Escribir acerca de lo que se conoce, de lo que se vive. De sensaciones. Tender puentes entre el lugar que se habita y el que se abandonó. Observar, estar inmersos. María Luisa Puga lo hizo desde su primer libro; como Rosario Castellanos en sus cuentos de Ciudad Real, en su Oficio de tinieblas, la autora nacida en 1944 vivió varios años en Kenia para imprimir la misma pasión a Las posibilidades del odio.
Los diccionarios califican este sentimiento como antipatía, aversión hacia algo o hacia alguien. En el caso de la publicación de Siglo XXI, el odio se dirige hacia una piel sonrosada, hacia edificios altos, hacia la reverencia, casi adoración, que los africanos prodigan a los ingleses. Desemboca en “antiblanquismo”.
Compuesta por seis relatos independientes, con números como título, separados por una cronología histórica de Kenia, la obra refleja las diferentes rutas del odio, los personajes a quienes alcanza: patrones blancos de una agencia de turismo, quienes le enseñan a un keniano blanco a ver lo que antes no veía, la capa espesa de odio sobre los rostros negros, permanentemente inclinados; la agresión a un joven por la sospecha de que pertenece a un movimiento contrario a los colonizadores europeos, a los kenianos leales a ellos; un estudiante que hace de guía de turistas y finge, detrás de unas gafas, de la cámara fotográfica, ser americano o de quién sabe dónde, de lejos, porque si no lo miran con desconfianza, con desprecio; un empleado negro a quien se les va la vida en complacer al jefe británico; un británico empeñado en sacar a flote la superioridad fingida de sus compatriotas, asesinado por su hijastro, estudiante negro a quien alienta para organizarse contra la colonización; una joven con ataques de antiblanquismo y un hermano preso y muerto por apoyar movimientos subversivos.
María Luisa Puga traza desde África un paralelo del tercer mundo latinoamericano: el caos producto de la irrupción europea, el desprecio reinante entre las clases altas y las llamadas bajas o inferiores –¿en qué, por qué?–, la explotación, la riqueza en unas cuantas manos, mientras quienes trabajan para esas manos deben tener la cabeza humillada y los pies prestos. Suena familiar: América y África definitivamente comparten aspectos históricos
Las posibilidades del odio nos muestra en “Dos” a un mendigo, un exconvicto de veintiséis años que parece de más de sesenta, un hombre a quien el tiempo masticó y escupió, a quien le robó cuarenta años y una pierna. “Cuatro” es una especie de monólogo donde un oficinista negro se desvive por “el jefe” –Jefe, sumisión que no nos permite enterarnos de su nombre real– y termina engrosando las filas de los desempleados por el desprecio a los suyos. Llama la atención la presencia de la autora en “Seis”, es simplemente “la mexicana” que quiere escribir un libro acerca de África, quien viaja con su esposo y habla con Nyambura, estudiante africana, cuyos familiares encarnan los extremos de la comunidad negra: el padre católico, sumiso ante los blancos, el hermano menor deslumbrado por ese mundo que llegó de un allá desconocido antes de mudarse a la ciudad, el hermano mayor como parte de quienes se oponen a la idea de inferioridad, idea impuesta desde los tiempos en que secuestraban negros para hacerlos esclavos al otro lado del mar. Nyambura va a Roma gracias a una beca, a estudiar, a que la sigan colonizando –palabras de Ngongo, su hermano muerto.
Las rutas que toma el odio, diferentes, desembocan en un mismo punto de llegada: muros sin puertas ni ventanas en torno a quien lo ofrece. Y hasta el lector, como sucede con la protagonista de la última narración, de la más larga, llega esa sensación de estar fuera de todo, de no pertenecer. Nyambura es el conducto por el que María Luisa Puga, extranjera en un continente tan lejano, conduce con éxito la sensación de sentirse ajenos, molestos ante la historia que aparenta ser propia.
Los diccionarios califican este sentimiento como antipatía, aversión hacia algo o hacia alguien. En el caso de la publicación de Siglo XXI, el odio se dirige hacia una piel sonrosada, hacia edificios altos, hacia la reverencia, casi adoración, que los africanos prodigan a los ingleses. Desemboca en “antiblanquismo”.
Compuesta por seis relatos independientes, con números como título, separados por una cronología histórica de Kenia, la obra refleja las diferentes rutas del odio, los personajes a quienes alcanza: patrones blancos de una agencia de turismo, quienes le enseñan a un keniano blanco a ver lo que antes no veía, la capa espesa de odio sobre los rostros negros, permanentemente inclinados; la agresión a un joven por la sospecha de que pertenece a un movimiento contrario a los colonizadores europeos, a los kenianos leales a ellos; un estudiante que hace de guía de turistas y finge, detrás de unas gafas, de la cámara fotográfica, ser americano o de quién sabe dónde, de lejos, porque si no lo miran con desconfianza, con desprecio; un empleado negro a quien se les va la vida en complacer al jefe británico; un británico empeñado en sacar a flote la superioridad fingida de sus compatriotas, asesinado por su hijastro, estudiante negro a quien alienta para organizarse contra la colonización; una joven con ataques de antiblanquismo y un hermano preso y muerto por apoyar movimientos subversivos.
María Luisa Puga traza desde África un paralelo del tercer mundo latinoamericano: el caos producto de la irrupción europea, el desprecio reinante entre las clases altas y las llamadas bajas o inferiores –¿en qué, por qué?–, la explotación, la riqueza en unas cuantas manos, mientras quienes trabajan para esas manos deben tener la cabeza humillada y los pies prestos. Suena familiar: América y África definitivamente comparten aspectos históricos
Las posibilidades del odio nos muestra en “Dos” a un mendigo, un exconvicto de veintiséis años que parece de más de sesenta, un hombre a quien el tiempo masticó y escupió, a quien le robó cuarenta años y una pierna. “Cuatro” es una especie de monólogo donde un oficinista negro se desvive por “el jefe” –Jefe, sumisión que no nos permite enterarnos de su nombre real– y termina engrosando las filas de los desempleados por el desprecio a los suyos. Llama la atención la presencia de la autora en “Seis”, es simplemente “la mexicana” que quiere escribir un libro acerca de África, quien viaja con su esposo y habla con Nyambura, estudiante africana, cuyos familiares encarnan los extremos de la comunidad negra: el padre católico, sumiso ante los blancos, el hermano menor deslumbrado por ese mundo que llegó de un allá desconocido antes de mudarse a la ciudad, el hermano mayor como parte de quienes se oponen a la idea de inferioridad, idea impuesta desde los tiempos en que secuestraban negros para hacerlos esclavos al otro lado del mar. Nyambura va a Roma gracias a una beca, a estudiar, a que la sigan colonizando –palabras de Ngongo, su hermano muerto.
Las rutas que toma el odio, diferentes, desembocan en un mismo punto de llegada: muros sin puertas ni ventanas en torno a quien lo ofrece. Y hasta el lector, como sucede con la protagonista de la última narración, de la más larga, llega esa sensación de estar fuera de todo, de no pertenecer. Nyambura es el conducto por el que María Luisa Puga, extranjera en un continente tan lejano, conduce con éxito la sensación de sentirse ajenos, molestos ante la historia que aparenta ser propia.
2 comments:
hola:
estoy leyendo Las posibilidades del odio. es una colleción de relatos bastante interesante, me gustaría compartir opiniones contigo, es siempre enriquecedor compartir opiniones.
gracias.
atte.
¿en que formato lo estas leyendo?, yo lo necesito para la escuela y no lo encuentro por ningun lado
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