Saturday, August 13, 2005

EL DIFICIL TRABAJO DE UNA FAN.

Mi reciente retorno, a esta edad, a las andadas –léase persecuciones o misiones imposibles–, me ha hecho pensar un poco en lo pesado que puede tornarse el seguir, casi asediar, a una persona que desde ahora llamaremos susodicho.
Primero, monitorear canales de televisión, estaciones de radio, esperando horas y comerciales a que el locutor pronuncie el nombre del susodicho –o susodicha– mientras aguantamos canciones que no nos agradan, chistes de los que sólo se ríe quien los cuenta, programas que no tienen otro interés que no sea escuchar un nombre, seguido del mañana aquí, en vivo, promocionando su disco; o, estará en X tienda firmando autógrafos, lleven su cámara, por la tarde, pasado mañana. Incluso, el programa podría obsequiarnos con una entrevista vía telefónica mientras colocan en la pantalla una imagen de archivo. Y de este lado de la pantalla, los gritos, brincos y carreras, las llamadas a otra fan que aún no se ha enterado que el momento de correr llegó, el corazón a punto del paro cardiaco. Las sonrisas y la imaginación.
Segundo, plantarse no afuera de un hotel, sino bajo el sol alto, que no dibuja sombras dónde esconderse de él; ante la mirada de signo de interrogación de los empleados que se dedican a abrir la puerta, a cargarle las maletas a turistas que llegan en taxi –¿qué están esperando éstas aquí?–, con el inminente peligro de, en cualquier momento de mal humor o siguiendo órdenes de alguna mente brillante que teme a las multitudes, ser desalojadas con crueldad, ¡¿por qué no podemos verlo?!
Iré aún más lejos; armadas de cámaras –digitales, con las que cuentan algunos modelos de celular, o a la antigua, obturador, flash y rollo–, fotografías, revistas o posters que tengan impresa la cara del susodicho mostrando una sonrisa como para comercial de pasta de dientes (el autógrafo no puede faltar) y, a veces, algún regalo intentando que se nos recuerde con cariño: muñecos de peluche, tarjetas con frases como “te amo” y otras lindezas, por supuesto dedicadas, un correo electrónico donde nos puedan escribir (la esperanza es lo único que sobrevive al final), son lo más común. Tal vez botellas azul rey alargadas, del tradicional tequila –es cierto, a mi me tocó ver eso–. A alguna fan se le puede prender el foco y obsequiar una revista o periódico sabatino donde aparece un cuento escrito por ella (también dedicado de su puño y letra); es decir, hacer un ligero alarde de las aptitudes que cree poseer, ¿por qué no?, no se daña a nadie y nos sentimos tan bien, en ocasiones se da. Decía, estar perfectamente equipadas, con bolsas tan grandes y llenas como si fuéramos a acampar, y esperar fuera del loby de un hotel equivocado, ¡tragedia universal, el susodicho, en este preciso instante, está saliendo de un lugar al otro lado de la ciudad! ¡Y yo que no lo tengo al alcance de mi mano (por lo menos de mis gritos o la cámara)!
En estos casos, llegamos al punto de los “hubiera”: si le hubiera llamado a... ella (él) pudo tener más información; si hubiera organizado, desde la madrugada, una noche antes, un tour por cada hotel de la ciudad, una persecución detrás de camionetas sospechosas, ya saben: vidrios polarizados, placas foráneas, incluso un séquito de taxis detrás de ella que la delate.
Además, el encantador susodicho se instala a sus anchas en nuestra vulnerable cabecita, pensamos en él horas que se unen hasta formar días. Miramos la fotografía donde debiera aparecer un garabato de tinta, preferentemente negra y de plumón para que resalte, bajo nuestro nombre y un “con amor, X”; el regalo que quedó sin entregarse. Sonreímos, por no llorar.
Con este discurso no pretendo desalentar a las, o los que se dedican a asediar a sus amados susodichos, ni decir que las misiones de este tipo tengan el ineludible destino del fracaso. Tal vez, incluso sin habernos topado con nuestra víctima, nos quede el buen sabor de boca de un mensaje que le enviamos y fue contestado por él.
Además, y esto sí es seguro, durante la espera se conocen personas que comparten nuestra afición –adicción– por el susodicho, que nos enseñan fotografías de su colección privada y platican sobre experiencias anteriores, que nos ofrecen su amistad. Y por eso, por construir una amistad, intercambiar teléfonos, direcciones, correos eletrónicos y seguir en contacto, bien vale la pena asolearse, aguantar el peso del equipaje y tener en nuestro haber una prueba no superada.

3 comments:

Anonymous said...

Comentario anónimo para verificar cambios. Haré uno mío del díficil trabajo de ser un americanista en Puebla. Una tarea ardua sin duda, que requiere templanza y moderación. Posdata: nunca he ido a un partido del américa, ni tengo playeras, banderines o fotos autografiadas de Cuauhtémoc Blanco y sus secuaces. Atentamente El Americanista Anónimo

Anonymous said...

Suari!!! Sabes perfectamente que comparto esa absurda obsesión por... todos estos tipos tan increíble y hermosamente bellos.

¿Sabes que con eso de estar parada a pleno rayazo del sol me recordaste algo? De una ocasión en que los seguimos y ellos se metieron a comprar ropa. No sabes. Peor que señoritas. Yo ya estaba pegando el grito en el cielo cuando salió Galindo... y se estuvo ahí un buen rato cuestionándonos sobre nuestra vida amorosa (el muy metiche, la verdad), pero lo adoré y aún lo adoro.

Cuídate y seguiremos sin regenerarnos...

Saludos desde Morelia.

Judith Castañeda said...

Hola, amiga anónima, ya sé quién eres, ¿quién más podría compartir mi vicio por los susodichos? Y te diré, en vez de regenrarnos, nos degeneraremos.
Americanista anónimo, hay tanta gente equivocada... No es cierto. Saludos a los dos.