Wednesday, April 25, 2007

EL ORGASMÓGRAFO

“Adiós mundo cruel” es un lugar común que muchas ocasiones aparece en notas suicidas y frases últimas dichas en la televisión en el cine. Es motivo de hilaridad a fuerza de repetirse, de no cumplir la sentencia. Al mismo tiempo alude a una verdad: el mundo, la mayoría de las veces, es cruel; así lo pensamos al ver la enorme separación entre las clases sociales, entre condiciones de vida –algunos no saben en qué cuenta depositar el último cheque de la mañana, otros no saben si comerán por la noche.
Los cuentos de El orgasmógrafo (Enrique Serna, Plaza & Janés Editores, 2001) recogen esta misma crueldad intectada con humor. Siete narraciones en la que la esperanza se termina una página antes de iniciar el texto. El autor de Amores de segunda mano y El seductor de la patria nos introduce a diferentes atmósferas: la realización de programas televisivos, países africanos, oficinas, ciudades sacadas de un futuro gobernado por un sistema totalitario. Nos presenta a actores de televisión que no saben qué hacer con sus larguísimas vaciones pagadas y terminan atacándose, escritoras que descubren la enorme puesta en escena que significa la obra de los escritores, de los tesoros vivientes, el clásico “en mi boleta sólo hay dieces, muéranse de la envidia” tan despreciado y solitario en las instituciones educativas, la mujer dueña de su cuerpo, el travesti que no lo es, directores de cine venidos a menos.
En los cuentos de Enrique Serna también se percibe una crítica hacia los gobiernos, como en Tesoro viviente, en donde el gobierno de un país somete al pueblo haciendo uso de los escritores, quienes llevan una doble vida: aparecen en público ataviados con trajes étnicos y viven en la zona más exclusiva, tienen los mejores autos, la ropa más cara, mientras en las calles falta el agua y el drenaje. Esto visto a través de una escritora europea que miente para viajar, para salir de Francia.
Otra narración que tiene muy marcada la crítica hacia las clases gobernantes es El orgasmógrafo, que titula el libro. Aquí el sometimiento en cada acto realizado por la población se lleva a su máximo: las autoridades exigen cierto número de orgasmos a la semana y para registrarlos, cada persona tiene un aparato instalado en el cuerpo, un orgasmógrafo. El humor en este caso radica en los diálogos, en las acciones que rodean a la protagonista. En un intento por retratarlos, puedo decir que es como si pusiéramos en un espejo las enseñanzas morales, las calificadas como socialmente correctas, y las transcribiéramos tal y como aparecen en ese mundo al revés:
“–No, papá. soy virgen.
Don Anselmo pasó de la cólera al estupor, como si le hubieran notificado la muerte de un ser querido. Doña Flor se desplomó en la silla, y abiertos los brazos en cruz exclamó con voz quejumbrosa:
–¿En qué me equivoqué, Dios mío? ¿Qué hice yo para merecer esto? Siempre traté de inculcarle el buen ejemplo, desde que era un bebé la enseñé a masturbarse, pero de nada valieron mis sacrificios. ¡Soy un fracaso como madre!”
Laura, el personaje femenino, tiene intervenido su orgasmógrafo porque no quiere que el gobierno sea dueño de su cuerpo. A raíz de esto se desata una persecución, tratamientos psiquiátricos, pronto se convierte en objeto de adoración, en el estandarte de los grupos radicales que están en contra del sistema, pierde la virginidad. El cuento termina con la muerte de Laura y su consecuente aprovechamiento: “Se desconoce la causa del suicidio, pero las autoridades lo atribuyen a la obcecada abstinencia sexual de la transgresora, orígen de un cuadro depresivo que la orilló a quitarse la vida”, con una escena donde una especie de fotocelda recaba la energía de los orgasmos y alimenta a unos androides: la inmortal casta gobernante. Esta escena refleja el sometimiento del que son objeto muchas de las sociedades en la actualidad, la desesperanza en la que vive la gente marginada, las mayorías. El orgasmógrafo es un libro de lectura ágil, lenguaje sencillo, coloquial, a veces aderezado con palabrotas, que hace pensar y reír por momentos.

