autógrafo no puede faltar) y, a veces, algún regalo intentando que se nos recuerde con cariño: muñecos de peluche, tarjetas con frases como “te amo” y otras lindezas, por supuesto dedicadas, un correo electrónico donde nos puedan escribir (la esperanza es lo único que sobrevive al final), son lo más común. Tal vez botellas azul rey alargadas, del tradicional tequila –es cierto, a mi me tocó ver eso–. A alguna fan se le puede prender el foco y obsequiar una revista o periódico sabatino donde aparece un cuento escrito por ella (también dedicado de su puño y letra); es decir, hacer un ligero alarde de las aptitudes que cree poseer, ¿por qué no?, no se daña a nadie y nos sentimos tan bien, en ocasiones se da. Decía, estar perfectamente equipadas, con bolsas tan grandes y llenas como si fuéramos a acampar, y esperar fuera del loby de un hotel equivocado, ¡tragedia universal, el susodicho, en este preciso instante, está saliendo de un lugar al otro lado de la ciudad! ¡Y yo que no lo tengo al alcance de mi mano (por lo menos de mis gritos o la cámara)!
En estos casos, llegamos al punto de los “hubiera”: si le hubiera llamado a... ella (él) pudo tener más información; si hubiera organizado, desde la madrugada, una noche antes, un tour por cada hotel de la ciudad, una persecución detrás de camionetas sospechosas, ya saben: vidrios polarizados, placas foráneas, incluso un séquito de taxis detrás de ella que la delate.
Además, el encantador susodicho se instala a sus anchas en nuestra vulnerable cabecita, pensamos en él horas que se unen hasta formar días. Miramos la fotografía donde debiera aparecer un garabato de tinta, preferentemente negra y de plumón para que resalte, bajo nuestro nombre y un “con amor, X”; el regalo que quedó sin entregarse. Sonreímos, por no llorar.
Con este discurso no pretendo desalentar a las, o los que se dedican a asediar a sus amados susodichos, ni decir que las misiones de este tipo tengan el ineludible destino del fracaso. Tal vez, incluso sin habernos topado con nuestra víctima, nos quede el buen sabor de boca de un mensaje que le enviamos y fue contestado por él.
Además, y esto sí es seguro, durante la espera se conocen personas que comparten nuestra afición –adicción– por el susodicho, que nos enseñan fotografías de su colección privada y platican sobre experiencias anteriores, que nos ofrecen su amistad. Y por eso, por construir una amistad, intercambiar teléfonos, direcciones, correos eletrónicos y seguir en contacto, bien vale la pena asolearse, aguantar el peso del equipaje y tener en nuestro haber una prueba no superada.

Friday, August 12, 2005

A UNOS DIAS...

Pronto sabré qué se siente tener 30...

Thursday, August 11, 2005

LAS BARRERAS DEL IDIOMA.

El deseo de ver a un exmenudo -me confieso admiradora- me llevó a ver la obra musical "CATS", a esperar fuera de dos hoteles donde no estaban hospedados los actores, esperar dos horas a que ellos llegaran al lugar (Complejo Cultural Siglo XXI, un escenario enorme, recientemente construído en Puebla) y a asolearme como hace mucho no lo hacía.
Entré a la obra. La música me pareció excelente -el creador de Jesucristo Superestrella es garantía- y los movimientos en escena, espectaculares. Pasos a veces dados antes de pensarse, a veces, pidiendo permiso antes de adelantar un pie. Hombres convertidos en gatos. El juego de luces recorriendo incluso las butacas, la escenografía que a veces escondía los disfraces e incluía una luna detrás de las nubes, los ojos encendiéndose y apagándose en una selva de oscuridad al iniciar el espectáculo, los bailes -incluso tap- me dejaron boquiabierta. Nunca antes había asistido a algo así.
Sólo que mi casi nulo conocimiento del idioma inglés impidió que me enterara de la trama. Así que si algún "alma caritativa" que hable inglés y haya visto la puesta en escena puede informarme de qué se trata, le estaré agradecida.
Y a ese exmenudo que se me negó, César Abreu Mercado, le tengo un mensaje: si estuviste ayer en escena y bailaste como vi que lo hizo cada actor, mis respetos para tu talento, al igual que para el que tienen tus compañeros.
Les dedico un ¡¡¡Miau!!!

