Friday, February 16, 2007

LA PIEL DE UN ÁNGEL (fragmento)

Estuvo dentro de cada mujer de piernas grises. Aventó zapatillas de plástico, rojas, con el talón descubierto, sin hebilla, botas a la altura del muslo. Se quitó pelucas negras, rizadas. Sus ojos claros saltaron de unos párpados turquesa a otros verde agua, azul ultramar. La busqué en esquinas con olor a margaritas marchitas y perro. Tuvimos vecinos de unas horas por la noche, de madrugada. Siempre los dos. Lo sé porque también fui el mismo: el hombre de cabellos castaños y venda en los ojos, el que pedía habitaciones sin corriente eléctrica ni vista a las escaleras de incendio en el callejón. Quien besó sus pies entre cortinas tan gruesas que la luz se marchaba como un vendedor después de llamar diez veces a una casa sola.
Aparecía ante hoteles de muros sin pintar, debajo de la frase: “Cupo completo” escrita con luces fundidas, aspiraba el perfume de las flores de plástico verde en la recepción hasta sentir mi mano en el hombro. Entonces subíamos. Antes de abrir la puerta le rogaba llamarse Ángela.
–Qué casualidad, ese nombre está en mi fe de bautismo y en el acta de nacimiento–. Unos billetes extra entre los senos.
La detenía antes de que tocara la cortina. Un vistazo a la avenida. Ambulancias más allá de los semáforos en rojo. Arriba, la luna era una hamaca de urdimbre apretada. Ángela se desvestía dándome la espalda. En ocasiones, un espejo delante de ella me regresaba el vello negrísimo entre sus muslos, la redondez en el vientre, el vestido de encaje descendiendo hasta los tobillos. No me gustaba ver cómo la gravedad mordía su pecho. Antes de que se volviera una venda rodeaba mis ojos.
–No te muevas, quiero encontrarte–. Extendía los brazos, apartaba las capas de aire con los dedos. Ella, en silencio, esperaba en algún rincón de la oscuridad. De pronto una lanza amarilla en los ojos, la lámpara encendida, la venda en el suelo y Ángela delante de mí. Un trozo de palabra en los dientes, el otro fuera de aquella prisión. Callábamos. Lo sabía: el ángel había roto su piel, ahora estaba muy lejos, buscando otro cuerpo. Ni siquiera el resplandor de su aureola sobrevivía, sólo una extraña de brazos flácidos y grietas en torno a los ojos.
–Eres un pendejo.
Salía dejando la puerta abierta. Su sombra acariciaba las paredes. La escalera, el tufo a orines a lo largo del pasillo. Quizá corría con el vestido sobre el hombro, una modelo que portaba el traje más transparente y delgado del planeta, a juego con la chaqueta de encaje, caminando sobre una pasarela de concreto estriado. Flashazos desde las dos orillas de la noche. Un maestro de modelaje le exigiría sonrisas y el cuello erguido.
Nunca la seguí. Prefería pegar el oído a los muebles, caminar de puntillas por el baño, cerca del balcón. Quería escuchar el aleteo, encontrarme plumas pegadas a las suelas, ver un resplandor, unos rizos rubios, la blancura de la piel debajo de las pecas. Me sentaba en la orilla de la cama, un suspiro y a la calle, a la tienda, por una botella de vodka. El ángel había volado y no pensaba regresar a la piel vieja. Ni modo, ahora debía empezar de nuevo: los ojos claros estarían en otro rostro, las pecas, las uñas cortas. La encontraría aunque los días tuvieran sólo dos horas.
Fueron incontables búsquedas, los rostros empezaron a repetirse, las pecas no aparecían por ningún lado. Seguro el ángel se había cansado de los mismos cuerpos, de mí, el hombre que le seguía los pasos, de permanecer al otro lado de una venda, como en el juego de la gallina ciega. Recogió sus plumas y cambió de piel.

DE LA AMISTAD

Y un joven pidió: Háblanos de la amistad.
Y él contestó:
Vuestro amigo es la respuesta a vuestras necesidades.
Es el campo que sembráis con amor y cosecháis con agradecimiento.
Él el vuestra casa y vuestro hogar,
acudís a él con vuestra hambre y en busca de paz.

Cuando vuestro amigo revela su pensamiento, vosotros no temáis el “no” en vuestra propia mente ni retengáis el “sí”.
Y cuando él enmudece, vuestro corazón no cesa de escuchar el suyo;
porque, en la amistad, todos los pensamientos, todos los deseos, todas las esperanzas, nacen y se comparten con regocijo y sin alardes.
Cuando os alejéis de vuestro amigo, no sintáis aflicción,
lo que en él más se ama, quizá sea más claro en su ausencia, como la montaña lo es desde la llanura para el montañés.
Y no permitáis que exista interes alguno en la amistad, salvo la compenetración del espíritu.
Porque el amor que no busca sino la revelación de su propio misterio, no es amor, sino red centelleante que sólo al inútil pesca.

Y reservad lo mejor de vosotros para el amigo.
Si ha de conocer el flujo de vuestra marea, dejad que conozca también su reflujo.
No busquéis al amigo para matar las horas con él.
Buscadlo siempre para vivir las horas.
Porque sus horas son para colmar vuestras necesidades, mas no vuestra futilidad.
Y que en la dulzura de la amistad haya sonrisas y comunión de placeres.
Porque en el rocío de las cosas pequeñas, el corazón encuentra el frescor de sus mañanas.


Gibrán Jalil Gibrán, El profeta.

