Sunday, July 04, 2010

A CINCO AÑOS... Y LA NOSTALGIA NO SE VA


Algo que dejó el FIP de noviembre...



Imágenes

Sí, estuviste. Volviste a caminar por las calles del centro, en la Casa del Escritor, a donde nos mudamos dos años antes de tu muerte. Y te vi dentro. No en el salón de los talleres, en la planta alta, al final del pasillo, sino en el de conferencias, el de las presentaciones de libros. Me miraste un rato desde la pared. Los anteojos, el último volumen que presentaste en Profética –una antología–, tus amigos de la universidad hace unos veinte años. Sí, eras tú, lástima que sólo fuera bidimensional. Te seguimos extrañando. Tus alumnos, yo, la improvisada de todas las mesas.
Escribí un texto corto, algo sobre la vida de los ojos, la mirada, y cómo la deslizamos en las líneas de una libreta, junto al bolígrafo, al lápiz, o a lo largo y ancho de la página de la computadora. Qué viste, cómo lo viste, recordé de los talleres contigo. Un cuento de Ángela y los ciegos para cerrar los quince o veinticinco minutos.
Sí, ensayé una noche antes, ese día por la mañana, medí el tiempo mirando las manecillas. También respiré profundo y me emocione al verte en el muro. Sonreí. Escuché atenta la ponencia de Diana Hernández, compañera y amiga tuya de universidad: era su tesis de maestría, que rescata tu obra.
Para lo que no estaba lista era para tu voz. Nunca lo intuí. El presentimiento llegó casi como un golpe, enfundado en traje negro de amenaza. Diana guardaba unas cinco horas de grabaciones acerca de ti y tuyas, dijo, y buscando un fragmento para su participación, siempre le llegaba un instante del cuento El fin de la noche. De Días extraños. Y sí, derribaste los bloques puestos a mi alrededor. Te metiste en mi voz. La estiraste, le dibujaste fisuras en algunos momentos, las que traté de brincar, de rellenar con argamasa de pausas y respiraciones. Y no pude. El principio del libro en el que a lo largo de los cuentos el personaje–narrador nunca logra comprender ni alcanzar a su prima, por momentos breves, cayó en esas fisuras abiertas con tu voz minutos antes. A gotas, apenas, pero el rumor de agua llegó más allá de la mesa.
Estuviste, como lo pensé antes de llegar. Pero no esperaba verte y escucharte. Y fue peor sabiendo que esas imágenes y esa voz no salían de alguien con sombra y brazos y piernas. Es cierto, aunque seguimos sintiendo tus pasos y tu mano en autores jóvenes, alumnos tuyos que intentan llevar vida a tu muerte (Alejandro Badillo y sus dos publicaciones casi simultáneas, Elías D’Alva, quien recordó los talleres sentado a mi derecha), no volveremos a verte como antes, cada jueves, o los miércoles, o los martes, leyendo en la mesa de la esquina. Sólo en fotografías, sólo en grabaciones de audiocasette. Sólo dentro de nosotros y en nuestros cuentos.

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