Thursday, August 04, 2005

EL UNICO DEFECTO DE LA MUJER...

Otro mensaje de mi correo, importado desde la isla del Encanto, el bello Puerto, Rico.
Saludos.

Para cuando Dios hizo a la mujer, ya estaba en su sexto día de trabajo de horas extras. Un ángel apareció y le dijo: "Por qué pones tanto tiempo en esta?" Y El Señor contestó: "Has visto mi Hoja de Especificaciones para ella?" Debe ser completamente lavable, pero no ser de plástico, tener más de 200 piezas movibles, todas reponibles y ser capaz de funcionar con una dieta de cualquier cosa y sobras, tener un regazo que pueda acomodar cuatro niños al mismo tiempo, tener un beso que pueda curar desde una rodilla raspada hasta un corazón roto - y lo hará todo con solamente dos manos." El ángel se maravilló de los requisitos. "Solamente dos manos.... Imposible! " Y este es solamente el modelo estándar? Es demasiado trabajo para un día...Espera hasta mañana para terminarla." No lo haré, protestó el Señor. Estoy tan cerca de terminar esta creación que es favorita de Mi propio corazón. Ella ya se cura sola cuando está enferma Y puede trabajar días de 18 horas." El ángel se acercó más y tocó a la mujer. "Pero la has hecho tan suave, Señor" "Es suave", dijo Dios, pero la he hecho también fuerte. No tienes idea de lo que puede aguantar o lograr. "Será capaz de pensar?" preguntó el ángel. Dios contestó: "No solamente será capaz de pensar sino que razonar y de negociar" El ángel entonces notó algo y alargando la mano tocó la mejilla de la mujer...."Señor, parece que este modelo tiene una fuga... te dije que estabas tratando de poner demasiadas cosas en ella" "Eso no es ninguna fuga... es una lágrima" lo corrigió El Señor. "Para qué es la lágrima," preguntó el ángel. Y Dios dijo: "Las lágrimas son su manera de expresar su dicha, su pena, su desengaño, su amor, su soledad, su sufrimiento, y su orgullo." Esto impresionó mucho al ángel "Eres un genio, Señor, pensaste en todo. La mujer es verdaderamente maravillosa" Lo es ! La mujer tiene fuerzas que maravillan a los hombres. Aguantan dificultades, llevan grandes cargas, pero tienen felicidad, amor y dicha. Sonríen cuando quieren gritar. Cantan cuando quieren llorar. Lloran cuando están felices y ríen cuando están nerviosas. Luchan por lo que creen. Se enfrentan a la injusticia. No aceptan "no" por respuesta cuando ellas creen que hay una solución mejor. Se privan para que su familia pueda tener. Van al médico con una amiga que tiene miedo de ir. Aman incondicionalmente. Lloran cuando sus hijos triunfan y se alegran cuando sus amistades consiguen premios. Son felices cuando escuchan sobre un nacimiento o una boda. Su corazón se rompe cuando muere una amiga. Sufren con la pérdida de un ser querido, sin embargo son fuertes cuando piensan que ya no hay más fuerza. Saben que un beso y un abrazo pueden ayudar a curar un corazón roto. La mujer viene en todos tamaños, en todos colores y en todas figuras. Van a manejar, volar, caminar, correr o mandarte un mensaje electrónico para mostrarte cuanto le importas. El corazón de las mujeres es lo que mantiene moviéndose al mundo. Traen dicha y esperanza. Tienen compasión e ideales. Dan apoyo moral a su familia y amistades. Las mujeres tienen cosas vitales qué decir y todo para dar. Sin embargo, hay un defecto en la mujer: Es que se le olvida cuánto vale.

Wednesday, August 03, 2005

LA VIDA INMOVIL.

Esperen muy pronto un excelente libro, "La Vida Inmóvil", de otro alumno -él sí aventajado- de Alejandro Meneses, un tocayo suyo, Alejandro Badillo. Si no lo compran en cuanto salga, él va a ir a leérselos a la puerta de su casa -ji, ji, ji-. No es cierto, pero sí puedo recomendarlo, él escribe muy bien.
Saludos.

MAÑANA...