Wednesday, January 10, 2007

LA OTRA CONQUISTA


La película La otra conquista cuenta con actuaciones magistrales, como Damián Delgado, quien interpreta a Topiltzin o Tomás.
La crítica la califica, en ciertos comentarios, como falta de credibilidad y llena de complacencia ante las atrocidades de los conquistadores, tal vez porque los productores estuvieron asociados con Álvaro Domingo, hijo de Plácido Domingo. En mi opinión, la cinta no pretende ser maniqueísta, sólo presentar los actos de los españoles, como la búsqueda de oro y las torturas de que hicieron víctima a los antiguos aztecas, la defensa de Topiltzin por parte de Fray Diego de la Coruña, como un ejemplo de que tal vez existieron personas que no dañaron a los indígenas.
La otra conquista aborda principalmente el sincretismo, la manera en que Topiltzin terminó por creer en la Virgen de Guadalupe, buscando su propio camino hasta la “gran señora de piel blanca”; otro, no el de adorar en secreto a los dioses muertos, ni el que le dictaban los religiosos, los nuevos señores extranjeros. Lo simboliza la escena final, donde le quita la corona a la imagen de la Virgen y se arroja al vacío, abrazado a ella, vestido a la usanza antigua.
Tal vez de mostrar muy marcadamente a los malos, los buenos, los vencedores y los vencidos, se le habría acusado de tendenciosa, de maniqueísta, que creo, hubiera sido peor.
Al buscar esta película en DVD, sin suerte, me encontré con su banda sonora. Vi el disco en una esquina del anaquel; en la portada, el rostro moreno vuelto hacia el haz luminoso que recuerdo pegado en los muros del cine y en los promocionales de televisión. Brinqué como si tuviera a Robi Draco Rosa o a Johnny Depp enfrente.
Lo compré y lo he escuchado casi a diario desde el fin de semana. Encontré acordes, ambientes muy similares a la hermosa y poderosísima música de 1492, La conquista del Paraíso, compuesta por el griego Vangelis para la cinta en ocasión de los quinientos años del Descubrimiento de América –el encontronazo vino después.
El texto que sigue aparece en el interior de la portada del disco, donde se mencionan actores como José Carlos Rodríguez, Elpidia Carrillo y Damián Delgado, y también aparecen fotografías de escenas de la película.
La música, al ser el lenguaje universal por excelencia, le da una dimensión al cine que se vincula íntimamente con la respuesta emocional del espectador. Como punto de partida para los compositores de la música original de La otra conquista, primero musicalicé la película con obras existentes, con lo cual quedó definida la estructura musical e intención dramática de la banda sonora. Por ejemplo, “los últimos viajes” de Fray Diego y Topiltzin, que suceden al principio y al final de la película, respectivamente, se inspiraron en los primeros compases de La pasión según San Juan, de J.S. Bach, por lo que estas escenas se filmaron con dicha música en mente. Luego incluso le pedí a Samuel Zyman que compusiera una versión clásica–contemporánea de esta obra, que resultó en La pasión según Topiltzin, pieza medular de la película que marca el inicio del intento de conversión espiritual de Topiltzin por parte de los españoles.
Para realizar la banda sonora de La otra conquista tuvimos la fortuna de contar con dos compositores mexicanos excepcionales –Samuel Zyman (música sinfónica) y Jorge Reyes (música étnica)– cuyos estilos son muy diferentes entre sí, pero que tienen en común la refinada sensibilidad, fuerza expresiva y poder evocativo que hacen que su música sea tan memorable. Las obras que Zyman y Reyes compusieron, más allá de reforzar o encauzar diferentes situaciones dramáticas, estados sicológicos, giros de trama o imágenes específicas (que por cierto, también lo hacen), son capaces de contar por sí mismas la historia. A excepción de las Pasiones de Bach, Samuel y Jorge fueron reemplazando la música provisional que se había editado (a semejanza de los dioses aztecas que se derribaban para sustituirlos por los nuevos iconos del cristianismo), y de ahí en ocasiones que se sienta subyacente el espíritu universal de la música de Chávez, Fauré, Penderecki, el mismo Bach, etc. Más que ilustrar el siglo XVI, la música de esta película intenta expresar la naturaleza cíclica de la historia con obras que reflejan búsquedas artísticas comunes a civilizaciones que han pasado por procesos de colonialización. Basta escuchar de principio a fin este disco para entender, con la penetración subconsciente y la sinceridad que sólo la música es capaz de generar, el potencial de unión de las dos ricas y complejas culturas que se enfrentaron violentamente durante la conquista española de México en 1521.
La premisa era la de representar dos lenguajes y maneras distintas de entender el mundo, tal como sucede con los idiomas español y nahuatl, pero siendo ambos capaces de sorprender, conmover y entregarse al público a través del idioma universal de la música. Para lograr esto, Andrea Sanderson, la supervisora musical, trabajó de cerca con ambos cmpositores (quienes nunca compartieron el mismo espacio geográfico) para crear el lenguaje musical propio de la película. En el desarrollo de La otra conquista, las respectivas músicas de Zyman y Reyes se unen para convertirse en una poderosa música híbrida que combina elementos sinfónicos y étnicos, incluyendo inolvidables pasajes solistas y orquestales, coros sacros, ritmos corporales y vocalizaciones, instrumentos prehispánicos originales y el discreto uso de sintetizadores. Al combinarse crean un nuevo producto que es mucho más que la simple yuxtaposición de ambas, que es precisamente lo que sucedió con el nacimiento de la nación mexicana.
Con la maestría y belleza interpretativa que lo caracterizan, Plácido Domingo corona este disco al cantar el aria “Mater Aeterna”, que funciona como una especie de coda a la película al celebrar la fusión sincrética de la diosa madre Tonantzin y la Virgen María en una de las principales manifestaciones de la identidad mexicana: la Virgen de Guadalupe.
Para Álvaro Domingo, el productor de La otra conquista, y para mí ha sido una experiencia invaluable y una satisfacción que llevaremos dentro el resto de nuestras vidas el haber emprendido la aventura musical comprendida en este disco, donde se conjugan los talentos extraordinarios de Plácido Domingo, Samuel Zyman, Jorge Reyes, Andrea Sanderson, y la orquesta inglesa Academy of Saint Martin in the Fields con sus estupendos solistas bajo la dirección magistral de David Snell. Creo que la música de La otra conquista representa aquel puente frágil y desconocido que se atrevieron a cruzar Topiltzin y Fray Diego, al final del cual quizá haya un rayo de luz que nos revele que, a pesar de todo, es más lo que nos une como seres humanos que lo que nos separa.

Salvador Carrasco.
Director de La otra conquista.

Thursday, January 04, 2007

LAS DOS HARRIET

Harriet Tumban vivía la costa de Maryland, nació esclava y era una de 10 hijos. Era una mujer pequeña, de rostro ancho y con una pañoleta en la cabeza.
En 1849, decide escaparse guiándose únicamente por la Estrella Polar. El camino era por demás peligroso: patrullas armadas a caballo, sabuesos, letreros que anunciaban las recompensas para todo aquél que atrapara a un esclavo en fuga.
Siguiendo a veces la ruta del ferrocarril, logra llegar a la llamada Línea Mason-Dixon, que dividía el estado de Virginia del de Pennsylvania. El Norte del Sur. Sin un penny (centavo) en el bolsillo, "una extraña en una tierra extraña" -recordaría después Harriet- se propone una misión descabellada: rescatar y conducir hacia Canadá al mayor número posible de esclavos en busca de su libertad.
Nunca perdió un pasajero del llamado Tren Subterráneo, que, ni era tren, ni tampoco subterráneo. Era una ruta clandestina, por donde transitaban estas caravanas organizadas por Harriet, a quien se le conoció con el sobrenombre de Moisés.
Encontró trabajo en Filadelfia y ahorró cada centavo que ganaba. Su libertad no fue suficiente. Regresó al menos en 15 ocasiones al Sur, en busca de pasajeros para su tren, arriesgándose a que la capturaran los cazadores de esclavos. El precio por su cabeza era de 40 mil dólares, cifra enorme para esa época.
Se calcula que fueron más de 300 fugitivos, incluida su propia familia, que logró llevar a la Tierra de Canaan, como se le llamaba a Canadá. Durante el tiempo del Tren Subterráneo -hasta la Guerra Civil- fueron miles los que lograron llegar a los estados norteños y Canadá, pero hubo otros destinos y entre éstos estaba el norte de México -en Coahuila existe actualmente un pueblo con descendientes de esos antiguos esclavos.

