Monday, May 28, 2007

III ENCUENTRO DE MUJERES QUE ESCRIBEN

Esto, probables visitantes, es una recopilación de impresiones acerca del III Encuentro de Mujeres que Escriben, celebrado el día miércoles 23 de mayo del año en curso. Esperando de todo corazón que no desistan en su asitencia el próximo año...

Presagio de Alicia y el diablo
Lina Zerón

La tarde presagiaba lluvia. El segundo patio de La Casa Amarilla cubierto por una enorme lona de color amarillo fosforescente, soportada por unas vigas de acero era el escenario del III Encuentro de mujeres que Escriben. Había colocadas una mesa para cuatro cubierta por fieltro verde y un hermoso arreglo florar de rosas y margaritones, unas 60 sillas y dos bocinas de pedestal una al frente y otra posterior.
Las 17:15, turno de Eve Gil que nos presentaba su cuento: “Alicia o el diablo”, la presentación de la autora corría a cargo de Victoria V. Pérez. Comenzaron los relámpagos acompañados de un estruendoso aguacero y copos de granizo, recordé cuando de pequeños mi abuela nos decía que apagáramos las luces y desconectáramos todos los eléctricos ya que podíamos atraer un rayo con la antena del televisor. Eve se esforzaba por alzar la voz y hacerse escuchar, Victoria miraba hacia arriba, todos estábamos atentos al cuento de Eve sin dejar de preocuparnos por la cantidad de agua que se almacenaba en la lona del lado izquierdo, presagiando que el Diablo del cuento de Alicia haría presencia esa noche. Pensé que el diluvio traspasaría la lona cayendo como cascada sobre los asistentes. Maricarmen Jiménez y Raquel Gutierrez iban y venían tratando de conseguir otro salón o de subir el volumen al micrófono para que no compitiera con la dulce voz de Eve, de pronto un sonido igual al que hacen los buñuelos al romperlos en dos pero con amplificador para un estadio de futbol, se escuchó por todo el patio, ¡craz, craz, craaazzz! el plafón de acrílico que soportaba la gruesa lona repleta de lluvia, lo mismo que una camilla a un herido, se vino abajo en mil pedazos, justo arriba de la mesa de lectura. Eve Gil, Victoria y Raquel corrieron hacia la ventana de la biblioteca situada a sus espaldas, un enorme pedazo de acrílico cayó de filón sobre la cabeza y la espalda de Eve, cosa que aminoró el golpe que recibió en el pié protegido por sus inseparables tennis sin lastimarla, esta vez su Ángel de la Guarda venció al diablo del cuento. Victoria se fue deslizando hacia la derecha y Raquel intentaba esconderse tras la bocina, para protegerse por ella como si fuera un paracrílicos en vez de paraguas, su cara reflejaba terror y sorpresa, su bastón cual herido de muerte yacía a medio patio. Las asistentes de la primera fila fueron alcanzadas por enormes proyectiles mientras corrían, dejando bolsos y prendas en las sillas, al compás de los crujidos del techo transparente que seguía desprendiéndose. Eve se agarraba la melena con ambas manos y sus ojos abarcaban casi toda su cara. Varios corrimos hacia el lado izquierdo, por donde llovía pedacería de plafón, tratando de protegernos, los otros se replegaron contra la pared del lado derecho. Con sorpresa y horror Maria del Carmen García Aguilar levantaba su mano izquierda de donde brotaba sangre, yo imaginé un hueso traspasando la piel, pero por fortuna no fue tan grave, eso nos dijeron las que la llevaron al hospital. Algunos valientes decidimos volver a atravesar el patio retando al Demonio de Alicia para subir por las escaleras al segundo piso y continuar con la lectura en el salón 4, llegamos hasta ahí para concluir la lectura de Eve Gil, continuar con la mia para cerrar con Rosa Nissán. Durante hora y media mas, el cielo de plástico no dejó de tronar cual cascos de caballos despavoridos, ni el techo dejó de escupir pedazos de plástico.
La cena postraumática en el Hotel Palace fue muy cálida. Rosa, Eufrosina, Eve y yo intercambiamos correos, teléfonos y confidencias. En la bolsa de cada una yace en el fondo un pedazo de acrílico que nos regaló la noche como recuerdo de una bella tarde de romántica lluvia y lectura de cuentos.

¡Sálvese quien pueda!
Isabel González.