Mañana se cumple un mes de la muerte de mi profe, como le decía de cariño, Alejandro Meneses. El mejor maestro, no me canso de repetirlo, ni lo haré. Tantos momentos, recuerdos gratos que tengo de él, su inteligencia, sus cuentos fuera de serie. Lo recuerdo durante la presentación de su recopilación de tres libros anteriores, "Casa Vacía", en un lugar llamado Profética, aquí, en Puebla, bar, librería y biblioteca, los tres en un mismo sitio. Estaba muy contento, leyó uno de sus mejores cuentos, Cuaderno de Viajes. Esa noche tuve la oportunidad de tomarme una fotografía con él, mi papá disparó el flashazo. Es la única, pero aún siento su abrazo. Era una excelente persona, lo admiro mucho. Hoy, como un pequeño homenaje, quiero compartir con todos ese texto, más de sensaciones y atmósferas.

CUADERNO DE VIAJES
Alejandro Meneses

Cuando mi abuelo era innecesario y del todo objetable, granujiento adolescente, se encerraba en la carpintería de su padre –que nunca produjo una viruta– a leer libros de historia, alguna biografía, memorias de hombres, según afirma, “muy europeos y muy exploradores”.
De esa época, quebradiza y solitaria, data el cuaderno que mi abuelo llenó con mala letra. En la cubierta puso el título: Noches en la ciudad perdida de Molicie, en caracteres fuertes, y abajo, firme, su nombre, precedido por un contundente Sir.
Allí, entramadas con sus más antiguos recuerdos, hay citas de libros crepusculares, septentrionales y australes. Viajes de ida y vuelta en tres renglones. Sabanas y glaciares ubicados en mapas de tinta roja. Cordilleras quue se deshacen en nubes lejanísimas, caravanas cuyo periplo consumía generaciones de camellos pardos; sacrificios rituales en al noche del Serengeti, fieras aladas que cruzaban el desdierto de Gobi apareándose en pleno vuelo... y otras alucinaciones de pésima ortografía.
A través de la ventana de la carpintería –donde sesenta años después de escrito leo el cuaderno de mi abuelo– escucho el ruido opaco de la lluvia cayendo sobre el jardín. Entre las tejas podridas descienden hilos de agua y frágiles arañas. En las tardes perdidas de mi adolescencia lo leo hasta que la oscuridad hace imposible descifrar la caligrafía de aquel niño nervioso. Después, guardo el cuaderno, lo envuelvo en una bolsa de plástico y lo meto en un bote que alguna vez contuvo barniz. Recorro el sendero hasta la puerta de la cocina; mi madre escucha el radio mientras acomoda, una y otra vez, sus frasquitos de yervbas y especias. Atravieso la sala en penumbras y subo las escaleras. Toco en la primera puerta del corredor, entro sin esperar permiso.
–¿Le agregaste lo que te dije?– pregunta el viejo, acostado y blanco, tiritando bajo las cobijas, sin quitar la vista de la televisión. Las últimas caricaturas de la tarde. Los cambios sincopados del resplandor de la pantalla lo sumergen y lo sacan de la oscuridad del cuarto.
–Puse lo del Nilo, la ceremonia del gato.
–Se te olvidó escribir la cita de poeta de Nagore...
–No.
–¿La memorizaste?
–Sí.
–Pues dímela.

Extraño la piedad del lirio.
Siento la muerte de las palomas en el patio.

Las hojas de Octubre se arrastran
contra los muros
de la casa que fue.

Mi abuelo se voltea, lentamente, sobre su costado izquierdo, ofreciéndome la espalda. En la penumbra se hace nítida, malvada, la risa del Pato Lucas.

