Wednesday, March 08, 2006

MUJERES, MÚSICA, LITERATURA...


La música observa desde diferentes ángulos a la mujer, uno de sus temas recurrentes; a veces con desprecio, con picaresco doble sentido, a veces esperando su presencia o que se digne siquiera a voltear, para así, confirmar la propia existencia. Rock, boleros, pop, música popular... La mujer está presente interpretando o siendo parte de la letra.
Alguien que tiene cierta visión fantasmagórica de la mujer, es el cantautor puertorriqueño Robi Draco Rosa. Haciendo alusión a la frase de Jules Michelet que inicia el libro Aura, de Carlos Fuentes (Ediciones ERA, 39ª. Reimpresión, 2001):

El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña;
es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la
segunda visión, las alas que le permiten volar hacia
el infinito del deseo y de la imaginación... Los
dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre
el pecho de una mujer...

Robi Draco incluye a la mujer en sus canciones cubierta con bruma, con velos que, tirados por los dedos del viento, remarcan las siluetas de reloj de arena. Las palabras de Michelet se relacionan con la canción “Blanca mujer” del disco Vagabundo, lanzado en el año de 1996. En ella, alguien espera ser llevado entre los brazos de una mujer que representa a la muerte; además, tiene el anhelo incumplido, por decisión propia, de la compañera:

New Orleans
a primeros de abril
en el noventa y cuatro,
él está condenado a morir
por amar demasiado.

Si quisieras ahora venir
y acabar de una vez con mi vida
yo te lo pido blanca mujer
que me lleves a tu eterna guarida.

Tengo tantas ganas de ti
pero no puedo llevarte ahora.
Te toca todavía vivir,
porque aún no te ha llegado la hora...

En el caso de "Penélope", de esa misma producción, el velo impuesto no es el de la muerte, sino el de un sueño que separa, una pesadilla donde la mujer es un punto inapresable, rodeado de árboles como esqueletos, a quien se desea prodigar regalos, atenciones. La causa de la separación es generada por quien la extraña:

Me despierto en el alba, soñando no sé qué;
desayuno con lluvia y te recuerdo en el café.
Soñé tu figura lejos
esperando en los suburbios del olvido
y me vi solo, zarpando en barcos de oro
que llené con regalos para ti
y luego vi que por celos, el mar de mis tormentos
se tragaba el barco y aquel loco que era yo.
Y todo naufragó.
Qué lejos tú...

Así como la música, la literatura aborda a las mujeres para conferirles diferentes investiduras: medio para obtener algo que se desea o pretextos para desviarse del sendero, en el cuento de "El pescador y su alma" –donde el personaje desea entregarse al amor de una bella sirena (¿qué es una sirena, sino una mujer que el mar ha arrastrado para acariciarla?)–; actriz ingenua que antes excitó la imaginación, en la novela El retrato de Dorian Gray, ambos de Oscar Wilde:

“... Padre... Una vez subí en mis redes a la hija de un rey. Es más bella que la estrella de la mañana y más blanca que la luna. Por su cuerpo entregaría gustoso mi alma y por su amor renunciaría al cielo...”

“...Y a mediodía recordó que uno de sus compañeros... le había hablado de cierta bruja joven que vivía en una caverna... Y fue hacia ella corriendo, tal era su impaciencia por deshacerse de su alma... la joven bruja supo que él se acercaba y riendo, se soltó la roja cabellera...”
“... ¿Qué te falta?... Soy más rica en tormentas que el propio viento, porque sirvo a uno que es más poderoso que el viento... Pero pongo precio, buen mozo, pongo precio...”
“...Quiero desprenderme de mi alma...”

“...Y el alma le dijo:
–En una ciudad que conozco hay una posada. Estuve en ella con marineros que bebían vino de dos colores... se nos acercó un anciano con una alfombra de cuero y un laúd... Y cuando hubo extendido su alfombra... tocó las cuerdas metálicas de su laúd y una muchacha con el rostro velado entró corriendo y se puso a bailar para nosotros... ”
“...cuando el joven pescador oyó las palabras de su alma, se acordó de que la sirenita no tenía pies y no podía bailar, y un gran deseo se apoderó de él y se dijo:
No es más que una jornada de camino y puedo volver junto a mi amor...” (Editorial Época).

