Thursday, August 17, 2006

MIRANDO EL RELOJ

También entré en una casa abandonada. Llamaron mi atención los muros con restos de blanco entre la pintura azul y melón, ramas como zarzas arañando el techo, un portón altísimo. Entonces supe que había estado buscando a la persona equivocada. La Ángela del título universitario vivía sólo en la imagen oval. Quizá la nueva tenga la cabeza blanca y rala, pensé, a lo mejor sus senos son globos sin aire, alimentaron a una nueva Ángela de padre desconocido.
Después de dibujar una larga clave morse en la alfombra de polvo, de atravesar cortinajes hechos con telarañas y capullos albinos, vi una figura derramada al final de la última habitación. Es ella, pensé sin acercarme.Sólo la adiviné entre los gajos de noche que goteaban desde un tragaluz. Aquella figura hecha como con trapos viejos no podía ser Ángela. Parecía remendar sus tobillos, tener las manos atadas a las patas de la silla. Miré sus hombros, alas de murciélago plegadas, ocultándome la cabeza. Adelanté un pie; yo mismo le daría consuelo a su cuerpo dolorido. Escuché un sollozo, con murmullos me ordenaba permanecer en mi sitio. Tal vez estuvo escondida allí desde el primer día, cuando abandonó mi almohada; quiso que sólo el aire, las paredes de la antigua casa, atestiguaran su desmadejarse, su volverse suspiros de un minuto antes.
No me importó. Yo era ese que había dormido cobijado por su aliento, quien la ayudó a memorizar el alfabeto hecho para gente con los ojos en los dedos; no cualquier extraño sin un lugar donde dormir o buscando un muro para confirmar su existencia por medio de peces y olas de aerosol turquesa. Me recibiría con la espalda erguida y los brazos extendidos a medias de una marioneta.Sumé pasos, alargué la mano al sentir su respiración perfumándome el cuello. Mi Ángela se convirtió en una sábana hecha de pliegues grises. Resbaló después de tocarla, descubrió la mitad de un rostro de niña, pintura inconclusa apoyada en el caballete con las patas rotas. Hebras negras. Los ojos, acorralados, eran dos enormes escarabajos buscando una salida hacia el lino libre de óleo. Daban al cuadro el aspecto de una obra terminada.
Voces de algún probable vigilante. Me quedé quieto, no porque temiera la reacción del hombre –arrojarme la luz de su linterna, arrestarme por invasión de propiedad privada–, sino embebido en la observación de mis dedos. Ángela gritaría si los apoyara en su cuello. Luego, carreras a la cocina, a los números de emergencia pegados junto a la ventana, al teléfono. “Ayúdenme, un viejo se metió en mi casa”. Y yo acorralado entre el refrigerador y la puerta, buscando debajo de mis arrugas el rostro con el que ella me conoció, el que recuerda.Salí cuando las linternas alumbraban otros sitios: agujeros de rata, pastizales donde antes había alfombras y sillones. Pensé en la niña de óleo. Decidí volver a preguntar fotografía en mano. Si la antigua táctica no funcionaba, después de pegar carteles y recorrer casas sin gente, me sentaría a esperarla en cualquier bar donde sirvieran agua quina con vodka y el dos por uno durara desde el mediodía hasta la madrugada. A fuerzas aparecería una tarde junto a la barra.

2 comments:

Abigail said...

Hola Judith! Me gustó mucho esto que escribiste, me recordó un poco a la canción de Serrat y el desmadejarse también me hizo pénsar en la esposa de Ulises (del mismo nombre que la canción) deshaciendo su tejido todas las noches.

Judith Castañeda said...

Hola, Aby!!!!!
Gracias por tu comentario!!! Me alegra mucho que te haya gustado, y que me visites!!!!
Saludos!!! (y salud! hic!)