Monday, July 10, 2006

ALEJANDRO MENESES, A UN AÑO...

El viernes 7 de julio, en Profética, a las 19:00 hrs. se realizó un homenaje a quien fuera uno de los mejores escritores avecindados en Puebla, Alejandro Meneses, a un año de su fallecimiento.
La velada estuvo a cargo de sus alumnos, amigos, por qué no decirlo, pues Alejandro era más que un maestro: sentía preocupación por nosotros, trataba de conocer las inquietudes de cada quien. También participaron Ediciones de Educación y Cultura –dos rondas de osos y ejemplares del excelente libro póstumo, presentado también en Profética, Tan lejos, tan cerca, casi a mitad de precio.
En las diversas lecturas, Alejandro Badillo, una servidora, Judith Castañeda, Elías D’Alva, Sergio Rosas y el maestro José Prats Sariol, tocaron diferentes aspectos de la vida del amigo: la cocina, el vodka, su eterna oficina instalada en una mesa del ya famoso bar “La Matraca”, ubicado en la contraesquina de la Catedral, su gusto por los autores estadounidenses, las atmósferas que envuelven sus cuentos, algunos de sus temas, como la muerte, aquella larga celebración del final de uno de los tallares en la SOGEM, en el 2004 –la recordó Badillo y los demás sonreímos: un taxi a las once de la noche, después de la lluvia y La Matraca, la ¿comida, cena?, en un restaurant cercano a la zona del Carmen, la caminata a las casi dos de la mañana hasta la 31 Poniente para dejar en su casa a Princesa, otra de sus alumnas, y por supuesto, en mi caso, la desmañanada para estar a las siete en el trabajo...
Alternando textos y canciones, descubrí la faceta de compositor de Meneses (José Alejandro Onorio, sin “H”, diría Sergio Rosas). Fue un gusto escuchar en voz de Carlos Arellano y Luis Benítez canciones como el blues de Los cinco pesos, que conocía de un programa especial, hace prácticamente un año, transmitido por Radio BUAP.
Entre los asistentes, estuvieron familiares y amigos de Alejandro: su madre, la señora Malena, Rosa e Irasema, viudas, su hija Fernanda, Efigenio Morales, Víctor Arellano, Julio Eutiquio Sarabia, Mariano Morales, del Síntesis, con quien tanto tiempo colaboró Meneses, coordinando el suplemento cultural Catedral, Blanca Luz Pulido, Víctor Rojas y Miraceti Jiménez, entre otros, a quienes agradezco su presencia.
Aproximadamente hora y media, y aun así el tiempo no fue la gota que no termina de caer de la llave. Se sintió la presencia de Alejandro en el ambiente, en el rostro de su hermano mayor, tan parecido a él, en el agradecimiento de su madre y sus hermanos, en los recuerdos y la música.
Tal vez Alejandro, el gurú, mi profe, estuvo burlándose, como comentó Carlos Arellano al inicio de una canción, pero no importa; sus alumnos no podíamos dejar pasar de lado el primer año de su ausencia, el agradecimiento a sus consejos, a su compañía, a su persona tan generosa con nosotros, a su sabiduría, a su amistad. Al hecho de que hayamos estado junto a él por algún tiempo, menor en mi caso, a partir de marzo del 2002.
A Meneses, además de lo mucho o poco que sé, lo que he intentado escribir, le debo mi herencia: buenos amigos de quienes también he aprendido y sigo aprendiendo, Alejandro Badillo, el bigardón de Elías, Sergio, Maribel, Betty Meyer, José Prats... Gracias, Meneses, y nos seguiremos viendo cuando abra Días extraños, Tan lejos, tan cerca o Ángela y los ciegos, cuando escoja, ante la computadora o una libreta, qué teclas oprimir, qué trazos formarán el primer párrafo, el título. Cuando dude y te escuche decir: “¿Te cae?”

Tuesday, July 04, 2006

MARIANITO VOCEADOR, DE REGRESO...

Esta vez para anunciar el homenaje a Alejandro Meneses, el viernes 7 de julio en Profética. Habrá lecturas, música de Carlos Arellano, ejemplares del libro póstumo "Tan lejos, tan cerca" y ¡¡osos!!
Les recomiendo que vayan, un rato recordando a quien fuera el MEJOR ESCRITOR y MAESTRO que cualquiera hubiera deseado tener...
Hoy se cumple un año de su muerte, y se le sigue recordando, como se hará durante mucho tiempo. De igual manera su obra no debe quedar guardada en los anaqueles. Libros como Ángela y los ciegos, Casa vacía, Días extraños, son de los que no pueden faltar en ninguna colección.

ALEJANDRO MENESES II


La muerte es el único evento que tenemos seguro en la vida. Es hacia donde nos dirigimos, irremediablemente y sin escalas. La literatura es la vida, decía Alejandro Meneses (Altzayanca, Tlaxcala 1960–Puebla 2005). Y dentro de ese existir alterno de tinta y papel, la muerte también se hace presente con diversos vestidos: la boca de un fusil, la ausencia de quien nos ha acompañado, la vejez entre sábanas de hospital, un veneno pastoso en los labios, un signo de interrogación...
La obra de Meneses no está exenta de muerte. Algo que es común a casi todos sus cuentos es el deceso del padre. En “El barco de cristal” de Días extraños, colección Asteriscos, editado por la Universidad Autónoma de Puebla en 1987, con un telegrama le anuncian al personaje que su padre ha muerto. Su madre. Y diez años después de huir debe regresar a la casa de la playa, de su infancia: “Mi madre en un escueto telegrama me anunciaba la muerte de mi padre. No me dolía. Sólo sentí que las cosas ya no estaban en su sitio, en el lugar en que, al principio forzosamente, después por la costumbre, las había puesto para alejarme de un pasado que me incomodaba. Este reacomodo, que había ocupado los últimos diez años, volvía a descomponerse con la noticia. Desde que había salido de mi casa no volví a ver a mi padre, a mi madre contadas veces, y creía que mis antiguos sentimientos estaban sellados, cauterizados. Nada sentía por ellos y este desamor me daba comodidad”. El personaje, contrariado, tiene que encontrarse con su madre.
Después del velorio, si ese nombre se le puede dar a un momento donde dos personas solas buscan separarse aún más al ir a cerrar una ventana, con una lámpara apagada, incluso con las frases que intentan decirse y no saben cómo, llegan los rezos ante el esposo muerto: “Tristísima cara de oveja, babeante niño idiota, no quiero que descanses. No vas a notar en mi rostro el dulcísimo deseo de arrojar tu cajón por la ventana; las cosas seguirán igual que antes para que te des cuenta que desperdiciaste tu vida de la manera más estúpida, hincándonos con tu odio sin sentido, abarcando nuestras vidas como si la tuya no te bastara. Esperas, ya sé que estás esperando que algo suceda y nos soltemos a llorar, que sientas que nuestro amor, aunque sea impostado, te toca allá donde te encuentras. Pero nada pasa y tu hijo duerme como si no hubieras muerto, y yo me arrodillo ante ti por última vez, para decirte lo largo de mi odio, mi sangre espesa que ya no se mueve y nada siente con tu muerte”.
La mujer escribe cartas como si platicara con el espejo; en una de ellas le comunica a su hijo la decisión de matar a su padre. Está harta de él, de sus ruidos en el baño, de “sapo en su charca, borborigmos densos, eructos, toses y chapaleos de anciano”. Y le pone veneno para ratas en la sopa de avena. Él se da cuenta y de todos modos sigue llevando la cuchara a su boca. Está muerto, desde antes lo estaba, y ahora la mujer lo quemará en el patio trasero. La atmósfera de este cuento se resume en una frase con que el narrador describe la casa: “Lo que me rodeaba tenía la apariencia de esos bodegones oscuros, infinitamente tristes, donde reposan frutos marchitos, acomodados por alguien que no sabe qué hacer con su tristeza”.
En Ángela y los ciegos, libro editado por Cal y Arena en el año 2000, se repite la muerte del padre del personaje y aun más; ese sino se extiende a su prima Ángela, quien llega a la casa de su tía. “–Tu tío se murió anoche...Pensé en el tío que todos los años invitaba, a la viuda y al huérfano, a esa casa de la playa a la que mi tía Mercedes dedicó su vida de gorda bonita”.
Al igual que en “El barco de cristal”, “Ángela y los ciegos” pone de manifiesto una separación entre el personaje y su madre, sólo que esta vez la causa no es por la huida de la casa paterna; la lejanía está dentro de las mismas paredes. Él le dice a su prima: “Espantas a mi madre porque no puede tenerte. Piensa que deberías ser suya. Siempre te quiso pero nunca llegaste a su vientre. Ahora, siempre te estás yendo, nunca acabas por llegar”.
Otra diferencia es que él sí tiene deseos de acercarse, sin lograrlo. “Yo me quedé tras la puerta, rodeado por el resplandor de las ceras; entre ellas, la de mi hermano. Me asomé: Mi madre pasó su mano áspera por el cabello de mi prima. La estrechó contra su pecho, acercándola hasta un sitio al que yo nunca había podido llegar. Mi madre vio mi cara lejana: luz y sombra sobre los rasgos que algún día fueron de mi padre. con la cabeza me señaló la escalera, el mundo exterior, la lluvia. Y se quedaron solas. Como siempre, sin mí”.
Hay trece años de distancia entre Días extraños y la nueva musicalidad que envuelve a cada narración de Ángela y los ciegos, que es una reunión de frases contundentes: “Abrí los anaqueles, revolví el refrigerador donde las verduras, abandonadas, criaban hongos con sabia paciencia; metí la mano en ciertos lugares de la alacena que no visitaba hacía meses: tallarines fosilizados, especias en peligro de extinción, harina convertida en roca, un caramelo, telarañas deshabitadas, el frágil cadáver de un ratón”.
La recopilación Casa vacía, publicada a finales del 2004 por LunArena, recoge algunas de las narraciones que construyen Vidas lejanas (ABZ Editores, 2003), cuyo tiraje se adquirió en su totalidad para las bibliotecas de aula.
En cuentos como “Escalera al cielo”, “Cuaderno de viajes” o “Sequía”, se siente un acercamiento, cierta complicidad, entre el personaje o narrador, y su madre, los tíos. La constante, el padre sigue siendo algo etéreo, algo que se va antes o durante el cuento; incluso algo que no se menciona.
“Cuaderno de viajes” narra esa cercanía que hay entre el abuelo y su nieto, la complicidad del dictar y escribir biografías y crónicas de viajes imaginarios, poemas. De nuevo, el padre muerto. El anciano haciendo un poco las veces de padre; al mismo tiempo es un niño ante la televisón, las caricaturas. Muere al final: “Ahora, como mi padre, ha regresado a esas regiones donde el calor es un mosquito y el frío un mero paisaje blanco. En su biografía no aparecen sus padres, nunca se casó, nunca tuvo hijos, nunca vivió en esta casa y yo, por supuesto, no he nacido. Ni lo haré”.
En “Sequía” intervienen dos voces, padre e hijo. El padre vive con su tío, quien le hereda un rancho pulquero, propiedad que finalmente terminará en manos de don Luis, cacique de ciudad, quien compra el pulque al precio que él fija, y luego es cliente de la carnicería que el padre adquiere con el dinero de la venta del rancho.
A diferencia de otros cuentos, el padre continua vivo al final de la narración. En cambio, la muerte alcanza a don Luis en “un hospital de Puebla”. Quizás Alejandro Meneses pensó en este personaje como una especie de padre, pues tiene cierta simpatía, cierto acercamiento, con el hijo.
En el cuento “Un extraño en el paraíso”, también existe un personaje que tiene cercanía con el narrador. Un asaltante cojo a causa de un balazo detrás de la rodilla, un hombre que mató al padre de aquel casi junto a su cuna. Esta vez el personaje vive con su abuela, abandonado por su madre desde la niñez. Ese “ladrón ridículo, asesino bufo”, lo ayudará a recuperar a su padre a través de un cuaderno azul, pues él no lo conoce: “Por las fotografías que conservo sé que mi padre fue un hombre robusto, de cabello quebrado y labios finos. En todas aparece de corbata, no se la quitaba ni en los días de campo: junto al río y con los pies desnudos pero con corbata. Mi madre se recarga sobre su pecho mientras él mira a otro lado, nunca a la cámara”. Esto último también signo de esa lejanía entre él y su padre.
Los cuentos de Vidas lejanas son atmósferas y metáforas, creo, pensadas durante más de una noche. Decía Alejandro: “Busquen sus propias metáforas, confíen en sus instintos”. De “Escalera al cielo”: “–Va a llover– dijo mi tío Manolo, mirando el cielo pesado que latía y empujaba, lentísimo, su plomo hacia Huamantla. La montaña azul, espumosa de nubes, se derramaba como un vaso lleno sobre las orillas del pueblo”.
¿Qué tanto hay de la biografía de un escritor en su obra? Alejandro Meneses perdió a su padre a una edad muy temprana, de cinco años, acercándose así a su madre. Este sino desafortunadamente se ha alargado hasta alcanzar a sus dos hijas, de diez y seis años de edad. Meneses murió hace casi un año, dejándonos huérfanos también a sus alumnos y amigos. Ahora sólo resta mantenerlo vivo en sus libros, en sus cuentos, tratar de plasmar sus enseñanzas en otros textos, recordar la época en que coincidíamos en “su oficina” y levantar un “oso” a su salud. Él sigue respirando.