Harriet Beecher Stowe ha nacido el 14 de junio de 1811 en Lichtchfield en el Connecticut. A pesar de una formación puritana-su padre era pastor de una congregación por la tradición de Jonathan Edwards y sus seis hermanos deberán seguir esa vía- su vía no es ni pura ni religiosa. La fe protestante juega sin embargo un papel importantísimo en su vida.
Se casa en 1835 con Calvin Stowe, pastor y profesor de literatura bíblica. En 1849, ve morir de cólera su sexto hijo, lo que la sume en un profundo dolor. La ley de 1850, que obligaba a denunciar los esclavos, incluso en los de Estados Libres ya, obligaba todas las personas a venir a denunciarlos a las autoridades, inspirará a Harriet Beecher Stowe un libro entregado por capítulos que empieza a aparecer en 1851, en el "The National Era": La cabaña del tio Tom o la vida de los humildes (Uncle Tom's Cabin). Esta obra provoca contra reveses apasionados que tuvieron una influencia determinante sobre la guerra civil. Traducido en treinta y dos lenguas, se jugó en el teatro hasta 1930. Publica después una segunda parte en 1856: Dred, historia de una gran marisma maldita.
El éxito de Sra. Stowe se debe más la actualidad del tema en esa época que a su forma literaria: el problema de la esclavitud era un tema que dividía profundamente América de aquellos momentos.
Cuentan que mientras millares de vidas se perdían en los campos de batalla de Estados Unidos durante la Guerra de Secesión que entre 1861 y 1865 enfrentó a los estados esclavistas del Sur con los abolicionistas del Norte, el presidente Abraham Lincoln mantuvo una entrevista con la esposa de un predicador llamado Calvin Stowe. Antes de empezar a charlar el político miró risueñamente a la mujer y dijo: «De modo que es usted la mujercita que ha provocado el estallido de esta guerra...». La anécdota, seguramente apócrifa, sirve para indicar sin exageración alguna la fama y el impacto que había provocado en la sociedad norteamericana un libro firmado por la señora en cuestión: Harriet Beecher Stowe. Su título era La cabaña del tío Tom.El éxito fue innegable, pues la aceptación por el público fue masiva, consiguiendo ser uno de los libros mas vendidos en el siglo XIX.
Sin embargo, aquellos años no resultaron fáciles para Harriet Beecher Stowe. La muerte de sus cuatro hijos, la tardanza de Lincoln por proclamar la emancipación de los esclavos en todo el país, y el levantamiento de los nacionalistas del sur, que deseaban conservar sus privilegios sobre la esclavitud. A pesar de ello, la escritora no dejó de trabajar incansablemente. Entre 1862 y 1884 Harriet escribió un libro por año aproximadamente con un éxito más que regular. Después de su muerte, en 1896, vendrían las críticas a La cabaña del tío Tom, en ocasiones muy duras. En primer lugar se censuró su carácter acentuadamente cristiano que llegaba al punto de convertir al tío Tom en mártir que perdona a su asesino. Si tal énfasis había obtenido gran apoyo en 1852, a finales del siglo XIX los personajes y el tono de la novela eran tachados de insoportablemente santurrones.
El libro narra las vicisitudes de un esclavo llamado Tom, quien pasa de unos amos a otros. Además del personaje central (Tom), a su alrededor se mueven otros con sus historias respectivas. Historias realmente conmovedoras llenas de críticas hacia el pensamiento esclavista de la época, con opiniones muy personales de la autora al respecto.
La cabaña del Tio Tom es una obra con estilo coloquio, con enorme fuerza. Es como un púlpito para su autora. En ella la religiosidad es un apoyo constante contra la esclavitud. Una obra que habla acerca de la esclavitud, de cómo eran tratados los negros y de hombres sin escrúpulos que no sentían el más mínimo sentimiento hacia ellos. También contiene religiosidad ya que la mayoría de los personajes se apoyan del cristianismo para sobre llevar todos sus problemas y tristezas.

Thursday, December 28, 2006

EL SANTO DEL PUEBLO (fragmento)

No quiero ir, pero soy su último descandiente. Avanzo. Nadie camina junto a mí, sólo un óvalo negro bajo la mañana. Volteo, las puertas cerradas en ambos lados de la calle. Ni un susurro, los aullidos de los perros. El camino a la iglesia es mucho más largo cada marzo, me jala de los tobillos, provoca tropiezos.La iglesia. El atrio es un montón de sombreros, cabezas pequeñas, trenzas a modo de corona y rebozos descoloridos. Una hilera de ropones delante de la entrada, tan blancos como los claveles, rosas y alcatraces que traen de la ciudad, que miran hacia el altar y los pasillos. No es necesario empujar hombros, los cuerpos se apartan al roce de mi bastón sobre la tierra seca. Desde mi juventud transcurro por el mismo año: los sombreros alzados, las miradas se despeñan, me tocan los pies. Rostros de niños sin bautizar, sonrisas amarillas y negruzcas, incompletas. Voces parecidas a silencios me ruegan por la cosecha, por el hijo enfermo: “Si señala hacia el cielo, si me ve, el sol de mañana calentará a mi niño”. Evito sus ojos, las súplicas son de humo, ni siquiera agitan las hojas de los eucaliptos.De pronto un jalón. El ardor me hace voltear. Un hombre tiene una mecha pequeña, gris, entre los dedos, y la pone en la mano de un espectro de mujer.–Perdone usted, tata, dicen que las reliquias son buen remedio para males incurables.–Mi niña suda gotas como de hielo, habla cuando está sola en el jacal. No pude traerla, ahora tendré que esperar hasta el otro año para bautizarla.Quedo delante de las dos miradas negras un momento, me froto la coronilla y vuelvo a caminar. La iglesia. Llego al altar sin ver la explosión de blancos, vuelta a la derecha, sigue la capilla dedicada al más antiguo de mis abuelos, la banca recién barnizada, sólo para mí. Podría recorrer la ruta aun estando ciego. Un mechón, pienso con la barbilla enterrada en el pecho, antes fue recoger la tierra debajo de mis pasos, rasgarme la camisa y acariciar el bastón; seguro después querrán un ojo o mi último latido.Me siento ante un espejo de madera: mi antepasado cubierto con pliegues blancos y azules, de rodillas, junto al índice levantado de Jesús. La barba rala y los pómulos huesudos de cuando yo era joven. Atrás, el enorme Cristo, mural de plumas. Volteo. Las tres bancas detrás de mí están vacías. Más allá, la gente que colmaba el atrio llena los asientos, el pasillo, se pone de puntitas para ver la imagen de mi abuelo, al sacristán, que toca las baldosas con una rodilla antes de encender las dos velas del altar.La gente le abre paso al nuevo sacerdote, a una fila de mujeres con envoltorios blancos entre los brazos. El hombre sigue hasta el retablo color oro, ellas se reparten en las bancas reservadas. La ceremonia anual del bautismo.El sacerdote es nuevo en el pueblo. Llegó a principios de semana. Su primera ceremonia fue el entierro del viejo padre José. El sacristán mira con el entrecejo fruncido, el hombre de casulla verde levanta los brazos y tropieza a lo largo del sermón tantas veces pronunciado por el padre José. Habla hacia la cúpula de mosaicos turquesa y ultramar, lleno de espacios en blanco, amarillo y negro –ángeles alrededor de la aureola de mi abuelo–. Cierra los ojos, se queda en silencio. Sonrío, de seguro olvidó la siguiente palabra.Esto no va a durar mucho; después de misa, entre bocado y bocado, las mujeres se encargarán de tejer la historia de mi familia, que se limita a la del beato considerado santo. Y el sacerdote joven, de cabellos escasos, me llamará a la sacristía al terminar el desayuno, preguntará si es cierto, si en verdad Jesucristo bajó de entre las plumas para bautizar a mi antiguo pariente, cuántos milagros se le atribuyen y en qué situación está la causa para canonizarlo. Yo asentiré. Y de nuevo perderé mi nombre para ser el último pariente del santo, el tata.