La mayoría del tiempo logro marear mis miedos, los escondo en un cajón bajo llave o me la paso haciendo mil actividades para hacerme "coco wash" de que la vida es eterna. El miércoles, el cajón se abrió y pareciera como si el cerrojo se botara para escupir las palabras que tanto temo: no seas imbécil, si tu vida y la de los demás pende de un hilito que no puedes controlar. Estabamos enmedio de la presentación de la super escritora Eve Gil, un aguacerazo marca "diablo" hacía difícil su lectura. Eve, como invocando a un dios benévolo, miraba al cielo implorando misericordia con una sonrisa pícara en los labios. Yo no dejaba de mirar el techo, una burbuja que crecía cada vez más, se instalaba en el techo y la lona cedía ante el peso. "Nos vamos a empapar, donde esto caiga", pensé. "Bueno, una mojadita no cae mal a nadie. Ya que deje de llover pues la crítica del cuento está super buena". De pronto un tronido me puso alerta, sentí como un trueno susurrándome al oído. Mis piernas corrieron sin mi permiso, en segundos estaba a salvo, apiñada con muchas mujers que asombradas no daban crédito a lo que pasaba. Los gritos femeninos ahogaban el desplome, todos teníamos cara de desamparo, como de niños cuando la maestra les descubre una acordeón. Parecía una orquesta en la que el director se ha quedado dormido: corazones, crujidos y gritos formaban un coro desacompasado. Ante el desconcierto tomé la mano de Mary Carmen, veía sus dedos sangrando, una burbuja morada como si del techo se hubiera trasladado ahí, a ese espacio reducido de carne. Le tomé la mano y le dije, parece que no es muy grave. Ella me dijo auuuch, me duele. "Soy una metiche, pensé". Pues el caso es que ya no volví a ver a la herida. Salté el patio corriendo mientras me encaminaba al coche y el cielo me bautizaba con gotas gigantescas. llegué a mi casa y me comí un tazón repleto de palomitas con varias salsas, una quesadilla de pan árabe y una lechita sabor vaililla. Abracé a mis hijos como si fuera la última vez. Total ¿alguien me asegura que mañana estaré despierta para saber si subí un poco de peso?

¡Ángel de mi guarda, dulce compañía!
Virginia Hernández Enríquez.

Después de la agradable jornada que vivimos en el III Encuentro de Mujeres que escriben, de repente, el diablo hizo su aparición, nunca sabremos si la Alicia del cuento de Eve Gil, lo trajo arrastrando desde tan lejos. De repente, entendí lo lenta que soy para reaccionar ante el peligro, aunque un reflejo instintivo me llevó a refugiarme contra el vidrio de la biblioteca, lugar atinadísimo para que caiga una esquirla y lo rompa. Me vi después junto con Raquel y Maricarmen Jiménez convertidas en cedazos bermellón. Mi ángel de la guarda que siempre ha sido un ángel musculoso e inteligente me condujo hacia el refugio al que acudieron todos, e invocando la jaculatoria infantil: ¡Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me dejes sola ni de noche ni de día! calmé mi miedo. El estruendo que hacía el techo me parecía realmente demoníaco, pero la convención de ángeles de la guarda que se llevaba de forma alternativa y subrepticia junto con el encuentro de escritoras, fue lo que permitió desbaratar los poderes malignos que pretendían destruirnos.
Las mujeres somos fuertes, los ángeles que son andróginos, también. Después de acompañar a Maricarmen García al médico y de charlar y comentar con ella sin parar el incidente, ambas hicimos catarsis y nos sentimos más tranquilas. Lamentamos no poder regresar al Encuentro que por lo que me enteró continuó y fue de lo mejor, siento haberme perdido el comentario de Victoria, la presentación de Lina y de Rosa. A pesar de ello, sé que nuestros encuentros continuarán, ya que nuestro femenino y feminista poder ha exorcizado al diablo.

23 de mayo: El día que se nos cayó un pedazo del cielo
Mary Carmen García.

