Thursday, March 16, 2006

EDGAR ALLAN POE.


Gracias a los cuentos y poemas por los que adquirió fama a Edgar Allan Poe, escritor estadounidense nacido en Boston en 1809 y muerto en 1849, siempre se le ha relacionado con la oscuridad. Las narraciones de su autoría son un gran aporte para la estructuración del cuento contemporáneo y la novela policiaca. De atmósferas opresivas, siempre imaginadas en tonalidades de gris y negro, llenas de gatos negros, por supuesto, con un punto luminoso en los ojos, lunas colocadas detrás de nubes y hombres con el cabello en desorden y la cabeza entre las manos –si la sueltan seguramente caerá–. Se le asocia al consumo excesivo del alcohol y, probablemente, al de las drogas. Siendo un famoso escritor, vivió en la miseria, muy cerca de las enfermedades y de la muerte: su esposa Virginia, sus padres. En la escuela, estas respuestas escritas en un examen significan el acierto.
A la distancia poco mayor de siglo y medio de su muerte, se han hecho diversas hipótesis acerca de las causas de la misma, con la finalidad de arrojar luz en circunstancias tan parecidas a las imperantes en sus relatos.
Se dice que lo encontraron casi sin vida con la ropa de alguien más, que tras ingerir una pequeña cantidad de alcohol adquiría el aspecto de una persona en estado total de embriaguez, que pudo padecer ataques epilépticos, que su muerte pudo ser la consecuencia de un envenenamiento por mercurio, monóxido de carbono o la carencia de una enzima metabolizante del alcohol.

Era época de elecciones en Baltimore. 1849.En esos tiempos –algo parecido a las prácticas políticas de hoy, ¡parece mentira!–, se secuestraba a personas para llevarlas a votar por determinado candidato, se les hacía beber hasta la embriaguez y se les cambiaba de ropa constantemente. Así podrían emitir su voto más de una vez. Si la persona ya no era capaz ni de trazar una equis sobre una línea, la abandonaban donde fuera. Esta hipótesis explicaría la ropa que llevaba Poe. ¿Y la muerte por envenenamiento alcohólico?
Su organismo pudo carecer de la enzima deshidrogenasa alcohólica. Alojada principalmente en el hígado, es la sustancia que se encarga de metabolizar el alcohol –la reacción es oxidación–, en acetaldehído, y posteriormente en ácido acético o etanóico, sustancia menos agresiva, presente en un 4% en el vinagre. De esta forma se descompone del 90 al 98% del alcohol presente en la sangre; el porcentaje restante se elimina por la orina, el sudor o las lágrimas.
En dado caso, e ignorando su condición, las personas que lo secuestraron para llevarlo a votar, lo embriagaron, causándole la muerte por envenenamiento, al no poder eliminar el alcohol.

Los personajes de Edgar Allan Poe siempre fueron de salud frágil, propensos a enfermedades, inmersos, más que rodeados, en atmósferas que les infieren terribles tormentos psicológicos. Un ejemplo es el cuento "El pozo y el péndulo", donde el personaje–narrador es encarcelado en una celda sin siquiera una partícula de luz; donde él, al principio, no aventura el movimiento más mínimo. Durante el tiempo que dura la oscuridad, sufre de constantes desmayos y sus movimientos son tambaleantes; todo ello a causa del desconocimiento del entorno.
Pero en este cuento, podría estar describiendo los síntomas de la epilepsia que, se aventura, pudo padecer. Esta situación lo llevó a un conocimiento preciso de síntomas como los movimientos espasmódicos de los músculos de la cara o un andar tambaleante, hasta la pérdida de consciencia, espasmos convulsivos de partes del cuerpo, explosiones emocionales, o periodos de confusión mental.

“... Y entonces se deslizó en mi imaginación, como una rica nota musical, la idea del reposo delicioso que nos espera en la tumba. La idea vino dulce y furtivamente, y me parece que me fue menester un largo tiempo para tener de ella una apreciación completa; pero en el momento mismo en que mi espíritu comenzaba al fin a comprender bien y a conservar esta idea, las figuras de los jueces se desvanecieron como por encanto; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se extinguieron enteramente; lo negro de las tinieblas sobrevino; todas las sensaciones parecieron hundirse como en una inmersión loca y precipitada del alma en el Hades. Y el universo no fue más que noche, silencio, inmovilidad...
... A la larga, con una loca angustia de corazón, abrí vivamente los ojos. Mi horroroso pensamiento se encontraba confirmado. La negrura de la eterna noche me rodeaba. Hice un esfuerzo para respirar. Me parecía que la intensidad de las tinieblas me oprimía y me sofocaba...” (El pozo y el péndulo. Narraciones extraordinarias, EMU).