ALEJANDRO BADILLO EN LETRALIA

López alzó la vista para evaluar a través de las ventanas la decoración del bar, los asientos pequeños, de colores tristes, abandonados a la promesa de algún cliente. Una cerveza en la barra acompañaba la soledad de un cenicero libre de colillas. Comprobó una vez más el ligero temblor de la puerta, el letrero rojo de “Open” que se movía como péndulo, indicando la reciente salida de una persona. Haciendo sombra con la mano, aguzó la vista para tratar de distinguir a alguien y, al encontrar asientos vacíos, penumbras al fondo, removidas apenas por la silueta del barman, sintió malestar, como si el bar hubiera estado abarrotado minutos antes y los clientes, prevenidos de su llegada, acabaran tragos con rapidez, pagaran cuentas entre manoteos para salir al mediodía y evaporarse con displicencia en las calles. Pensó en las formas vagas de ese domingo, en la noche que le había regalado un insomnio presentido en los destellos del televisor sobre su rostro, justo al final de la película para desvelados. Asomado en la ventana, había acompañado en silencio los últimos restos de la noche como fantasma, testigo de la claridad que avanzaba sobre el horizonte de techos y antenas, que luego iba a fundirse en la humedad de la madrugada. Resignado, se metió en la regadera con la cabeza pesada y los ojos vueltos rendijas. Se vistió, preparó un café mientras a su alrededor los ruidos provenientes de los otros departamentos echaban a andar el sutil mecanismo de los domingos. Bajó las escaleras. En la esquina compró el periódico. Leyendo el pie de foto de un edificio coronado en llamas, recordó que ese día el Café Bagdad cerraba sus puertas. Se había enterado el viernes por la tarde, cuando en una visita a la farmacia de al lado, vio un cartel en la puerta: “Cerramos el domingo por remodelación”. Las palabras en el periódico perdieron sentido. Inmóvil, en medio de la banqueta, enfrentó la tarea de decidir el rumbo de la mañana. Le pareció absurdo regresar al departamento, no podía hacerlo porque volver ahí significaría ir a la cama en busca del sueño perdido y, al no encontrarlo, completaría sin querer el círculo de la derrota. Compró un sándwich para burlar el hambre y vagó por el centro de la ciudad. Rodeado de edificios antiguos, abandonó la idea de una ruta precisa y caminó confiado a la sorpresa de una esquina inesperada, echar la suerte a callejones deshabitados, jugar a seguir los pasos de alguna persona. Así, encontró varias tortugas amontonadas en una tienda de mascotas, dejó que un ave amaestrada le revelara el futuro y finalmente —más por inercia del recorrido que por un interés genuino— fue a unirse al escaso público de un mago ambulante. Más tarde, sentado en el parque a donde su madre lo llevaba cuando era niño, se sintió extraño ante la gente que lo veía columpiar los pies, como si de esa forma buscara una alternativa a su vida en el departamento. Observó las puntas polvosas de sus zapatos: había agotado las sorpresas del día y era hora de regresar al departamento. Fue en el camino de vuelta, cuando esperaba junto a una línea de gente el rojo del semáforo, que reparó en ese bar pequeño, con apariencia de haber sido metido a fuerza entre la enorme zapatería y la tienda de electrodomésticos. Pasaba por esa calle todos los días y le sorprendió darse cuenta de que el bar había estado siempre ahí, de que víctima de su propia cotidianeidad se había estado disolviendo en su mirada hasta volverse invisible. Estuvo indeciso frente al “Bar 10”. El letrero de “open” —ya inmóvil— esperaba cualquier empujón para volver a su vaivén.
Para leer más de este excelente cuento: www.letralia.com
Un saludo a todos, y que el Año Nuevo nos traiga mucha inspiración, lecturas, cuentos, cerveza, y lo que quiera cada quien!!!!!

