Tanto convocatorias literarias como escritores han llevado alguna vez la pasión de las canchas a las páginas de un libro. Hace dos años, cuando Alemania acogió el Mundial de Futbol, el Goethe Institut–Mexiko organizó diversas actividades en torno a este evento: concursos de cuento corto y poesía futboleros, exposiciones de fotografías y carteles con canchas lodosas y balones hechos a base de trazos infantiles, ciclos cinematográficos. Las crónicas y estadísticas, además de engrosar las páginas dominicales de los periódicos y las revistas, se han publicado en libros como el de Dios es redondo, de Juan Villoro, y otros de la autoría de Isaac Wolfson. Los cuentos de Lenin en el futbol, de Guillermo Samperio, comparten la misma temática.
El viernes 15 de agosto Gabriel Wolfson y Profética, Casa de la Lectura, hicieron lo propio al presentar el libro de crónicas Ponte la del Puebla.
A las ocho de la noche, detrás del mantel negro con el logotipo en blanco, José Luis Escalera, Horacio Reiba –columnista deportivo del diario La jornada–, Gabriel Wolfson y José Luis Sánchez Solá, el Chelís, el entrenador del equipo de la Franja, viajaron por campeonatos ahora lejanos, por encuentros decisivos para permanecer en la primera división nacional. También a través de los diferentes caminos que puede tomar un libro: la venta, el préstamo. Profética alberga ambos en la librería y la biblioteca. Ahora, por primera vez, publica un título. Textos donde el protagonista es el equipo local.
El Chelís, novato en el aspecto de la presentación de libros, se centró en el nacimiento de los escritos en el vestidor, en los entrenamientos donde Wolfson se asombró ante la presencia de aficionados en las gradas del estadio. Y mientras, yo regresé a las épocas en las que robaba unas horas al día para asistir a esos entrenamientos. Entonces era el Puebla de la franquicia original, el de Aurelio Rivera, Alí Fernández, Edgar Plascencia, Eduardo Córdova y Pablo Larios, el de Alfredo Tena en un magnífico debut como director técnico –nos llevó a la liguilla, recuerdo–. Llegaron Daniel Guzmán y Carlos Muñoz, el primer campeonato de goleo individual, la horrible franja naranja, publicidad para la cadena de hoteles Aristos, Robert Dante Siboldi, quien le cedió el arco al uruguayo Gerardo Rabagda, los ejecutivos de traje azul marino y gris al descender del camión del equipo. Solá metió el estadio a la noche pasada por agua de la esquina de la tres y la siete: las pláticas, las misas antes del partido, las fotografías junto a los aficionados al salir del Cuauhtémoc. Señaló la interacción que hubo entre él y Wolfson cuando el libro era hojas sueltas. Una vez más, lo vimos siendo parte del equipo, de un grupo, defendiendo a sus jugadores, como en el encuentro contra San Luis, donde los errores de Guadalupe Martínez costaron tres puntos a los locales.
La última intervención fue la del autor, Gabriel Wolfson, quien recientemente obtuvo la beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la modalidad de cuento. En su lectura aparecieron los nombres de Rodrigo Ruiz, Gustavo Moscoso y un párrafo que señaló como su favorito, un pequeño cuento donde el Pony, chileno de veintidós años, recién llegado del Unión Española, enseñaba algunas jugadas a los niños de seis o siete que se reunían a jugar “fut” en el fraccionamiento donde vivía, entre los que se encontraba el Cheerokee Pérez. Ambos se enfrentaron en aquel dos a cero en el puerto, después del cual Rodrigo Ruiz sufriría, seguro, pesadillas donde el ruso Zamogilni le impide acercarse al arco del equipo al que ingresó en 1994.
Allí está, en las páginas del libro arena y guinda, detrás de una foto del equipo de tiempos viejos. El Puebla, la Franja, el grupo que durante la temporada pasada se convirtió en un corazón con piernas, el que, a base de garra, de lucha, sin los nombres rimbombantes ni las altísimas nóminas, se mantuvo en la primera división. El equipo de la ciudad, el inspirador de libros.
El viernes 15 de agosto Gabriel Wolfson y Profética, Casa de la Lectura, hicieron lo propio al presentar el libro de crónicas Ponte la del Puebla.
A las ocho de la noche, detrás del mantel negro con el logotipo en blanco, José Luis Escalera, Horacio Reiba –columnista deportivo del diario La jornada–, Gabriel Wolfson y José Luis Sánchez Solá, el Chelís, el entrenador del equipo de la Franja, viajaron por campeonatos ahora lejanos, por encuentros decisivos para permanecer en la primera división nacional. También a través de los diferentes caminos que puede tomar un libro: la venta, el préstamo. Profética alberga ambos en la librería y la biblioteca. Ahora, por primera vez, publica un título. Textos donde el protagonista es el equipo local.
El Chelís, novato en el aspecto de la presentación de libros, se centró en el nacimiento de los escritos en el vestidor, en los entrenamientos donde Wolfson se asombró ante la presencia de aficionados en las gradas del estadio. Y mientras, yo regresé a las épocas en las que robaba unas horas al día para asistir a esos entrenamientos. Entonces era el Puebla de la franquicia original, el de Aurelio Rivera, Alí Fernández, Edgar Plascencia, Eduardo Córdova y Pablo Larios, el de Alfredo Tena en un magnífico debut como director técnico –nos llevó a la liguilla, recuerdo–. Llegaron Daniel Guzmán y Carlos Muñoz, el primer campeonato de goleo individual, la horrible franja naranja, publicidad para la cadena de hoteles Aristos, Robert Dante Siboldi, quien le cedió el arco al uruguayo Gerardo Rabagda, los ejecutivos de traje azul marino y gris al descender del camión del equipo. Solá metió el estadio a la noche pasada por agua de la esquina de la tres y la siete: las pláticas, las misas antes del partido, las fotografías junto a los aficionados al salir del Cuauhtémoc. Señaló la interacción que hubo entre él y Wolfson cuando el libro era hojas sueltas. Una vez más, lo vimos siendo parte del equipo, de un grupo, defendiendo a sus jugadores, como en el encuentro contra San Luis, donde los errores de Guadalupe Martínez costaron tres puntos a los locales.
La última intervención fue la del autor, Gabriel Wolfson, quien recientemente obtuvo la beca para Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, en la modalidad de cuento. En su lectura aparecieron los nombres de Rodrigo Ruiz, Gustavo Moscoso y un párrafo que señaló como su favorito, un pequeño cuento donde el Pony, chileno de veintidós años, recién llegado del Unión Española, enseñaba algunas jugadas a los niños de seis o siete que se reunían a jugar “fut” en el fraccionamiento donde vivía, entre los que se encontraba el Cheerokee Pérez. Ambos se enfrentaron en aquel dos a cero en el puerto, después del cual Rodrigo Ruiz sufriría, seguro, pesadillas donde el ruso Zamogilni le impide acercarse al arco del equipo al que ingresó en 1994.
Allí está, en las páginas del libro arena y guinda, detrás de una foto del equipo de tiempos viejos. El Puebla, la Franja, el grupo que durante la temporada pasada se convirtió en un corazón con piernas, el que, a base de garra, de lucha, sin los nombres rimbombantes ni las altísimas nóminas, se mantuvo en la primera división. El equipo de la ciudad, el inspirador de libros.
2 comments:
¿compraste el libro? Saludos
No, no lo compré... :-/ valiente aficionada, je, je, je...
Saludos, Ale!!!! A ver si nos vemos, no?????
Judith.
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