ALEJANDRO MENESES

Dudo en el ángulo desde donde arremeteré a la pantalla. Pienso, oprimo las letras, vuelvo a pensar y borro. Creo que desde tu ausencia sólo disparo teclazos en el agua. De nuevo, a casi trescientos sesenta y cinco días, pongo mi alma, mis recuerdos, frente a mí, trato de tejerlos para ofrecerte unas palabras. La voz de tu última presentación –en vida–, Casa vacía, está cantándome en estos momentos y vuelve a atacar mi garganta, ella sí con eficacia, a recordarme esa llamada de Alejandro Badillo, uno de los amigos que me legaste, preguntándome por ti, si te había visto, si hubo taller el miércoles pasado; al fin diciéndome como si él tampoco lo creyera, como si no fuera él: “Parece que falleció el fin de semana”. Colgué muda. Seguí viajando por la computadora, elucubrando esa última tarea donde alguien hace alarde de sus aptitudes como cocinero y asesino, pero pensando en ti. Temblé, como esta mañana. Efecto retardado. Quise que fuera mentira. Luego repetí el ejercicio de Alejandro, una mala noticia extendiéndose como una mancha, consumiendo tiempo aire, entrando en otros oídos, sacando miradas líquidas.
Después de aquella cita en Profética, en donde estuviste presente por partida triple, espíritu, recuerdos y una fotografía blanco y negro, busqué tu nicho. Debo confesar mi poca habilidad para localizar un pequeño recuadro entre pequeños recuadros de la pared. “Llámame, Meneses, no soy buena para esto”, grité con murmullos. Un ramo de gardenias en mi bolso. No te encontré, y salí con una esperanza: escuchar tus comentarios el próximo miércoles, leer para ti un texto de esos que sólo tu maestría generaba en mi cabeza.
Después de unos días, visité a tu mamá, me metí en su abrazo y te lloré. Luego supe dónde encontrarte. Es para dar risa, necesitar coordenadas en un sitio estrecho y circular, debajo del suelo de la iglesia que está en la colonia Santa María –de los Niños, dirías–. Ante la imposibilidad del ramo de claveles, un pedazo de papel con mala letra en tinta negra: “Te extraño profe”. Y sigo haciéndolo.

Hay maneras de morir sin dejar de respirar, como aquel joven poeta inglés que peleó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial y terminó en un hospital psiquiátrico, mencionado por David Huerta en su más reciente visita a Puebla, una lectura a las diez de la mañana después del homenaje a José Lezama Lima, dedicada a ti. Estoy de acuerdo, y sé de otra, tal vez no tan contundente, sino que va matando de a poco, como una enfermedad alojada en el cuerpo desde el instante de nacer, adormecida por el vapor de los medicamentos: voltear y ver una herida roja en lugar de un amigo.
Pensando en esa frase, se podrían cambiar los términos: “Hay maneras de vivir sin emitir latidos”. Y también eres el ejemplo, Alejandro. Como en Cuando sueñe, sueñe usted con eso, abro un libro y me encuentro, no con la “soledad de una flor dibujada en el papel, con palabras venidas de algún rincón de la ciudad”. Las páginas me regresan tu voz hecha letras, tu rostro como celulosa blanqueada. Sigo sorprendiéndome con ese rezo ante el féretro del esposo muerto en la casa de la playa, con una botella que es capaz de guardar una historia que luego repetirá, con una joven maestra de, no para ciegos, en constante búsqueda de la escuela semejante a un edificio con ruedas en lugar de cimientos, con los números de Catedral que guardan trozos de tus Vidas lejanas... Esos son los impulsos de tu corazón, Alejandro, el timbre de tu voz. Tu presencia.
Pero tu lugar se extiende incluso antes del inicio de cada libro, dentro de palabras azules y negras. En los espacios de tinta están guardados saludos, consejos, buenos deseos, “P.D. también para la abuela”. Si las acaricio como si fueran a romperse con un soplo, todavía siento la fuerza de tu mano, el apoyo del bolígrafo en el papel. Para tu voluntad y alma de escritora, para mi querida amiga Judith, autógrafos que la eterna admiradora guardará incluso cuando sean pigmentos en el ala de una mariposa.
Y más allá, guardo tu dirección de correo electrónico entre mis contactos, el único mensaje que me enviaste, tu número telefónico. No los borraré, pero tampoco te escribiré o llamaré otra vez. Me dolería ver esos mensajes de regreso porque no pudieron entregarse, porque la dirección no existe más, escuchar un saludo, una voz diferente a la tuya.
Ángela y los ciegos me obsequia una fotografía, el tiempo anterior al mío coincidiendo con el tuyo. Detrás de un vaso a medias, que adivino de vodka, volteas hacia otro lado, tus manos son escudos sobrepuestos. Tuve dos hipótesis: aplaudías o no querías salir en la instantánea que perpetuaría ese segundo. No acerté con ninguna. Era sólo una plática en tu casa.

La mejor manera de mantenerte respirando es seguir tus enseñanzas. Escribir biografías para los personajes, escuchar la música dentro de un cuento, unir trama y urdimbre de la atmósfera, leer –¿ya leíste Pedro Páramo? No. Entonces tienes tarea–. Seguir los instintos... Lo hago. Varias veces avanzo en la dirección equivocada. Siempre me harás falta en el timón. Pero no te has separado de él por completo. Ahora tu espíritu se encuentra en otros consejos, en los de Beatriz Meyer, en los de José Prats. Ellos me ayudan a mantener el rumbo y tú has pasado al lugar de los ángeles.
Eres uno de los dos que me cuidan. Bueno, de medio tiempo. Primero eres el guardián de tus hijas, de tu mamá. Cuando estoy frente a una libreta, a la pantalla, cuando aventuro mi vida en un concurso, me acompañas.
He tenido suerte en los últimos meses. La frase del futbol, portero sin suerte no es portero, se podría aplicar a mi caso: participante sin suerte no lo es. Sé que mi buena fortuna viene de arriba, donde estás tú, Meneses, tal vez un sitio como La Matraca, con un “oso” en la mano y tu sonrisa detrás de los anteojos. Leyendo mientras en la televisión se grita un gol, una canción a ritmo de tambores. Lamento no poder estar como antes, sentada a la misma mesa, la del rincón, con la cabeza entre las manos y la atención en tus frases, recuento de lecturas, elucubraciones de ejercicios para la próxima sesión (¿te acuerdas? Aquella vez de las tareas personalizadas, cuando entre los presentes dejaron para mí “que se muera el Papa”, la risa no me dejaba atender –yo, ¡qué pena!; tú, ¡ay, sí, qué dolor qué dolor qué pena!– Entonces delimitaste el enorme terreno en espera de mi exploración: “¿Cómo tomarían la noticia en un pueblo perdido en la sierra?” De tus palabras salieron buenas ideas mal acomodadas, un cuento y varias correcciones).

Mayo agoniza. La cuenta regresiva hacia el trescientos sesenta y cinco sigue y no se detendrá en esa cifra. Empieza desde antes del día de tu muerte, el miércoles anterior, cuando sincronizamos los relojes a las siete de la tarde–noche y nos despedimos hasta la siguiente clase; para siempre, aunque lo ignoráramos. Tu fotografía no ha perdido su lugar en mi repisa; ni lo perderá. Como el abuelo, en el primer cuento de la recopilación Casa vacía, has “regresado a esas regiones donde el calor es un mosquito y el frío un mero paisaje blanco. En su biografía no aparecen sus padres, nunca se casó, nunca tuvo hijos, nunca vivió en esta casa...”
A diferencia de él, en esa vida inventada, parte de un cuaderno de viajes, a ti te sobreviven, además de tu familia, los alumnos que intentan escribir un homenaje a tu obra y enseñanzas, que siguen huellas dejadas hace tiempo, hace casi un año, cuando caminabas presuroso por el centro de la ciudad, con un periódico, libros y la mochila de piel al hombro.

Friday, June 30, 2006

MARIANITO VOCEA POR CUARTA OCASION!!!

Esta vez para publicitar el suplemento cultural de Intolerancia diario, Fronda, que mañana sábado publicará textos acerca del excelente escritor y maestro Alejandro Meneses, de Roberto Martinez Garcilazo, del escritor cubano José Prats Sariol... Imperativo a casi un año de la muerte de Alejandro -profe, te extrañaré siempre.
Seguiremos informando...

