La mayoría de las veces, si no es que todas, las novelas adaptadas a la pantalla grande resultan bastante alejadas de la idea impresa en el libro. Cuántas no se han hecho de Drácula o Frankenstain, donde ambos personajes son hasta cierto punto caricaturescos, siempre mostrando los colmillos, abriendo la capa o caminando como si tuvieran una tabla en la espalda.
En el caso de la novela de Mary Shelley, que por cierto, antes de leer nunca me hubiera imaginado que fue escrita por una mujer, pues creo que no eran los temas comunes manejados por las mujeres en el siglo XIX, la película más apegada a la novela es la protagonizada por Robert de Niro y Kenneth Branagh en 1994. El director y actor inglés nacido en 1960 logra una atmósfera gris, opresiva, completamente tétrica, creo, mayor que la que rodea a la historia en la novela. Cambia algunos detalles, por ejemplo, la muerte de Justine, en la novela es ejecutada por la muerte del hermano menor de Víctor. Su muerte en la película es más atroz: imagínense un salto en bunjee sin resorte, donde la persona es asegurada por el cuello. La escena es terrible: la turba se apodera de la chica, la llevan hasta la azotea de la prisión, y la lanzan con un nudo en el cuello. Su cuerpo pende unos instantes, ante la mirada de su madre, Víctor y Elizabeth, y las pedradas que lanzan manos anónimas, personas que la creen asesina de un niño de seis o siete años.
Otra parte que difiere con la trama del libro, es el renacimiento de Elizabeth, quien desde antes del ataque de Robert de Niro, el monstruo creación de su novio, era vestida y peinada de una manera muy tétrica: el maquillaje pálido contrastando con un cabello ensortijado y en desorden, los vestidos de colores cenizos, cada detalle apuntalando esa atmósfera deprimente, que culmina con Branagh bailando con algo similar a un maniquí remendado y sin peluca, gira entre escenas del baile de despedida, antes de partir hacia la universidad: Elizabeth recién nacida.
Tanto libro como película encierran lo mismo: ¿qué se hace ante algo que se quería, se consiguió, y ahora no sabemos para qué sirve? La escena en que Branagh y de Niro se sostienen en un salón inundado de líquido amniótico, de Niro desnudo y Branagh casi, Víctor para poner de pie a su creación, la que luego cuelga entre cadenas, aparentemente muerto. Kenneth Branagh lo mira exhausto, hace algunas anotaciones en su diario. Ya tiene lo ansiado por tanto tiempo, lo que su obsesión por la muerte lo motivó a crear... ¿y ahora qué?
Excelente película, magníficas actuaciones –incluyendo escenas hechas para el beneplácito de las admiradoras de Robert de Niro y Kenneth Branagh–. En lo personal, prefiero la película; donde la atmósfera está perfectamente lograda.
En el caso de la novela de Mary Shelley, que por cierto, antes de leer nunca me hubiera imaginado que fue escrita por una mujer, pues creo que no eran los temas comunes manejados por las mujeres en el siglo XIX, la película más apegada a la novela es la protagonizada por Robert de Niro y Kenneth Branagh en 1994. El director y actor inglés nacido en 1960 logra una atmósfera gris, opresiva, completamente tétrica, creo, mayor que la que rodea a la historia en la novela. Cambia algunos detalles, por ejemplo, la muerte de Justine, en la novela es ejecutada por la muerte del hermano menor de Víctor. Su muerte en la película es más atroz: imagínense un salto en bunjee sin resorte, donde la persona es asegurada por el cuello. La escena es terrible: la turba se apodera de la chica, la llevan hasta la azotea de la prisión, y la lanzan con un nudo en el cuello. Su cuerpo pende unos instantes, ante la mirada de su madre, Víctor y Elizabeth, y las pedradas que lanzan manos anónimas, personas que la creen asesina de un niño de seis o siete años.
Otra parte que difiere con la trama del libro, es el renacimiento de Elizabeth, quien desde antes del ataque de Robert de Niro, el monstruo creación de su novio, era vestida y peinada de una manera muy tétrica: el maquillaje pálido contrastando con un cabello ensortijado y en desorden, los vestidos de colores cenizos, cada detalle apuntalando esa atmósfera deprimente, que culmina con Branagh bailando con algo similar a un maniquí remendado y sin peluca, gira entre escenas del baile de despedida, antes de partir hacia la universidad: Elizabeth recién nacida.
Tanto libro como película encierran lo mismo: ¿qué se hace ante algo que se quería, se consiguió, y ahora no sabemos para qué sirve? La escena en que Branagh y de Niro se sostienen en un salón inundado de líquido amniótico, de Niro desnudo y Branagh casi, Víctor para poner de pie a su creación, la que luego cuelga entre cadenas, aparentemente muerto. Kenneth Branagh lo mira exhausto, hace algunas anotaciones en su diario. Ya tiene lo ansiado por tanto tiempo, lo que su obsesión por la muerte lo motivó a crear... ¿y ahora qué?
Excelente película, magníficas actuaciones –incluyendo escenas hechas para el beneplácito de las admiradoras de Robert de Niro y Kenneth Branagh–. En lo personal, prefiero la película; donde la atmósfera está perfectamente lograda.
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