Monday, December 18, 2006

FANTASMAS DE NAVIDAD

El primero te visita. Arranca las sábanas, cobijo de tu piel de hielo, y obliga a mirar desde la ventana helada. Tu aliento redobla la nieve, segundo cristal. Las imágenes llegan desdibujadas, atraviesan el hielo líquido que escurre de tus ojos. Mira, la orden apoyada en un dedo largo, da raíz sin alimento. Una boca muda ha depositado tu próxima acción sin agitar la lengua. Obedeces. Dentro, un árbol de telarañas plateadas y ramas vencidas por un peso de esferas de hilo, donde no se refleja ni la campana más próxima. Camas sin pliegues, extendidas en el gris de los muros, y cajas de aire junto al tronco sin savia, sin corteza. Apartas los ojos como si asistieras a la copulación entre dos equinos; no quieres ver las sombras que se arrastran por la habitación blanquísima. Finges no conocer el ruido de sus pies al caminar. La voz de ese ser de savia podrida te guía sin que la escuches. Caminas sobre calendarios sin hojas hasta el lugar donde los pinos huelen y abrazan cajas de moños dorados y azules, donde más figuras cruzan delante de ti, detrás, a un lado, a través de tu pecho, sin hacer caso de tus latidos a medio fuego, de que tienes sombra y respiras.
De pronto el ser de savia se convierte en uno de cera derritiéndose, los mechones en su cabeza arden sin ennegrecer. Las mismas guirnaldas de pino, el mismo olor a flores rojas, deshojándose eternamente, una mano que las recoge. Arrancas cada adorno, te vuelves, gritas sin voz. Un bulto dentro de la garganta, la respiración es ornamental. Tu corazón está silencioso. Solo. Alguien fue aliviado de la carga que significa el tiempo, el arrastrar los pasos, el levantar un dedo, la mano para saludarte, el depositar un beso antes de decir adiós, por la madrugada. El cuerpo de cera sólo posee la voz de las gotas recorriendo su cuerpo. Con la podredumbre se fue su facultad de ordenar, de hablarte. Únicamente alarga la mano y te lleva ante otra habitación, tan vacía como la que acaban de abandonar. Eres un trozo de cera, él te ha contagiado de ese derretirse sin desaparecer. Ahora la orden sale de tus propios labios. Los cierras, los dientes son barrotes. La palabra se escurre. Mira. Quien te dio esa instrucción no existe, no lo reconoces. Un tirón, arrancas el brazo entero. Es un hilacho desmadejado a tus pies. Se convierte en raíz, se enreda para penetrar tu piel antes de alcanzar tus hombros. No miras. Lo sabes. La misma habitación desierta, las mismas sombras deambulando por el gris de las paredes, los pinos marchitos y las esferas opacas. Hielo con sabor a duraznos podridos. Aunque eres libre de órdenes no hay razón alguna para celebrar.

Friday, December 15, 2006

ALEJO CARPENTIER

Carpentier, como él mismo se considera, era un hombre de su tiempo. Decidió abordar la realidad americana descubriendo en todo su fantástica existencia la majestuosidad de un continente donde lo maravilloso podría encontrarse a cada paso, desde la incontenible Haití, hasta el Gran Río (Orinoco), incluyendo, por supuesto, toda la riqueza expresiva de Cuba y el Caribe, escenarios principales de sus novelas.Escritor universal, proporcionó con su apropiación de América, a través de lo real maravilloso y su escritura barroca, una nueva línea creadora que lo hacen trascender en su narrativa, indicando nuevos caminos en la novela latinoamericana. Periodista, músicólogo, crítico de arte, permitió una comunicación entre el Viejo Continente y América en materia de cultura. Nace el 26 de diciembre de 1904 en la calle Maloja, La Habana. Su padre, Jorge Julián Carpentier, francés, arquitecto; su madre, Lina Vamont, profesora de Idiomas, de origen ruso. Desde muy pequeño tiene inclinaciones hacia la música. Sus primeros años lo pasa en una finca en las afueras de la ciudad. En 1917 ingresa en el Instituto de Segunda Enseñanza de La Habana y estudia teoría musical. Ya en 1921 preparó su entrada en la escuela de Arquitectura de la Universidad de La Habana, aunque abandona los estudios con posterioridad. Su vinculación al periodismo comienza en 1922 en La Discusión, una carrera que lo va a acompañar por el resto de su vida. Integra el Grupo Minorista en 1923 y forma parte de la Protesta de los Trece. Es en 1927 firma el Manifiesto Minorista y en julio de este mismo año sufre prisión por siete meses, acusado de comunista. Protagoniza en 1928 una sorprendente fuga a Francia con pasaporte del poeta francés Robert Denos. En Francia trabaja como periodista, colabora con importantes publicaciones y es el momento en que decide estudiar a profundidad América, hecho que le toma ocho años de su vida. Escribe libretos para ballet. Comienza su trabajo en la radio en Poste Parisien, la estación más importante de la época en París. Publica en Madrid su primera novela ¡Écue-Yamba-O! De 1933 a 1939 dirige los estudios Foniric. En 1939 regresa a Cuba y produce y dirige programas radiales hasta 1945. En 1942 es seleccionado el autor dramático del año por la Agrupación de la Crónica Radial Impresa. Viaja a Haití con su esposa Lilia Esteban y Louis Jover; fue un viaje de descubrimiento del mundo americano, de lo que llamó lo real maravilloso. Después de su viaje a México en 1944 realiza importantes investigaciones musicales. Publica La música en Cuba en México (1945). 1949 es el año en que publica en México El reino de este mundo. Inicia el 1ro. de junio en El Nacional de Caracas la sección Letra y Solfa que se mantendrá hasta 1961. Se imprime en México Los pasos perdidos (1953), para muchos su obra consagratoria. Con este libro gana el premio al mejor libro extranjero, otorgado por los mejores críticos literarios de París. En Buenos Aires se edita El acoso (1956). Publica en 1958 Guerra del tiempo. Regresa a Cuba en 1959 para manifestar su eterno compromiso con La Revolución Cubana. Es nombrado Subdirector de Cultura del Gobierno Revolucionario de Cuba (1960). El siglo de las luces ve la luz en México en 1962. Es designado ministro consejero de la Embajada de Cuba en París. Publica en París Literatura y conciencia política en América Latina que incluye los ensayos de Tientos y diferencias con excepción de «La ciudad de las columnas».En 1972 se edita en Barcelona El derecho de asilo. Concierto barroco y El recurso del método son publicados en México en 1974. Es en este mismo año que recibe un extenso homenaje en Cuba por su setenta aniversario. Recibe el título de Doctor Honoris Causa en Lengua y Literatura hispánicas, otorgado por la Universidad de La Habana el 3 de enero de 1975. Se le confiere el Premio Mundial Cino del Duca y su retribución monetaria la dona al Partido Comunista de Cuba. En 1976 le es conferida la más alta distinción que concede el Consejo Directivo de la Sociedad de Estudios Españoles e Hispanoamericanos de la Universidad de Kansas, el título de Honorary Fellow. Es electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular de Cuba. En 1978 la más alta distinción literaria de España, el Premio Miguel de Cervantes y Saavedra, es recibida por Carpentier de manos del rey Juan Carlos. Dona al Partido Comunista la retribución material del premio.La Editorial Siglo XXI publica La consagración de la primavera en 1979. El arpa y la sombra se edita en México, España y Argentina.Recibe el Premio Medicis Extranjero por El arpa y la sombra. Es el más alto reconocimiento con que premia Francia a escritores extranjeros.Fallece en París el 24 de abril de 1980.

