En el año 2000 se concedió el Nobel de Literatura a su autor, Gao Xingjian –poeta, dramaturgo, pintor, novelista–, nacido en 1940, de nacionalidad china y refugiado en París desde 1988. La montaña del alma, libro escrito entre 1982 y 1987, puede verse como una reunión de relatos independientes, la crónica de un probable viaje a través de China por parte del autor, antes de abandonar el país, o como las notas de un “Él”, un escritor incomprendido que aparece hasta el capítulo 72.
La novela inicia en segunda persona, con un encuentro casual en un ferrocarril. El personaje conoce la existencia de un sitio llamado la Montaña del alma o Lingshan. En los capítulos, cada uno de ellos cortos e independientes, se alterna la primera y la segunda persona –a veces se salta de una a otra en un mismo capítulo, incluso en el mismo párrafo–. El texto se halla impregnado de aspectos modernos y antiguos de la cultura china, que están muy cerca unos de otros, como en la realidad: los bambúes se mecen ligeramente, hay pandas, té, se recuerda la Revolución Cultural, la reeducación por el trabajo en el campo, aparecen monjes taoístas, funcionarios comunistas, templos en ruinas, el peregrinaje hasta el último rincón del país, imperante en la época de Mao. Por ese lado, la Montaña del alma intenta realizar un bosquejo del alma de China.
Al final, el lector se pregunta si el personaje cumple su meta, si logra localizar Linshang. La alternancia de las voces nos da una pista. El “tú” y el “yo” tal vez se refiera a la conciencia, al yo interno hablándole al personaje. Ese yo interno quizá sea el desconocido del ferrocarril, quien estuvo en la Montaña del Alma. Y el personaje, sin saberlo, puede estar viajando en este mismo sitio durante toda la novela: se pierde entre la bruma, se hospeda con personas que investigan el comportamiento de los pandas, conoce a varias mujeres y recopila canciones tradicionales en Linshang.
La frase: “Y además, ¿quién conoce el mecanismo del alma?”, de Bernard Malamud, epígrafe inicial en el libro de cuentos Ángela y los ciegos de Alejandro Meneses, nos ofrece una hipótesis acerca de la nula o casi nula continuidad entre los relatos que forman la novela. El alma es capaz adoptar la apariencia de una montaña, de un pasajero en el ferrocarril, guarda el recuerdo del olor que tiene el regazo de nuestra madre, el paisaje en torno al primer enamoramiento, la oscuridad de la muerte, los minutos anteriores al presente y el temor o la esperanza por los venideros. Es decir, no tiene una forma definida ni un orden específico, es como cada quien la percibe. Tal vez la novela sea simplemente el alma del personaje o el personaje recorriendo, sin saberlo, los rincones de su propia alma, de su Linshang.
La montaña del alma rescata tradiciones, creencias, poetas de siglos pasados, y su lectura es disfrutable. Destaca el lenguaje sencillo, la permanente duda –“Ni tú mismo sabes a ciencia cierta por qué has venido aquí”–, lo sensorial sobre las acciones. También se nota el excesivo uso del pretérito perfecto –“Te has subido a un autobús de línea. Y, desde la mañana, el viejo bus reconvertido para la ciudad ha traqueteado durante doce horas seguidas por las carreteras de montaña...”– y algunas frases españolizadas –“Por tanto, no estáis solos, otra persona habita en la planta superior”–, fruto, supongo, tanto de la probable nacionalidad de los traductores y editores –recordemos que el mayor porcentaje de editoriales proviene de España–, como de la dificultad que supone traducir el idioma chino, lejano y aislante incluso para sus propios hablantes.
La novela inicia en segunda persona, con un encuentro casual en un ferrocarril. El personaje conoce la existencia de un sitio llamado la Montaña del alma o Lingshan. En los capítulos, cada uno de ellos cortos e independientes, se alterna la primera y la segunda persona –a veces se salta de una a otra en un mismo capítulo, incluso en el mismo párrafo–. El texto se halla impregnado de aspectos modernos y antiguos de la cultura china, que están muy cerca unos de otros, como en la realidad: los bambúes se mecen ligeramente, hay pandas, té, se recuerda la Revolución Cultural, la reeducación por el trabajo en el campo, aparecen monjes taoístas, funcionarios comunistas, templos en ruinas, el peregrinaje hasta el último rincón del país, imperante en la época de Mao. Por ese lado, la Montaña del alma intenta realizar un bosquejo del alma de China.
Al final, el lector se pregunta si el personaje cumple su meta, si logra localizar Linshang. La alternancia de las voces nos da una pista. El “tú” y el “yo” tal vez se refiera a la conciencia, al yo interno hablándole al personaje. Ese yo interno quizá sea el desconocido del ferrocarril, quien estuvo en la Montaña del Alma. Y el personaje, sin saberlo, puede estar viajando en este mismo sitio durante toda la novela: se pierde entre la bruma, se hospeda con personas que investigan el comportamiento de los pandas, conoce a varias mujeres y recopila canciones tradicionales en Linshang.
La frase: “Y además, ¿quién conoce el mecanismo del alma?”, de Bernard Malamud, epígrafe inicial en el libro de cuentos Ángela y los ciegos de Alejandro Meneses, nos ofrece una hipótesis acerca de la nula o casi nula continuidad entre los relatos que forman la novela. El alma es capaz adoptar la apariencia de una montaña, de un pasajero en el ferrocarril, guarda el recuerdo del olor que tiene el regazo de nuestra madre, el paisaje en torno al primer enamoramiento, la oscuridad de la muerte, los minutos anteriores al presente y el temor o la esperanza por los venideros. Es decir, no tiene una forma definida ni un orden específico, es como cada quien la percibe. Tal vez la novela sea simplemente el alma del personaje o el personaje recorriendo, sin saberlo, los rincones de su propia alma, de su Linshang.
La montaña del alma rescata tradiciones, creencias, poetas de siglos pasados, y su lectura es disfrutable. Destaca el lenguaje sencillo, la permanente duda –“Ni tú mismo sabes a ciencia cierta por qué has venido aquí”–, lo sensorial sobre las acciones. También se nota el excesivo uso del pretérito perfecto –“Te has subido a un autobús de línea. Y, desde la mañana, el viejo bus reconvertido para la ciudad ha traqueteado durante doce horas seguidas por las carreteras de montaña...”– y algunas frases españolizadas –“Por tanto, no estáis solos, otra persona habita en la planta superior”–, fruto, supongo, tanto de la probable nacionalidad de los traductores y editores –recordemos que el mayor porcentaje de editoriales proviene de España–, como de la dificultad que supone traducir el idioma chino, lejano y aislante incluso para sus propios hablantes.
1 comment:
Hola, que agradable es encontrar un blog en donde se reseñe y se analicé de buena manera esta grandiosa novela. En estos momentos la estoy leyendo, me gusta la encuentro relajante, la leo con calma para ir comprendiéndola. Bueno, en mi blog haré también una reseña y entregaré mi opinión de ella.Te invito a leerla para cuando esté lista.
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