Wednesday, June 28, 2006

VISIÓN DE LOS VENCIDOS

Tal vez el mejor final que pueda darse a la Visión de los vencidos sea la transcripción de unos cuantos icnocuícatl, cantares tristes, verdaderas elegías, obra de los cuicapicque o poetas nahuas postcortesianos.
El primer icnocuícatl acerca de la Conquista que a continuación se transcribe, proviene de la colección de "Cantares Mexicanos" y probablemente fue compuesto hacia el año de 1523. En él se recuerda con tristeza la forma como se perdió para siempre el pueblo mexica. El siguiente poema es todavía más expresivo. Tomado del manuscrito indígena de 1528, describe con un dramatismo extraordinario cuál era la situación de los sitiados durante el asedio de México-Tenochtitlan.
Finalmente, el tercer poema, que forma parte del grupo de poemas melodramáticos que servían para ser representados. Comprende desde la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan, hasta la derrota final de los mexicas. Aquí tan sólo se transcriben los más dramáticos momentos de la parte final. Estos poemas, con más elocuencia que otros testimonios, muestran ya la herida tremenda que dejó la derrota en el ánimo de los vencidos. Son, usando las palabras de Garibay, uno de los primeros indicios del trauma de la Conquista.
Se ha perdido el pueblo mexica
El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres; la huída es general
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad?
Ya abandonan la ciudad de México:
el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo...
Con llanto se saludan el Huiznahuácatl Motelhuihtzin.
el Tlailotlácatl Tlacotzin,
el Tlacatecuhtli Oquihtzin . . .
Llorad, amigos míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana.
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco.
Sin recato son llevados Motelhuihtzin y Tlacotzin.
Con cantos se animaban unos a otros en Acachinanco,
ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacan. . .
Los últimos días del sitio de Tenochtitlan
Y todo esto pasó con nosotros.
Nosotros lo vimos,
nosotros lo admiramos.
Con esta lamentosa y triste suerte
nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos,
es como si bebiéramos agua de salitre.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe,
y era nuestra herencia una red de agujeros.
Con los escudos fue su resguardo, pero
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.
Hemos comido palos de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas,
ratones, tierra en polvo, gusanos . . .
Comimos la carne apenas,
sobre el fuego estaba puesta.
Cuando estaba cocida la carne,
de allí la arrebataban,
en el fuego mismo, la comían.
Se nos puso precio.
Precio del joven, del sacerdote,
del niño y de la doncella.
Basta: de un pobre era el precio
sólo dos puñados de maíz,
sólo diez tortas de mosco;
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.
Oro, jades, mantas ricas,
plumajes de quetzal,
todo eso que es precioso,
en nada fue estimado . . .
La ruina de tenochcas y tlatelolcas
Afánate, lucha, ¡oh Tlacaltéccatl Temilotzin!:
ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los de las chinampas.
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya viene a cerrar el paso el armero Coyohuehuetzin;
ya salió por el gran camino del Tepeyac el acolhua.
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya se ennegrece el fuego;
ardiendo revienta el tiro,
ya se ha difundido la niebla:
¡Han aprehendido a Cuauhtémoc!
¡Se extiende una brazada de príncipes mexicanos!
¡Es cercado por la guerra el tenochca,
es cercado por la guerra el tlatelolca!
La prisión de Cuauhtémoc
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Ya se ennegrece el fuego,
ardiendo revienta el tiro:
ya la niebla se ha difundido:
¡Ya aprendieron a Cuauhtemoctzin:
una brazada se extiende de príncipes mexicanos!
¡Es cercado por la guerra el tenochca;
es cercado por la guerra el tlatelolca!
Pasados nueve días son llevados en tumulto a Coyohuacan
Cuauhtemoctzin, Coanacoch, Tetlepanquetzaltzin:
prisioneros son los reyes.
Los confortaba Tlacotzin y les decía:
"Oh sobrinos míos, tened ánimo: con cadenas de oro atados.
prisioneros son los reyes."
Responde el rey Cuauhtemoctzin:
"Oh sobrino mío, estás preso, estás cargado de hierros.
"¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General?
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita!
"¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!
"Por cierto serás esclava, serás persona de otro:
"será forjado el collar, el quetzal será tejido, en Coyohuacan.
"¿Quién eres tú, que te sientas junto al Capitán General?
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita!
¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!"

Wednesday, June 21, 2006

¿GUERREROS AZTECAS?

El partido de hoy me recordó una frase que escuché en la televisión: "Debajo de cada guerrero azteca se esconde un ratoncito asustado que quiere regresar con su mamá". Creo que estoy de acuerdo. Sólo hay que ver el rostro de Omar Bravo ante la posibilidad de anotar un penalty. Sudaba nervios y la falló.
Dijeron los comentaristas que se tuvo confianza; yo tengo otra teoría: el jugador nacional quiso ver su nombre anotado junto a los líderes goleadores. Es cierto, lleva dos, pero podría llevar tres. En ese momento no pensó en el equipo, sino en sí mismo, en la gloria personal. Mal. ¡¡Que regresen las entradas!!
Ahora sólo resta esperar a Argentina, uno de los favoritos para llevarse el título... ojalá no nos hagan pomada.
Seguiremos informando...

Thursday, June 15, 2006

EXTRA, EXTRA!!!! (Marianito debe descansar)

Unos anuncios:
El próximo miércoles 5 de julio, a las 6 de la tarde en la Casa del Escritor, se realizará un homenaje a Alejandro Meneses, a un año de su fallecimiento (aunque pasen muchos, se le extrañará como en el primer minuto).
Y bueno, también aprovecho para meter un gol y anunciar la próxima aparición de un cuento de mi autoría, el próximo sábado en Catedral, suplemento cultural del periódico Síntesis.
Seguiremos informando...

Wednesday, June 14, 2006

LITERATURA PREHISPÁNICA

Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar:
no es verdad, no es verdad que venimos a vivir en la tierra.

En yerba de primavera venimos a convertirnos:
llegan a reverdecer, llegan a abrir sus corolas nuestros corazones,
es una flor nuestro cuerpo: da algunas flores y se seca.

¿Conque he de irme, cual flores que fenecen?
¿Nada será mi nombre alguna vez?
¿Nada dejaré en pos de mí en la tierra?

En vano nací, en vano vine a brotar en la tierra:
soy un desdichado, aunque nací y broté en la tierra:
digo: “¿Qué harán los hijos que van a sobrevivir?”


En los caminos yacen dardos rotos;
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las casas,
enrojecidos tienen sus muros.
Gusanos pululan por calles y plazas
y están las paredes manchadas de sesos.
Rojas están las aguas, cual si las hubieran teñido,
y si las bebíamos, eran agua de salitre.
Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad
y nos quedabba por herencia una red de agujeros.
En los escudos estuvo nuestro resguardo,
pero los escudos no detienen la desolación.
Hemos comido panes de colorín,
hemos masticado grama salitrosa,
pedazos de adobe, lagartijas, ratones,
y tierra hecha polvo y aun los gusanos.


Historia de la Ciudad de México. Tomo 1. Fernando Benítez. SALVAT Mexicana, 1984. Págs. 30 y111.

Friday, June 09, 2006

ALEMANIA 2006.


Hoy se inició el Mundial de Fútbol Alemania 2006 muy temprano, hacia las nueve de la mañana. Fue grato descubrir a Juan Villoro entre los comentaristas de televisión (en Televisa). Escritor mexicano, necaxista, integrante del jurado en el concurso del Goethe Institut–Mexiko “Fútbol y Literatura”. Acaba de publicar su libro Dios es redondo.
Estuvo hablando acerca del estadio de Munich, construido con inversión pública y privada, donde se celebró la ceremonia de inauguración tomando elementos tradicionales de Alemania y un toque de música africana. Il Divo y Toni Braxton interpretaron el tema oficial del campeonato.
Un minuto de silencio en memoria del padre de Oswaldo Sánchez, fallecido hace apenas unos días, y de familiares de otros participantes. El partido inicial, Alemania enfrentando a Costa Rica, quien desde el inicio se vio apabullado por el equipo local. A los cinco minutos los ticos perdían uno por cero y a los doce aprovecharon un error para el momentáneo empate vía Wanchope. Después de noventa minutos, el 4–2, el estadio animando a su equipo, una zona roja detrás de la portería, anotaciones muy sufridas por parte de Costa Rica, un golazo, el cuarto de la selección anfitriona, intentos europeos en tiempo de compensación. Un buen inicio de mundial, con goles, atacando, diferente a otros años, a marcadores apretados, de empate.
Algo emotivo, que, creo, no se había presentado en otras aperturas, es el desfile de campeones de diferentes mundiales, los uruguayos del ‘30 y del ’50, brasileños, italianos de 1934 –celebrado en Italia, de difíciles condiciones para los visitantes a causa del fascismo y Benito Mussolini–, ingleses, alemanes, argentinos... Hombres canosos, de traje oscuro, un brasileño en silla de ruedas, el Rey Pelé entre sus compatriotas. Se hicieron algunos comentarios acerca de inauguraciones pasadas, y me llamó la atención el que se refirió a México ’86, elementos prehispánicos diseñados básicamente para la transmisión televisiva, mientras los aficionados en el Azteca no sabían lo que pasaba. Mal, pudiendo mostrar aspectos de la cultura mexica en el estadio, en vivo. Ojalá hubiera otra oportunidad, pero sinceramente lo dudo mucho...
Refiriéndose al equipo alemán, Villoro mencionó que un buen número de jugadores son nacionalizados. Hombres polacos, uno de ellos autor del excelente segundo gol para marcar el 2–1 a favor de los locales, un perfecto trapecio formado ante la portería.
Dos opiniones: ojalá que la pérdida sufrida por el portero titular de la selección mexicana no afecte su desempeño, que al contrario, aliente a los jugadores a honrar esa memoria en la cancha. La otra, acerca de la canción, de la cual ignoro el título. Creo que la mejor, la que tiene la trayectoria del balón inscrita en cada nota, las gradas hirviendo, hasta ahora, es “La copa de la vida”, interpretada por Ricky Martin en Francia 1998, y encargada por la FIFA a uno de los más importantes cantautores latinos: el también puertorriqueño Robi Draco Rosa.
Es agradable cada cuatro años ver cómo el mundo se reune alrededor de un esférico, sobre alfombras listadas, y se olvidan de enfrentamientos bélicos –en el Corea–Japón Estados Unidos e Irán saliendo de la mano (ahora los estadounidenses tienen al país musulmán en la mira), en la actualidad, el grupo A con Alemania y Polonia, recordamos el Holocausto y la ocupación alemana en el país vecino, las ruinas, el ghetto de Varsovia, Auschwitz, las chimeneas lanzando cenizas humanas–; ver, como lo dijera el tema de México ’86, “el mundo unido por un balón”.

Wednesday, May 31, 2006

¡¡¡EXTRA, EXTRA!!! (Marianito voceador, tercera entrega)

Se le informa al público en general que el sábado 3 de junio, en el suplemento cultural del periódico Síntesis, Catedral, aparecerá un cuento de Alejandro Badillo, alumno sobresaliente de los talleres de Alejandro Meneses... López, su otro yo... Imperativo conocer la obra de tan insigne escritor joven.
Seguiremos informando.

ALEJANDRO MENESES


A casi un año de la terrible noticia de su fallecimiento tan repentino, empiezan los homenajes en torno al excelente maestro y escritor poblano–tlaxcalteca Alejandro Meneses, autor de Días extraños, Ángela y los ciegos, Vidas lejanas, del póstumo Tan lejos, tan cerca, y de las recopilaciones Casa vacía y Noche adentro.
Ayer, 30 de mayo, se le dedicó un pequeño homenaje en el marco de la Feria del Libro, en el edificio Carolino de la Universidad Autónoma de Puebla. El evento, que incialmente sería precidido por el poeta Julio Eutiquio Sarabia y el director del diario Síntesis, Mariano Morales Corona, ambos amigos de Alejandro, tuvo como presentadores a Óscar López, de Radio–BUAP, y a Carlos Contreras, director de Fomento Editorial de la Universidad Autónoma de Puebla. En este evento se hizo entrega de un reconocimiento a Mariana Elena Cuautle –no María Elena, como lo dijo el señor Contreras–, madre de Alejandro. Pautado para las seis de la tarde, comenzó aproximadamente a las seis con veinte minutos. Después de una lectura por parte de Oscar, de un texto de Mariano Morales, quien por cuestiones de trabajo no pudo asistir al homenaje, y del director de Fomento Editorial, se le entregó una placa a la señora Malena, como muchos la conocemos.
En mi opinión el homenaje fue pequeño no sólo en cuestión de tiempo, pues no duró arriba de veinte minutos o media hora, sino también en la importancia que se debe otorgar a cualquier evento. Esto lo digo recordando el texto leído por Carlos Contreras, el director de Fomento Editorial de la Universidad Autónoma de Puebla. Desde un inicio me parecieron conocidas frases como “Autodidacta asombroso, fue muy buen traductor del inglés sin haber nunca visitado ningún país angloparlante... Aprendió el idioma oyendo rock, viendo películas y leyendo a los clásicos estadounidenses en su lengua... Melómano de corazón y de talante bailador...”
Después de despedirme de la señora Malena, de Alejandro Badillo y Maribel Cacique, alumnos aventajados en los talleres de cuento a cargo de Meneses, y de Abigail, busqué los números que el suplemento cultural del periódico Síntesis, Catedral, publicó después de hacerse público el fallecimiento de Meneses, con fechas de 9 y 16 de julio del 2005, números 671 y 672.
Curiosamente, en el 671, firmado con (JLBA), aparecen la mayor parte de los párrafos leídos por Contreras, quien nunca señaló al autor. Incluso en una de las solapas de la recopilación Noche adentro, hay un texto que se refiere al autodidacta y traductor del inglés, al talante bailador, y está firmado por José Luis Benítez Armas –nombre que corresponde a las iniciales en el suplemento Catedral.
Lo anterior, aunado al comentario que me hizo un asistente –antes de entrar, escuchó decir al director de Fomento Editorial, poco más o menos “ahorita te lo reviso, nada más déjame echar una firmita”–, me habla del carácter de “relleno”con que los organizadores trataron el homenaje. De la escasa importancia que para ellos tuvo.
Señores, un autor que dio tanto a la literatura, un amigo y maestro como Alejandro Meneses, merece ser recordado con eventos serios y también con la difusión de su obra. Sus libros se sacan a la venta prácticamente en la Feria del Libro –a $15; cómprenlos, de veras son excelentes–. Me aventuro a decir que casi nadie los va a buscar hasta la editorial, cuya entrada está a un costado de la farmacia universitaria Alexander Fleming de la 2 norte, entre 14 y 16 oriente. Deberían preocuparse más por la distribución de los que pertenecen a Fomento Editorial de la UAP, Días extraños de 1987, la recopilación Noche adentro del 2005, y la antología de cuentos de Lolitas De párvulas bocas –coedición con Siena Editores– del mismo año, en la que Alejandro participó con el cuento “La bella vida” –incluido posteriormente en Tan lejos, tan cerca–, los tres de Colección Asteriscos.
Estaremos atentos ahora que se acerca el cuatro de julio, primer aniversario de la muerte de Alejandro Meneses, el maestro, el autor, el amigo, cuyo hueco nadie puede ni podrá llenar.

