Tuesday, September 04, 2012

AVIÓN DE PAPEL

(Mi colaboración en el suplemento Catedral del sábado 1 de septiembre)

Los viajes a la India que registra Coronada de moscas, de la autoría de Margo Glantz, trastocaron no sólo su día a día, su rutina, como dijo durante la presentación en Puebla del libro que inaugura la colección Realidades de la editorial Sexto Piso. Los viajes también se realizan de manera interna, y desde mi silla de respaldo blanco, después de escuchar –y anotar– la plática llevada por el editor Diego Rabasa, pude comprobarlo. Estoy de acuerdo con la autora pues sus palabras, la descripción hecha delante de los asistentes, quienes debido a confusiones viales esperamos casi una hora, me llevaron a efectuar mi propio viaje a la India. Di los primeros pasos antes de salir a la noche lluviosa, siguiendo la voz tranquila de Margo, que respondía a las preguntas del editor como si platicara en la sala de su casa, o en algún café, donde se citó con varios amigos para contarles cuanto le pasó entre el abordaje, los hoteles y el avión de regreso. Mientras ella describía cómo lo hermoso y lo horrible, lo desagradable, se mezclan en un abrazo difícil de deshacer, pensé que es posible aplicar esa misma descripción a ciertos lugares de Latinoamérica, lugares donde, según Alejo Carpentier, se dan la mano el hombre del siglo XX y el que lleva una vida medieval, ignorante de periódicos. América, la India, restos de la colonización europea en más de un continente; no estamos tan lejos después de todo. Y Margo Glantz parece comprobarlo con las descripciones, con las crónicas de esos viajes enviadas al periódico La jornada y revisadas de nuevo a fin de estructurar Coronada de moscas. Asociaciones; oyendo las palabras referentes al libro también pude imaginar las aguas del Ganges y el arcoíris rojizo y azul tendido a lo largo de su discurrir. Pero ese fue nada más el inicio de mi viaje sin aviones, sin hoteles ni aeropuertos, compuesto por el ratón, el cursor y el teclado de una computadora, por fotografías y páginas electrónicas, a diferencia de los tres que la autora realizara entre el 2005 y el 2010. Visité rincones de internet construidos con imágenes, opiniones y testimonios acerca del aspecto de la charla que más llamó mi atención: la viuda en la India. Mujeres de blanco, el color del luto, dijo Margo Glantz, que llegan a vivir a colonias aparte, como si padecieran una enfermedad en extremo contagiosa. Mi recorrido me mostró a viudas de diferentes edades y cuerpos siempre encorvados. Mi guía turístico incluyó en la ruta ojos sin una pizca de esperanza, todos apenas asomados sobre el eterno velo blanco, figuras débiles, a punto de quebrarse, palabras de asombro, de indignación muchas –no es posible, pero por qué no pueden salir de eso, por qué se amoldan a esa situación tan tremenda–, alojadas en sitios de revistas y en blogs. Visité también una sala de cine. Agua, es el título de la película exhibida durante mis paseos virtuales por la India. Se realizó en el 2005 y la trama, aunque situada en 1938, da la impresión de esa atemporalidad que Margo Glantz describe en Coronada de moscas y mencionó el pasado 21 de agosto durante la presentación: al igual que lo bello y lo nauseabundo, los tiempos parecen superponerse; costumbres viejísimas, de tantos siglos que nadie sabe cómo o por qué iniciaron, conviven con una occidentalización de avances lentos, si se le compara con la de China, pero perceptible en el aeropuerto de la ciudad de Delhi, por ejemplo, donde entre una visita y otra, la autora se encontró con servicios recientes: algunas tiendas, teléfonos que impidieron se le cayera el alma, como en su primer viaje. La película, creo, no refleja por completo lo trágico que conforma la situación de una viuda en la India. Quizá se deba a la esperanza que asoma en el desenlace, a la mirada de una niña como tamiz de la historia; a través de su inocencia el espectador ve cómo la sombra de una viuda no debe tocar a nadie, cómo se les excluye y se les abandona. Esto es algo que el libro de Margo Glantz sí logra transmitir, por medio de frases casi lapidarias, sin el adorno de una metáfora, de una imagen: ¿Por qué querría hijas un hombre? ¿De qué sirven, si hay que alimentarlas, educarlas y vestirlas, para que se vuelvan propiedad de otro?, escribe, citando Vacación hindú, de J. R. Ackerley, en referencia no sólo a las viudas, sino a la situación de las mujeres en general. Predestinada al viaje –nació en el transcurso de uno–, los que la llevaron a la India, a estructurar de manera casi inconsciente Coronada de moscas, alteraron no sólo la rutina de la autora, sino la también la mía. Y como ella, recurro a diferentes medios a fin de profundizar lo que veo con ojos de turista. Y regreso al punto de partida, al volumen editado por Sexto Piso, a mi cotidianidad que, sin embargo, es ya otra.