Monday, April 03, 2006

REMEDIO III.


El no encontrarse con dos pupilas que reflejen nuestras manos en el acto de empuñar un bolígrafo, que miren las vocales y consonantes dejadas a cada paso como si de huellas se tratara; el hablar o reír junto al oído de un ser de aire, sin vestigios de respiración pero no por eso ahogado o imaginario, y esperar una respuesta que nos llegará en otro tiempo, en otra vida –que sólo será la ninfa siguiéndonos los pasos, bailando con las manos de leche y los cabellos y las gasas que cubren su delgadez abandonados al viento, rodeando cada secreta frase con siseos, risas de cristal y pisadas desnudas sobre el antiguo vestido de las ramas–, todavía no tiene solución.
Quien se coloca frente a la rigidez y frialdad de un espejo, que únicamente sabe vernos a nosotros sin responder a semejante estímulo, y grita lo realizado en el lapso entre una luna y otra, ante un auditorio de miles de sordomudos, y cree haber encontrado una cura para esa sensación de actuar a la vista de nuestra sombra, está loco –debía vestir de blanco y estrellar sus ideas contra colchonetas verticales– o está fanfarroneando. Nunca debe creérsele. Está comprobado: a fuerza de hablar con quien habita detrás del espejo y escuchar su voz de silencio, se piensa que cuando llegue el remedio, será la hora en que los hombres dejarán de morir e incluso respirarán bajo el agua.

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