El Calomel es otra de las posibles causas de su muerte. Este medicamento, hecho a base de cloruro de mercurio, se recetaba contra el cólera. A principios de la década de los 30’s, y en 1849, cuando Poe vivía en Baltimore, hubo epidemias de cólera. La primera mató a más de 850 personas. El narrador, poeta y crítico, pudo haber sido recetado con dicho medicamento para prevenir una muerte por cólera. En dosis elevadas, el Calomel es causa de envenenamiento por mercurio. Sus síntomas: excitación, pérdida de la memoria, insuficiencia renal, sudoración, temblor, dificultad para hablar.
Algo a lo que también estuvo expuesto, es el monóxido de carbono (CO), respirado muy probablemente en Nueva York y Baltimore, en casas iluminadas por lámparas de gas.

Con la finalidad de apoyar cualquier hipótesis, se le practicaron estudios a cabellos tanto del escritor como de su esposa Virginia, pedidos para tal efecto en la casa–museo de Edgar Allan Poe.
Diluyendo los filamentos en ácido nítrico (HNO3), se obtuvo un plasma en el que se determinó la concentración de mercurio, plomo, uranio y monóxido de carbono en el organismo. Los resultados que arrojó dicho análisis, en los cabellos de él, fueron que las concentraciones de mercurio y plomo son altas –esta última tal vez gracias al agua que ingería–, pero no determinantes como para causarle la muerte; no se detectó la presencia de monóxido de carbono, lo que sí estuvo presente en los análisis de Virginia.

La muerte de este escritor bostoniano sigue, como en cada uno de sus cuentos, rodeada por una atmósfera tan densa, que no permite ningún paso en dirección a su esclarecimiento. Los análisis no pueden decirnos si murió a causa del secuestro durante las elecciones, o de una golpiza –otra de las hipótesis, que hace referencia a los hermanos de Mrs. Shelton, primera amiga de la adolescencia, ahora viuda, a quien propuso matrimonio en 1849.
Para redondear la atmósfera, se dice que año con año, en el aniversario de su nacimiento, un extraño llega a visitar su tumba y deja como presente tres rosas, media botella de cognac, su sombrero, y se retira no volviendo a aparecer hasta el siguiente 19 de enero.

Tuesday, March 14, 2006

MINIFICCIONES Y ANUNCIOS.

Final
Después de saltar a través del aro y recibir una galleta como recompensa, terminó el acto. La joven se quitó las orejas de peluche rosa y fue a lavarse el rostro.

El mimo
Se sienta en una silla de aire, un periódico invisible frente al rostro blanco. lo voltea más de una vez antes de acomodarse la boina, que ahora le cubre los ojos. La prenda negra sale disparada, la empuja con el pie al intentar recogerla. El público reunido alrededor de la fuente lo ovaciona. El artista se inclina ante manos que, agitándose en alto, imitan el movimiento de las aspas de una lavadora.
Aprovecho para hacer un anuncio: los próximos dos sábados en Catedral, el Suplemento Cultural del periódico Síntesis, publicaré textos.

Friday, March 10, 2006

REMEDIO II


Para no despertar entre ecos de gritos no gritados, entre sombras de un escenario diluido al arrojar las cobijas. Para no encontrarse con mantas de aire escapadas del sueño, aprovechando la hendidura de la vigilia, hablando con alguien cuya voz acaba de difuminarse. Si no se desea abrir los ojos y sentirlos húmedos, haciéndose agua sobre las mejillas y la almohada, mirar no hacia el techo, o a la cortina de la ventana que está quieta como si el viento acabara de extinguirse, sino hacia el relleno de plumas, aún hacia el sueño, todavía flotando junto a la lámpara apagada. Si el último deseo que se tendría es salir del descanso con una mano aprisionando por dentro el cuello y traer el pasado de alguien más (por favor, de algún habitante de ojos permanentemente entornados, con doce horas de diferencia, que señala este sitio en el globo terrestre en el escritorio de su salón), que, se sabe, es el que arrastramos, el que, como los muertos, no se ve pero muerde una parte de la sombra para tener su casa, y está en el aliento de los vivos; el remedio es no soñar.

¿ESTO ES LA MUERTE?


