Saturday, January 14, 2012

UNA SALA Y MIL Y TANTAS EXPOSICIONES

Una casa. De esta manera describieron al suplemento cultural del periódico Síntesis, Catedral, durante la comida que, para celebrar la publicación de su número mil, se efectuó el pasado 9 de diciembre.
Es cierto. Sus páginas, treinta y dos para esta ocasión de fiesta, son algo parecido a una casa, a un salón. Significan el escaparate al que ilustradores y escritores llegan a colgar su obra a fin de que los otros la vean, la lean, la disfruten. Es en esta sala de exposiciones que muchos han publicado por primera vez.
Y resulta fácil imaginar a alguien con seis o nueve meses de sesiones semanales en el taller de cuento, en el de poesía, con pocos textos detrás, verlo caminar hasta el puesto de periódicos, asomarse a las páginas del Síntesis, si es que el responsable de ese pequeño kiosco azul le da permiso, descubrir su nombre en la portada del suplemento y llevarse uno, tal vez dos ejemplares, sonreír, emocionarse, leer o mirar teniendo la sensación de que no es él mismo el autor, que se trata del texto o de la imagen de otra persona. No creo equivocarme, pues me cuento entre esos creadores: la primera oportunidad de publicar la tuve en las páginas del suplemento Catedral, hace poco más de ocho años, y fue gracias al ofrecimiento de quien dirigía el taller de cuento de la SOGEM Puebla, en ese entonces ubicado en Reforma y la 13 poniente, dentro del Instituto Cultural Poblano, cerca del Paseo Bravo.
Esa primera publicación –como otras que siguieron– es un recuerdo ligado a la memoria de Alejandro Meneses, fundador de Catedral y editor hasta su muerte, en 2005. Y ahora –desde entonces, siempre– veo a mi maestro, al “profe”, llevándonos números del suplemento (el actual, uno o dos de los anteriores), o con la prisa de los jueves, día de entregar en el periódico el material para el número del próximo sábado.
De Alejandro recibí la invitación para aparecer en Catedral a principios del 2003. Escojan un texto, recuerdo que dijo un día, en el taller, para que salga en el suplemento. No supe si para los demás fue la primera vez; al menos para mí sí. Emocionada leí algunos de esos primeros escritos, revisé, volví a leer, hasta decidirme por uno fantástico, estructurado a base de confidencias en un par de diarios, anotaciones de experimentos, fechas que abarcan un siglo, dudas y juventudes de más de cien años, escrito que apareció el 22 de febrero del 2003. Hace cuatrocientos cincuenta y un números.
La otra parte de esa correlación Alejandro Meneses–Catedral son los cuentos salidos de su pluma que de vez en vez aparecían en el suplemento, los ensayos y las notas en torno a su obra, los dos números in memoriam, esos especiales de julio del 2005 con el cintillo negro, el seiscientos setenta y uno y el seiscientos setenta y dos, señal de que sí, que era cierto, que su muerte había ocurrido en verdad.
Al hojear las páginas de Catedral encuentro algunos nombres que en esa época me eran desconocidos. O casi: Juan José Ortizgarcía, Guillermo Carrera, Carlos Ríos, por ejemplo. Aunados a ellos, los compañeros del taller de cuento y los autores que hasta la fecha forman parte del quehacer literario de Puebla: Maribel Cacique, Karen Martínez, Princesa Hernández, Dolores Domínguez, Guillermo Garay, Alejandro Badillo, Beatriz Meyer, Eduardo Sabugal, Enrique de Jesús Pimentel… Muchos de esos nombres conforman la herencia que Alejandro Meneses me dejó a lo largo del tiempo, de las sesiones del jueves en el taller de cuento, buenos amigos, maestros de quienes aprendí y sigo aprendiendo.
Como lo pidieron en la reunión para celebrar el número mil, levanto mi vaso y brindo por el escaparate de autores recientes y con trayectoria, por la casa de los cuentos, de las poesías y de los ensayos –la que por un corto lapso llevó otro nombre: Cathedralis–. Brindo y de manera simultánea llegan a mi mente otros escaparates de la creación, espacios ahora desaparecidos. Y mi brindis es porque la buena salud de Catedral se alargue durante mucho tiempo más.