Sigo a mi madre por la casa devastada. Lleva un bote con clavos y tornillos, tachuelas, alambres oxidados. En la bolsa de su delantal hay una botellita de aceite, cinta de aislar, un desarmador, tijeras. Vamos por el corredor de las plantas. Los canarios, entumecidos, se agitan en la opaca luz de la mañana. Los arbustos del jardín gotean la lluvia de la noche.
–Ay, tu papá... trabajaba todas las tardes en esa carpintería y de allí nunca salió nada que sirviera; y mientras, la casa se nos vino encima.
Recuerdo a mi padre, sus trajes azul marino, sus corbatas de rayas blancas, azules, y rojas. Siempre esos colores. Llegábamos juntos de la escuela donde él daba clases de historia en la secundaria y yo cursaba el quinto o sexto año de primaria. Subía a su cuarto aflojándose la coorbata, le gritaba algún saludo a su padre, y bajaba con un overol pringoso: olía a madera, a aguarrás. Más tarde, le llevaba una bandeja con la comida a la carpintería. Llovía otra vez.
Mi abuelo, confinado por sus piernas paralíticas, vivía entre su recámara y el corredor del segundo piso. Dormía toda la mañana y deambulaba por las tardes en su silla de ruedas, siguiendo los surcos que habían quedado impresos en la madera del piso. También yo subía su bandeja y mientras comía, siempre con apetito, lo empujaba de un extremo a otro del pasillo. Pocas veces bajaba –cargado por mis padres, mientras yo me las arreglaba con la silla–, tal vez en la Navidad, por la visita de un amigo al que se negó a recibir en su recámara, cuando hubo goteras en el techo de su cuarto y vinieron los albañiles después de la frustrada intervención de las herramientas de mi padre.
En su mundo de unos cuantos metros, sin embargo, realiza grandes viajes: hoy, por la tarde, debe estar presente cuando Beowulf funde una ciudaden el lugar exacto del Polo Norte mientras exclama, con un gesto de improbable modestia: “Yo soy nadie, y nadie te funda. Eres”.
–¿La ciudad se llamará Eres?
Mi abuelo levantó la vista del libro y me vio, disgustado.
–No, patancillo. Beowulf le está dando a su ciudad el privilegio de la inmortalidad, de lo intemporal, d elo infinito, ¡burro!

Con dedos finísimos mi madre aceita los columpios de los canarios. Pasa un trapo rojo por la cúpula oxidada de las jaulas; en el piso hay un reguero de alpiste y flores de jacaranda traídas por el viento desde el patio vecino.
Bajo la mañana gris, húmeda, almorzamos sentados en las raíces salientes de la higuera. Tacos de huevo y cebolla, atole de arroz con un piquete de canela y clavo.
–Si fundaras una ciudad cómo le pondrías– pregunto.
Mi madre voltea, parpadea. El bulto del bocadodeja de moverse tras su mejilla. Sus ojos se achican, despliegan un mapa de arrugas frescas. Frunce sus labios bellos que culminan en una sonrisa. –Mira– dice, tragando el bocado–, siempre que lo pienso, no encuentro otro nombre que no sea el mío... ¿cómo le van a poner?
Estoy seguro que ella no sabe de la existencia del cuaderno, pero no puedo evitar el enojo que me causa sentirme descubierto tan fácilmente.