Thursday, December 14, 2006

TERCER ALMA (fragmento)

Entonces fui el varón que mi padre quería como primer hijo. No me arrodillé ni tiré orquídeas junto a la caída de agua. Esperé la muerte del día bajo el golpe de la cascada, sin comer, desnuda, adormecida por el crujir de la ayahuasca entre los dientes.
Mis ojos avanzaron hasta perderse entre los arbustos. Y descubrí al poseedor de los rugidos que los mantenían de par en par. Dos jaguares blanco y azul. Las garras eran astillas de luna; la piel, un lago donde se asomaban las estrellas. Los cuerpos más cercanos con cada nuevo rugido. Pude ver cómo el más pequeño hundía la pata en el costado del mayor, cómo brotaban lamentos y polvo índigo de la herida.
Al principio pensé huir, pero me acerqué y lo acaricié. Su lengua raspó mis mejillas. El otro jaguar saltó sobre mí. Entonces la brisa los metió en mis dedos. Vi a mi padre a través de sus ojos amarillos. Sus cabellos se teñían de negro. El itipi de cada día atado a la cintura. Sonrió. Un dardo que luego depositó en mi mano partió sus labios en dos. Entró en mi pecho antes de poder responder a su sonrisa. Un nuevo templo le pertenecía.
Regresé a la aldea contando los pasos. Miré mis huellas, no habían aumentado de tamaño. Tampoco tenía dos sombras. Antes de llegar a la choza, mi madre me dio un abrazo. Nunca vuelvas a irte, dijo y se metió como si escuchara la voz de papá. Yo detrás de ella. Arrojó un leño a la fogata. Afuera, gritos, aullidos exigiendo la cabeza de un guerrero, un kakaram.
Salí. Le cerré el paso a los hombres.
–Quiero ir–. Vieron la pequeñez de mis puños, el cielo asomado al techo de hojas enormes, sus rostros con líneas negras; nunca la mirada delante de ellos. La de una mujer. Silencio, debí repetir mi petición.
–No hables con la voz de un kakaram–. Desviaron su avance y se alejaron sin voltear, con la cabeza baja.

Wednesday, November 22, 2006

PRESENTACIÓN DE LIBRO

Presentación del libro
La distancia hasta el espejo
Judith Castañeda Suarí


Premio Nacional de Literatura Joven
Salvador Gallardo Dávalos 2005
Categoría: Narrativa.


Presentan:
José Prats Sariol
Alejandro Badillo
Sergio Rosas


Sábado 25 de noviembre
Profética. Casa de lectura.
3 Sur # 701. Centro
18:00 Hrs.

Tuesday, November 07, 2006

FELICITACIONES

Desde aquí quiero felicitar a un integrante distinguido de la banda menesiana, uno de los escritores jóvenes más talentosos que conozco. Alejandro Badillo, ¡¡¡felicidades por la mención en el concurso de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción!!! La literatura comienza a hacerte justicia, mi estimado... Muchas felicidades, de nuevo. Este es el principio de los muchos premios que seguramente vienen para ti.
Esperamos la correspondiente borrachera -que en mi caso, se construirá con sidral, coca, sprite (marcas registradas) o una de esas "bebidas espirituosas" (je)

Monday, November 06, 2006

CONTESTACIÓN


Sí fue cierto, el jade se astilló, las plumas giran en aires extraños a tus pulmones, el copal se eleva hasta nubes que nunca habías visto. Piernas corren, brazos empujan los hilos azules al cielo, bocas resoplan en cuernos marinos, encerrados entre edificios rectos, blancos, de balcones, lonas plásticas y vidrio, rodeados de cajas que llevan la voz al otro lado de la montaña y encierran un instante del movimiento, de gente que no sabe a cuál punto cardinal se dirigen primero, que no entiende sus palabras.
La flor se marchitó en la tierra hace mucho; ahora está muerta, ahora es una copia de la que fue, ahora no tiene raíces ni necesita de agua. Y sin embargo sigue de pie. El oro está destruido, hasta los dioses han despertado. Lo sabías, poeta, rey, no seremos para siempre en la tierra. El sueño no se alarga eternamente. Un día este tiempo también despertará, como despertó el pasado.

Wednesday, November 01, 2006

DÍA DE MUERTOS EN MÉXICO


Tanto para los prehispánicos, como en la cristiandad, la muerte es sólo un paso para llegar a otro mundo –al Paraíso, al temido Infierno, en el caso de los católicos, al Mictlan, el lugar azteca de los muertos, el reino del Señor de Trono de Huesos.
El destino del hombre puede seguir diferentes senderos pero siempre terminará en el punto de la muerte. El momento está rodeado de bruma sólida y negra. No es posible regresar de ella, tampoco echar una ojeada; por eso se le teme tanto. En México se acostumbra burlarse un poco de ella, y hay un día señalado.
La celebración mexicana de Muertos, el día 2 de noviembre, está catalogada como Patrimonio Cultural de la Humanidad. Dentro de las festividades está la colocación de ofrendas a los difuntos con objetos personales, comida que les agradara, botellas de licor, calaveras de azúcar, pan en forma de huesos tendidos en un círculo, fotografías, velas, papel picado, cruces y copal.
Esta tradición se ha fundido irremediablemente con la religión católica impuesta por los conquistadores, pero su raíz es prehispánica.
La fiesta de muertos, se celebraba al inicio de las cosechas. Era el primer banquete después de la época de escasez, e incluso se convidaba a los muertos. Otro posible origen está en las ofrendas dadas a un muerto en el instante de su funeral. Mantas de algodón, esclavos sacrificados en la pira funeraria, para continuar su servicio en la otra vida, en el “lugar sin puertas ni ventanas”, diría Salvador de Madariaga en su obra, comida, el xoitzcuintli, perro que ayuda al alma a cruzar las aguas del río Chiconahuapan, eran los presentes otorgados a emperadores, a los señores principales y a sus mujeres y parientes. Unos días después del entierro se realizaba una segunda ofrenda: más esclavos, copal, mantas y comida, pues tal vez la anterior estuviera por terminarse.
Esta tradición la recoge el historiador español Salvador de Madariaga (1886-1978) en su novela de corte histórico El corazón de piedra verde, donde nos presenta muchas de las tradiciones del pueblo azteca, retrata los sacrificios humanos, cuya finalidad era dar fuerza a los dioses por medio de su sangre, retribuirles la vida que corría a través de su corazón, y donde también hace un contraste entre las culturas chocantes –un poco tendencioso, dicho sea de paso, por la nacionalidad del autor. La visión de un vencido difiere bastante.
En la actualidad, las celebraciones se hacen en el panteón, sentados en la cripta del abuelo, del padre, de los hijos, se come con ellos, se reza, se limpia la lápida, el altar se coloca en casa. Las ceremonias más famosas mundialmente son las que se llevan a cabo en Patzcuaro, Michoacán, en el pueblo de Mixquic, en el Estado de México.
Las letras también hacen referencia a la muerte, además de las famosas calaveras, antiguamente llamadas panteones. Desde épocas prehispánicas, poetas se refieren al hombre como un ser temporal, un ejemplo, Netzahualcoyotl (1391-1472), el rey poeta:
Somos mortales,
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra…
Como una pintura,
todos nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra…
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro,
también allá iréis
al lugar de los descansos.
Tendremos que despertar,
nadie habrá de quedar.
Otra vertiente literaria del Día de Muertos son las famosas calaveras, que se empezaron a realizar a finales del siglo XIX, y permitían burlarse de los políticos –que desde siempre han sido una lacra, ni hablar–. Muchas eran anónimas, las más aventadas. Muchas eran incautadas y quemadas por las autoridades. Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera. Las calaveras se acompañaron de grabados, como los del mexicano José Guadalupe Posada, creador de la famosa Calavera Catrina. Los textos se repartían en papeles dados de mano, en periódicos.
Y bueno, hoy, aludiendo a este aspecto de la tradición, y de paseo por el Centro Histórico de la capital poblana, viendo ofrendas dedicadas a las culturas indígenas en desaparición al Papa, a Benito Juárez, algunas con más detalles prehispánicos que otras, veo que regresaron las calaveras puestas en hojas y repartidas a la gente con el título: Calaveras peligrosas, renegadas y rijosas. Están, por supuesto, dedicadas a la finísima persona que es nuestro honorable presidente saliente, Vicentito Fox y su muy querida Martita… (fuchi!). Aquí una probada:
En este sexenio gacho
en que prometió de tocho
ya no queda ni un hilacho,
ni tele changarro y vocho…

