La novela El palacio de los sueños de Ismail Kadaré es una historia de familia, de caer para que alguien crezca. Con un lenguaje sencillo crea atmósferas opresivas donde los minutos se arrastran y los pasillos son largos y vacíos, son los dejados varias vueltas atrás, como si quien los recorre estuviera en un laberinto del que nunca va a salir.
En la portada de la edición de Cátedra Letras Universales de 1999, escrito entre 1976 y 1981 en Tirana, Albania, lugar de nacimiento del autor, se muestra una fotografía que es un presagio: la de un hombre prisionero, cubierto por entero, dos brazos asiéndolo a manera de cadenas. A lo largo de la gran parte de la lectura se presiente alguna desgracia para el protagonista, Mark-Alem.
El libro también añade un paso hacia lo que sería una dictadura completa, simbolizada por el Tabir Saray o Palacio de los Sueños, una dependencia gubernamental a la que la población debe reportar por escrito cada sueño que acuda a sus noches. El protagonista llega a trabajar a este sitio, una construcción enorme y gris. Por sus manos de seleccionador de nuevo ingreso, empiezan a desfilar sueños que luego deberán llegar al departamento de interpretación, a donde él es promovido al poco tiempo de su ingreso. Entre ellos, uno que muestra un instrumento musical junto a un puente y a un toro presto a embestir, llama su atención porque, siendo tan numerosos los funcionarios del Palacio, llega a él en el departamento de selección y luego vuelve a encontrarlo en el de interpretación.
Este sueño llegará a ser el Sueño Maestro, el seleccionado para representar el estado de ánimo popular, el que puede presagiar el futuro político del gobierno. El catalizador que seguirá cumpliendo el destino de la aristocrática familia Qyprilli – familia albanesa influyente varios miembros fueron visires, grandes visires, generales, y altos cargos a lo largo de la historia del imperio otomano–, a la cual pertenece el protagonista, consistente en éxito y desgracias enormes tomados de la mano. El poder premonitorio de la portada se cumple pero no en la persona de Mark–Alem.
A lo largo de la lectura, como al de pronto Jefe del Departamento del Sueño Supremo y Director General Adjunto del Tabir Saray, Mark–Alem, nos sentimos tragados por la atmósfera salida de la pluma de Ismaíl Kadaré, tan opresiva como la que lo rodeó en Albania.
Ismaíl Kadaré acerca de esta novela afirma: "Desde hacía mucho tiempo tenía ganas de construir un infierno. Mediaba, no obstante, lo que semejante proyecto tenía de ambicioso y hasta de quimérico, después de los anónimos egipcio, Virgilio, San Agustín, y sobre todo, Dante".
En la portada de la edición de Cátedra Letras Universales de 1999, escrito entre 1976 y 1981 en Tirana, Albania, lugar de nacimiento del autor, se muestra una fotografía que es un presagio: la de un hombre prisionero, cubierto por entero, dos brazos asiéndolo a manera de cadenas. A lo largo de la gran parte de la lectura se presiente alguna desgracia para el protagonista, Mark-Alem.
El libro también añade un paso hacia lo que sería una dictadura completa, simbolizada por el Tabir Saray o Palacio de los Sueños, una dependencia gubernamental a la que la población debe reportar por escrito cada sueño que acuda a sus noches. El protagonista llega a trabajar a este sitio, una construcción enorme y gris. Por sus manos de seleccionador de nuevo ingreso, empiezan a desfilar sueños que luego deberán llegar al departamento de interpretación, a donde él es promovido al poco tiempo de su ingreso. Entre ellos, uno que muestra un instrumento musical junto a un puente y a un toro presto a embestir, llama su atención porque, siendo tan numerosos los funcionarios del Palacio, llega a él en el departamento de selección y luego vuelve a encontrarlo en el de interpretación.
Este sueño llegará a ser el Sueño Maestro, el seleccionado para representar el estado de ánimo popular, el que puede presagiar el futuro político del gobierno. El catalizador que seguirá cumpliendo el destino de la aristocrática familia Qyprilli – familia albanesa influyente varios miembros fueron visires, grandes visires, generales, y altos cargos a lo largo de la historia del imperio otomano–, a la cual pertenece el protagonista, consistente en éxito y desgracias enormes tomados de la mano. El poder premonitorio de la portada se cumple pero no en la persona de Mark–Alem.
A lo largo de la lectura, como al de pronto Jefe del Departamento del Sueño Supremo y Director General Adjunto del Tabir Saray, Mark–Alem, nos sentimos tragados por la atmósfera salida de la pluma de Ismaíl Kadaré, tan opresiva como la que lo rodeó en Albania.
Ismaíl Kadaré acerca de esta novela afirma: "Desde hacía mucho tiempo tenía ganas de construir un infierno. Mediaba, no obstante, lo que semejante proyecto tenía de ambicioso y hasta de quimérico, después de los anónimos egipcio, Virgilio, San Agustín, y sobre todo, Dante".
1 comment:
Interesante sitio el tuyo, la verdad llegué por la afinidad musical..
Un saludo desde colombia
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