–Tú le has contado– tímido, le aseguro a mi abuelo.
–Siempre nos escucha –dice, calándose un sombrero de charro. Sentado en la silla de ruedas, se inclina para ir escogiendo la ropa extrañísima que, de tarde en tarde, ma madre saca del ropero para que le dé el aire. Mi abuelo se la prueba frente al gran espejo del corredor–. Pero no sabe nada. Para ella son pláticas. No te preocupes. Pásame aquella corbata.
En la primera hoja del cuaderno está apuntada una fecha: 15 de marzo de 1929, cuando mi abuelo tenía quince años. Después, con huellas evidentes de haber sido borrada varias veces, la frase de un niño ausente: “Ya veremos”. Y después, muchas páginas en blanco.
–Las dejé así para que las llenara tu padre, cuando tuviera mi edad... cuando tuviera tuu edad. Pero cuando el zoquete me dijo que iba a estudiar historia ¡me lleva!... decidí no contarle nada.
–Pues así te podía ayudar mejor...
–No, no, no... esa historia no me sirve para nada. La prepa se la vivió leyendo, solitario, sin una novia; después casi no estaba en la casa, llegaba tarde, o con amigos, escuchaba música, estudiaba... qué sé yo.
En realidad creo que, tras escribir esa frase más atónita que admonitoria, nada se le ocurrió, y dejó esas páginas en blanco para escribir una introducción en mejor momento. Hojas más tarde copió, sazonándolas con fiebre, líneas de la Enciclopedia Británica, reprodujo el mapa de París circa 200 a.C. (“Antes llamado Lutecia. Los galos peleaban contra las ordenadas tropas romanas con el lodo del Sena hasta la cintura”). La ruta que siguió la flota de Magallanes; comentó las costumbres de los monos arborícoras del Congo; escribió un poema a las venturosas piernas de una hermana de su madre; reseñó el día en que le fue arrancado un diente sano –en medio de la tremolina de un ataque zapatista en Ixtengo, Tlaxcala– por un dentista beodo, poco después colgado en un poste de telégrafo porque no pudo recordar cuál era su nombre.
El cuaderno llegó a mis manos por sus manos. Un día de mayo hizo que lo llevara a la carpintería. Mi padre, su hijo inútil, apenas muerto en ese entonces, había techado el derruído cobertizo del jardín con láminas de cartón y chapopote –para guardar trastos estorbosos y sus libros viejos– y recordó que esa era la carpintería de su abuelo. Decidió consumir sus últimos años en ella.
–Tu padre y el mío construyeron una carpintería y nunca hicieron un carajo– me dijo, mientras hurgaba en trastos oxidados–. Yo lo guuardé por aquí... de una carpintería a otra... dinero por nada... ¡me lleva!
De un bote sacó un envoltorio, se chupó el dedo rasguñado y canturreó: “Yo quiero olvidarte con este olvido fiero...” Me entregó el cuaderno después de soplar las cubiertas, sonriendo. Impulsó las ruedas de la silla con sus manos morenas, salió a la tarde luminosa que, sin embargo, soportaba nubes cargadas de lluvia en el oriente, por Altzayanca. Me quedé leyendo el cuaderno. Esa noche me dio instrucciones. Cada tarde, después de comer, debía anotar en el cuaderno lo que él soñara o pensara la noche anterior. Siempre serían apuntes de viaje. “Incluyen cosas vistas, personas con las que he platicado y lo que me han dicho. Pero antes de eescribir debes pensar que fue cierto”.
Poco a poco, escribiendo lo quue mi abuelo me decía, adquirí la indemostrable certeza de que en el fondo de los objetos, del tiempo, de la gente, algo que no es ellos, susurra otra historia; todo, aunque no lo sepa, tiene una opinión diferente de sí mismo: una vida, una palabra, un hecho que no es igual a lo que es.

Festiva y estival llegó la tarde siguiente: “Tuve un hijo en la tierra Fértil de la Media Luna –dijo el viejo, desmenuzando el pan de la comida que le serví en la cama–, de pómulos salientes y adorador de los lirios. Fue rey de los caldeos, también. Los llevó a la guerra y la ganó con ellos. Ahora es viejo, como yo”. Lo transcribí al pie de la letra. Como introducción, después de la fecha, describí el sabor del pan que comía mi abuelo, el lento caer de las moronas. Le puuse un epígrafe instintivo: “Arde la tarde al sol del poniente, ven a la escuela del calor”. Se lo leí esa noche mientras presenciaba, en la oscuridad de su cuarto, la tragedia del Coyote y el Correcaminos y él me ofrecía la amplitud de su espalda.
–Falta algo– dijo, encorvándose como un feto.
Y no dijo más. Bajé a la cocina con los trastos sucios de la cena. Mi madre desvenaba los chiles de la Cuaresma, llorando.
–Mis rezos no hacen falta, a nadie le interesan...
Mi primer impulso fue estrellar la loza contra el piso, rasgar las cortinas de florecitas pendejas, decir algo. Lo dije:
–Eres una en la mañana y otra en la noche. Ayer dijiste que estabas de acuerdo en que no entrara a la universidad, ahora te poner a llorar. ¿Cómo se puede confiar en ti?
–Como confió tu padre.
–Pero en mi papá no confió ni su padre.
–¿Y le crees a tu abuelo?
–Le creo a tus canarios– susurré.
Del fregadero subía un olor agrio, guardado. Lavé un manojo de epazote, por hacer algo.
–Dije que estaba bien que lo pensaras en las vacaciones. Además, tu papá no era un inútil, ¿a cuántos escuintles como tú les dio clases y les quitó lo burro? Que tu abuelo no confiara en él no lo hace un inútil...