“–Tu castigo,pues, Vicente,
será implacable y sin fin:
te condeno, eternamente,
a ser gobernado por ti…”
(Creo que esto es un signo de que la represión está regresando a posarse sobre el pueblo, de nuevo).

ALTAR

Sin flores,
sin velas ni papel naranja.
Sin el segundo aprisionado en un papel,
detrás del vidrio.
Sin dulces,
sin vino, sin agua,
sin un rectángulo pegado a cenizas,
nota que dice: “Te extraño”,
“Quiero que regreses”.

Sólo lágrimas;
el altar dentro de mi pecho.
Tus mejillas sembradas en el recuerdo
y tu mano tocándome.

Sólo tú;
transparente,
aliento sin boca.

Escucho el eco de tus pasos
a un lado del bastón,
tus huellas junto a mis pies.

Mi cara no es la misma;
preguntas por aquella sonrisa.
Se ha refugiado en otros labios
–no importa si vecinos, si fuera del mundo.

La sonrisa encontrará el camino de regreso
si quieres quedarte,
si vuelves a cobijarme
–contesto a las palabras del aire,
respuesta que se tiende sobre la mesa,
que sostiene mi ofrenda.

Tuesday, October 31, 2006

Yo...


Cavo hasta las profundidades. Montañas de piel roja y venas desinfladas a mis pies, en una playa blanca, donde los agujeros se hacen con dagas y trozos de plomo y pólvora. Mis manos se hunden hasta encontrarme, hasta sacarme por los hombros, como a alguien que estuvo a punto de secar el mar con sólo abrir la boca. Allí está. Aún los quince, los dieciséis, los ojos enrojecidos, la cabeza baja, siempre buscándose la sombra con los párpados entornados, siempre evitando ojos ajenos, sorda a voces que no son la propia. Todavía respira. Y pensé que me toparía con los labios grises y las uñas convertidas en las raíces de un pirul sin ramas. Su corazón sigue bombeando sangre aunque le haya prestado las arterias a otro cuerpo, también suyo; un cuerpo plantado en el tiempo venidero. Despierta, al fin. Me observa sin verme, la mirada detrás de mi hombro, las comisuras casi tocándole la barbilla. Allí siguen los fantasmas.
Y vuelvo a sentir ese anudarse de las cuerdas vocales, esa cuerda aprisionando la pared interior del cuello al instante de la caída. Ella sonríe. Ahora está sana; está sana porque me ha contagiado. Prefiero aprisionar su garganta, volver a hundirla en las profundidades rojas, enredarla entre aquellas lianas sin aire que saqué para buscarla. Dejar que se ahogue.
El hoyo está suturado. Hilo casi transparente, tan fino como las huellas que deja la araña entre dos ramas vecinas. Lo toco sin sentirlo, pronto su color se pierde. Intento imitarla, sonreír, sonreírme en las marismas. No puedo. El espejo me devuelve el rostro de cuando tenía quince años. He terminado por desenterrarme.

Thursday, October 26, 2006

CAZADORES DE CABEZAS DEL AMAZONAS

Relato de las experiencias vividas por el autor, un estadounidense que llevado por sus ansias de aventura se trasladó a finales del siglo XIX al Alto Amazonas. Su estancia en la selva amazónica fue interesantísima y así nos lo cuenta en primera persona: fue el primer hombre blanco que exploró determinados afluentes del Amazonas, sufrió el ataque de los murciélagos vampiros, entró en contacto con los jíbaros, cazadores de cabezas que nunca habían visto a un hombre blanco, encontró "un arroyo de agua hirviendo donde se hacían huevos duros en cinco minutos" y una región donde no se podía hablar en voz alta porque se desataban aguaceros torrenciales. Regresó a Nueva York en 1901 y publicó el libro en 1923.
Fritz W. Up de Graff nació en 1873 en los EE.UU. Ingeniero de profesión, estuvo en Ecuador interesado en la modernización industrial de ese país. Desde allí inició un viaje de aventuras por el Amazonas por una ruta que todavía hoy es considera como muy peligrosa. Volvió a Nueva York para más tarde trabajar como ingeniero de minas en México, Norteamérica, Cuba y España. Murió en 1927 en un accidente de coche. Cuatro años antes había publicado su obra Cazadores de cabezas del Amazonas.
Se trata de un extraordinario libro de aventuras, ameno y entretenido. Cuenta con un prólogo de Marcos Giralt Torrente.
Dirigido a lectores aficionados a los libros de viajes y de aventuras, a la historia así como a la antropología.

