Wednesday, April 05, 2006

NUEVO MUNDO.


Es una película de Gabriel Retes, de 1976. Encontré el DVD en una tienda y llamó mi atención la portada. En letras blancas: “¡Por primera vez después de veinte años de veto!” y una pequeña frase del director mexicano: “El sometimiento de un pueblo a través de una imagen”. Colores cálidos encerrados en un negro que simula la sombra de una mano, el calendario azteca insinuado en el fondo y en primer plano, un crucifijo en el mango de una daga cubierta de sangre. Alguien la sostiene entre los diez dedos, la dirige a sí mismo.
En la contraportada no hay una reseña de la trama: “La iglesia, a lo largo de la historia, siempre se ha enfrentado al cine como de sus principales censores. “Nuevo Mundo” cuestiona el mito guadalupano al presentar cómo para someter a los indios, un sacerdote jesuita inventa la presencia de una Virgen que pide la reconciliación entre conquistadores y conquistados. Retes nos muestra en esta película una alegoría del método utilizado por los españoles para imponer su religión y asumir con ello un completo poder político sobre los indígenas. Producida en 1976 “Nuevo Mundo” fue boicoteada en su exhibición por el controversial tema al que hace referencia”.
Las actuaciones de Aarón Hernán, Juan Ángel Martínez, Tito Junco, Bruno Rey y María Rojo, recrean un México de poco después de la conquista, dando la idea de aproximadamente treinta o cuarenta años después de la caída de Tenochtitlán. Inicia con una caravana de soldados y sacerdotes que llegan a una población. María Rojo es la intérprete; los españoles quieren saber la razón para abandonar el caserío. Un anciano contesta en nahuatl repetidas ocasiones, sin que haya subtítulos, lo que añade atmósfera a la escena, y al final de este diálogo, con la entonación del anciano, los sacerdotes saben que no les dirán porque huyen.
El anciano mata a la intérprete. Un buen inicio para la trama: la investigación de los sacerdotes católicos para dar con los cabecillas de una revuelta indígena.
El filme está hecho con escenas muy bien logradas, como la adoración de los indígenas, a la usanza antigua, en las nuevas iglesias católicas. Brazos y oraciones en nahuatl dirigidas a las imágenes de santos y mártires. “Es un milagro”, dicen, creen, “el Señor les ha iluminado el entendimiento”. Por la noche, y gracias a un ruido proveniente del altar mayor, descubren que ídolos prehispánicos están ocultos debajo de los vestidos púrpuras y blancos. Está también el español, el encomendero que protege a sus indios, convicción sobre el remordimiento que siente al haber matado a miles en los tiempos de la conquista. “Era su vida frente a la mía. Era la guerra”, declara frente a Aarón Hernán, sacerdote de La Santa Hermandad, con la que se recrean las torturas y procesos de la Inquisición Española. La muerte de un soldado que intentaba violar a una india. El encomendero ha aprendido a hablar nahuatl, y realiza un ritual compuesto de golpes y frases sin subtítulos coronadas por algo en castellano: “Este cerdo debe morir”, antes de que la mujer atraviese el corazón del soldado con su propia daga. El sacerdote trata de impedirlo, pues está bajo su protección.
Mención aparte merece el indio aparentemente converso, artista de la madera y la arcilla, organizador de la planeada matanza de españoles, encarnado por Juan Ángel Martínez, a quin se encarga una imagen religiosa original. No tiene el manto azul de la Guadalupana, pero los ojos entornados de la pintura son los mismos. Él, al término, la protege del sacerdote que intenta destruirla después de una discusión (¿por qué el artista no se opuso, si sabía que los matarían tanto a él como a la modelo?). Mi opinión sobre las motivaciones es que no fue porque haya comenzado a creer en su propia mentira, mentira elaborada por encargo, sino por el valor artístico que tiene la pintura. Una joven india posó para él, él sólo era copista, nunca se había aventurado a ir más allá, a crear una obra propia. Ése es el valor, no el de milagro que se le otorga.