En la noche alta, mi madre tocó la puerta de mi cuarto. Entró y con ella su aroma de especias. Se sentó a un lado de la cama y abrió el álbum que traía apretado al vientre.
–Aquí estoy con tu papá en el rancho de Altzayanca, el que era de tu padrino Cutberto.
Vi a mi padre hecho todo un jovenazo –la patilla y el bigote, la camisa blanca, la corbata tricolor, el rulo que coronaba su frente–, posando en el patio de una casa blanquísima, reverberante.
–Ésta creo que la tomó mi hermano Tavis... todos mis hermanos lo querían mucho; mira qué grande era la casa; atrás estaba la huerta y más allá, uy, hasta no se ven, estaban los establos y los chiqueros.
Manos lentas sobre rostros antiguos. Un olor de vinagre. Vi fotos que apenas había ojeado, escuché los recuerdos solares de mi madre, historias que no incluían el desastre, ni la pérdida, ni la muerte. Son lejanías guardadas en su corazón.
Cerró el álbum y se irguió.
–Pero lo mejor es esto– dijo mi madre, la nocturna, sacando un cuaderno delgado de la bolsa de su bata. Me lo tendió.
Era la escritura de mi padre, sus iniciales complejas, garigoleadas, el rabo de las letras alargado y fino.
–Era muy bello tu padre...– dijo y se fue, dejando un reguero de fotografías por el suelo.

–Está loca– mi abuelo hurga entre sus dientes los restos del pepino, de la zanahoria; escupe, me mira–. Nada alteraba a tu padre, no tenía sentimientos ni pa tras ni pa delante. Menos la comezón de ir a otro lado que no fuera su pinche pueblo. Nada, el futuro en él se regresaba.
Le había dicho lo del cuaderno, pero sólo que sabía de su existencia, no que estaba en mi poder.
–Mi mamá me contó que ahí escribió las crónicas de los viajes que planeaba cuando era muy joven– le dije a mi abuelo, que ya me había dado la espalda y miraba el televisor apagado.
Pero en el cuaderno de mi padre sólo había poemas. En muchos de ellos, mi abuelo es el tema:

Compra ropa, anciano,
ve al bar, ve a la esquina,
ve tu imagen perfecta:
la pronta vejez tan aquí, tan ya.

–¿Qué voy a escribir mañana?– le pregunté.
–Lo que te dé la gana– contestó–. Ah, pero le pones tu nombre a lo que escribas, no me vayan a confundir contigo.
–Si quieres tenerlo, cópialo– aún dice, aún se pasa la mano por los labios; aún, misteriosamente, es mi madre–. Porque no creas que vas a cosnervar éste.
En las hojas blancas –atravesadas por pálidas rayas azules–, como dije, sólo hay poemas: poemas a las cosas absurdas, a la vida lenta, al horizonte cercano de su pueblo, al padre que no quiso inaugurar una carpintería en la antigua carpintería de su abuelo.
Recargado en el filo de la ventana vi la noche: los últimos niños en el jardín qe enfrenta mi casa, las hojas secas y la basura forman remolinos instantáneos; tendederos y antenas sobre los edificios, el resplandor de los televisores a través de las ventanas. Escuché canciones viejas en el radio. Más allá, en algún lado, tronaban los cuetes de septiembre. Había niños que yo no era.
Con la mañana regresó mi madre de siempre. Dijo “buenos días” y me tendió un plato colmado de huevo con ejotes. Preparó el desayuno del viejo: fruta y gelatina, un pan. Sentí mi alma tersa.

–No sabe nada, cree que su nombre es una ciudad.
El viejo miró una luna perdida en las rodajas de manzana. Levantó la vista y, sin querer, en el fondo, me vio.
–Tú me recuerdas a tu padre. no hay nadie detrás. Un hueco, un vacío, nada, como quien dice.
Empezó a comer con sus dientecillos de rata, sabio, lirondo. Me senté en el sillón donde a mi padre lo había atrapado un paro cardiaco, fulminante, mientras discutía con mi abuelo.
–Piensa– dijo sin prestarme atención; un hilo de baba le colgaba del labio –que hemos convenido que el mundo es descifrable... pero por más esfuerzos que hago, sólo escucho sonidos, algo que equivale a nada.
En la oscuridad provocada del cuarto –afuera el día– escuchaba su masticación menuda, el atroz ir y venir de Tom y Jerry, mi respiración silbante. Pensé, agrio, que Dios sí existía y ese viejo era su embajador y que, entre todos los momentos y todas las circunstancias, yo estaba en medio. Inmiscuido.
–Hay otro cuaderno. Más lento, más tímido, pero cuenta cosas que ni Tarzán... –le dije, pero no separó la vista de la pantalla. Masticó, hizo el silencio.
Después:
–Hoy debes escribir lo que sigue...
Sacó una hoja de papel sedoso de entre las sábans, la levantó, se inclinó hacia su lámpara de viejo. Leyó:

Bestia que tienes al mundo
en forma de niño,
lento hacer, sueño frágil,
cosa amarga pero suculenta:
sólo cuando voy a ti existes.

