Thursday, March 15, 2007

EL PARADISO EN LA OTRA ORILLA

Creo que sería injusto decir simplemente José Lezama Lima. Su obra es una referencia que no se acaba; él podría llamarse Confianza en una memoria excepcional, Biblioteca en una sola persona, Poeta a quien nadie comprende, Buscador de palabras, sin olvidar el despectivo que algunos le adjudicaron: Anaquel con patas.
Su novela Paradiso publicada en 1966, le acarreó fama y atención gracias en parte al polémico capítulo ocho, calificado de pornográfico, y es al igual que su autor, un librero lleno de referencias a la religión católica, a sectas como la de los cátaros, a la cultura griega y a otras, por ejemplo las precolombinas del Nuevo Mundo
La primera alusión a éstas se relaciona con el nombre del protagonista: José Cemí. Tal vez lo formó con la frase: “Soy yo” del idioma francés; pero también cemíes eran los espíritus protectores, los dioses de los taínos, pueblo que vivía en las islas del Caribe al momento de la llegada de Cristobal Colón, cuyos antepasados araucanos provenían de Venezuela. La representación de los cemíes se hacía a través de unas piedras de tres puntas llamadas trigonolitos que se enterraban en los campos de cultivo para obtener buenas cosechas, para que la lluvia y el sol aparecieran cuando mejor conviniera a la agricultura, y para que las mujeres parieran sin dolor. Datos acerca de los taínos fueron recogidos por Fray Ramón Pané en su Relación acerca de las antigüedades de los indios, libro escrito en 1498 en la isla La Española, el primero de documentos como la Historia General de las Cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún. Fray Ramón Pané, monje catalán de la orden de los Jerónimos, vivió con caciques taínos desde 1494 y aprendió su lengua al intentar catequizarlos.
En el capítulo nueve de la novela, el de los diálogos sobre la androginia primitiva, donde Foción intenta convencer a Fronesis de que la homosexualidad no es un vicio ni una “maldición de los dioses” porque siente una fuerte atracción hacia él, se menciona un “códice mexicano sobre la creación”, donde aparecen dos figuras probablemente andróginas. Lezama nunca menciona sus nombres, pero podrían tratarse de Tonantzin–Totahzin, quienes forman al dios Ometeotl, divinidad suprema que vive en el decimotercer cielo, concebida como masculina y femenina a la vez, origen del Universo, de los seres y los demás dioses.
El Códice Borgia, pintado en piel de venado, se atribuye a la región cholulteca–mixteca y forma parte del acervo de la Biblioteca Vaticana, donde llegó gracias al legado del cardenal Borgia. En este códice aparece una deidad andrógina, Tonacatecuhtli. Su nombre significa Señor de Nuestra Carne. La dualidad se adivina en su posición: el rostro muestra el perfil, como se representaba a los dioses masculinos, en tanto que el tórax, la cadera al frente y las piernas abiertas, son de las deidades femeninas a punto de dar a luz.
En el capítulo de los sueños hay una referencia a ciertos “procedimientos incaicos, como la reducción que hacen de los cráneos”, frase que Lezama usa para describir un huevo de marfil que parece “luna achicada”. Esta referencia errónea en parte, podría ser consecuencia del exceso de confianza en la memoria, o de la dificultad que para alguien de cien kilos significa recorrer un pasillo largo entre el librero y la habitación donde escribe.
El procedimiento para obtener las tzantzas –cabezas reducidas– era característico de los pueblos shuar o jíbaros, habitantes de la Amazonia en el actual Ecuador. Las cabezas eran una prisión para el muisak, alma vengativa nacida al morir violentamente un guerrero que por lo menos hubiera poseído un alma arutam. La tzantza se pintaba de negro y se cosían labios y párpados; así el muisak quedaría prisionero y en la oscuridad. Se dice que el secreto para la reducción de las cabezas, ahora perdido a fuerza de ocultarlo, residía en las hojas agregadas al agua donde se hervían después de retirarles el cráneo triturado.
Lezama dice “procedimientos incaicos” y en parte puede considerarse cierto, pues en 1450 el Inca Tupac Yupanki atacó a los jíbaros asentados hacia el norte del río Marañon y sometió a un sector del pueblo, mientras el resto se refugió en los brazos anchos de la selva.
En Paradiso se encuentran referencias más actuales como la venta de plata en el estado de Puebla, en México, visitado por José Lezama en la década de los cuarenta, y la idea de la selva siempre delante de nuestros ojos, difundida en Europa gracias a la ambientación que tienen las novelas del boom de la literatura latinoamericana, como Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, o El reino de este mundo, del cubano Alejo Carpentier.
Podríamos correr a la enciclopedia o a la internet a cada minuto, regresar al inicio de un párrafo más de tres veces, intentando comprender al abogado nacido en La Habana; es preferible sumergirse en sus metáforas y símiles, en el constante esfuerzo por no llamar a los objetos, a los lugares, incluso a los seres, por su nombre.

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