Tuesday, April 24, 2007

CARMINA BURANA

Many history books concentrate on leaders and describe only the activities of successful politicians, noblemen and clerics. The man in the street is often ignored, not to speak of the marginals, the outcasts who struggle continuosly to survive. Splendid examples of the last category are the medieval wandering scholars and goliards. Whereas the former group consisted of wandering clerics unable to acquire a permanent position in the Church (but enjoying at least its protecction), ther latter represented the real dropouts: the former seminarists who were now in the gutter.
In spite of their bad image however, both wandering clerics and goliards remained educated men and proved their skill in the songs they wrote. The largest and most notorius manuscript containing such poetry is the Codex burana, commissioned by a wealthy patron, perhaps an abbot or a bishop. It was not before 1803 that this early fourteenth-century manuscript popped up in the Bavarian monastery of Benediktbeuern and was taken to Munich. After Benediktbeuern it was called the Codex burana and the songs were baptized the Carmina burana.
The manuscript contains over 200 poems which are assumed to have been sung: several have so-called neumas indicating changes in pitch, while elsewere space has been left for musical notation. Although they also include other genres, the Carmina burana are renowned for the gambling, drinking and love songs and for the parodies of religious songs. Most use the Latin language, although some songs are written in French an German dialects.
In 1934 the German componer Carl Off caught sight of a catalogue recommending an edition of the Carmina burana. He was inmediately impressed by the illumination depicting the goodess Fortuna and started working on the chorus Fortuna imperatrix mundi, which was to frame his “scenic cantata”. It was premiered in 1937 as “secular songs for soloists and choir accompanied by instruments and with magic images”.


Muchos libros de historia están concentrados en los líderes y sólo describen actividades de políticos exitosos, nobles y clérigos. El hombre de la calle es frecuentemente ignorado; no se habla de los marginados, los parias, quienes se esfuerzan contínuamente por sobrevivir. Espléndidos ejemplos de esta última categoría son los eruditos medievales nómadas y los goliardos. Mientras que el primer grupo consistía en clérigos vagabundos, incapaces de obtener una posición permanente en la Iglesia (pero que al menos disfrutaban de su protección), el último representaba a los verdaderos rechazados de la sociedad: los antiguos seminaristas que habían caído a lo más bajo.
Aunque molestos por su mala imagen, ambos, clérigos y goliardos, reflejaron sus vivencias al escribir canciones. El más largo y notorio escrito que contiene semejante poesía es el Codex Burana (auspiciado por un rico benefactor, quizás un abad o un obispo). Su existencia se desconocía hasta antes de 1803. El manuscrito estuvo guardado en un monasterio Bávaro benedictino a principios del siglo XIV y se conserva en Munich. Los benedictinos llamaron Codex burana a los textos bautizados posteriormente como Carmina Burana.
El manuscrito contiene alrededor de 200 poemas, asumidos como canciones: indican cambios en su inclinación, astucia; en cierto modo son la izquierda de la notación musical. Si bien incluyen otros géneros, los Carmina burana son reconocidos por abordar el juego, la bebida, las canciones de amor y por las parodias de textos religiosos. La mayoría hacen uso del latín, aunque algunos fragmentos están escritos en dialectos franceses y germanos.
En 1934, el compositor alemán Carl Off tuvo la visión de un catálogo y recomendó una edición del Carmina burana. La iluminación que representa la diosa Fortuna lo imprimió, e inmediatamente comenzó a trabajar en el coro Fortuna imperatrix mundi, que fue la armadura de su “cantata escénica”. Los Carmina burana se estrenaron en 1937 como “canciones profanas por solistas y coros, acompañados de instrumentos e imágenes mágicas”.

Texto tomado de la contraportada del CD Carmina Burana, Quintessence digital. 1991.
Traducción: Judith Castañeda.

Tuesday, April 03, 2007

JESUCRISTO SUPERESTRELLA.

JESUCRISTO SUPERESTRELLA
Judith castañeda Suarí.