“Piénsese –leyó mi madre– que las codornices en arroz no tienen los atributos nefastos de la carne roja. Si se acompañan con ensalada de apio y pimiento y ajo en demasía ganan ternura y sabor. Son hermosas”.
El almuerzo, al pie de la higuera, no repetía la receta, sólo al arroz. Le gustaba leer libros de cocina en voz alta cuando comíamos.
Mi madre vio la tarde perfecta que se levantaba sobre el el valle. Mojó un dedo con saliva y lo levantó. “Hoy no llueve”, dijo, riéndose como la adolescente que nunca dejó de ser. Tras ella, en otro tiempo, en la ventana que daba al patio, vi a mi abuelo entre la rendija de las cortinas de su cuarto, atisbándonos en la luz violeta de un mediodía lejano.
–Revisemos el cuaderno de tu padre... este poema, según me dijo, lo escribió cuando estuvo en las montañas de Mongolia. ¿Te acuerdas de ese gorro rojo, tan largo, tan verde?... pues era de allá, siempre estuvo allá, lejos, lejos, lejos... siempre estuvo, siempre fue– dijo mi madre, volteando hojas del cuaderno quebradizo, hasta que encontró lo que buscaba.
El poema repetía, linea por linea, el que mi abuelo me había dictado la tarde anterior.

–Se llamará así, como mi madre– dije a mi abuelo que, apoyado en sus codos nudosos, miraba fijamente la televisión–. Su nombre le dará nombre a la ciudad.
–Tu madre también, lenta pero segura, es nadie. Todo debe terminar en un decir, por lo menos así era en mis tiempos. Mira, tengo algo más certero, olvídate de Beowulf... lo vas a ir escribiendo mientras yo te lo dicto, ya no confío en tu memoria.
Poco más de un año después, mientras se probaba la ropa vieja del ropero, con el gorro tibetano mal encasquetado, el corazón cumplió sus amenazas: se endureció y luego se redujo al tamaño de una nuez. Cuando subí para escribir su dictado, lo encontré en la silla de ruedas, la boca y los ojos abiertos, sorprendido por algo que sólo él podía ver. Lo cargué y lo acosté en su cama, le acomodé el gorro.
Durante las tardes de aquellos meses sosegados, que recuerdo como un solo y larguísimo, extraño día en la vida de mi casa, llené varias libretas con la biografía de mi abuelo. En ella, él nace en un suburbio de Londres, su infancia y adolescencia transcurren entre aventuras picarescas y una banda de gañanes que se reúnen bajo los puentes y en las calles apestosas de la ciudad más sucia de Europa. Luego se embarca con rumbo a Australia para nunca regresar a Inglaterra. Viaja por todo el mundo, a los sitios más inhóspitos, vive mano a mano con la muerte. Es secuestrado en el desierto de Libia y vendido como esclavo; están a punto de sacarle los ojos cuando escapa y cae en poder de una tribu de beduinos. Viaja a la selva del Darién donde se hace millonario, hasta que una revolución lo expulsa de Panamá. Viaja al Polo Norte donde su expedición se pierde y tiene que alimentarse con la carne de sus compañeros congelados. El día de su muerte me dictaría sus viajes por la selva húmeda del África central.
Ahora, como mi padre, ha regresado a esas regiones donde el calor es un mosquito y el frío un mero paisaje blanco. En su biografía no aparecen sus padres, nunca se casó, nunca tuvo hijos, nunca vivió en esta casa y yo, por supuesto, no he nacido. Ni lo haré.




Los versos en cursivas pertenecen al libro En el país de la lluvia (FCE, 1999) de Julio Eutiquio Sarabia.