En la fotografía que se arrincona en esta página se ve a tres hombres en el borde –auténtico, violento– de la muerte. Otros hombres, también desamparados, apuntan sobre ellos sus pobres armas. Todos parecen ajenos, lejanos, tristísimos en su condición de hombres que matan y que mueren. Los que disparan, con seguridad, también ya han muerto. La imagen detiene, indefinidamente, el instante de la nada.

Ante la muerte sólo hay preguntas. El “empujón brutal”(Miguel Hernández) siempre será sorpresivo y uno deseará, siempre, ser el hortelano que llora, no el que muere. Pero en la muerte no hay deseos, supongo.

La enfermedad y el accidente son absurdos. No hay razón en ellos. El cabello se eriza y se rebela ante tales posibilidades. ¿Quién puede imaginar su muerte? Hay opciones: la cama, el cáncer, el paredón, el asalto, la mala vida, el mismísimo corazón, una caída –como la de mi padre– desde veinte metros de altura, la soga, la comida, el alcohol, los barbitúricos, el golpe, la bala, la vida vivida, una bala. Todo mata.

La muerte tiene aliento y huele a flores. Es de noche.

Mis abuelas muertas eran jóvenes vivaces, conocían todo sobre el comino, la albahaca, los guisos ancestrales, las sábanas blancas. Me conocieron a mí, que he de morir. Cuando vemos a alguien, vemos su muerte. En el recuerdo sólo hay lluvia.

Es conocida la historia que Borges recuenta: un jardinero pide permiso a su patrón para irse de la ciudad porque ha visto a la Muerte. En realidad, la Muerte quedó sorprendida al verlo, porque esa noche lo tomaría en el lugar al que huyó. Así, la vida: uno va al encuentro de su muerte.

La muerte rejuvenece: ahora, mi padre, López Velarde, Jesucristo, José Carlos Becerra, James Dean, Jim Morrison, muchos más, siempre serán más jóvenes que yo.

En el espacio confuso de los sueños, en la madrugada, alguien susurra: es la muerte fiel. Sobre las huellas que dejamos en los objetos, la muerte sopla. Va y viene, Ella, por nuestra vida.

Asustado, el recién muerto pregunta: “¿Dónde estoy?”

Sobre la mesa –cubierta de papel de China morado–, hay velas, panes, licores, complejas viandas, sencillas flores. En el claroscuro de la habitación, hombres y mujeres rezan por sus muertos. Los niños juegan con sus calaveritas.

¿Cómo seré cuando no sea? En las fotografías que permanezcan alguien verá mi rostro, mis ropas, mi antigüedad, el cielo de un noviembre irrecuperable. Verá a mi hija junto a mí, a mi mujer que me toma la mano para siempre, a los niños de la tarde de ese parque. Además, un personaje siniestro, a quien nadie reconoce, que se coló a la fiesta y aparece a mis espaldas.

Alejandro Meneses.

Tomado de la revista Erinias, No. 4, invierno 2005–2006, pág. 23. Escuela Libre de Psicología.

Wednesday, March 08, 2006

MUJERES, MÚSICA, LITERATURA...


La música observa desde diferentes ángulos a la mujer, uno de sus temas recurrentes; a veces con desprecio, con picaresco doble sentido, a veces esperando su presencia o que se digne siquiera a voltear, para así, confirmar la propia existencia. Rock, boleros, pop, música popular... La mujer está presente interpretando o siendo parte de la letra.
Alguien que tiene cierta visión fantasmagórica de la mujer, es el cantautor puertorriqueño Robi Draco Rosa. Haciendo alusión a la frase de Jules Michelet que inicia el libro Aura, de Carlos Fuentes (Ediciones ERA, 39ª. Reimpresión, 2001):

El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña;
es la madre de la fantasía, de los dioses. Posee la
segunda visión, las alas que le permiten volar hacia
el infinito del deseo y de la imaginación... Los
dioses son como los hombres: nacen y mueren sobre
el pecho de una mujer...

Robi Draco incluye a la mujer en sus canciones cubierta con bruma, con velos que, tirados por los dedos del viento, remarcan las siluetas de reloj de arena. Las palabras de Michelet se relacionan con la canción “Blanca mujer” del disco Vagabundo, lanzado en el año de 1996. En ella, alguien espera ser llevado entre los brazos de una mujer que representa a la muerte; además, tiene el anhelo incumplido, por decisión propia, de la compañera:

New Orleans
a primeros de abril
en el noventa y cuatro,
él está condenado a morir
por amar demasiado.

Si quisieras ahora venir
y acabar de una vez con mi vida
yo te lo pido blanca mujer
que me lleves a tu eterna guarida.

