Fragmento de una entrevista con Eduardo Matos Moctezuma, quien el pasado 28 de octubre dio una conferencia, "Muerte al filo de obsidiana", en la ciudad de Puebla. (Tomado de la sección cultural del periódico La jornada en su edición del día de hoy).
Arturo Jiménez.
Un mundo casi desaparecido.
–¿Por qué la persistencia descalificatoria, sobre todo en el extranjero, de seguir percibiendo al México antiguo como una sociedad sanguinaria y necrófila, debido a sus rituales de sacrificios humanos, pese a las ya diversas investigaciones y reflexiones que ponderan el tema y ubican a Mesoamérica como una de las grandes civilizaciones del mundo?
–En efecto. La imagen que se ha dado, sobre todo en el extranjero, es de civilizaciones brutales en las que se sacrificaba a los individuos y no reflexionan acerca de dos cosas. Una, qué era lo que motivaba, en aquel mundo antiguo, que existiera el sacrificio humano y otras manifestaciones. No reflexionan en que era una práctica con un sentido religioso y fundamental: ofrendar a la deidad lo más preciado del hombre, la vida misma.
“Cuando se realizaba, que además era sólo en determinadas ceremonias, no algo constante, llevaba como fin que el Sol no detuviera su andar. El Sol tenía que alimentarse con la presencia humana para que hubiera vida. Era una forma de buscar la vida a través de la muerte. Si se analizan las festividades mensuales de los aztecas o mexicas, se verá cómo el sacrificio juega un papel fundamental para que perdure esa vida, porque se prolongue en la tierra.
“El segundo punto es que esas personas que ven con gran horror el mundo prehispánico, también reflexionen y vean que en su propia cultura, actualmente y no hace cinco siglos, con una sola bomba destruyen muchas vidas humanas. Y tenemos los ejemplos sobrados que todo el mundo conoce, de cómo con una sola bomba se mata a 100 mil personas de un plumazo. Cuando se les hace esta reflexión, aunado a que la motivación de esa muerte masiva es el interés económico, comercial, etcétera, entonces tenemos allí una diferencia fundamental.”
–¿De dónde viene esa actitud, es parte del eurocentrismo que no comprende a cabalidad lo otro y lo percibe como exótico?
–Exactamente. Ver cualquier manifestación de esos pueblos como algo terrible, sanguinario, y no observar que su propia cultura, en plenos siglos XX y XXI, los siglos de la “civilización”, ocurren cosas que son la negación misma de la vida.
–¿Qué perdura hoy de toda esa visión mesoamericana del mundo y de su concepto de la muerte, después de 300 años de Colonia y de los siglos XX y XXI, pues hay ciertas creencias que perduran en fiestas como los Días de Muertos?
–Todas las culturas, en todos los tiempos y latitudes, han tenido de una u otra manera una percepción de la muerte. Y en nuestras culturas prehispánicas se daba toda una serie de pensamientos al respecto. El pensamiento de entonces partía fundamentalmente de deparar un destino al individuo después de la muerte, el cual estaba marcado según la forma en que se moría. Esto es muy importante.
“Si alguien moría en relación con el agua, iría al Tlalocan, el lugar del dios Tláloc, el dios de la lluvia, el agua, la fertilidad. Era un lugar de constante verano. Si moría en guerra o tomado prisionero para el sacrificio, entonces iba a un lugar de cierto privilegio, que era acompañar al Sol, desde que éste salía hasta el medio día. Y si moría de cualquier otra forma, iba al Mictlán.
–En efecto. La imagen que se ha dado, sobre todo en el extranjero, es de civilizaciones brutales en las que se sacrificaba a los individuos y no reflexionan acerca de dos cosas. Una, qué era lo que motivaba, en aquel mundo antiguo, que existiera el sacrificio humano y otras manifestaciones. No reflexionan en que era una práctica con un sentido religioso y fundamental: ofrendar a la deidad lo más preciado del hombre, la vida misma.
“Cuando se realizaba, que además era sólo en determinadas ceremonias, no algo constante, llevaba como fin que el Sol no detuviera su andar. El Sol tenía que alimentarse con la presencia humana para que hubiera vida. Era una forma de buscar la vida a través de la muerte. Si se analizan las festividades mensuales de los aztecas o mexicas, se verá cómo el sacrificio juega un papel fundamental para que perdure esa vida, porque se prolongue en la tierra.
“El segundo punto es que esas personas que ven con gran horror el mundo prehispánico, también reflexionen y vean que en su propia cultura, actualmente y no hace cinco siglos, con una sola bomba destruyen muchas vidas humanas. Y tenemos los ejemplos sobrados que todo el mundo conoce, de cómo con una sola bomba se mata a 100 mil personas de un plumazo. Cuando se les hace esta reflexión, aunado a que la motivación de esa muerte masiva es el interés económico, comercial, etcétera, entonces tenemos allí una diferencia fundamental.”
–¿De dónde viene esa actitud, es parte del eurocentrismo que no comprende a cabalidad lo otro y lo percibe como exótico?
–Exactamente. Ver cualquier manifestación de esos pueblos como algo terrible, sanguinario, y no observar que su propia cultura, en plenos siglos XX y XXI, los siglos de la “civilización”, ocurren cosas que son la negación misma de la vida.
–¿Qué perdura hoy de toda esa visión mesoamericana del mundo y de su concepto de la muerte, después de 300 años de Colonia y de los siglos XX y XXI, pues hay ciertas creencias que perduran en fiestas como los Días de Muertos?
–Todas las culturas, en todos los tiempos y latitudes, han tenido de una u otra manera una percepción de la muerte. Y en nuestras culturas prehispánicas se daba toda una serie de pensamientos al respecto. El pensamiento de entonces partía fundamentalmente de deparar un destino al individuo después de la muerte, el cual estaba marcado según la forma en que se moría. Esto es muy importante.
“Si alguien moría en relación con el agua, iría al Tlalocan, el lugar del dios Tláloc, el dios de la lluvia, el agua, la fertilidad. Era un lugar de constante verano. Si moría en guerra o tomado prisionero para el sacrificio, entonces iba a un lugar de cierto privilegio, que era acompañar al Sol, desde que éste salía hasta el medio día. Y si moría de cualquier otra forma, iba al Mictlán.
Sintetiza: “En el momento en que el hombre crea otros sitios para tratar de evitar a la muerte, a la que teme, entonces crea los infiernos, los cielos, los mictlanes y los lugares a donde se irá después de la vida. Eso lo vemos en casi todas las culturas. Es un deseo de trascendencia porque el hombre se niega a morir. Y lo que hace es querer darle la vuelta a la muerte, pero la muerte, socarrona, se muere de risa”.
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