Jesús se trata de un buen pretexto para la creación. Desde hace siglos pintores como Leonardo Da Vinci y El Greco han convertido esa biografía en lienzos, aglutinantes y pigmentos, retratan la Última Cena, Su bautismo y niñez, intentan reflejar la desolación y la muerte con trazos acuosos, manchados de rojo. Él ha sido protagonista de obras excelentes como la del premio Nobel de Literatura portugués José Saramago, El evangelio según Jesucristo, la del poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán, y de best sellers de cuestionable calidad literaria y poca verosimilitud. La figura de Jesucristo también aparece en la pantalla cinematográfica, desde las antiguas y tiesas películas mexicanas, tales como El mártir del Calvario, hasta La Pasión de Cristo, pasando por las enormes producciones hollywoodenses de los años cincuenta –Ben–Hur, en una bella toma de espaldas.
Jesucristo Superestrella se estrenó en 1972, en plena época hippie. Es una película musical, basada en un álbum doble de la autoría de Andrew Lloyd Weber (música) y Tim Rice (letras), quienes a finales de los sesenta lo escribieron para representarse en teatro. Causó en su momento gran controversia y en cierta manera sigue haciéndolo, aún se le califica de burla hacia Dios por un sector numeroso de los creyentes católicos.
La cinta presenta a Jesús cantando, un Judas negro, épocas contemporáneas mezcladas con las bíblicas tanto en la ambientación como en el vestuario. Fue filmada en Israel, enteramente en exteriores, incluyendo la Última Cena: las ruinas de Avdat, a dos horas de Beersheba, las cuevas de Beit Guvrin, las orillas del mar Muerto. Se agregaron muy pocos elementos a las locaciones existentes: andamios, vendedores de drogas y armas a las afueras del templo, braseros encendidos contra la noche que cerca las escalinatas en las ruinas del castillo de Herodes. A decir de su director, Norman Jewison, y del actor de teatro Ted Neeley, quien personificó a Jesús, puede considerársele un video musical de hora y media que no intenta ser profundamente religioso. Por ello el Vaticano envió al Osservatore Romano, su periódico vocero en Roma. Norman Jewison les mostró la película en los estudios Pinewood, en Inglaterra; luego una copia viajaba para ser vista por el Papa Pablo VI y él otorgó un apoyo a mi parecer innecesario, Jesucristo no figura entre las marcas registradas.
La música se grabó en los Olympic Studios, con la Sinfónica de Londres y un grupo de rock, bajo la dirección de André Previn. Pero hubo un álbum previo, de portada marrón, del que probablemente se derivaría la obra de teatro, donde sólo Yvonne Elliman y el actor británico Barry Dennen –Poncio Pilatos– figuraban entre los intérpretes. Es la primera película, y hasta el momento creo que la única, que se filma apoyándose en una banda sonora existente. Por lo general sucede de manera simultánea: la música se compone o se busca en función de las necesidades de la cinta y se difunde al público posteriormente.
Los roles principales estuvieron a cargo de los actores y cantantes Carl Anderson (muerto hace unos cuatro años), Ted Neeley e Yvonne Elliman, en cuyas voces se siguen recordando temas como “Sólo quiero decir”, “No sé cómo amarlo” y el tema central, “Superstar”.
Si la tomamos desde la obertura, la película no narra exactamente algo acerca de Jesucristo, sino de un grupo de jóvenes que llegan a representar la ópera–rock en el desierto: la soledad inicial, la música vestida de murmullo, un punto en movimiento, se acerca el camión del que baja el elenco y comienza la actividad, cestos, cascos cromados, la misma cruz en el techo del vehículo. Tiene una atmósfera teatral gracias a la escasa escenografía. En varios fragmentos es como si hubieran filmado en el teatro mientras se representa una obra. Siento que no debería constituir controversia alguna.
Esta originalidad no se le imprimió desde un principio: el autor de las letras, Tim Rice, pensó que el guión no sería mayor problema teniendo las canciones, y escribió uno estilo Ben–Hur. Lo rechazaron y posteriormente fue retomado por el director y por Melvin Bragg, quienes le añadieron el concepto con el que apareció, del que Rice no estaba seguro en aquella época.
A pesar del título, el personaje central es Judas. Cada imagen se filtra a través del lente de sus ojos: la adoración de la que es objeto Jesús, su notoriedad, la expulsión de los mercaderes en el templo. Para él, alguien con dudas incluso en el momento de la traición, Dios no está en el hombre que decidió seguir. La gente lo descubrirá al final y lo dañará, importa más su persona y lo que hace que el mensaje que ha venido a dar. En cierto modo, a través de este enfoque, se le convierte en una estrella, en superstar, a quien la gente sigue, idolatra y eventualmente olvida o ataca cuando se siente decepcionada o traicionada. El título entonces cobra sentido. Jesús en la mirada de Judas. Y la película al final tiene un significado más profundo. La representación concluyó, el elenco se aferra al camión, sube, un vistazo a la lejanía detrás de sus hombros y entra. El atardecer detrás de la cruz. El actor que hizo de Jesús no está, como si en verdad fuera Él, lo hubieran crucificado y esperara al tercer día.
Desde entonces Jesucristo Superestrella se ha representado infinidad de veces. La película continúa siendo exitosa gracias a la fuerza de la música, a las letras y al trabajo de los actores que merecieron nominaciones a premios como los Globos de Oro, pero más que nada gracias a su originalidad. Los compositores, aunados a los guionistas, supieron enfocarse en un punto diferente al abordado por otras películas: las canciones, voces y coreografías magníficas, escenarios nada ostentosos y quizá la intención de acercar al problable espectador a lo espiritual sin la solemnidad de leerle el Nuevo Testamento entero.