Monday, May 29, 2006

FÚTBOL Y LITERATURA


Comenzó desde antes de la conferencia de prensa y la premiación. La película proyactada en el autobús es un aspecto de la crónica. “Melinda y Melinda”, del director Woody Allen. La trama, una plática de dramaturgos en un restaurant –el drama es la vida real, la gente quiere ver comedia para olvidar sus problemas, no quiere algo que se los recuerde–. Nada más. Dentro de ella, una historia que puede tratarse como drama o comedia, sólo acomodando sus aspectos de diferente manera, abordándola desde diversos puntos de vista. El resultado son tres filmes en uno. La cena. Melinda, una mujer a quien separaron de sus hijos, que llega a casa de unos amigos sin avisar. Otra Melinda que también llega sin previo aviso en medio de una cena. A ambas les presentan a un hombre; las dos se enamoran. En el primer caso, de un pianista negro que conoce en la reunión –su amiga, con quien se hospeda, se enamorará también de él. Al final, Melinda intentará el suicidio frente a una ventana–. En la comedia, el esposo de su amiga siente celos del hombre que le presentaron a Melinda. Termina separándose y teniendo un romance con ella.
La película, como preámbulo de la conferencia de prensa en el Goethe Institut–Mexiko, nos dice las variaciones que puede tener una historia según el enfoque al abordarla. Un tema como el fútbol también tiene miles de aristas, pude comprobarlo en los trabajos ganadores del concurso Futbol y Literatura, categorías cuento corto y poesía, convocado por el Goethe Institut.
En la conferencia de prensa, además de efectuarse la premiación del concurso, se dio a conocer la página web www.goethe.de/gol donde se mencionan las diferentes actividades culturales a efectuarse dentro del marco del mundial de fútbol, Alemania 2006, así como los trabajos premiados en el concurso literario y los miembros del jurado (Luis Miguel Aguilar, Hernán Bravo, Antonio Deltoro, Eduardo Hurtado, José María Pérez Gay y Juan Villoro).
También se presentó la nueva imagen de la camioneta institucional, obtenida, como en el caso anterior, de un concurso dirigido a diseñadores residentes en la ciudad de México, con el tema central, por supuesto, del mundial de Alemania y el lema: “Mete un gol con el Goethe. Aprende alemán”. Como respuesta a dicha convocatoria, se recibieron proyectos que a la larga se convirtieron en la imagen adoptada para todos los eventos del instituto dentro del marco del mundial.
Se realizarán exposiciones fotográficas y de carteles editados por la FIFA, así como un ciclo de cine.
La exposición fotográfica “Planeta fútbol” se presenta en diversos países, y las imágenes, provenientes de la agencia fotográfica MAGNUM PHOTOS, fundada en tiempos de la guerra civil española, muestran aspectos del balompié desde diversos enfoques.
En México se presentará de 25 de mayo al 3 de junio en el Centro de Estudios Integrales de la Imagen, del 9 de junio al 9 de julio en el Goethe Institut–Mexiko –Tonalá 43, colonia Roma, entre las calles de Durango y Colima–, y en la segunda quincena de julio en la Universidad Tecnológica, campus Sur.
El ciclio de cine se presentará en la Cineteca Nacional del 23 al 31 de mayo, del 8 al 22 de junio en el Parque México, a finales de junio en el Pasagüero, a partir de la segunda semana de julio en la Biblioteca de México y en la Biblioteca José Vasconcelos, en el mes de agosto en la Universidad Tecnológica, campus Sur.
El Goethe–Institut compiló películas en formato DVD, 12 largometrajes y documentales, y 44 cortometrajes –que incluyen dos producciones mexicanas–. Cada filme presenta historias en torno al fútbol: el espíritu de equipo, la competencia, victorias y derrotas. Las narraciones están inmersas en diferentes ambientes, como las calles de Honduras, chicas turcas en Berlín o poblados de África.
En la exposición de carteles editados por la FIFA, titulada Art Poster 2006 World Cup Germany, participan artistas de los seis países pertenecientes a la Federación Internacional de Fútbol.
Los pósters serán exhibidos durante el mes de mayo en la estación del metro San Lázaro, los viernes 26 de mayo y 2 de junio en el programa “Suave es la noche”, a las 21:00 hrs., canal 22; del 3 al 20 de julio en la Biblioteca José Vasconcelos y en agosto en la Universidad Tecnológica, campus Sur.

Detrás de la premiación
Llegué una hora antes. Un café y la mirada de “entiendo perfectamente el alemán” en el televisor, en programas sin subtítulos donde se presentan las impecables canchas, los estadios imponentes para este mundial. Allí conocí a Pastor Covián, ganador del primer lugar de la categoría de poesía con sus Cinco sonetos futboleros. Me llamó mucho la atención, pues en estos tiempos los poemas, o al menos la gran mayoría de ellos, ignoran las antiguas métricas, las rimas, tienen nuevas estructuras.
Antes de la conferencia de prensa, estando en el auditorio donde se efectuaría, empezaron las entrevistas ante una cámara y un micrófono –en cuanto vi a Pastor, mis manos se convirtieron en hormigueros, me llegaría el turno de pasar al banquillo–. Se retrasó un poco y los asistentes se acercaron a una mesa: agua, croissants, servilletas, refrescos... Lucia Mitter, ganadora del segundo lugar de la categoría de cuento corto, platicaba con Esteban Illades, el tercer lugar de la misma categoría.
Al fin conocía a la profesora de alemán en el German Centre de México, nacida en Austria y colaboradora de periódicos y revistas de ese país, quien me sorprendió gratamente con su texto La carreola, el fútbol mirado desde la perspectiva de un hombre que hace referencia a una amiga muerta, una aficionada diferente, que suena extraña al principio. El cuento sorprende con el final: la causa de su comportamiento, de llevar un balón de fútbol dentro de una carreola. Después vinieron otras entrevistas, esta vez sin cámaras –¡¡¡fiu!!!– y la cacería de los autógrafos de los autores. Sólo Lucia y Pastor, quien como yo, iba acompañado por su familia. Se me perdió el segundo lugar de poesía, Óscar de Pablo Hammeken, ganador del Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino, en 2004, por el libro Los endemoniados, y del primer premio de Poetas Jóvenes de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México en el 2005, con Sonata para manos sucias, ahora en prensa.
En la misma página de internet pueden leerse todos los trabajos premiados, pues la revista Nexos únicamente publicó primer y segundo lugar de cada categoría.

Narrativa
Como en Melinda y Melinda, el fútbol se abordó desde puntos de vista diversos, con un elemento común: el juego, el mundial, las canchas.
En Las manos en la espalda se presenta la presión de Mussolini hacia la selección italiana en el segundo mundial, Italia 1934. Al final ellos resultarían vencedores. Tercera persona, presente histórico.
El cuento refleja el manipuleo que en muchas ocasiones hace la política con el deporte. Y no es privativo de un gobierno o de una época. En la actualidad, más de un candidato a la presidencia se colgó del título obtenido por la Selección nacional en el Mundial Sub’17 (“Yo soy como los seleccionados sub’17, los otros contendientes, son la selecicón de los penalties”), incluido al equipo nacional en sus discursos (“Ustedes regresarán campeones del mundo y yo los recibiré en Los Pinos, como Presidente de la República”), o como el candidato a diputado por el 9º distrito de Puebla, Emilio Maurer, directivo del equipo Puebla F.C. de la Primera División A, quien en sus mensajes aparece junto a la portería, a un balón de fútbol, en el Estadio Cuauhtémoc de la ciudad de Puebla. Son estrategias, pero debían apoyarse más en sus propuestas.
La carreola, en palabras de la autora, es un texto que tiene inmerso un caso conocido por ella combinado con ficción. La atmósfera que rodea a los aficionados, el entusiasmo al tener una fotografía del jugador favorito. Está narrado en primera persona, y el personaje se refiere en segunda a un tiempo pasado, a una amiga, la gran aficionada de la selección alemana. El aspecto que brinca: un balón dentro de una carreola llevada por alguien de catorce años. Se sorprenderán con el final.
En La coincidencia es lógica, de la autoría de Esteban Illades, el narrador, en primera persona, se lamenta de no poder jugar fútbol como estrella ni de poder escribir un best-seller, pues (con sentido del humor), se da cuenta de que es un ser humano común y corriente.
Los ganadores de las dos menciones Francisco Javier Valenzuela Martínez y Daniel Esparza Hernández, con los textos Fuera de lugar y El gran juego, primera y segunda mención respectivamente, de igual forma abordan el balón por otros ángulos. En el primer cuento se hace patente la aversión de una mujer hacia el empleo del marido: comentarista de fútbol, próximo a viajar al mundial. Tiene un final sorpresivo, aunque la mujer a la que le gustan las novelas y odia el fútbol me parece que está quedándose atrás. En mi opinión, el llamado “juego del hombre” cada vez atrae más público femenino.
En el último texto, el narrador, en primera persona, recuerda al padre muerto, separado desde mucho antes de su esposa, con el que en ocasiones jugaba fútbol. Él vive una experiencia paralela, pues también se ha separado de su hijo. Al final decide no regresar a trabajar y llevar a su hijo “a pelotear”. Tal vez tendrían el mejor juego de su vida.

Poesía
En esta categoría no hubo menciones honoríficas. Primer lugar, Cinco sonetos futboleros de Pastor Covián Andrade –aficionado al fútbol desde la década de los sesentas, redactor en diversas editoriales y traductor, poeta sin obra publicada–, quien me sorprendió, pues los sonetos casi no se escriben. Mayormente son versos que ignoran las viejas reglas, la métrica y rima. Recordé las palabras de José Prats, en referencia a lo que sería trasgresor en estos tiempos. Tiene razón, lo serían textos que siguieran las reglas impuestas desde hace siglos.
Óscar de Pablo Hammeken fue el ganador del segundo lugar con Épica y derrota (petrarquista tercera) y Luis Jorge Boone el tercer lugar con el poema Balón fantasma. Óscar de Pablo nació en 1979, estudió ciencias políticas en la UNAM. En dos ocasiones ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de poesía, en tanto que Luis Jorge es autor de los libros de poemas Legión (2003), Galería de armas rotas (2004) y Material de ciegos (2005; Premio Nacional de Poesía Joven Salvador Gallardo Dávalos 2004). Ha colaborado en las revistas Letras libres, Oráculo y Luvina.

