Sunday, February 07, 2010

MARIPOSA DE ALAS ROTAS


Lo vemos desde arriba, desde un cielo gris a causa del humo. Lejos. Somos lluvia, las cuerdas de un arpa. Allá, sobre el asfalto, un cuerpo derramado, con tres tiros y las últimas gotas de aliento. Unos brazos lo sostienen, confundidos entre hebras negras, larguísimas. Asistimos a la agonía de una mujer, al llanto de su esposo, quien sólo puede observar cómo se escapa la vida de su compañera, igual que una mariposa.
Y si de verdad fingimos ser lluvia y nos precipitamos sobre ella, podremos distinguir que su vientre herido es un capullo negro. Que dentro de él se resguardan dos niñas, como si de un escudo se tratara. Son sus hijas, de once y cuatro años. Violeta y Lu. Para ellas se ha levantado una casa donde conviven la tecnología del internet y la tradición de un biombo o un bonsái. Una burbuja anormal, leeríamos en la mente de los vecinos, de los padres de los compañeros de escuela, de las autoridades. Si tuviésemos ese poder. Pero sólo somos miradas pendientes de las páginas de un libro de tapas con tonos rosados.
En él, las frases parecen flores color melón que el viento acomoda para crear ambientes donde ojos enormes, redondos, reflejan rostros de ceños fruncidos, dedos que los traspasarían, si pudieran, para apuntalar una acusación. Los dueños de esos ojos son diferentes. Y eso significa peligro para quienes los rodean.
Entre pétalos que aún flotan cerca del tallo, asistimos al encierro de la niña de cuatro años, Cho, Lu, encierro provocado por su propio cuerpo, bajo la apariencia del Síndrome de Asperger –trastorno de la conducta que combina fases de autismo con hiperactividad–. Fuera de su celda transparente, se le acusa de matar a Toto, amigo suyo en el jardín de niños. Es la “asesina más joven de la historia”. Lo dicen los maestros del centro escolar, los padres de familia, los medios de comunicación, a través de entrevistas de tono amarillo y carreras con micrófonos a modo de espadas.
A partir de la muerte del niño, un encierro sólido se yergue alrededor del transparente consecuencia del síndrome: arresto domiciliario, salidas únicamente a terapia y bajo estricta vigilancia policial. El cerco se hace cada vez más pequeño: los padres de Toto culpan no a su compañera de juegos, sino a su madre, a sus costumbres raras, “extranjeras”, y llegan al punto de querer tomar una vida por otra.
El libro guarda, además, una atmósfera híbrida, en la que la piel se convierte en trazos y el organismo dota al cuerpo con destrezas ajenas a las de un ser humano. Su autora, la sonorense Eve Gil, ha logrado amalgamar mundos distintos en ocasiones anteriores, tomando la realidad que nos entregan cámaras y pantallas, por ejemplo, y llevándola a extremos tan lejanos como posibles: un país en el que la gente interactúa con estrellas de cine y televisión, y tiene la fantasía del buen trabajo y la buena alimentación gracias a un chip instalado en el cerebro (Virtus, editorial Jus, 2008).
En Sho–shan y la Dama Oscura (editorial Suma de Letras, 2009), Eve Gil enlaza el mundo real –donde, gracias al acoso mediático, al doctor Luis Monsalve, padre de Lu, sus pacientes le piden autógrafos “como si fuera Johnny Depp”–, con uno sacado del anime y del manga japonés. Como si atravesaran biombos de papel, Violeta, hermana mayor de Lu, la propia Lu, y su madre, Dagmar Obscura, se mueven en dos realidades paralelas, entrelazadas. Dagmar es producto de la pluma de Jinzaburo Kunikida, un famoso realizador de mangas y animes, profesión que ejercerá Violeta diez años después, quien recurrirá a su diario para crear Sho–shan Z.
Eso será luego, por ahora, como nosotros, observa a la mariposa de alas rotas que es Dagmar. El gris del cielo añade lágrimas a la madrugada. Y las lágrimas, que no terminan de caer, se toman de la mano para volverse cuerdas: las cuerdas de un arpa enorme que las manos del aire tocan para despedir de este mundo a Dagmar Obscura, autora de cuentos infantiles, quien no recuerda nada previo al nacimiento de su hija mayor y festeja su cumpleaños junto a ella. La música arrancada a las cuerdas es un réquiem, se podría decir que es el mismo que escuchamos cuando muere un caballero de Athena. El mismo réquiem. El mismo adiós.


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