Tengo tantas ganas de ti
pero no puedo llevarte ahora.
Te toca todavía vivir,
porque aún no te ha llegado la hora...

En el caso de "Penélope", de esa misma producción, el velo impuesto no es el de la muerte, sino el de un sueño que separa, una pesadilla donde la mujer es un punto inapresable, rodeado de árboles como esqueletos, a quien se desea prodigar regalos, atenciones. La causa de la separación es generada por quien la extraña:

Me despierto en el alba, soñando no sé qué;
desayuno con lluvia y te recuerdo en el café.
Soñé tu figura lejos
esperando en los suburbios del olvido
y me vi solo, zarpando en barcos de oro
que llené con regalos para ti
y luego vi que por celos, el mar de mis tormentos
se tragaba el barco y aquel loco que era yo.
Y todo naufragó.
Qué lejos tú...

Así como la música, la literatura aborda a las mujeres para conferirles diferentes investiduras: medio para obtener algo que se desea o pretextos para desviarse del sendero, en el cuento de "El pescador y su alma" –donde el personaje desea entregarse al amor de una bella sirena (¿qué es una sirena, sino una mujer que el mar ha arrastrado para acariciarla?)–; actriz ingenua que antes excitó la imaginación, en la novela El retrato de Dorian Gray, ambos de Oscar Wilde:

“... Padre... Una vez subí en mis redes a la hija de un rey. Es más bella que la estrella de la mañana y más blanca que la luna. Por su cuerpo entregaría gustoso mi alma y por su amor renunciaría al cielo...”

“...Y a mediodía recordó que uno de sus compañeros... le había hablado de cierta bruja joven que vivía en una caverna... Y fue hacia ella corriendo, tal era su impaciencia por deshacerse de su alma... la joven bruja supo que él se acercaba y riendo, se soltó la roja cabellera...”
“... ¿Qué te falta?... Soy más rica en tormentas que el propio viento, porque sirvo a uno que es más poderoso que el viento... Pero pongo precio, buen mozo, pongo precio...”
“...Quiero desprenderme de mi alma...”

“...Y el alma le dijo:
–En una ciudad que conozco hay una posada. Estuve en ella con marineros que bebían vino de dos colores... se nos acercó un anciano con una alfombra de cuero y un laúd... Y cuando hubo extendido su alfombra... tocó las cuerdas metálicas de su laúd y una muchacha con el rostro velado entró corriendo y se puso a bailar para nosotros... ”
“...cuando el joven pescador oyó las palabras de su alma, se acordó de que la sirenita no tenía pies y no podía bailar, y un gran deseo se apoderó de él y se dijo:
No es más que una jornada de camino y puedo volver junto a mi amor...” (Editorial Época).

En El retrato de Dorian Gray, la mujer es Sibyl Vane, la primera víctima de la transformación del alma de Dorian, actriz de teatro, quien antes de conocerlo vivía para actuar enamoramientos y ahora, ante la realidad del amor, dentro de una promesa de matrimonio, se convierte en una pésima actriz, y está feliz de serlo:

“Has matado mi amor... Solías excitar mi imaginación. Ahora no excitas ni siquiera mi curiosidad... Te amaba porque... tenías talento e inteligencia, porque hacías realidad los sueños de los grandes poetas y dabas forma y sustancia a las sombras del arte... Lo has tirado todo... Ahora no eres nada para mí... Has estropeado el romance de mi vida. ¡Qué poco sabes del amor, si dices que él echa a perder tu arte... ¿Qué eres ahora? Una actriz de tercera con una cara bonita...
...No hablas en serio Dorian... Estás actuando...” (Ediciones y distribuciones Mateos. Clásicos Selección).

Sibyl termina suicidándose, siendo una marca en un retrato mágico.
En Los miserables, del francés Víctor Hugo, la mujer es inocencia y luminosidad para una vida silenciosa, que se cuida de caminar en las sombras, como la de Juan Valjean: Cossette. O bien, es un juguete que se puede manipular hasta el cansancio, exprimir, tirar de sus miembros y romperlos; entonces se le abandona en un rincón o en una fosa común: Fantina.

“...Luego, volviéndose hacia Fantina, añadió:
–Ya tienes para seis meses.
La desgraciada se estremeció.
–¡Seis meses, seis meses de prisión! –exclamó. ¡Seis meses de ganar siete sueldos por día! ¿Qué va a ser de Cossette, mi hija, mi hija? Debo más de cien francos a los Thernardier, señor inspector, ¿no lo sabeís?...”