En El retrato de Dorian Gray, la mujer es Sibyl Vane, la primera víctima de la transformación del alma de Dorian, actriz de teatro, quien antes de conocerlo vivía para actuar enamoramientos y ahora, ante la realidad del amor, dentro de una promesa de matrimonio, se convierte en una pésima actriz, y está feliz de serlo:

“Has matado mi amor... Solías excitar mi imaginación. Ahora no excitas ni siquiera mi curiosidad... Te amaba porque... tenías talento e inteligencia, porque hacías realidad los sueños de los grandes poetas y dabas forma y sustancia a las sombras del arte... Lo has tirado todo... Ahora no eres nada para mí... Has estropeado el romance de mi vida. ¡Qué poco sabes del amor, si dices que él echa a perder tu arte... ¿Qué eres ahora? Una actriz de tercera con una cara bonita...
...No hablas en serio Dorian... Estás actuando...” (Ediciones y distribuciones Mateos. Clásicos Selección).

Sibyl termina suicidándose, siendo una marca en un retrato mágico.
En Los miserables, del francés Víctor Hugo, la mujer es inocencia y luminosidad para una vida silenciosa, que se cuida de caminar en las sombras, como la de Juan Valjean: Cossette. O bien, es un juguete que se puede manipular hasta el cansancio, exprimir, tirar de sus miembros y romperlos; entonces se le abandona en un rincón o en una fosa común: Fantina.

“...Luego, volviéndose hacia Fantina, añadió:
–Ya tienes para seis meses.
La desgraciada se estremeció.
–¡Seis meses, seis meses de prisión! –exclamó. ¡Seis meses de ganar siete sueldos por día! ¿Qué va a ser de Cossette, mi hija, mi hija? Debo más de cien francos a los Thernardier, señor inspector, ¿no lo sabeís?...”

“...El cura creyó... que lo mejor era reservar, de lo que había dejado Juan Valjean, la mayor cantidad posible para los pobres. Al fin y al cabo, ¿de quién se trataba? De un presidiario y de una mujer pública. Por estas razones simplificó cuanto pudo el entierro de Fantina, y le redujo a lo estrictamente necesario que se llama la fosa común...” (Editorial Porrúa, Sepan cuantos...).

En el ámbito local, el escritor Alejandro Meneses, fallecido a mediados del año pasado, dedica un libro de relatos a su visión de la mujer, de lo femenino: Ángela y los ciegos.
“En Ángela y los ciegos, dos primos–amantes se buscan, se persiguen, sin encontrarse: sus fugaces contactos confirman la lejanía que, paradojícamente, los une... Ángela –maestra de ciegos que no logra dar con la escuela a la que había sido enviada– adopta diversos rostros y diversas edades.
Su primo padece esas constantes metamorfosis: está sujeto al tiempo de Ángela Adónica. Sin embargo, siempre irá tras ella, en la niñez y en la juventud, por los corredores de una casa crepuscular y por playas soleadas, por las calles de una ciudad fantasmal y por cantinas donde sólo beben ancianos; será su compañera en la universidad para después abandonarlo un domingo por la noche, mientras él sufre un implacable dolor de muelas...”
Con Alejandro Meneses, la mujer es lejanía, algo que se observa, imposible acercarse a ello, aunque se deseé y se busque el camino. Es separación perpetua y una masa aglutinada que sólo admite a las de su mismo sexo, excluyente:

“...Yo me quedé tras la puerta, rodeado por el resplandor de las ceras; entre ellas, la de mi hermano.
Me asomé:
Mi madre pasó su mano áspera por el cabello de mi prima. La estrechó contra su pecho, acercándola hasta un sitio al que yo nunca había podido llegar. Mi madre vio mi cara lejana: luz y sombra sobre los rasgos que algún día fueron de mi padre. Con la cabeza me señaló la escalera, el mundo exterior, la lluvia.
Y se quedaron solas. Como siempre, sin mí.” (Ediciones Cal y Arena, 2000).

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