Al despertar tenía las ideas confusas, un leve dolor en la cabeza me hizo tratar de recordar lo qué me había sucedido. De momento unas ligeras punzadas en mi mano izquierda acentuaron los malestares y la intención de los recuerdos. Traté de reconocer mi mano, mis dedos; los “parches” en el dedo índice y en el de en medio, en la palma de la mano y el dorso me lo impedían; lo blanco de las gasas contrarrestaba con el color de mi piel, ¡además de morena, cómo me ha quemado el sol! –pensé. Para obligarme al movimiento me llevé esa mano a la cabeza y sentí una inflamación; el brazo también me dolía, ¿por qué?
Cerré los ojos, suspiré hondo y me propuse recapitular lo que pasó: La tarde de ayer transcurría amenamente, después de la comida satisfechas y alegres de que todo marchaba muy bien, nos dispusimos a continuar con nuestro encuentro, el sabor que la sesión de la mañana era tan grato, que esperábamos seguir saboreando y disfrutando de las letras.
Empezó a llover, no era extraño, ha estado lloviendo todas las tardes. Habían transcurridos algunos minutos cuando la lluvia arreció y empezó a granizar, una leve inquietud se empezó a manifestar, puede ser porque no se escucha bien –pensé-; el micrófono no era suficiente para acallar el ruido del agua cayendo sobre el domo amarillo que con la luz de la tarde había adquirido una tonalidad luminosa. A ratos parecía que el agua se calmaba para después volver con mas fuerza. El ruido constante me obligó a voltear hacia el domo, una ligera turbación se apoderó de mí al recordar los sucesos pasados en la Facultad de Filosofía, ahí se cayó una lona y ocasionó el accidente. Aquí era un domo, además las estructuras que lo sostenían eran de metal, aquí no podía pasar nada, -especulé.
El ruido de agua cayendo en el domo era cada vez más fuerte... Paty Galán y yo, para estar más cómodas, habíamos puesto nuestras carpetas, bolsos y libros en la silla de en medio; Martita Porras estaba a mi derecha, Tlaloc ha de ser machista y ya no quiere oírnos -le dije. También le advertí que una parte del domo tenía demasiada agua acumulada. ...... La lluvia se intensificaba más, no podíamos oír, ..... Solución: acercar más la mesa hacia el público. Yo estaba sentada en primera fila y al centro, la mesa me quedó casi como para comer. Pese a mi desasosiego, no quería perder detalle: el diablo se hizo presente tanto en la estupenda narración de Eve Gil como de los precisos y atrayentes comentarios que Victoria había empezado a hacer..... A pesar de la cercanía, el sonido se volvió a ahogar... inquieta nuevamente, volteé hacia el domo, el agua se acumuló más,.... regresé mi atención a la mesa, en ese momento se escuchó un crujir tan fuerte que no logré identificar de dónde venía, quise levantarme rápidamente y la mesa me lo impidió, casi al mismo tiempo escuché un gran estruendo acompañado de un raudal de agua y fragmentos de acrílico, cuando logré llegar a la esquina, donde ya estaban mis compañeras, no había donde resguardarse, me sentí vulnerable; supe, en cuestión de segundos, lo que podía pasarme..... al momento vi como venía hacia mí un trozo de ese acrílico que minutos antes había estado vigilando.... levanté el brazo izquierdo tratando de cubrirme y corrí al pasillo esperando que no me alcanzara otro proyectil. .... No sé si gritamos, no sé cómo corrimos, pero los pedazos de cielo seguían cayendo, los ruidos nos ensordecían. Por un leve dolor, me toqué la cabeza con la mano cortada y su propia sangre y el malestar me hizo pensar que esta lesionada.
¡Claro que también estaba asustada! Sin embargo y pese a ello, no dejé de pedir mis cosas que seguían placidamente instaladas en la silla... mi saco, mi carpeta y mi bolso parecían aguardar la continuación de nuestro encuentro, junto a ellas.... mi silla vacía. ...Me sentí mareada, ¿te sientes mal?, ¿Qué te pasó?, ¿te lastimaste? Fueron las voces que oí. Quise poner inmediatamente la mano bajo la lluvia para quitarme la sangre. Las imágenes de lo que pudo hacer sido un desastre me empezaron a abrumar; subí con Mary Carmen Jiménez para que me “curaran” la mano, me revisó la cabeza que seguía doliéndome. La mano había dejado de sangrar sumergida en un vaso con agua helada que también aminoró el dolor. Vicky atenta a mí y a mis cosas, desde ese momento no se apartó de mi lado. Dejé mi texto escrito para Rosa Nissan –que era el último que se leería esa tarde- y me fui con mi doctora. ..... Más dolor, inyecciones, abrir las heridas, cerrarlas, un reconocimiento minucioso ¡Nada grave! Pero las curaciones, por unos días, tendrán que seguir.
Poco a poco reconstruí los recuerdos como si cada pedazo de domo que cayó pudiera aunarse nuevamente y devolverle al conjunto de ese edificio su “antes”, porque quiero suponer que no volverán a colocar otro domo. Esas casas fueron hechas sin techos, con sus patios al aire libre para que corriera el agua, mojara sus lajas y humedeciera la tierra, pero necios les ponemos techos, cerramos sus ventanas, abrimos puertas, levantamos paredes y la naturaleza y el tiempo esperan para pasar la factura.... ¿cuánto más vamos a ver?
MORALEJA: Las situaciones de riesgo si pueden evitarse.

