Friday, February 22, 2013
LOS MISERABLES
Tuesday, September 04, 2012
AVIÓN DE PAPEL
Tuesday, July 17, 2012
MI PRIMERA VEZ
Wednesday, July 04, 2012
4 DE JULIO
Tuesday, May 08, 2012
DESDE EL EXILIO
Saturday, January 14, 2012
UNA SALA Y MIL Y TANTAS EXPOSICIONES
Es cierto. Sus páginas, treinta y dos para esta ocasión de fiesta, son algo parecido a una casa, a un salón. Significan el escaparate al que ilustradores y escritores llegan a colgar su obra a fin de que los otros la vean, la lean, la disfruten. Es en esta sala de exposiciones que muchos han publicado por primera vez.
Y resulta fácil imaginar a alguien con seis o nueve meses de sesiones semanales en el taller de cuento, en el de poesía, con pocos textos detrás, verlo caminar hasta el puesto de periódicos, asomarse a las páginas del Síntesis, si es que el responsable de ese pequeño kiosco azul le da permiso, descubrir su nombre en la portada del suplemento y llevarse uno, tal vez dos ejemplares, sonreír, emocionarse, leer o mirar teniendo la sensación de que no es él mismo el autor, que se trata del texto o de la imagen de otra persona. No creo equivocarme, pues me cuento entre esos creadores: la primera oportunidad de publicar la tuve en las páginas del suplemento Catedral, hace poco más de ocho años, y fue gracias al ofrecimiento de quien dirigía el taller de cuento de la SOGEM Puebla, en ese entonces ubicado en Reforma y la 13 poniente, dentro del Instituto Cultural Poblano, cerca del Paseo Bravo.
Esa primera publicación –como otras que siguieron– es un recuerdo ligado a la memoria de Alejandro Meneses, fundador de Catedral y editor hasta su muerte, en 2005. Y ahora –desde entonces, siempre– veo a mi maestro, al “profe”, llevándonos números del suplemento (el actual, uno o dos de los anteriores), o con la prisa de los jueves, día de entregar en el periódico el material para el número del próximo sábado.
De Alejandro recibí la invitación para aparecer en Catedral a principios del 2003. Escojan un texto, recuerdo que dijo un día, en el taller, para que salga en el suplemento. No supe si para los demás fue la primera vez; al menos para mí sí. Emocionada leí algunos de esos primeros escritos, revisé, volví a leer, hasta decidirme por uno fantástico, estructurado a base de confidencias en un par de diarios, anotaciones de experimentos, fechas que abarcan un siglo, dudas y juventudes de más de cien años, escrito que apareció el 22 de febrero del 2003. Hace cuatrocientos cincuenta y un números.
La otra parte de esa correlación Alejandro Meneses–Catedral son los cuentos salidos de su pluma que de vez en vez aparecían en el suplemento, los ensayos y las notas en torno a su obra, los dos números in memoriam, esos especiales de julio del 2005 con el cintillo negro, el seiscientos setenta y uno y el seiscientos setenta y dos, señal de que sí, que era cierto, que su muerte había ocurrido en verdad.
Al hojear las páginas de Catedral encuentro algunos nombres que en esa época me eran desconocidos. O casi: Juan José Ortizgarcía, Guillermo Carrera, Carlos Ríos, por ejemplo. Aunados a ellos, los compañeros del taller de cuento y los autores que hasta la fecha forman parte del quehacer literario de Puebla: Maribel Cacique, Karen Martínez, Princesa Hernández, Dolores Domínguez, Guillermo Garay, Alejandro Badillo, Beatriz Meyer, Eduardo Sabugal, Enrique de Jesús Pimentel… Muchos de esos nombres conforman la herencia que Alejandro Meneses me dejó a lo largo del tiempo, de las sesiones del jueves en el taller de cuento, buenos amigos, maestros de quienes aprendí y sigo aprendiendo.
Como lo pidieron en la reunión para celebrar el número mil, levanto mi vaso y brindo por el escaparate de autores recientes y con trayectoria, por la casa de los cuentos, de las poesías y de los ensayos –la que por un corto lapso llevó otro nombre: Cathedralis–. Brindo y de manera simultánea llegan a mi mente otros escaparates de la creación, espacios ahora desaparecidos. Y mi brindis es porque la buena salud de Catedral se alargue durante mucho tiempo más.