Friday, May 12, 2006

A LA MEXICANA

Una protesta frente al Congreso del Estado de Puebla; la calle 5 Poniente casi a la altura de la 3 Sur, en el Centro Histórico, cerrada por un buen rato, como de costumbre cuando se le exige algo a las autoridades. Soluciones drásticas. Hombres de sombrero y una camioneta del Ayuntamiento 2005–2008 de Huehuetlán el Grande. Y no podían faltar los curiosos rodeando al grupo –me declaro culpable–, los uniformados de café hablando por radio. La figura central, un burro blanco con el letrero: “Señores diputados, soy Leandro Barrales Mega, presidente municipal de Huehuetlán el Grande. Por favor no me destituyan, nada más me robé 26,000,000 (millones)” pegado en los flancos, un costal atado por detrás. Signos de pesos rojos rodeando el nombre del político. Alrededor del burro, los hombres hablaban sobre la corrupción del presidente municipal. A un lado, un auto rojo saliendo del estacionamiento, lo que ocasionó el nerviosismo y los rebuznos del animal, la dificultad para regresarlo a la calma, y un retroceder de los curiosos, entre ellos una servidora –no fuera a ser que se soltara tirando patadas.
Y bueno, lo que fue una protesta para los del municipio de Huehuetlán el Grande, para un niño de aproximadamente tres años fue un momento de montar en burro. Para los fotógrafos de los periódicos, una foto curiosa. Uno de ellos, desaprovechada la primera oportunidad, pidió subir una vez más al niño, “¡para la foto!” El padre, obediente, accedió. Un comentario entre los reporteros, “el burrito va a ser famoso”.
Desde las puertas del Congreso una voz que accedía a recibir a la delegación. Un hombre vestido de negro, muy parecido al “Rey del tomate”, entró, y yo abandoné la escena. Alcancé a ver que ataban al burro a la parte posterior de la camioneta de Huehuetlán.
Un rato más tarde, desde las ventanas de conocido bar en contraesquina de la Catedral, donde se exhiben fotografías de la ciudad en dos momentos distanciados por décadas, vi al grupo inconforme, que pasó caminando detrás de la camioneta, del burrito guiado por uno de los hombres. Doblaron en la 16 de septiembre y se perdieron.
A estas horas, la foto del burro con su letrero habrá aparecido en los periódicos. Y sí, muy probablemente será famoso.
Seguiremos informando.

Monday, May 01, 2006

PANORAMA DEL ARTE COLONIAL EN MÉXICO

México, la ciudad novohispana, nació de los escombros de Tenochtitlán, la ciudad azteca. En ella comenzó el arte que llamamos colonial o virreinal y sus inicios fueron de alarde y de temor.
Sus remembranzas medievales no fueron simplemente el recuerdo de la España del siglo XV, sino una actitud defensiva ante la posibilidad de una reacción del indígena vencido. La primera obra de arquitectura que se elevó entre la isla y la laguna fue una fortaleza, las atarazanas, basto almacén torreado con almenas y aspilleras que sirvió para guardar la artillería y los bergantines que lograron la victoria.
De esta señal surgieron las primeras casas de los conquistadores, tan recias y solemnes que harían decir a Cervantes y Salazar, primer cronista de la ciudad: “cualquiera diría que no son casas, sino fortalezas”, y el obispo Zumárraga escribía al Emperador a propósito de la mansión de Nuño de Guzmán: “mandó construir una gran casa con cuatro torres horadadas con troneras, lo que le dio la figura de una fortaleza”. Llevaban torres en las esquinas, almenas y hasta fosos. La visión general de la ciudad de los conquistadores, debió ser como la de los burgos españoles o italianos del final de la Edad Media. Cuando el cronista subió a la cresta de la roca de Chapultepec, no pudo menos que decir: “está la ciudad toda asentada en un lugar plano y amplísimo, sin que nada le oculte a la vista por ningún lado; los soberbios y elevados edificios de los españoles se ennoblecen con altísimas torres...” Tal fue el paisaje arquitectónico del México del siglo XVI, la última ciudad medieval del mundo.
Pero si en su alzado fue un feudo en el que dominó la arquitectura civil, en su trazo fue una ciudad moderna, renacentista, es decir, rectilínea y sobre un plano reticular. Alonso García Bravo, el “geómetra” que delineó la urbe, no recordó nunca las tortuosas ciudades de su patria y prefirió el urbanismo desahogado y recto con el que soñaron Leonardo y Alberto Durero. El plano de la antigua Tenochtitlán ayudó a su empresa porque, como observaron los conquistadores, la capital azteca era un cuidadoso conglomerado de pirámides, palacios, y casas que formaban paralelogramos perfectos como nunca habían visto en el Viejo Mundo.
También el medievo se prolongaba fuera de la ciudad. En Cuernavaca, el conquistador erigía su palacio almenado y con bastiones angulares y las torres de vigilancia, o “rollos”, señoreaban sus posesiones como en Tepeaca y Tlaquiltenango. Las Casas Reales de las primeras ciudades se hacían con añoranzas toledanas, como las de Tlaxcala, con portadas de enormes piedras en jambas y dinteles y en los arcos mixtilíneos de sus terrazas.
Un cambio a finales dell siglo XVI dulcificó esta vigorosa arquitectura. La alborada del Renacimiento se presentó triunfante y un nuevo matiz decorativo se unió a la mansión feudal añadiendo columnas, escudos, medallones y rejas torneadas, así como abriendo los estrechos vanos de la primera arquitectura militar. Una de las primeras obras, ya francamente renacentistas, fue la Universidad, edificada hacia 1580.
Después, el plateresco y el mudejár harían de las ciudades hispanomexicanas otro tipo de construcciones hasta su entrega definitiva en brazos del barroco.
No fue muy diferente la solución del problema arquitectónico religioso, aunque produjo, por sus peculiares necesidades, formas nuevas que supieron conjugarse admirablemente con las antiguas. En los monasterios del siglo XVI seguimos contemplando la Edad Media, pero sólo en sus exteriores, grandiosamente almenados y hasta con pasos de ronda, desde el sencillo de Huejotzingo, en la fachada principal, hasta los complicados que dan vuelta a toda la iglesia, horadando sus contrafuertes, como en Tepeaca y en Cuautinchan.
Mas a pesar de esto, la planeación de un convento mexicano del siglo XVI es toda una novedad arquitectónica. Nunca en Europa existieron los inmensos atrios de México, que eran a la vez escuela, lugar de culto y cementerio. Es inconfundible un monasterio de esta época. Al fondo del atrio, por el cual se entra bajo arcadas esculpidas, está la iglesia, siempre de una nave y sin cruceros, cuajada de frescos en sus muros y un gran retablo de madera dorada al fondo, ocupando todo el testero. A un lado del convento, con su portería cabe la portada principal del templo, compuesta de uno o varios arcos; luego el claustro, en cuya planta baja van el refectorio, la cocina y otras dependencias utilitarias, y en el piso alto la biblioteca y las celdas. Huertas y caballerizas completan el grandioso conjunto.

Francisco de la Maza. Panorama del arte colonial en México, tomo 3. Cuarenta siglos de arte mexicano. Ediciones Herrero/Promexa.

Friday, April 28, 2006

REMEDIO IV

El calendario dice que es mañana el día calificado como nefasto, donde el sol es negro y se quiebra hasta la última cacerola. No fue sábado sino viernes, el día rebautizado, el que debería ser cincuenta y dos espacios en blanco. Una despedida, el desayuno en la bolsa, y te volví a ver sólo tendida en la cama, rígida como una estatua; los estampados azules latiendo sobre tu pecho, debajo de los brazos. Eran esperanzas de respiración, de un beso en la frente, de enderezarse para volver a medir con el bastón la amplitud de la sala.
Pero no hubo remedio para ese sueño sin sube-baja. Sólo el fuego, que te devolvió granulada, en un conjunto de partículas de diferentes intensidades de gris, dentro de la bolsa blanca y de la caja de piedra blanca.
No deberías estar mirándome desde tu altura de librero, de fantasma que traspasa la pared y humedece mis ojos, de loa que ayuda con el brazo a caminar a los que todavía derramamos vaho en los cristales helados.
Deberías tener sombra, sonidos debajo de los zapatos, volumen que aparte el aire de donde estás caminando. Deberías ser eterna, como estos deseos de meterme en tu abrazo de ochenta años, de mirarte al regresar arrastrando mis pasos, de tener tu respiración en mis pulmones de tercera generación. No quiero llamarte y que me responda el siseo de los cipreses en la ventana. Quiero verte, pero no como el cuerpo blanco, a escala de los que permanecen en un campo lleno de cruces y flores marchitas.

Wednesday, April 26, 2006

EL REINO DE ESTE MUNDO

Del escritor cubano Alejo Carpentier, El reino de este Mundo recrea el Haití de la esclavitud, y, posteriormente, de los trabajos forzados bajo la tralla de otros negros, de mulatos.
Narra la vida de un esclavo negro, Ti Noel, primero propiedad de Monsieur Lenormand de Mezy, quien lo pierde a las cartas en Santiago de Cuba. La atmósfera está llena de tambores que suenan frenéticamente, de selvas y montañas exuberantes de verde y sonidos anónimos. El vudú es el camino para la liberación de los esclavos, los houngans, los loas, el terror a un veneno que parece venir de la sierra, arrastrarse como si se tratara de una serpiente –de la Gran Serpiente, diría Carpentier–, entrar en los establos, en las casas y cocinas, en los calderos.
La novela inicia con Ti Noel acompañando a su amo a rasurarse. Y se enfrenta con el Gran Allá, África, con postales de negros rodeados de plumas y abanicos. “Ese es un rey de tu país”, le dicen, y recuerda las palabras de Mackandal, otro esclavo un futuro houngan que escapará del amo luego de que un accidente lo deje manco. El que se disfrazará de jabalí, de iguana, de perro, y que escapará a la hoguera volviendo a disfrazarse. Los poderes mágicos del vudú traído de África con los esclavos, practicado en Haití con el fervor del Allá.
Alejo Carpentier maneja las palabras como si se tratara de una burbuja de vidrio soplado. A su antojo, crea melodías donde una esclavitud sucede a otra. Sólo los amos son diferentes. Son negros que obligan a Ti Noel a trabajar después de la independencia para construir el castillo del nuevo rey de Haití, Henri Cristophe. El final sugiere un nuevo houngan, tal vez un nuevo intento de liberación.
El título “El reino de este Mundo”, toma sentido en el final:
“Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita, despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas. El hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo.”
El prólogo de la primera edición de la novela, escrito por Alejo Carpentier en 1949, ha pasado a formar parte de un libro de ensayos, con el título “De lo real americano”. No apareció en las siguientes ediciones. Carpentier es de los primeros en abrir el abanico de Latinoamérica (¿Pero qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real maravilloso?).
Sólo puedo decir que esta novela es ya una de mis favoritas, recomendar su lectura porque está ¡¡¡¡bueníííííííííííííííííííííísima!!!! Las palabras saben a selva; al pasar las páginas casi pueden escucharse los sonidos de los montes vivos.

Thursday, April 20, 2006

RIUS

Hace un tiempo encontré un libro del caricaturista RIUS, “El católico preguntón. 222 preguntas que quisiéramos hacerle al Papa, pero que nos da pena hacerlo”. Con el estilo y los dibujos del autor, se critican muchísimos aspectos de la Biblia, de la religión, de la iglesia católica. Una edición de Grijalbo muy divertida, recomendable, y que deja pensando.
Aquí unos fragmentos de su contenido.