El mensaje
Victoria Pérez Jvostova
Inspirado en las minicrónicas de Lina Zerón.

Sabía que el día, 23 de mayo de 2007, algo iba a suceder. Lo que no sabía era qué y cómo.
Cuatro compañeras y yo estábamos organizando el Tercer encuentro de mujeres que escriben. El análisis del primer capítulo de la novela de Amelia Domínguez La sangre también recuerda y la reflexión sobre el cuento Alicia o el diablo de Eve Gil que tenía que preparar para este evento hicieron que acabara con mi frasco de multivitamínicos enriquecidos con ginseng. El día anterior al encuentro, después de una larga reflexión sobre las cuestiones intertextuales, me acosté muy tarde. Enseguida, Morfeo hizo acto de presencia por medio de un sueño extraño. Un enorme globo rosa flotaba en mi dirección. Al acercarse a mi cara produjo un ¡PUM! que me despertó. Abrí los ojos y volteé a ver el retrato de mi madre, mi ángel protector desde hace cinco años. ¿Si es un mensaje, le pregunté, qué significa? ¿Acaso será el fracaso de mi estreno como analista?” Sonriendo desde la foto sobre el buró la imagen de mi madre me tranquilizó: “Calma, sólo es un sueño”. “Pues, sí, pensé, ¿cómo puede fracasar algo que fue preparado con tanto esfuerzo?. Además, mi análisis junto con las pastillas de Saridón y un termo con té verde, traído de mi natal Ucrania, ya están bien guardados en mi enorme y fea bolsa negra que uso últimamente”. Caí en los brazos de Morfeo por segunda vez. En mi inconsciente, el diablo de Tsvetaeva explicaba a Gesualdo Mesina la importancia del poder interpretativo para la mente analítica.
La mañana del día del encuentro parecía ser paradisíaca. Helios en su apogeo, las flores de colores brillantes, las sonrisas amables, el olor a café y mi inseparable taza del té verde junto con las lecturas efectuadas por las mismas escritoras –que más puede pedir una– creaban un ambiente cuyo calificativo oscilaba en algún lugar entre lo académico, lo femenino y lo amigable (Dios, perdona a quienes van a decir que éste no existe).
En la tarde, después de la jornada matutina y rica comida ofrecida por el Postgrado, regresamos al lugar de nuestro encuentro donde ya se encontraban los amantes de la escritura femenina, listos para escuchar a las siguientes participantes. Aunque los rayos de Helios ya no calentaban tanto, bajo el plafón de acrílico que cubría el patio de la Casa Amarilla hacía calor. El reloj marcaba las cinco de la tarde y la hora de mi segunda intervención se acercaba. Torturado por el sol, mi cuerpo pedía piedad. Raquel Gutiérrez y Judith Castañeda terminaron con éxito su presentación y nos dieron paso a Eve Gil y a mí. Cuando la escritora sonorense comenzó la lectura de su cuento, el todopoderoso escuchó mis plegarias y cubrió el azul de los cielos con densas nubes negras. Conforme la exposición iba avanzando, escuché las primeras gotas de lluvia caer sobre el techo de acrílico. “Que llueva que llueva, la virgen de la cueva”, pasaba por mi cabeza mientras vi que al micrófono le subieron el volumen. “A pesar de mi pasado ateo, Dios no me abandona”, pensé. Mis piernas que ya conocen los primeros síntomas de várices no dejaban de dar las gracias al tiempo que el público, hecho una enorme oreja, trataba de escuchar lo que les narraba la escritora. ¡Claro, quien iba a perder el cuento de la mismísima Gil! Bajo una tremenda granizada Eve contaba la muerte de Gesu Mesinas: “!PUM¡, repitió Charlotte como si fuera un juego... ¡PUM, PUM¡ repitió horadando con el dedo la sien de la boquiabierta muchacha...”. En este momento la imagen del globo rosa produciendo el ¡PUM¡ me vino a la mente. “Bueno, después de todo, que significa este mensaje”, pensé. No pude terminar mi decodificación , pues ya era mi turno. Estaba explicando la diferencia que existe entre el diablo con los ojos blanquiazules de Tsvetaeva y el diablo de Gil, cuando los cielos se abrieron y sobre la Tierra calló tremenda lluvia. En unos momentos, después de generar unos cuantos ¡PUM¡, ¡PUM, PUM-PUM¡ el techo de acrílico que no aguantó la gran cantidad de agua acumulada se calló sobre nosotros. Por fin pude interpretar el mensaje.
Terminé de presentar mi análisis en un lugar seco y seguro. Cuando anunciaron el receso, fui a ver el patio. En medio de los restos del techo y sillas tiradas yacía el letrero con mi nombre. Con tinta corrida por la lluvia y pisado por tantos que corríamos en búsqueda de protección, tenía aspecto amargado. “Las huellas del diablo”, pensé y el cielo me respondió con un rugido que hizo caer lo que quedaba del techo.
Hoy, varios días después del incidente, mi mente educada según los últimos alcances del pensamiento posmoderno, me presenta las imágenes de lo sucedido en flashbacks: Eve, de espaldas, con su pelo diabólicamente bello, y el enorme trozo de plástico que alcanza a caer sobre su cabeza; Raquel, incrustada en la pared y con un montón de restos del techo a sus pies; yo, sentada todavía frente al micrófono, en medio de todo este desastre.
Mi ángel protector, no supe interpretar tu mensaje. Pero desde aquel día, sobre mi buró, junto a tu foto está un lápiz y unos cuantos post-its para que la próxima vez me lo pongas por escrito.
¡Eso te pasa por invocar al Diablo! III Encuentro de Escritoras en Puebla
Eve Gil.