Friday, July 08, 2011
UNA TUMBA EN EL HUECO DE TU HOMBRO
Ante la muerte, ante un hallazgo póstumo, sólo resta hacer suposiciones, decir a lo mejor, tal vez. Y disfrutar del descubrimiento.
En el caso del cuento El soldado desconocido, de la autoría de un Alejandro Meneses de 24 o 25 años de edad, agradable sorpresa incluida en el número 144 de Crítica, revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, podemos asegurar, o casi, que formaría parte del primer libro del autor, Días extraños, publicado en 1987 por la propia universidad en su colección Asteriscos.
En la nota introductoria, el poeta Julio Eutiquio Sarabia nos dice que el manuscrito de este cuento, cuartillas mecanografiadas en papel tamaño oficio, se encuentra bajo la custodia de Sara Inés Santizo. En Tapachula, Chiapas.
Forman parte de la historia que rodea el hallazgo un empleo de poco menos de un año obtenido por Alejandro Meneses entre 1984 y 1985, la hospitalidad de la familia Santizo Rodas, un cuarto que fue llenándose de objetos en desuso y el acto de escombrar esa habitación de traspatio. El final: una carpeta de cuartillas corregidas “de puño y letra” por Alejandro.
El soldado desconocido, escribe Julio Eutiquio Sarabia, sería sin duda parte del primer libro de Alejandro Meneses, por guardar similitud con El fin de la noche, cuento largísimo que cierra ese volumen. Otra pista para aventurar dicha afirmación es el título: tanto El soldado desconocido, como El barco de cristal, El fin de la noche, El hombre de la puerta de atrás y el propio Días extraños, son títulos de temas compuestos e interpretados por el grupo The Doors.
En el cuento hay detalles que permiten situar su trama al final de la Segunda Guerra Mundial: una incursión estadounidense a territorio japonés, y una fecha, la del lanzamiento de la primera de las dos bombas atómicas por parte de Estados Unidos, siendo su blanco la ciudad de Hiroshima: “Lo que en ese momento ignoraba era que había acabado con la última avanzada del Japón en el Pacífico y que sólo faltaba que llegara el 6 de agosto”.
Alejandro Meneses nos narra un trozo del tiempo de las tropas estadounidenses en el Japón; más específicamente el de un grupo de hombres con la misión de “revisar la retaguardia de las líneas niponas y regresar con el informe”.
El inicio guarda similitud con la letra del tema de los Doors: un soldado anónimo, japonés, que se le muere en las manos a Pollak, judío e integrante del comando estadounidense, y la intención –la que sólo se queda en eso– de abrir una tumba para sepultar el cadáver.
Luego, la misión, en apariencia sencilla, se vuelve un ir y venir en círculos en busca del paso que los llevará a las líneas enemigas, paso que existe en los trazos rojos de un mapa mas no en la selva.
En torno a esas caminatas en círculo, Alejandro Meneses, diestrísimo tejedor de atmósferas, coloca una opresiva, podría decirse fantasmal; una donde el sol, a la espalda, dibuja figuras que hacen voltear para cerciorarse de que ningún enemigo está al acecho, donde solitarios rostros esqueléticos se mueven en la noche y hacen pensar en un batallón, donde el viento afila “sus navajas en las ropas acartonadas” y la selva es una bruma mil quinientos metros más abajo.
Y como si se tratara de un tendedero, los personajes cuelgan de ella, aislados y vulnerables. Gallaher, Minneta, Hopkins, Red. Pollak. Desde el desembarco en una playa en la que la guerra es “una pesadilla que al amanecer se desvanece”, desde el primer turno en la vigilancia luego, por la noche, los integrantes del comando, cada uno lejos del otro, enfrentan algo semejante a una maldición, como un fantasma que los siguiera sin descanso: Red y Gallaher apuñalados, el primero en su puesto, el segundo el la montaña, Minneta lucha con alguien al borde del abismo y cae, la interrogante del final de Pollak, el que no encaja en el grupo, el blanco de bromas –“Pollak, también los judíos desayunan, ¿no?”, “Hey, Pollak, los judíos no creen en Jesús, ¿verdad?”
Se trata del japonés muerto, cadáver sin sepultura, lo intuimos. Pero más allá de eso, de la misión fallida, de que al final tanto el enemigo como el comando estadounidense quedan convertidos en partes del cuerpo del soldado desconocido –y olvidado–, el autor de Ángela y los ciegos deja tras de sí, en este cuento, olvidado como los personajes y recuperado por casualidad, una prolongación de las atmósferas que tan bien levantara desde su primer libro, Días extraños.