“¿Jesús hizo el sermón de la montaña?
Lamentamos informar a nuestra apreciable clientela que el famosísimo SERMÓN DE LA MONTAÑA NO fue pronunciado por Jesús, según lo han comprobado varios malditos historiadores y estudiosos de las Sagradas Escrituras”.

“¿Alguien ha ido al cielo y regresado?
Hasta orita los únicos que han ido a los cielos y regresado han sido los astronautas. (Junto al texto, un redondo eclesiástico de alto rango, señalando hacia arriba, con una carta lista para ser entregada por un astronauta)”. (Je, je).

“¿Jesús, pobre entre los pobres, fundó una iglesia que se convirtió en un poderoso y corrupto imperio? (Y una imagen de Jesús, que señala esa parte del texto: “¡Me gusta la pregunta!”)
Confieso que el tema de la iglesia se me ha vuelto una obsesión y meta de vida. ¿Cómo es posible –me digo– que una institución basada en falsedades y falsificaciones de la figura y el pensamiento de Jesús haya perdurado por casi veinte siglos? ¿A qué se debe que Dios no haya intervenido para acabar con la isntitución más nefasta que ha tenido la humanidad y que se apoya en ese mismo Dios (y su Hijo) como principales patrocinadores?” Un fragmento del prólogo que comienza: “Especie de Introito (no hace falta arrodillarse...)

Y entre sus agradecimientos:
–A la Santa Inquisición, por haber desaparecido de la faz de la tierra antes que yo naciera (je, je).
–A la Santa Madre Iglesia Católica, por haberme vuelto ateo y descreído.
–A mis lectores por seguirme tolerando.

Wednesday, April 05, 2006

NUEVO MUNDO.


Es una película de Gabriel Retes, de 1976. Encontré el DVD en una tienda y llamó mi atención la portada. En letras blancas: “¡Por primera vez después de veinte años de veto!” y una pequeña frase del director mexicano: “El sometimiento de un pueblo a través de una imagen”. Colores cálidos encerrados en un negro que simula la sombra de una mano, el calendario azteca insinuado en el fondo y en primer plano, un crucifijo en el mango de una daga cubierta de sangre. Alguien la sostiene entre los diez dedos, la dirige a sí mismo.
En la contraportada no hay una reseña de la trama: “La iglesia, a lo largo de la historia, siempre se ha enfrentado al cine como de sus principales censores. “Nuevo Mundo” cuestiona el mito guadalupano al presentar cómo para someter a los indios, un sacerdote jesuita inventa la presencia de una Virgen que pide la reconciliación entre conquistadores y conquistados. Retes nos muestra en esta película una alegoría del método utilizado por los españoles para imponer su religión y asumir con ello un completo poder político sobre los indígenas. Producida en 1976 “Nuevo Mundo” fue boicoteada en su exhibición por el controversial tema al que hace referencia”.
Las actuaciones de Aarón Hernán, Juan Ángel Martínez, Tito Junco, Bruno Rey y María Rojo, recrean un México de poco después de la conquista, dando la idea de aproximadamente treinta o cuarenta años después de la caída de Tenochtitlán. Inicia con una caravana de soldados y sacerdotes que llegan a una población. María Rojo es la intérprete; los españoles quieren saber la razón para abandonar el caserío. Un anciano contesta en nahuatl repetidas ocasiones, sin que haya subtítulos, lo que añade atmósfera a la escena, y al final de este diálogo, con la entonación del anciano, los sacerdotes saben que no les dirán porque huyen.
El anciano mata a la intérprete. Un buen inicio para la trama: la investigación de los sacerdotes católicos para dar con los cabecillas de una revuelta indígena.
El filme está hecho con escenas muy bien logradas, como la adoración de los indígenas, a la usanza antigua, en las nuevas iglesias católicas. Brazos y oraciones en nahuatl dirigidas a las imágenes de santos y mártires. “Es un milagro”, dicen, creen, “el Señor les ha iluminado el entendimiento”. Por la noche, y gracias a un ruido proveniente del altar mayor, descubren que ídolos prehispánicos están ocultos debajo de los vestidos púrpuras y blancos. Está también el español, el encomendero que protege a sus indios, convicción sobre el remordimiento que siente al haber matado a miles en los tiempos de la conquista. “Era su vida frente a la mía. Era la guerra”, declara frente a Aarón Hernán, sacerdote de La Santa Hermandad, con la que se recrean las torturas y procesos de la Inquisición Española. La muerte de un soldado que intentaba violar a una india. El encomendero ha aprendido a hablar nahuatl, y realiza un ritual compuesto de golpes y frases sin subtítulos coronadas por algo en castellano: “Este cerdo debe morir”, antes de que la mujer atraviese el corazón del soldado con su propia daga. El sacerdote trata de impedirlo, pues está bajo su protección.
Mención aparte merece el indio aparentemente converso, artista de la madera y la arcilla, organizador de la planeada matanza de españoles, encarnado por Juan Ángel Martínez, a quin se encarga una imagen religiosa original. No tiene el manto azul de la Guadalupana, pero los ojos entornados de la pintura son los mismos. Él, al término, la protege del sacerdote que intenta destruirla después de una discusión (¿por qué el artista no se opuso, si sabía que los matarían tanto a él como a la modelo?). Mi opinión sobre las motivaciones es que no fue porque haya comenzado a creer en su propia mentira, mentira elaborada por encargo, sino por el valor artístico que tiene la pintura. Una joven india posó para él, él sólo era copista, nunca se había aventurado a ir más allá, a crear una obra propia. Ése es el valor, no el de milagro que se le otorga.
En una de las escenas finales, donde se recrean las peregrinaciones actuales, con cantos a la reina del cielo, indígenas marchan mientras enarbolan el retrato de la Virgen inventada por la Santa Hermandad, mientras el sacerdote inicia en diligencia un largo viaje. Esta toma llena de impotencia al espectador, y le hace recordar el tiempo de duración que se le da a un engaño. “¿Quién puede saberlo? Quizás años, quizás siempre. Depende de los indios”.
Y aquí seguimos, llegando de rodillas al centro de la creencia más arraigada en el mexicano, dejando caminos continuos de sangre que se intersectan en el santuario que la reina del cielo ordenó se le construyera a las faldas del Tepeyac.
También, debo reconocer, se maneja con algo de maniqueísmo. El español malo, el indio bueno. Los indios como en manada, sin quejarse o intentar escapar de los soldados de casco y caballo que los conducen a las mazmorras, a la tortura y la muerte en la hoguera. Los interrogatorios a gritos, en lengua indígena y castellano, mientras el potro estira brazos y piernas. Nadie quiere confesar, resisten en silencio hasta la muerte.
Los europeos llegaron a invadir un lugar y a expandir su poderío más que una religión. A fin de cuentas se aprovecharon de ella para atesorar riquezas, propiedades y trabajo esclavo. Hay una frase de la película que se relaciona un poco con esto: “Lo único que los mantenía a salvo, es que nadie sabía que existían. Si no hubiéramos sido nosotros, serían los franceses, los ingleses”. Es cierto, pero también lo es que saquearon hasta donde pudieron, que trajeron a México la Edad Media –cuando el Renacimiento era la actualidad de otros países europeos–, la represión de la Inquisición, impusieron sus costumbres sin siquiera intentar comprender las que anulaban. Hay excepciones, por supuesto, como la obra de Fray Bernardino de Sahagún “Historia General de las Cosas de la Nueva España” (obra que, a final de cuentas, terminó siendo el Códice Florentino, regalo del monarca español al italiano, a quien Sahagún le había enviado sus manuscritos originales).
La película pone en duda el mito guadalupano, ¿en verdad se le habrá aparecido la Virgen a Juan Diego (ahora San Juan Diego)? No afirmo ni niego nada, creo que es algo muy difícil de comprobar, incluso para los estudiosos del tema. Pero, a la vista, por toda Latinoamérica, hay imágenes religiosas que se presentan a los pobladores: indígena para los antiguos aztecas, negra para los cubanos (donde la población taína fue anulada, y la de esclavos africanos llegó a ser mucho mayor que la de españoles): la Virgen de la Caridad del Cobre. Así hay una promesa más personalizada de una mejor vida después de la muerte, de la gloria eterna. Y si aguantas, si sufres martirio como Jesús, serás siempre feliz en el cielo.
Recomiendo ampliamente esta película, rodeada de una atmósfera opresiva tanto para los índígenas –la religión y sus métodos de tortura y sometimiento–, como para los españoles –las palabras que no entienden, que incluso el espectador ignora y debe interpretar por la reacción de los interlocutores–; claro, en menor medida para estos últimos. Y me quedo con una de las frases, llena de tolerancia para lo extraño, tal vez hasta de respeto, dicha, por cierto, por el encomendero español que muere en las mazmorras de la Santa Hermandad: “Después de todo, la fe es la misma”.

Monday, April 03, 2006

REMEDIO III.


El no encontrarse con dos pupilas que reflejen nuestras manos en el acto de empuñar un bolígrafo, que miren las vocales y consonantes dejadas a cada paso como si de huellas se tratara; el hablar o reír junto al oído de un ser de aire, sin vestigios de respiración pero no por eso ahogado o imaginario, y esperar una respuesta que nos llegará en otro tiempo, en otra vida –que sólo será la ninfa siguiéndonos los pasos, bailando con las manos de leche y los cabellos y las gasas que cubren su delgadez abandonados al viento, rodeando cada secreta frase con siseos, risas de cristal y pisadas desnudas sobre el antiguo vestido de las ramas–, todavía no tiene solución.
Quien se coloca frente a la rigidez y frialdad de un espejo, que únicamente sabe vernos a nosotros sin responder a semejante estímulo, y grita lo realizado en el lapso entre una luna y otra, ante un auditorio de miles de sordomudos, y cree haber encontrado una cura para esa sensación de actuar a la vista de nuestra sombra, está loco –debía vestir de blanco y estrellar sus ideas contra colchonetas verticales– o está fanfarroneando. Nunca debe creérsele. Está comprobado: a fuerza de hablar con quien habita detrás del espejo y escuchar su voz de silencio, se piensa que cuando llegue el remedio, será la hora en que los hombres dejarán de morir e incluso respirarán bajo el agua.

LOLITA.


El libro de Vladimir Navokov, publicado en 1955, narra la historia de un hombre de cuarenta años obsesionado con las nínfulas, como nombra a ciertas niñas de doce o trece años de edad. Humbert Humbert conoce a Charlotte Haze y a su hija Dolores, Lolita. Se casa con la madre, quien muere en un accidente, y así el hombre se queda a cargo de la niña, por ahora en un campamento, ignorante de su nueva situación: huérfana. Él va a recogerla y es donde se inician una serie de viajes y la relación de amantes entre los dos.
A lo largo de dichos viajes se presentan los celos de Humbert, quien adivina en cada hombre a un amante de su Lo. La niña, podríamos decir, que aviva y tal vez hasta le divierten las reacciones de su padrastro. Ha tenido experiencias sexuales antes de él, en el campamento, y repetidas ocasiones trata de escapar. Humbert se da cuenta de que son perseguidos, teme que su relación con Lolita se haya descubierto, que un policía o un detective sea el perseguidor. La niña parece ayudar a ese hombre anónimo que cambia de autos constantemente –según Humbert–: borronea el número de placas del primer auto, rojo, intenta conducir cuando, en un camino y con una llanta ponchada, Humbert descubre a su perseguidor estacionado detrás de ellos y se acerca al auto gris, incluso habla con él...
Lolita escapa del hospital donde pasa unas dos noches, internada por una infección. Un supuesto hermano de su “padre” la recoge. Entonces Humbert empieza una búsqueda de tres años, que culmina con otra relación –Rita, una mujer de treinta–, y una carta donde la misma Lo, Dolly, le confía que está casada, embarazada, a los diecisiete años, y que necesita dinero. Él lleva cuatro mil dólares y una cómplice: un arma.
La narración, los actos de Humbert, el cargar una pistola y la actitud cada vez más exasperante de su joven amante, llevan al lector a pensar que tal vez podría ser capaz de asesinarla. Se intuye gracias al inicio: se sabe que el hombre está preso, acusado de asesinato, que al momento de publicar sus memorias está muerto. En el prólogo no se menciona quién es la señora de Richard F. Schiller –el esposo de Dolores Haze–, que muere después de dar a luz a un bebé muerto.
Pero el asesinado resulta ser un hombre, autor teatral que comparte con Humbert su gusto por las niñas: él los siguió, Lolita aceptó irse con él al ser dada de alta del hospital.
El prólogo señala que las memorias llegaron a manos de John Ray Jr., amigo del abogado de Humbert.
Es interesante cómo el propio narrador, Humbert, pasa de la primera a la tercera persona al referirse a sí mismo, y la estructura de la novela: primera persona, con un prólogo narrado por otro personaje en posesión de dichas memorias. A lo largo de toda la novela se pone de manifiesto la obsesión, iniciada al perder a Annabel, su amor de adolescente; pero también el enamoramiento del personaje, expresado al final en su deseo de una larga vida para su ninfa caída, al extrañar la voz de su Lo no junto al oído, sino entre las de los niños que juegan en una ciudad alejada, voces que llegan a él un instante antes de ser aprehendido sin oponer resistencia alguna, antes de abandonarse.