LAS CALAVERAS

Son una especie de epitafio–epigrama en forma de verso, dedicado el 2 de noviembre, Día de los Fieles Difuntos, a los amigos, a los políticos en general.
En un principio las calaveras se llamaban "panteones", y nacieron en el siglo XIX como una forma de crítica a personajes de la política. Se publicaban en periódicos, revistas y en hojas sueltas, y se vendían al público el 2 de noviembre.
Las mejores, es decir, las más aventadas, eran anónimas. En esos casos la policía las confiscaba y destruía.
Una de las más antiguas es de 1885, y apareció en "La patria ilustrada", periódico conservador de la época porfiriana, dedicada a Ignacio M. Altamirano (novelista y poeta mexicano nacido en Tixtla, en 1834, de ascendencia indígena):
Con talento soberano
en vida manejó el estro,
mas no pasó de maestro
el maestro Altamirano.
Más tarde, las calaveras fueron ilustradas por José Guadalupe Posada, grabador mexicano conocido por sus caricaturas sociales. Posada sólo ilustraba, no escribía los versos. Se le reconocen casi 200 calaveras, pero los textos sobre Francisco I. Madero, Emiliano Zapata, Victoriano Huerta, entre otros que ilustró, están perdidos.
Pasada la Revolución, las calaveras se centraron en artistas, literatos, periodistas, por ejemplo, el muralista Diego Rivera:
Este pintor eminente,
cultivador del feísmo,
se murió instantáneamente
cuando se pintó a sí mismo. (1929, del "Fantoche")
En 1939 se fundó el taller de gráfica popular con los mejores grabadores mexicanos, y una de sus actividades era la edición de calaveras:
Boticarios y medicinas.
Listas van y listas vienen,
y las medicinas tienen
precios exhorbitantes.
Cualquier dolor de barriga
cuesta un dolor de cabeza
y total nadie se alivia.
La muerte, que noes tan tonta,
ya puso su botiquita
que es una preciosidad...
(Por supuesto con licencia
de los de salubridad). (1942)
En la década de los cuarentas volvieron a aparecer las calaveras aludiendo a personajes de la política, como el presidente Miguel Alemán. Y también volvieron los textos anónimos, hojitas que circulaban de mano en mano, aludiendo a Gustavo Díaz Ordaz, al PRI, a Luis Echeverría:
Echeverría, Echeverría,
yaces en la tumba fría:
te mataron los patrones,
te enterró tu poli–cía.

Thursday, October 12, 2006

RELACIÓN ACERCA DE LAS ANTIGÜEDADES DE LOS INDIOS


La Relación del fraile Jerónimo Ramón Pané terminada de componer a fines de 1498, es considerada por algunos el primer libro escrito en el Nuevo Mundo. Pero su importancia no radica solamente en esto. Es también la primera descripción de la religiosidad de los indios taínos, habitantes naturales de Santo Domingo.
Fray Ramón Pané, "pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo" como él mismo se presenta, llegó a la Isla en compañía de Colón en su segundo viaje en 1494. Después de vivir un año en el fuerte de la Magdalena, por indicación de Colón y con el fin de aprender la lengua se trasladó a vivir con el cacique Guarionex. Durante casi dos años permaneció con este cacique hasta que decepcionado porque éste abandonaba las enseñanzas cristianas, se trasladó a vivir con el cacique Mabiatué que manifestaba su deseo de adherirse al cristianismo. Durante tres años permanece Pané con este cacique, el cual "continúa con buena voluntad, diciendo que quiere ser cristiano".
Se piensa que Pané habría entregado su manuscrito a Colón, quien habiendo llegado a la Española en 1498, volvía a España en agosto de 1500. En España el manuscrito fue visto y usado por al menos tres personas: Pedro Martir de Anglería quien lo incluye en la primera de sus Decadas del nuevo Mundo. Fray Bartolomé de Las Casas que lo extracta e incluye en su Apologética historia de las Indias. El hijo de Colón, don Hernando que lo reproduce íntegro en la Historia del Almirante don Cristobal Colón.
El manuscrito de Pané después de esto desaparece.

¿DE CUÁL RAZA?


El 12 de octubre se celebra un aniversario más del encontronazo entre dos continentes. Cristóbal Colón abrió una nueva ruta para quienes vinieron después. En 1508, en Puerto Rico Juan Ponce de León y Diego Velázquez en Cuba. 1519 señaló la llegada de Cortés a México, y 1530 vio a Francisco Pizarro llegando al Perú.
A partir de entonces la historia de América es similar: trabajo en minas y plantaciones bajo el pie español, muerte a causa de las larguísimas jornadas, de la mala alimentación (en Perú, se reanudó el uso de la hoja de coca, ya no para fines ceremoniales, como antes, sino para trabajar más con menos alimento, como es el caso de los mitayos en las minas de Potosí, donde extrajeron plata hasta agotar el yacimiento).
Las consecuencias de la población indígena, prontamente mermada, se extendieron hasta el continente africano, a la “Costa de los Esclavos”: Guinea, Senegal, Gambia, etc., donde los mismos negros secuestraban a miembros de tribus ajenas por las ganacias prometidas, y los entregaban a los europeos, quienes se encargaban de transportarlos a las nuevas colonias y venderlos a plantaciones en las que eran sometidos a jornadas larguísimas, a ocasionales torturas por cualquier razón, y donde quedaban sentenciados a unos siete u ocho años más de vida.
La esclavitud, conquista y tributos no eran desconocidos para las culturas precolombinas. En Perú, los incas conquistaron un enorme territorio, hasta el actual Chile, y acostumbraban alejar de su lugar a los integrantes de los pueblos sometidos, con la intensión de evitar revueltas.
En México, el imperio azteca alargó los dedos hasta las costas y fue uno de los más importantes de Mesoamérica. Su riqueza más bien procedía de los tributos. Ellos conquistaban un pueblo y se contentaban con exigir impuestos; les permitían vivir en el mismo sitio, el cacique local seguía mandando, sólo subordinado a las órdenes del emperador, los dejaban adorar a sus propios dioses –incluso adoptaron a algunos de éstos–. Había esclavos, sí, pero no eran considerados objetos, como en el derecho romano: podían tener bienes, sus hijos nacían libres, incluso podían a su vez tener esclavos. Las clases sociales estaban muy marcadas, pero el noble tenía mayores responsabilidades y se le trataba con más severidad que a un macehual o plebeyo: el delito de embriaguez en público, que en el hombre común significaba una reprimenda y la vergüenza de tener la cabeza afeitada, era la pena de muerte para un noble.
Su enorme religiosidad ayudó a su caída, Quetzalcoatl regresando como lo prometió. Al igual que en los demás territorios conquistados trabajaron para el enriquecimiento de los españoles, entregaron los frutos de su tierra, su tierra misma, a manos extrañas, vieron cómo los antiguos dioses, los códices guardianes de su historia, se convertían en arena o alimentaban hogares, cómo las piedras grabadas, las pirámides, se desgajaban para traer ciudades ajenas, cómo las mujeres parían niños que no eran indios ni españoles.
Y entonces viene de regreso la pregunta: ¿De cuál raza?

Tuesday, October 03, 2006

ABRIR UNA CAJA


Siete kilos. Fue abrirla y encontrarme como con otra persona. Es raro verme por primera vez dentro de una cubierta blanca, ajena a la computadora, a mis dedos armados con el bolígrafo, llevando ideas hasta la piel de un cuaderno escolar. Esos libros me vieron como verían a un extraño, a cualquier posible comprador desde un estante de librería.
Y soy yo, una parte de mi mente descansa en esas páginas sin blanquear, aunque crea que es un autor desconocido, nuevo, abriendo un sendero entre hombros viejos, apretados.