Por tercer año consecutivo tuve el honor de ser invitada por las organizadoras del Encuentro Mujeres que Escriben que este 2007 llega a su tercer aniversario gracias al empeño, tezón y amor por la literatura de un grupo de académicas de la Benemérita Universidad de Puebla, lidereadas por Raquel Gutiérrez Estupiñán, especialista en la obra de Luisa Josefina Hernández y ganadora del Premio Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez 2003.
Tuve la oportunidad de reunirme nuevamente con grandes amigas poblanas, todas ellas escritoras que, aunque no masivamente conocidas, gozan del prestigio y el talento suficientes para llegar a serlo: Beatriz Meyer, Amelia Domínguez, Isabel González y la jovencísima Judith Castañeda Suarí. La novedad de este año, fueron las escritoras Rosa Nissán, invitada de honor y la poeta Lina Zerón que sorprendió gratamente a la audiencia en su faceta como narradora.
La dinámica de este encuentro se sale de lo común pues cada escritora se presenta en compañía de una académica que, tras la lectura del texto, procede a realizar un análisis concienzudo de la obra y a comentar la trayectoria de la autora en turno. Se trata, pues, de un coloquio amistoso entre la crítica académica y las autoras, algo nunca antes visto. La mayoría de la audiencia está constituida por jóvenes preparatorianos y universitarios que muestran un entusiasmo raras veces visto por esta servidora en otros estados de la república.