En una de las escenas finales, donde se recrean las peregrinaciones actuales, con cantos a la reina del cielo, indígenas marchan mientras enarbolan el retrato de la Virgen inventada por la Santa Hermandad, mientras el sacerdote inicia en diligencia un largo viaje. Esta toma llena de impotencia al espectador, y le hace recordar el tiempo de duración que se le da a un engaño. “¿Quién puede saberlo? Quizás años, quizás siempre. Depende de los indios”.
Y aquí seguimos, llegando de rodillas al centro de la creencia más arraigada en el mexicano, dejando caminos continuos de sangre que se intersectan en el santuario que la reina del cielo ordenó se le construyera a las faldas del Tepeyac.
También, debo reconocer, se maneja con algo de maniqueísmo. El español malo, el indio bueno. Los indios como en manada, sin quejarse o intentar escapar de los soldados de casco y caballo que los conducen a las mazmorras, a la tortura y la muerte en la hoguera. Los interrogatorios a gritos, en lengua indígena y castellano, mientras el potro estira brazos y piernas. Nadie quiere confesar, resisten en silencio hasta la muerte.
Los europeos llegaron a invadir un lugar y a expandir su poderío más que una religión. A fin de cuentas se aprovecharon de ella para atesorar riquezas, propiedades y trabajo esclavo. Hay una frase de la película que se relaciona un poco con esto: “Lo único que los mantenía a salvo, es que nadie sabía que existían. Si no hubiéramos sido nosotros, serían los franceses, los ingleses”. Es cierto, pero también lo es que saquearon hasta donde pudieron, que trajeron a México la Edad Media –cuando el Renacimiento era la actualidad de otros países europeos–, la represión de la Inquisición, impusieron sus costumbres sin siquiera intentar comprender las que anulaban. Hay excepciones, por supuesto, como la obra de Fray Bernardino de Sahagún “Historia General de las Cosas de la Nueva España” (obra que, a final de cuentas, terminó siendo el Códice Florentino, regalo del monarca español al italiano, a quien Sahagún le había enviado sus manuscritos originales).
La película pone en duda el mito guadalupano, ¿en verdad se le habrá aparecido la Virgen a Juan Diego (ahora San Juan Diego)? No afirmo ni niego nada, creo que es algo muy difícil de comprobar, incluso para los estudiosos del tema. Pero, a la vista, por toda Latinoamérica, hay imágenes religiosas que se presentan a los pobladores: indígena para los antiguos aztecas, negra para los cubanos (donde la población taína fue anulada, y la de esclavos africanos llegó a ser mucho mayor que la de españoles): la Virgen de la Caridad del Cobre. Así hay una promesa más personalizada de una mejor vida después de la muerte, de la gloria eterna. Y si aguantas, si sufres martirio como Jesús, serás siempre feliz en el cielo.
Recomiendo ampliamente esta película, rodeada de una atmósfera opresiva tanto para los índígenas –la religión y sus métodos de tortura y sometimiento–, como para los españoles –las palabras que no entienden, que incluso el espectador ignora y debe interpretar por la reacción de los interlocutores–; claro, en menor medida para estos últimos. Y me quedo con una de las frases, llena de tolerancia para lo extraño, tal vez hasta de respeto, dicha, por cierto, por el encomendero español que muere en las mazmorras de la Santa Hermandad: “Después de todo, la fe es la misma”.

3 comments:

lyone said...

¿donde la puedo descargar?

flory said...

Buenisimo tu analisis, me encanto, ya vi la pelicula e igual surgen muchas dudas y contradiciones catolicas, pero es buena para un analisis profundo.

Ricardo López Moctezuma said...

"...qué pasaría si les sustituimos sus ídolos por uno que parezca de ellos, pero bendecido por nosotros." "Lo único que los protegía de Europa, era que nadie sabía dónde estaba el Nuevo mundo"