Saturday, November 27, 2010

ELLA, ¿HUMBERT?


La seductora de doce años, la del nombre de tres sílabas o sólo una: Lo. La Lolita de Nabokov, la escrita en 1955, la novela que escandalizó y en la cual se basaron dos películas. La ninfa sobre la cual descansa una antología editada en el 2005 por la Universidad Autónoma de Puebla. A esa primera convocatoria de Jorge Arturo Abascal Andrade respondieron catorce autores, quienes formaron la trama del libro De párvulas bocas, retratando al personaje desde distintas miradas.
Ahora, el mismo compilador hace un segundo llamado. La consigna, tejer la figura invertida de aquel primer volumen. Y así nos encontramos con Volver a los diecisiete, libro coeditado por Ediciones de Educación y Cultura, Duermevela, el Instituto Municipal de Arte y Cultura del Ayuntamiento de Puebla, Profética, Casa de la Lectura y UNARTE, en el que si bien más de un personaje se distancia de la imagen de una lolita –lolito–, persiste la seducción, ese algo de un hombre joven que atrae a una mujer mayor.
Y como antes lo hicieran Alejandro Meneses, José Sánchez Carbó, Alejandro Badillo, Guillermo Samperio, el propio Jorge Arturo Abascal, entre otros escritores, trece autoras, entre ellas Beatriz Meyer, Iris García, Isabel González, Beatriz Espejo, acudieron para construir no al Lolito de una manera estricta, sino al personaje masculino siempre más joven, al “antídoto eficaz contra el hastío” en la mayoría de los casos.
Nos encontramos, sin embargo, con dos cuentos que se apegan más al personaje creado por Nabokov: “Boca de viuda” y “Un trato”. En ambos, Beatriz Meyer e Iris García respectivamente, ofrecen a nuestros ojos la relación entre un niño de doce, trece años, y una mujer mayor de cuarenta. En “Boca de viuda”, desde una tercera persona alejada en el tiempo, el niño seduce para luego rechazar en un matrimonio arreglado por el marido de ella antes de su muerte. Con gran sentido del humor, Beatriz Meyer nos entrega los recuerdos de una familia en la que las mujeres heredaron “cierto gusto por los jovencitos” y los varones, desde chiquitos, “corren detrás de cualquier viuda de boca golosa”.
“Un trato” es un momento que nos recuerda a la Lolita conciente de la muerte de su madre. El consuelo de un abrazo, la ternura –la atracción, en este particular– que despierta el acto de bañar a un niño en la prostituta que bien podría ser su abuela.
Luego, texto a texto, el Lolito se va deshaciendo de las amarras de ese título, gana un poco de edad. En algunos se conserva algo de la intención de la novela, como el adolescente que le coquetea a una persona mayor en “Tarde de café”, de Paloma Villalobos, o el viaje en la narración de Amelia Domínguez, “La ceiba”, que relata un trayecto en camión, en taxi, al final del cual la mujer descubre a un “muchachillo que no tendría ni 18 años”, empleado de hotel con quien termina teniendo una relación más duradera, la que deseó para sí Humbert–Humbert.
“Maldita luna” toca otro de los aspectos de la novela: la obsesión por una persona a la que no se puede tener. En la obra de Nabokov la causa es la muerte: Humbert desarrolla su deseo gracias a la búsqueda de una nueva Annabel, su amiga de infancia y adolescencia muerta hace mucho. En este cuento la causa es un tabú; una mujer que busca a su hijo de veintipocos a través de otros cuerpos, incesto triangulado.
Y si bien otras pieles envuelven al Lolito y lo despojan de ese título –hombres de treinta que cuelgan un anuncio en el periódico, recomendados de veintiuno, mulatos vagabundos, masajistas a domicilio, estudiantes de veinticuatro a quienes se ofrece un “último aliento de mujer”, un modelo sin edad–, en cada cuento persiste la seducción; no la que emana de un adolescente, un casi niño, y que atrae a la mujer de cuarenta o más, sino la que encierra el querer alejarse de la soledad –incluso de una sentencia de muerte gracias a una enfermedad terminal–, el intentar llenar un vacío con una cita conseguida por medio del periódico, con clases de pintura luego de enviudar, con paseos sin rumbo mientras el marido asiste a un “desayuno para hombres solos, culminación de ajustes y contratos”.
Goteos rojos en una existencia gris, momentos en los que se sonríe “como si todavía tuviera diecisiete y aún la vida fuera una promesa”, es lo que destilan las páginas de esta antología, siempre de la mano de un personaje que no es del todo un “lolito”.

Sunday, November 07, 2010

PERDÓN


No sé si mañana, si los cinco días funestos hagan morir al sol, si vuelva a nombrar cosas con el teclado y las yemas, no sé si haya mañana. Hoy pido perdón por atreverme a pensar que nadie notaría al intruso en mi sombra, por moverme de mi hueco, por pensar que podía ir a otro lado, que mis piernas eran libres y no tenían por qué estar en la misma ratonera, en el rincón a ellas destinado. No sé si haya mañana para las palabras, para mis palabras de papel y tinta y cursores y vagabundos y porcelanas rotas y enormes ingenuidades. No sé. Tal vez hoy por la noche, a la hora de los fantasmas, a lo mejor mañana la corriente de su sangre reanuda el paso, escuchándose sus palpitaciones. Pero mañana no cuenta, es de calendario, una hoja rota o sin pasar. Hoy un peso mayor vence mis hombros. Hoy inclino la cabeza y pido perdón. Perdón.