Thursday, March 16, 2006

EDGAR ALLAN POE.


Gracias a los cuentos y poemas por los que adquirió fama a Edgar Allan Poe, escritor estadounidense nacido en Boston en 1809 y muerto en 1849, siempre se le ha relacionado con la oscuridad. Las narraciones de su autoría son un gran aporte para la estructuración del cuento contemporáneo y la novela policiaca. De atmósferas opresivas, siempre imaginadas en tonalidades de gris y negro, llenas de gatos negros, por supuesto, con un punto luminoso en los ojos, lunas colocadas detrás de nubes y hombres con el cabello en desorden y la cabeza entre las manos –si la sueltan seguramente caerá–. Se le asocia al consumo excesivo del alcohol y, probablemente, al de las drogas. Siendo un famoso escritor, vivió en la miseria, muy cerca de las enfermedades y de la muerte: su esposa Virginia, sus padres. En la escuela, estas respuestas escritas en un examen significan el acierto.
A la distancia poco mayor de siglo y medio de su muerte, se han hecho diversas hipótesis acerca de las causas de la misma, con la finalidad de arrojar luz en circunstancias tan parecidas a las imperantes en sus relatos.
Se dice que lo encontraron casi sin vida con la ropa de alguien más, que tras ingerir una pequeña cantidad de alcohol adquiría el aspecto de una persona en estado total de embriaguez, que pudo padecer ataques epilépticos, que su muerte pudo ser la consecuencia de un envenenamiento por mercurio, monóxido de carbono o la carencia de una enzima metabolizante del alcohol.

Era época de elecciones en Baltimore. 1849.En esos tiempos –algo parecido a las prácticas políticas de hoy, ¡parece mentira!–, se secuestraba a personas para llevarlas a votar por determinado candidato, se les hacía beber hasta la embriaguez y se les cambiaba de ropa constantemente. Así podrían emitir su voto más de una vez. Si la persona ya no era capaz ni de trazar una equis sobre una línea, la abandonaban donde fuera. Esta hipótesis explicaría la ropa que llevaba Poe. ¿Y la muerte por envenenamiento alcohólico?
Su organismo pudo carecer de la enzima deshidrogenasa alcohólica. Alojada principalmente en el hígado, es la sustancia que se encarga de metabolizar el alcohol –la reacción es oxidación–, en acetaldehído, y posteriormente en ácido acético o etanóico, sustancia menos agresiva, presente en un 4% en el vinagre. De esta forma se descompone del 90 al 98% del alcohol presente en la sangre; el porcentaje restante se elimina por la orina, el sudor o las lágrimas.
En dado caso, e ignorando su condición, las personas que lo secuestraron para llevarlo a votar, lo embriagaron, causándole la muerte por envenenamiento, al no poder eliminar el alcohol.

Los personajes de Edgar Allan Poe siempre fueron de salud frágil, propensos a enfermedades, inmersos, más que rodeados, en atmósferas que les infieren terribles tormentos psicológicos. Un ejemplo es el cuento "El pozo y el péndulo", donde el personaje–narrador es encarcelado en una celda sin siquiera una partícula de luz; donde él, al principio, no aventura el movimiento más mínimo. Durante el tiempo que dura la oscuridad, sufre de constantes desmayos y sus movimientos son tambaleantes; todo ello a causa del desconocimiento del entorno.
Pero en este cuento, podría estar describiendo los síntomas de la epilepsia que, se aventura, pudo padecer. Esta situación lo llevó a un conocimiento preciso de síntomas como los movimientos espasmódicos de los músculos de la cara o un andar tambaleante, hasta la pérdida de consciencia, espasmos convulsivos de partes del cuerpo, explosiones emocionales, o periodos de confusión mental.

“... Y entonces se deslizó en mi imaginación, como una rica nota musical, la idea del reposo delicioso que nos espera en la tumba. La idea vino dulce y furtivamente, y me parece que me fue menester un largo tiempo para tener de ella una apreciación completa; pero en el momento mismo en que mi espíritu comenzaba al fin a comprender bien y a conservar esta idea, las figuras de los jueces se desvanecieron como por encanto; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se extinguieron enteramente; lo negro de las tinieblas sobrevino; todas las sensaciones parecieron hundirse como en una inmersión loca y precipitada del alma en el Hades. Y el universo no fue más que noche, silencio, inmovilidad...
... A la larga, con una loca angustia de corazón, abrí vivamente los ojos. Mi horroroso pensamiento se encontraba confirmado. La negrura de la eterna noche me rodeaba. Hice un esfuerzo para respirar. Me parecía que la intensidad de las tinieblas me oprimía y me sofocaba...” (El pozo y el péndulo. Narraciones extraordinarias, EMU).

El Calomel es otra de las posibles causas de su muerte. Este medicamento, hecho a base de cloruro de mercurio, se recetaba contra el cólera. A principios de la década de los 30’s, y en 1849, cuando Poe vivía en Baltimore, hubo epidemias de cólera. La primera mató a más de 850 personas. El narrador, poeta y crítico, pudo haber sido recetado con dicho medicamento para prevenir una muerte por cólera. En dosis elevadas, el Calomel es causa de envenenamiento por mercurio. Sus síntomas: excitación, pérdida de la memoria, insuficiencia renal, sudoración, temblor, dificultad para hablar.
Algo a lo que también estuvo expuesto, es el monóxido de carbono (CO), respirado muy probablemente en Nueva York y Baltimore, en casas iluminadas por lámparas de gas.

Con la finalidad de apoyar cualquier hipótesis, se le practicaron estudios a cabellos tanto del escritor como de su esposa Virginia, pedidos para tal efecto en la casa–museo de Edgar Allan Poe.
Diluyendo los filamentos en ácido nítrico (HNO3), se obtuvo un plasma en el que se determinó la concentración de mercurio, plomo, uranio y monóxido de carbono en el organismo. Los resultados que arrojó dicho análisis, en los cabellos de él, fueron que las concentraciones de mercurio y plomo son altas –esta última tal vez gracias al agua que ingería–, pero no determinantes como para causarle la muerte; no se detectó la presencia de monóxido de carbono, lo que sí estuvo presente en los análisis de Virginia.

La muerte de este escritor bostoniano sigue, como en cada uno de sus cuentos, rodeada por una atmósfera tan densa, que no permite ningún paso en dirección a su esclarecimiento. Los análisis no pueden decirnos si murió a causa del secuestro durante las elecciones, o de una golpiza –otra de las hipótesis, que hace referencia a los hermanos de Mrs. Shelton, primera amiga de la adolescencia, ahora viuda, a quien propuso matrimonio en 1849.
Para redondear la atmósfera, se dice que año con año, en el aniversario de su nacimiento, un extraño llega a visitar su tumba y deja como presente tres rosas, media botella de cognac, su sombrero, y se retira no volviendo a aparecer hasta el siguiente 19 de enero.

Tuesday, March 14, 2006

MINIFICCIONES Y ANUNCIOS.

Final
Después de saltar a través del aro y recibir una galleta como recompensa, terminó el acto. La joven se quitó las orejas de peluche rosa y fue a lavarse el rostro.

El mimo
Se sienta en una silla de aire, un periódico invisible frente al rostro blanco. lo voltea más de una vez antes de acomodarse la boina, que ahora le cubre los ojos. La prenda negra sale disparada, la empuja con el pie al intentar recogerla. El público reunido alrededor de la fuente lo ovaciona. El artista se inclina ante manos que, agitándose en alto, imitan el movimiento de las aspas de una lavadora.
Aprovecho para hacer un anuncio: los próximos dos sábados en Catedral, el Suplemento Cultural del periódico Síntesis, publicaré textos.

Friday, March 10, 2006

REMEDIO II


Para no despertar entre ecos de gritos no gritados, entre sombras de un escenario diluido al arrojar las cobijas. Para no encontrarse con mantas de aire escapadas del sueño, aprovechando la hendidura de la vigilia, hablando con alguien cuya voz acaba de difuminarse. Si no se desea abrir los ojos y sentirlos húmedos, haciéndose agua sobre las mejillas y la almohada, mirar no hacia el techo, o a la cortina de la ventana que está quieta como si el viento acabara de extinguirse, sino hacia el relleno de plumas, aún hacia el sueño, todavía flotando junto a la lámpara apagada. Si el último deseo que se tendría es salir del descanso con una mano aprisionando por dentro el cuello y traer el pasado de alguien más (por favor, de algún habitante de ojos permanentemente entornados, con doce horas de diferencia, que señala este sitio en el globo terrestre en el escritorio de su salón), que, se sabe, es el que arrastramos, el que, como los muertos, no se ve pero muerde una parte de la sombra para tener su casa, y está en el aliento de los vivos; el remedio es no soñar.

¿ESTO ES LA MUERTE?


En la fotografía que se arrincona en esta página se ve a tres hombres en el borde –auténtico, violento– de la muerte. Otros hombres, también desamparados, apuntan sobre ellos sus pobres armas. Todos parecen ajenos, lejanos, tristísimos en su condición de hombres que matan y que mueren. Los que disparan, con seguridad, también ya han muerto. La imagen detiene, indefinidamente, el instante de la nada.

Ante la muerte sólo hay preguntas. El “empujón brutal”(Miguel Hernández) siempre será sorpresivo y uno deseará, siempre, ser el hortelano que llora, no el que muere. Pero en la muerte no hay deseos, supongo.

La enfermedad y el accidente son absurdos. No hay razón en ellos. El cabello se eriza y se rebela ante tales posibilidades. ¿Quién puede imaginar su muerte? Hay opciones: la cama, el cáncer, el paredón, el asalto, la mala vida, el mismísimo corazón, una caída –como la de mi padre– desde veinte metros de altura, la soga, la comida, el alcohol, los barbitúricos, el golpe, la bala, la vida vivida, una bala. Todo mata.

La muerte tiene aliento y huele a flores. Es de noche.

Mis abuelas muertas eran jóvenes vivaces, conocían todo sobre el comino, la albahaca, los guisos ancestrales, las sábanas blancas. Me conocieron a mí, que he de morir. Cuando vemos a alguien, vemos su muerte. En el recuerdo sólo hay lluvia.

Es conocida la historia que Borges recuenta: un jardinero pide permiso a su patrón para irse de la ciudad porque ha visto a la Muerte. En realidad, la Muerte quedó sorprendida al verlo, porque esa noche lo tomaría en el lugar al que huyó. Así, la vida: uno va al encuentro de su muerte.