“...El cura creyó... que lo mejor era reservar, de lo que había dejado Juan Valjean, la mayor cantidad posible para los pobres. Al fin y al cabo, ¿de quién se trataba? De un presidiario y de una mujer pública. Por estas razones simplificó cuanto pudo el entierro de Fantina, y le redujo a lo estrictamente necesario que se llama la fosa común...” (Editorial Porrúa, Sepan cuantos...).

En el ámbito local, el escritor Alejandro Meneses, fallecido a mediados del año pasado, dedica un libro de relatos a su visión de la mujer, de lo femenino: Ángela y los ciegos.
“En Ángela y los ciegos, dos primos–amantes se buscan, se persiguen, sin encontrarse: sus fugaces contactos confirman la lejanía que, paradojícamente, los une... Ángela –maestra de ciegos que no logra dar con la escuela a la que había sido enviada– adopta diversos rostros y diversas edades.
Su primo padece esas constantes metamorfosis: está sujeto al tiempo de Ángela Adónica. Sin embargo, siempre irá tras ella, en la niñez y en la juventud, por los corredores de una casa crepuscular y por playas soleadas, por las calles de una ciudad fantasmal y por cantinas donde sólo beben ancianos; será su compañera en la universidad para después abandonarlo un domingo por la noche, mientras él sufre un implacable dolor de muelas...”
Con Alejandro Meneses, la mujer es lejanía, algo que se observa, imposible acercarse a ello, aunque se deseé y se busque el camino. Es separación perpetua y una masa aglutinada que sólo admite a las de su mismo sexo, excluyente:

“...Yo me quedé tras la puerta, rodeado por el resplandor de las ceras; entre ellas, la de mi hermano.
Me asomé:
Mi madre pasó su mano áspera por el cabello de mi prima. La estrechó contra su pecho, acercándola hasta un sitio al que yo nunca había podido llegar. Mi madre vio mi cara lejana: luz y sombra sobre los rasgos que algún día fueron de mi padre. Con la cabeza me señaló la escalera, el mundo exterior, la lluvia.
Y se quedaron solas. Como siempre, sin mí.” (Ediciones Cal y Arena, 2000).

Thursday, March 02, 2006

REMEDIO.


Convertirá el corazón en cenizas, las humedecerá para que el fuego no regrese a pintarlas de rojo y las haga bailar y subir. Al mismo tiempo, el agua de los ojos se evaporará, dejando caminos de sal a lo largo de la piel de cera, senderos irrenovables. Los paisajes dibujados en blanco por el lápiz del invierno, las alfombras de cerdas ocres y marrón tendidas a lo largo del camino de otoño, los colores azules, rosas, amarillos violetas... La primavera, el sol durante la estación húmeda, serán cada uno accidentes dentro del negro y el vacío. Serán los labios cerrados y las pupilas cubiertas por párpados y alturas de polvo.
No regresarán los días de punzadas frente a un monolito blanco, a una cruz y un ramo de verde acartonado. No regresará el día, ni el sol sacará la humedad de los poros. Ni autos en la avenida escoltada por señalamientos, ni los acordes de una canción que habla del único hombre que mide las calles nocturas con su sombra. Tampoco crecerá un hoyo negro en la garganta ante una fotografía de alguien sin respiración ni peso.
Pero tampoco habrá deseos de hundir los dedos en una piel ajena. Las fuerzas para conducir un bolígrafo sobre el papel, transportar paisajes mentales a la realidad de la celulosa vacía, quedarán reducidas a cero. ¿Cuál será entonces su valor, el valor del fin del eco de un eco emitido antes de las glaciaciones?
El que tome este remedio podría preguntar si valió la pena abandonarse a las paletadas de los hombres, regresar al espacio ocupado antes de nacer, por dejar de sentir el alma hecha de cáscaras que se van desprendiendo con los golpes de la respiración. Y querrá de nuevo oir voces, sentir punzadas en cada cambio en el ambiente, observar el monolito que resguarda a alguien igualmente ciego, sordo y mudo.
Pero es entonces cuando quienes lo tienen en la mente, oyen sus pisadas en cuartos vacíos y mojan sus rostros con la sal que ha dejado de correr por su cuello, estarán tomándose de las manos alrededor de una mesa casi hecha virutas, apretando los ojos ante una mujer de turbante y uñas ultramar que, asegura, puede hablar con el ausente porque conoce el lenguaje de los cementerios y las salas crematorias.
La única contraindicación del remedio no es para el paciente, sino para quienes esperan a sus espaldas. Es la transferencia de los síntomas, contra los que es inservible.