JESUCRISTO SUPERESTRELLA
Judith castañeda Suarí.
Jesús se trata de un buen pretexto para la creación. Desde hace siglos pintores como Leonardo Da Vinci y El Greco han convertido esa biografía en lienzos, aglutinantes y pigmentos, retratan la Última Cena, Su bautismo y niñez, intentan reflejar la desolación y la muerte con trazos acuosos, manchados de rojo. Él ha sido protagonista de obras excelentes como la del premio Nobel de Literatura portugués José Saramago, El evangelio según Jesucristo, la del poeta libanés Gibrán Jalil Gibrán, y de best sellers de cuestionable calidad literaria y poca verosimilitud. La figura de Jesucristo también aparece en la pantalla cinematográfica, desde las antiguas y tiesas películas mexicanas, tales como El mártir del Calvario, hasta La Pasión de Cristo, pasando por las enormes producciones hollywoodenses de los años cincuenta –Ben–Hur, en una bella toma de espaldas.
Jesucristo Superestrella se estrenó en 1972, en plena época hippie. Es una película musical, basada en un álbum doble de la autoría de Andrew Lloyd Weber (música) y Tim Rice (letras), quienes a finales de los sesenta lo escribieron para representarse en teatro. Causó en su momento gran controversia y en cierta manera sigue haciéndolo, aún se le califica de burla hacia Dios por un sector numeroso de los creyentes católicos.
La cinta presenta a Jesús cantando, un Judas negro, épocas contemporáneas mezcladas con las bíblicas tanto en la ambientación como en el vestuario. Fue filmada en Israel, enteramente en exteriores, incluyendo la Última Cena: las ruinas de Avdat, a dos horas de Beersheba, las cuevas de Beit Guvrin, las orillas del mar Muerto. Se agregaron muy pocos elementos a las locaciones existentes: andamios, vendedores de drogas y armas a las afueras del templo, braseros encendidos contra la noche que cerca las escalinatas en las ruinas del castillo de Herodes. A decir de su director, Norman Jewison, y del actor de teatro Ted Neeley, quien personificó a Jesús, puede considerársele un video musical de hora y media que no intenta ser profundamente religioso. Por ello el Vaticano envió al Osservatore Romano, su periódico vocero en Roma. Norman Jewison les mostró la película en los estudios Pinewood, en Inglaterra; luego una copia viajaba para ser vista por el Papa Pablo VI y él otorgó un apoyo a mi parecer innecesario, Jesucristo no figura entre las marcas registradas.
La música se grabó en los Olympic Studios, con la Sinfónica de Londres y un grupo de rock, bajo la dirección de André Previn. Pero hubo un álbum previo, de portada marrón, del que probablemente se derivaría la obra de teatro, donde sólo Yvonne Elliman y el actor británico Barry Dennen –Poncio Pilatos– figuraban entre los intérpretes. Es la primera película, y hasta el momento creo que la única, que se filma apoyándose en una banda sonora existente. Por lo general sucede de manera simultánea: la música se compone o se busca en función de las necesidades de la cinta y se difunde al público posteriormente.
Los roles principales estuvieron a cargo de los actores y cantantes Carl Anderson (muerto hace unos cuatro años), Ted Neeley e Yvonne Elliman, en cuyas voces se siguen recordando temas como “Sólo quiero decir”, “No sé cómo amarlo” y el tema central, “Superstar”.
Si la tomamos desde la obertura, la película no narra exactamente algo acerca de Jesucristo, sino de un grupo de jóvenes que llegan a representar la ópera–rock en el desierto: la soledad inicial, la música vestida de murmullo, un punto en movimiento, se acerca el camión del que baja el elenco y comienza la actividad, cestos, cascos cromados, la misma cruz en el techo del vehículo. Tiene una atmósfera teatral gracias a la escasa escenografía. En varios fragmentos es como si hubieran filmado en el teatro mientras se representa una obra. Siento que no debería constituir controversia alguna.
Esta originalidad no se le imprimió desde un principio: el autor de las letras, Tim Rice, pensó que el guión no sería mayor problema teniendo las canciones, y escribió uno estilo Ben–Hur. Lo rechazaron y posteriormente fue retomado por el director y por Melvin Bragg, quienes le añadieron el concepto con el que apareció, del que Rice no estaba seguro en aquella época.
A pesar del título, el personaje central es Judas. Cada imagen se filtra a través del lente de sus ojos: la adoración de la que es objeto Jesús, su notoriedad, la expulsión de los mercaderes en el templo. Para él, alguien con dudas incluso en el momento de la traición, Dios no está en el hombre que decidió seguir. La gente lo descubrirá al final y lo dañará, importa más su persona y lo que hace que el mensaje que ha venido a dar. En cierto modo, a través de este enfoque, se le convierte en una estrella, en superstar, a quien la gente sigue, idolatra y eventualmente olvida o ataca cuando se siente decepcionada o traicionada. El título entonces cobra sentido. Jesús en la mirada de Judas. Y la película al final tiene un significado más profundo. La representación concluyó, el elenco se aferra al camión, sube, un vistazo a la lejanía detrás de sus hombros y entra. El atardecer detrás de la cruz. El actor que hizo de Jesús no está, como si en verdad fuera Él, lo hubieran crucificado y esperara al tercer día.
Desde entonces Jesucristo Superestrella se ha representado infinidad de veces. La película continúa siendo exitosa gracias a la fuerza de la música, a las letras y al trabajo de los actores que merecieron nominaciones a premios como los Globos de Oro, pero más que nada gracias a su originalidad. Los compositores, aunados a los guionistas, supieron enfocarse en un punto diferente al abordado por otras películas: las canciones, voces y coreografías magníficas, escenarios nada ostentosos y quizá la intención de acercar al problable espectador a lo espiritual sin la solemnidad de leerle el Nuevo Testamento entero.
Tuesday, April 03, 2007
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2 comments:
Buen artículo sobre la película. Compré el síntesis. Un abrazo
Gracias, mi estimado. Nos estaremos viendo, a ver cómo te fue con Palou, je...
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