La muerte rejuvenece: ahora, mi padre, López Velarde, Jesucristo, José Carlos Becerra, James Dean, Jim Morrison, muchos más, siempre serán más jóvenes que yo.

En el espacio confuso de los sueños, en la madrugada, alguien susurra: es la muerte fiel. Sobre las huellas que dejamos en los objetos, la muerte sopla. Va y viene, Ella, por nuestra vida.

Asustado, el recién muerto pregunta: “¿Dónde estoy?”

Sobre la mesa –cubierta de papel de China morado–, hay velas, panes, licores, complejas viandas, sencillas flores. En el claroscuro de la habitación, hombres y mujeres rezan por sus muertos. Los niños juegan con sus calaveritas.

¿Cómo seré cuando no sea? En las fotografías que permanezcan alguien verá mi rostro, mis ropas, mi antigüedad, el cielo de un noviembre irrecuperable. Verá a mi hija junto a mí, a mi mujer que me toma la mano para siempre, a los niños de la tarde de ese parque. Además, un personaje siniestro, a quien nadie reconoce, que se coló a la fiesta y aparece a mis espaldas.

Alejandro Meneses.

Tomado de la revista Erinias, No. 4, invierno 2005–2006, pág. 23. Escuela Libre de Psicología.

Wednesday, March 08, 2006

MUJERES, MÚSICA, LITERATURA...


La música observa desde diferentes ángulos a la mujer, uno de sus temas recurrentes; a veces con desprecio, con picaresco doble sentido, a veces esperando su presencia o que se digne siquiera a voltear, para así, confirmar la propia existencia. Rock, boleros, pop, música popular... La mujer está presente interpretando o siendo parte de la letra.
Alguien que tiene cierta visión fantasmagórica de la mujer, es el cantautor puertorriqueño Robi Draco Rosa. Haciendo alusión a la frase de Jules Michelet que inicia el libro Aura, de Carlos Fuentes (Ediciones ERA, 39ª. Reimpresión, 2001):

El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña;
es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la
segunda visión, las alas que le permiten volar hacia
el infinito del deseo y de la imaginación... Los
dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre
el pecho de una mujer...

Robi Draco incluye a la mujer en sus canciones cubierta con bruma, con velos que, tirados por los dedos del viento, remarcan las siluetas de reloj de arena. Las palabras de Michelet se relacionan con la canción “Blanca mujer” del disco Vagabundo, lanzado en el año de 1996. En ella, alguien espera ser llevado entre los brazos de una mujer que representa a la muerte; además, tiene el anhelo incumplido, por decisión propia, de la compañera:

New Orleans
a primeros de abril
en el noventa y cuatro,
él está condenado a morir
por amar demasiado.

Si quisieras ahora venir
y acabar de una vez con mi vida
yo te lo pido blanca mujer
que me lleves a tu eterna guarida.

Tengo tantas ganas de ti
pero no puedo llevarte ahora.
Te toca todavía vivir,
porque aún no te ha llegado la hora...

En el caso de "Penélope", de esa misma producción, el velo impuesto no es el de la muerte, sino el de un sueño que separa, una pesadilla donde la mujer es un punto inapresable, rodeado de árboles como esqueletos, a quien se desea prodigar regalos, atenciones. La causa de la separación es generada por quien la extraña:

Me despierto en el alba, soñando no sé qué;
desayuno con lluvia y te recuerdo en el café.
Soñé tu figura lejos
esperando en los suburbios del olvido
y me vi solo, zarpando en barcos de oro
que llené con regalos para ti
y luego vi que por celos, el mar de mis tormentos
se tragaba el barco y aquel loco que era yo.
Y todo naufragó.
Qué lejos tú...

Así como la música, la literatura aborda a las mujeres para conferirles diferentes investiduras: medio para obtener algo que se desea o pretextos para desviarse del sendero, en el cuento de "El pescador y su alma" –donde el personaje desea entregarse al amor de una bella sirena (¿qué es una sirena, sino una mujer que el mar ha arrastrado para acariciarla?)–; actriz ingenua que antes excitó la imaginación, en la novela El retrato de Dorian Gray, ambos de Oscar Wilde:

“... Padre... Una vez subí en mis redes a la hija de un rey. Es más bella que la estrella de la mañana y más blanca que la luna. Por su cuerpo entregaría gustoso mi alma y por su amor renunciaría al cielo...”

“...Y a mediodía recordó que uno de sus compañeros... le había hablado de cierta bruja joven que vivía en una caverna... Y fue hacia ella corriendo, tal era su impaciencia por deshacerse de su alma... la joven bruja supo que él se acercaba y riendo, se soltó la roja cabellera...”
“... ¿Qué te falta?... Soy más rica en tormentas que el propio viento, porque sirvo a uno que es más poderoso que el viento... Pero pongo precio, buen mozo, pongo precio...”
“...Quiero desprenderme de mi alma...”

“...Y el alma le dijo:
–En una ciudad que conozco hay una posada. Estuve en ella con marineros que bebían vino de dos colores... se nos acercó un anciano con una alfombra de cuero y un laúd... Y cuando hubo extendido su alfombra... tocó las cuerdas metálicas de su laúd y una muchacha con el rostro velado entró corriendo y se puso a bailar para nosotros... ”
“...cuando el joven pescador oyó las palabras de su alma, se acordó de que la sirenita no tenía pies y no podía bailar, y un gran deseo se apoderó de él y se dijo:
No es más que una jornada de camino y puedo volver junto a mi amor...” (Editorial Época).

En El retrato de Dorian Gray, la mujer es Sibyl Vane, la primera víctima de la transformación del alma de Dorian, actriz de teatro, quien antes de conocerlo vivía para actuar enamoramientos y ahora, ante la realidad del amor, dentro de una promesa de matrimonio, se convierte en una pésima actriz, y está feliz de serlo:

“Has matado mi amor... Solías excitar mi imaginación. Ahora no excitas ni siquiera mi curiosidad... Te amaba porque... tenías talento e inteligencia, porque hacías realidad los sueños de los grandes poetas y dabas forma y sustancia a las sombras del arte... Lo has tirado todo... Ahora no eres nada para mí... Has estropeado el romance de mi vida. ¡Qué poco sabes del amor, si dices que él echa a perder tu arte... ¿Qué eres ahora? Una actriz de tercera con una cara bonita...
...No hablas en serio Dorian... Estás actuando...” (Ediciones y distribuciones Mateos. Clásicos Selección).

Sibyl termina suicidándose, siendo una marca en un retrato mágico.
En Los miserables, del francés Víctor Hugo, la mujer es inocencia y luminosidad para una vida silenciosa, que se cuida de caminar en las sombras, como la de Juan Valjean: Cossette. O bien, es un juguete que se puede manipular hasta el cansancio, exprimir, tirar de sus miembros y romperlos; entonces se le abandona en un rincón o en una fosa común: Fantina.

“...Luego, volviéndose hacia Fantina, añadió:
–Ya tienes para seis meses.
La desgraciada se estremeció.
–¡Seis meses, seis meses de prisión! –exclamó. ¡Seis meses de ganar siete sueldos por día! ¿Qué va a ser de Cossette, mi hija, mi hija? Debo más de cien francos a los Thernardier, señor inspector, ¿no lo sabeís?...”

“...El cura creyó... que lo mejor era reservar, de lo que había dejado Juan Valjean, la mayor cantidad posible para los pobres. Al fin y al cabo, ¿de quién se trataba? De un presidiario y de una mujer pública. Por estas razones simplificó cuanto pudo el entierro de Fantina, y le redujo a lo estrictamente necesario que se llama la fosa común...” (Editorial Porrúa, Sepan cuantos...).

En el ámbito local, el escritor Alejandro Meneses, fallecido a mediados del año pasado, dedica un libro de relatos a su visión de la mujer, de lo femenino: Ángela y los ciegos.
“En Ángela y los ciegos, dos primos–amantes se buscan, se persiguen, sin encontrarse: sus fugaces contactos confirman la lejanía que, paradojícamente, los une... Ángela –maestra de ciegos que no logra dar con la escuela a la que había sido enviada– adopta diversos rostros y diversas edades.
Su primo padece esas constantes metamorfosis: está sujeto al tiempo de Ángela Adónica. Sin embargo, siempre irá tras ella, en la niñez y en la juventud, por los corredores de una casa crepuscular y por playas soleadas, por las calles de una ciudad fantasmal y por cantinas donde sólo beben ancianos; será su compañera en la universidad para después abandonarlo un domingo por la noche, mientras él sufre un implacable dolor de muelas...”
Con Alejandro Meneses, la mujer es lejanía, algo que se observa, imposible acercarse a ello, aunque se deseé y se busque el camino. Es separación perpetua y una masa aglutinada que sólo admite a las de su mismo sexo, excluyente:

“...Yo me quedé tras la puerta, rodeado por el resplandor de las ceras; entre ellas, la de mi hermano.
Me asomé:
Mi madre pasó su mano áspera por el cabello de mi prima. La estrechó contra su pecho, acercándola hasta un sitio al que yo nunca había podido llegar. Mi madre vio mi cara lejana: luz y sombra sobre los rasgos que algún día fueron de mi padre. Con la cabeza me señaló la escalera, el mundo exterior, la lluvia.
Y se quedaron solas. Como siempre, sin mí.” (Ediciones Cal y Arena, 2000).

Thursday, March 02, 2006

REMEDIO.


Convertirá el corazón en cenizas, las humedecerá para que el fuego no regrese a pintarlas de rojo y las haga bailar y subir. Al mismo tiempo, el agua de los ojos se evaporará, dejando caminos de sal a lo largo de la piel de cera, senderos irrenovables. Los paisajes dibujados en blanco por el lápiz del invierno, las alfombras de cerdas ocres y marrón tendidas a lo largo del camino de otoño, los colores azules, rosas, amarillos violetas... La primavera, el sol durante la estación húmeda, serán cada uno accidentes dentro del negro y el vacío. Serán los labios cerrados y las pupilas cubiertas por párpados y alturas de polvo.
No regresarán los días de punzadas frente a un monolito blanco, a una cruz y un ramo de verde acartonado. No regresará el día, ni el sol sacará la humedad de los poros. Ni autos en la avenida escoltada por señalamientos, ni los acordes de una canción que habla del único hombre que mide las calles nocturas con su sombra. Tampoco crecerá un hoyo negro en la garganta ante una fotografía de alguien sin respiración ni peso.
Pero tampoco habrá deseos de hundir los dedos en una piel ajena. Las fuerzas para conducir un bolígrafo sobre el papel, transportar paisajes mentales a la realidad de la celulosa vacía, quedarán reducidas a cero. ¿Cuál será entonces su valor, el valor del fin del eco de un eco emitido antes de las glaciaciones?
El que tome este remedio podría preguntar si valió la pena abandonarse a las paletadas de los hombres, regresar al espacio ocupado antes de nacer, por dejar de sentir el alma hecha de cáscaras que se van desprendiendo con los golpes de la respiración. Y querrá de nuevo oir voces, sentir punzadas en cada cambio en el ambiente, observar el monolito que resguarda a alguien igualmente ciego, sordo y mudo.
Pero es entonces cuando quienes lo tienen en la mente, oyen sus pisadas en cuartos vacíos y mojan sus rostros con la sal que ha dejado de correr por su cuello, estarán tomándose de las manos alrededor de una mesa casi hecha virutas, apretando los ojos ante una mujer de turbante y uñas ultramar que, asegura, puede hablar con el ausente porque conoce el lenguaje de los cementerios y las salas crematorias.
La única contraindicación del remedio no es para el paciente, sino para quienes esperan a sus espaldas. Es la transferencia de los síntomas, contra los que es inservible.