La ira divina se desata en pleno encuentro.
Llegado mi turno de leer, asistida por Victoria Pérez (que en realidad es rusa pero usa el apellido de su esposo mexicano y es una mujer sumamente sensible a quien agradezco su maravilloso análisis de mi relato), se desató un aguacerazo con tintes diluvianos. Las lecturas se llevaban a cabo en un patio techado de la llamada Casa Amarilla y salvo el problema que representaba tratar de hacerme escuchar en medio de una granizada, nada parecía anunciar algún incidente que pudiera empañar el encuentro. El cuento que leí, inédito, se titula "Alicia o el diablo" y por supuesto hace alusión al personaje del traje colorado y los cuernitos... ¿qué creen que sentí cuando en plena lectura se nos vino encima el techo de plafón, que no pudo resistir el peso del granizo acumulado? Fue necesario evacuar el patio que terminó en zona de desastre. Me resguardé a tiempo de un enorme trozo que de haberme en la cabeza, mínimo, me hubiera descalabrado pero solo rozó mi espalda y me aplastó un pie, aunque una de las maestras, Mary Carmen García Aguilar, a quien se le había asignado la presentación de Rosa Nissán, tuvo que ser llevada al hospital porque la sangre le escurría por entre los dedos de las manos y el antebrazo. La maestra Jiménez y Romano tuvo que desinfectarse una herida en la pantorrilla. Aunque solo hubieron heridos por las esquirlas, nada que lamentar, el susto no nos lo quita nadie. Medio en broma, medio en serio, porque todavía estaba temblando, les dije que nunca más volvería a invocar al demonio en mis cuentos. Tuvimos que mudarnos a una pequeña aula donde Victoria terminó de realizar su análisis público de mi demoniaco texto y Lina Zerón y Rosa Nissán pudieron llevar a cabo conmovedoras lecturas. Me voy de Puebla con la espalda amoratada, la pata más fregada de lo normal, pero llena del cariño de mis viejas amigas, incluidas las académicas María del Carmen Jiménez y Romano y Virginia Hernández Enríquez, así como de dos nuevas: Rosa Nissán y su acompañante, Eufrosina, una alumna suya del taller de autobiografía de quien algún día me permitiré hablar más ampliamente porque esta maravillosa mujer que ni siquiera leyó pues acudió solo a escuchar a su maestra, merece comentarios mucho más extensos.
Los invito a checar fotos exclusivas para este blog de este maravilloso (y endemoniado) encuentro en el Álbum de la Eve & Friends. Por desgracia no alcanzamos a captar imágenes del momento en que cundió el pánico por el desplome del techo.

De cómo Tlaloc se inconformó porque el Diablo fue invocado en su lugar y la división en dos de una lectura.
Judith Castañeda Suarí.

El 23 de mayo se celebró el Tercer Encuentro de Mujeres que Escriben; el escenario, la Casa Amarilla, instalación de la Universidad Autónoma de Puebla ubicada en el Centro Histórico de esta ciudad, bajo un doble techo amarillo, de lona y acrílico. Cada año se teje una atmósfera de amistad: intercambio de correos electrónicos, de libros y comentarios sobre lo que cada quién está escribiendo o planea escribir, comida a las dos, textos con estructuras, atmósferas e historias diferentes, tramadas según la visión de la literatura, las experiencias, las lecturas, la vida.
Esta es la primera vez que se hace en mayo, en plena primavera, el otoño es la costumbre. Estuvieron presentes Isabel González, ganadora de la última edición de concurso de cuento Mujeres en Vida, con sus textos cargados de imágenes eróticas, los cuentos inéditos de Betty Meyer y Eve Gil, Lina Zerón, primeriza, nos hizo reír con varias minicrónicas, Rosa Nissán, una servidora y su “Cerrando puertas” (que suena a canción de Robi Draco Rosa).
Hubo también una invitada que llegó tarde pero a tiempo, que no leyó ningún cuento y tampoco tuvo un espacio en el intercambio de correos electrónicos. Eso sí, recibió su reconocimiento: las carreras, los gritos, una herida. La lluvia, al principio no muy fuerte, dejó terminar una lectura sembrada de pausas a Eve Gil. El Maligno, el Diablo, fue nombrado en más de una ocasión a lo largo de ese divertido texto. Y justo al terminar, como si las palabras se hubieran vestido de invocación y ganado peso, mezcla de vudú y santería, el golpeteo de las gotas redobló esfuerzos hasta acumularse en el techo y romper el acrílico. Al principio fueron tronidos lejanos, difíciles de ubicar; luego, en vez de agua o granizo, llovieron algunos trozos puntiagudos, transparentes. Uno de ellos lesionó a Maricarmen García, una de las organizadoras, quien tendría una intervención en la última lectura. Ese golpe terminó en un viaje al hospital que, esperamos, no haya sido muy largo. Más de una pensó que el agua acumulada caería en pleno, que las bocinas y micrófonos descargarían electricidad en esa cascada, que...
Para mi fortuna estaba en la orilla, unos pasos y mi cabeza quedó fuera del alcance del acrílico. Organizadoras, escritoras y público terminaron debajo de los pasillos del segundo piso, alrededor del patio donde se leía, hasta el momento, sin novedad. Lecturas y asistentes se trasladaron a un salón pequeño, lejos de la zona de desastre en que se convirtió el lugar.
Por mi parte estoy lista para otra lectura en el patio de la casa antigua que es el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Puebla, con todo y granizo y lluvia de acrílico, no importa. Sólo espero estar sentada en la orilla para correr a tiempo.

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