Wednesday, July 25, 2007

EL COLOR DE LA ATMÓSFERA.

"La atmósfera puede ser el tema, entonces la historia resulta accesoria", dijo en repetidas ocasiones Alejandro Meneses a sus alumnos, durante entrevistas y charlas prolongación de los talleres del jueves. Una atmósfera difusa envolvió siempre sus cuentos, abarcando el título: Noche adentro, Ángela y los ciegos, Vidas lejanas, Casa vacía, sugieren velos, viento color ocre, atardeceres de colores deslavados.
Desde Días extraños, editado en 1987 por la Universidad Autónoma de Puebla, tonos cenicientos permean atmósferas tejidas con minuciosidad. Un ejemplo se encuentra en el cuento "Cuando sueñe, sueñe usted con eso", el que inaugura su primer libro. Asistimos a dos lecturas bajo la misma tarde. Una carta, un libro; el jardín, la recámara. Al principio el espacio es luminoso, el papel de las páginas ciega, las sombras son trazos de carbón. Poco a poco, mientras la tarde se retira, la luz va vistiéndose de plomo, se convierte en otra, en la que cambia el tono a los colores; es el momento en que no sabemos si saldrá la luna o un gallo nos despertará: "Ella se asomó a la ventana, tú alzaste la vista: sólo pájaros atravesando la ciudad en esa hora en que los objetos pierden su volumen y comienzan a ser sombras que se desplazan a los rincones en busca de calor". El cuento termina vestido de negro, donde bombillas tristes cuelgan allá, a lo lejos.
Esa oscuridad gruesa se traslada a "La noche del gato", cuento que forma parte de Ángela y los ciegos, el segundo libro de Alejandro Meneses, editado en el año 2000 por Ediciones Cal y arena. Aquí las penumbras se hacen presentes desde el inicio cuando el personaje–narrador llega a Puebla, proveniente de Morelia, después de más de siete horas de viaje, con dolor de muelas: "Abrir la puerta fue entrar a una jungla interior: en la oscuridad –sus ojos brillaban entre la maleza– latía la presencia de un felino carnicero, comedor de hombres. En el cielo lejano, un relámpago; su estruendo retumbó en los cristales de la casa. Regresó la lluvia".
La atmósfera turbia está en la casa después de un apagón, en el mundo que sólo sabe girar después de varios sorbos largos al ron, pero más que nada, en la soledad –Ángela lo abandonó– y en la incertidumbre, que contagia a quien se asoma al texto, de ignorar si está despierto o dormido, si la visita nocturna es parte del sueño: "...dormí; tal vez, porque en mi recuerdo hay un espacio de silencio, indoloro...
Hasta que alguien encendió un cerillo y me hizo despertar. El dolor era un latido tenue, ya sin espinas. Sumergido en la sabiduría inversa del ron, vapuleado, no sabía qué pasaba".
Quizá sea Vidas lejanas, editado por ABZ Editores, el libro que guarda más elementos de la biografía de su autor. Las narraciones, algunas incluidas en las recopilaciones Casa vacía y Noche adentro, encierra parientes, principalmente femeninos: tías, madres; también abuelos, hermanos, primos. Nunca padres –ellos se fueron antes del primer párrafo–. Los cuentos están cercados por lluvias furiosas, por montañas azules, espumosas de nubes, que se derraman "como un vaso lleno sobre las orillas del pueblo". Los envuelven la viruta y la luz enferma. Los escenarios recurrentes son poblaciones de Tlaxcala: Huamantla, Altzayanca –el lugar de nacimiento de Alejandro–, Panzacola; sólo una colonia local: la Santa María (a la que añade la terminación "de los Niños"). La menciona en "Escalera al cielo", Hombre en la luna", "Un extraño en el paraíso".
Quienes estamos familiarizados con la colonia Santa María, la percibimos como a través de un filtro amarillo, fracturado, rescatado de algún baúl de tapa abierta o con agujeros. Siempre polvosa.
Este es el escenario de "Volver a casa", el único cuento de este libro narrado desde la tercera persona. La atmósfera responde a la percepción de la Santa María: tardes "pasadas por cloro", el humo de un sillón "viejo, rellenísimo de estopa" que se incendia, el insomio en la cárcel, brasas de cigarros suspendidas en la oscuridad, de nuevo la lluvia.
En "La bella vida", que aparece tanto en la antología De párvulas bocas como en el libro póstumo Tan lejos, tan cerca, publicado en el 2005 por Ediciones de Educación y Cultura, las penumbras son la atmósfera: casetas telefónicas por la madrugada, hablar con la contestadora, bares donde el sol no se asoma más allá del umbral, el rostro de alguien iluminado a medias por la pantalla de una computadora: "cantante a sueldo, trovador de veras borracho, la guitarra sólo le da un punto de apoyo en el aire para no irse de hocico, para tomar distancia de la penumbra distorsionada, movediza".
La frase de André Gide que inaugura el cuento "Cabaret para ciegos" –Crea el infinito con lo impreciso y lo inacabado– se amolda a la visión que Alejandro Meneses tenía de la literatura. Él prefería el velo que cubre una certeza, las estructuras rotas, los finales puestos en el principio o a la mitad, no ceñirse a la receta de planteamiento, nudo y solución.
La literatura es la vida, nos dijo, nos sigue diciendo; como en ella, lo único seguro son las dudas, lo inconcluso. Y es precisamente esto lo que añade tonos y partículas en suspensión a la atmósfera reinante en la escritura del autor nacido el Altzayanca y muerto en la ciudad de Puebla hace dos años.
Por suerte para nosotros, sus narraciones difusas, de sueño penumbroso, no se evaporan al término de la lectura; se quedan esperándonos en el estante, en la mesa de noche, para cercarnos de nuevo cuando abrimos sus libros.

Judith Castañeda Suarí.